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– Su carta decía solamente que quería hablar conmigo de algo de vital importancia -le interrumpió Cain. Le disgustaba la gente que alababa sus hazañas en la guerra, como si lo que había hecho pudiera escribirse en una pancarta y colgarla para que todos pudieran leerla.

Woodward cogió unas gafas y se colocó los alambres detrás de las orejas.

– ¿Usted es el hijo de Rosemary Simpson Cain… últimamente Rosemary Weston?

Cain como buen jugador de póker había aprendido a esconder sus sentimientos, pero ahora fue difícil no demostrar las feas sensaciones que le embargaron.

– No estaba al tanto que se había vuelto a casar, pero sí ese es el nombre de mi madre.

– ¿Era su nombre, querrá usted decir? -Woodward le enseñó un papel.

– ¿Ella está muerta entonces? -Cain no sintió nada.

La rechoncha mandíbula del abogado tembló como lamentándose.

– Lo siento. Pensaba que lo sabía. Murió hace casi cuatro meses. Perdóneme por haberle dado la noticia tan bruscamente.

– No se moleste en disculparse. No he visto a mi madre desde que tenía diez años. Su muerte no me dice nada.

Woodward removió los papeles ante él, pareciendo no saber que responder a un hombre que reaccionaba tan fríamente ante la muerte de su madre.

– Yo, uh, tengo una carta que me envió un abogado de Charleston de nombre W. D. Ritter que representaba a su madre -se aclaró la garganta-. El señor Ritter me informa que contacte con usted para entregarle las últimas voluntades de su madre.

– No tengo interés.

– Sí, bueno, eso ya lo veremos. Hace diez años su madre se casó con un hombre llamado Garrett Weston. Él era el propietario de Risen Glory, una plantación de algodón no lejos de Charleston, y cuándo a él le mataron en Shiloh, le dejó la plantación a su madre. Hace cuatro meses ella murió de gripe, y parece que le ha dejado a usted la plantación.

Cain no demostró su sorpresa.

– No he visto a mi madre en dieciséis años. ¿Por qué haría algo así?

– El señor Ritter incluyó una carta que ella le escribió poco antes de morir. Tal vez en ella le explique los motivos -Woodward sacó una carta sellada de la carpeta y la puso delante de él encima de la mesa.

Cain la cogió y la metió en el bolsillo de su levita.

– ¿Qué sabe usted de la plantación?

– Al parecer era bastante próspera, pero la guerra la ha dejado en ruinas. Con trabajo, se podría levantar. Desgraciadamente no hay dinero junto a este legado. Y también está el tema de la hija de Weston, Katharine Louise.

Ahora Cain no se molestó en esconder su sorpresa.

– ¿Está usted diciéndome que tengo una medio hermana?

– No, no. Ella es hermanastra. No hay relación de sangre. La chica es la hija de Weston de un matrimonio anterior. Sin embargo, ella le concierne.

– No puedo imaginar por qué.

– Su abuela le dejó mucho dinero, afortunadamente en un banco del Norte. Quince mil dólares para ser exactos, pero no podrá hacer uso de ellos hasta que cumpla veintitrés años, o se case, lo que ocurra primero. Usted ha sido nombrado su administrador y tutor.

– ¡Tutor! -Cain explotó y se incorporó de golpe en el sillón de cuero.

Woodward se encogió en su propia silla.

– ¿Qué podía hacer su madre? La chica apenas tiene dieciocho años. Hay una sustancial suma de dinero implicado y ningún otro familiar.

Cain se inclinó hacia adelante sobre la reluciente superficie de caoba del escritorio.

– No voy a coger la responsabilidad de una chica de dieciocho años o una plantación de algodón en decadencia.

Woodward hizo una mueca.

– Es su decisión, desde luego, y estoy de acuerdo en que un hombre tan… mundano como usted tenga la tutela de una joven dama es algo irregular. Cuando vaya a Charleston para inspeccionar la plantación, puede hablar con el señor Ritter y comunicarle a él su decisión.

– No hay ninguna decisión -dijo Cain terminantemente-. No pedí esta herencia y no la quiero. Escriba a su colega Ritter y ordénele encontrar a otro pardillo.

***

Cain estaba de pésimo humor cuando llegó a su casa, y no mejoró cuando su chico de establo no acudió a ayudarle con el coche.

– ¿Kit? ¿Dónde diablos estás? -le llamó dos veces antes de que el chico apareciera-. ¡Maldita sea! Si trabajas para mí, quiero que estés preparado cuando te necesito. ¡No me tengas esperando nunca más!

– Saludos también -se quejó Kit.

Saltó del coche ignorándolo y atravesó a zancadas el patio hasta la casa. Una vez dentro, se encerró en la biblioteca y echó whisky en un vaso. Sólo después de apurarlo, se sacó la carta que Woodward le había dado y rompió el sello de cera rojo.

Dentro había una sola hoja cubierta de una pequeña letra casi indescifrable.

6 De marzo de 1865

Querido Baron

Puedo imaginarme tu sorpresa al recibir una carta mía después de tantos años, aunque sea una carta desde la tumba. Un pensamiento morboso. No estoy preparada para morir. Pero la fiebre no remite, y me temo lo peor. Y mientras tengo fuerzas, intentaré arreglar los asuntos que he abandonado.

Si esperas de mí una disculpa, no recibirás ninguna. La vida con tu padre fue excepcionalmente aburrida. Yo no soy una mujer maternal y tú eras un niño muy rebelde. Demasiado duro para mí. Aunque tengo que reconocer que he seguido tus hazañas a través de los periódicos con algún interés. Me encantó enterarme de que te consideran un hombre importante.

Sin embargo, no quiero hablarte de eso ahora. Quería a mi segundo marido, Garrett Weston, que me hizo la vida muy agradable, y es por él por quién te escribo esta carta. Aunque nunca he podido soportar a su andrógina hija Katharine, supongo que comprendo que necesita alguien que la proteja hasta que sea mayor de edad. Por lo tanto te dejo Risen Glory con la esperanza que seas su tutor. Quizás rehúses. Aunque la plantación fue una vez la más próspera de la zona, la guerra ha destruido todo.

Independientemente de tu decisión, yo he descargado mi responsabilidad.

Tu madre

Rosemary Weston

Tras dieciséis años, eso era todo.

***

Kit escuchó las campanas del reloj de la iglesia Metodista del edificio de al lado, mientras se arrodillaba delante de la ventana abierta y miraba con detenimiento hacia la oscura casa. Baron Cain no viviría para ver el amanecer.

El aire crepuscular era pesado y metálico, anunciando una tormenta, y aún cuando su cuarto estaba todavía caliente del calor de la tarde, Kit temblaba. Odiaba las tormentas, sobre todo por la noche. Tal vez si hubiera tenido un padre para refugiarse en él cuando era niña, su miedo habría pasado. En cambio, se había acurrucado en su caseta cerca de los barracones de los esclavos, sola y aterrorizada, segura de que la tierra se abriría en cualquier momento y se la tragaría.

Cain había llegado finalmente a casa hacía media hora. La señora Simmons, las criadas y Magnus estaban fuera durante toda la noche, de modo que estaba en la casa sólo, y tan pronto como se hubiera dormido, el momento sería el ideal.

El retumbar distante de un trueno la acobardó. Trató de convencerse que la tormenta haría su trabajo más fácil. Escondería cualquier ruido que ella pudiera hacer cuándo entrara en la casa a través de la ventana de la despensa que había dejado abierta horas antes. Pero el pensamiento no la consoló. En su lugar se imaginó corriendo por esas calles extrañas y oscuras con una tormenta a su alrededor. Y que la tierra se abriría y se la tragaría.

Saltó cuando se iluminó el cuarto con otro relámpago. Para distraerse, trató de concentrarse en su plan. Había limpiado y lubricado el revólver de su padre y había releído "Confianza en sí mismo" del señor Emerson para infundirse coraje. Luego había hecho un atillo con sus posesiones y lo había ocultado detrás de la casa para poder cogerlo rápidamente.