– Agítalo antes de poner una cucharadita en un vaso de agua y bebértelo todas las mañanas, después de haber pasado la noche con él.
Kit cogió el tarro y le dio un abrazo rápido y agradecido.
– Gracias -sacó varios dólares que se había metido en el bolsillo y se los puso en la mano.
– Haz lo que la curandera te dice, señorita. Yo sé lo que es mejor.
Y entonces soltó otro jadeante cacareo, y volvió junto al fuego, riéndose en silencio de una broma que sólo ella conocía.
16
Estaba en la biblioteca subida en una escalera de mano, tratando de coger un libro, cuando oyó abrirse la puerta principal. En el salón, el reloj del abuelo tocó las diez. Sólo una persona abría la puerta así. Toda la tarde había estado nerviosa esperando su vuelta.
Esa tarde, cuando regresaba de la casa de la curandera le había visto a lo lejos. Como era domingo, estaba trabajando sólo en el molino. Se había quitado la camisa, y descargaba material que había traído de Charleston.
– ¡Kit!
La luz de la biblioteca la había delatado y por el sonido de su bramido, no estaba de buen humor.
La puerta de la biblioteca voló sobre sus bisagras. Su camisa estaba manchada de sudor y el pantalón sucio remetido en las botas embarradas que seguramente habían dejado manchas en el vestíbulo. Sophronia no estaría feliz por eso.
– Cuando te llame, quiero verte inmediatamente -gruñó él.
– Eso si tuviera alas -dijo ella, pero el hombre no tenía ningún sentido de humor.
– No me gusta tener que buscarte por todos lados cuando vuelvo a casa.
Él estaba siendo tan terco que ella casi sonrió.
– Tal vez debería llevar un cascabel. ¿Quieres algo?
– Por supuesto que quiero algo. En primer lugar, un baño y ropa limpia. Después la cena. En mi habitación.
– Llamaré a Sophronia -incluso mientras lo decía, sabía que él no lo aprobaría.
– Sophronia no es mi esposa. Ella no es la culpable de que haya pasado las seis últimas horas descargando material, algo que no habría ocurrido si tú no tuvieras afición por los fósforos -él se apoyó contra el marco de la puerta, desafiándola a que discutiera-. Tú te ocuparás de mí.
Ella intentó combatir su mal humor con una sonrisa.
– Será un placer. Prepararé tu baño.
– Y la cena.
– Por supuesto.
Mientras pasaba a su lado para dirigirse a la cocina, fantaseó con la idea de montar a Tentación y marcharse lejos, para siempre. Pero eso dejaría Risen Glory en manos de su temperamental marido.
Sophronia no estaba por ninguna parte, de modo que ordenó a Lucy que se ocupara del baño para Cain, y fue a prepararle algo de comer. Pensó en servirle matarratas, pero finalmente se decidió por el plato que Patsy había dejado tapado con un paño de cocina, para mantenerlo caliente. Retiró el paño para que estuviera frío cuándo se lo subiera.
Lucy apareció jadeante en la puerta.
– El señor Cain dice que quiere verla arriba ahora mismo.
– Gracias, Lucy.
Mientras llevaba el plato de comida arriba, sopló al estofado caliente varias veces, esperando enfriarlo un poco más. Incluso había pensado en vaciar un salero, pero no le quería tan mal. Él podía ser el mismo diablo, pero hoy había trabajado duro. La comida tibia, sería su único castigo.
Cuando entró en la habitación, vio a Cain sentado en una silla, todavía completamente vestido. Parecía tan malhumorado como un león con una espina en la pata.
– ¿Dónde demonios estabas?
– Ocupándome de tu cena, queridísimo.
Él estrechó los ojos.
– Ayúdame con mis malditas botas.
Aunque sus botas estaban cubiertas de fango, él fácilmente podría habérselas quitado sólo, pero tenía ganas de fastidiarla. Normalmente habría estado encantada de combatirlo, y ya que él tenía ganas de pelea, decidió ser perversa.
– Desde luego, cariño mío -pasó a su lado, le dio la espalda y se sentó a horcajadas sobre su pierna-. Si haces fuerza, saldrá más fácilmente.
La única forma en que podría hacer fuerza era poniendo su otra bota lodosa en su trasero. Pero ella sospechaba que eso era demasiado, incluso para él.
– No importa, me quitaré las malditas botas yo mismo.
– ¿Estás seguro? Vivo para servirte.
Él le dirigió una mirada oscura, murmuró algo entre dientes, y se quitó las botas. Cuando se levantó para quitarse la ropa, ella se ocupó en ordenar un poco la habitación.
Escuchó el sonido de su ropa caer al suelo, y después el ruido del agua cuándo se metió en la tina.
– Ven aquí y frótame la espalda.
Sabía que había sido demasiado brusco antes y trataba de compensarla. Ella se volvió y lo vio sentado en la tina, el brazo apoyado en el borde, y una pierna mojada colgando sobre el otro borde.
– Primero quítate el vestido para que no te lo mojes.
Esta vez estaba seguro que ella lo desafiaría, que le daría una excusa para ser aún más desagradable. Pero no iba a ganar fácilmente, especialmente cuando ella llevaba debajo una modesta camisola interior, junto con varias enaguas. Evitó mirar el agua de la bañera mientras se desabotonaba el vestido.
– Qué considerado eres.
El agua debía haberlo apaciguado, porque sus ojos perdieron su mirada penetrante, y brilló con un destello de picardía.
– Gracias por notarlo. Ahora frota mi espalda.
Podía complacerlo. Se la frotaría a conciencia.
– ¡Ouch!
– Lo siento -dijo inocentemente desde su posición detrás de él-. Pensaba que eras más resistente.
– No olvides mi pecho -dijo él de forma vengativa.
Eso sería complicado, y él lo sabía. Ella se había mantenido prudentemente detrás de él, y sería difícil frotarle el pecho desde esa posición. Con cautela se puso delante de él.
– No puedes hacerlo bien desde ahí, -cogió su muñeca y la tiró al lado de la bañera, mojando en el proceso la parte frontal de su camisola.
Evitando mirar hacía abajo, puso la esponja en su pecho y empezó a enjabonar el vello que se lo cubría. Hizo todo lo posible para no demorarse demasiado, pero esos sólidos músculos la tentaban. Le encantaba delinearlos.
Se puso de cuclillas y uno de los alfileres del pelo cayó a la tina, provocando que un mechón de cabello tocara el agua. Cain lo alcanzó y se lo puso detrás de la oreja. Sus ojos se paseaban de su cara a sus pechos. Ella sabía que su camisola mojada se trasparentaba.
– Voy a… voy a prepararte la mesa para que puedas comer después de secarte.
– Hazlo -dijo él con voz ronca.
Ella se retiró y se tomó su tiempo poniendo la comida en la mesa junto a la chimenea. Podía oírlo secarse. Cuándo el ruido cesó, se giró cautelosamente hacía él.
Sólo se había puesto unos pantalones y el pelo húmedo lo había peinado de cualquier manera. Se lamió los labios nerviosamente. El juego había cambiado sutilmente.
– Lamento que la comida esté un poco fría, pero estoy segura que estará deliciosa -se desplazó hacia la puerta.
– Siéntate, Kit. No me gusta comer sólo.
Se sentó frente a él de mala gana. Él comenzó a comer, y mientras lo miraba, la cama de cuatro postes en el rincón de la habitación, parecía crecer en su imaginación, llenando toda la habitación. Necesitaba distraerse.
– Seguro que ahora esperas que asuma las responsabilidades de Sophronia, pero…
– ¿Por qué querrías hacer eso?
– No he dicho que quiera. Puedo cocinar, pero soy terrible con el resto.
– Entonces deja que Sophronia se encargue.
Ella estaba preparaba por si él no lo aceptaba, por el contrario, se mostraba totalmente razonable.
– Quiero que te ocupes sólo de una cosa de la casa. Además de atenderme a mí, desde luego.