– Tom sabía que no estabas… comprometido con nadie.
– Entonces, si debo salvar la fortuna Dunham de la iglesia, ¿tengo que casarme con una de las muchachas?
– Sí, señor.
Jared se volvió a las gemelas y pareció estudiarlas detenidamente. Ambas se arrugaron bajo su escrutinio.
– Amanda es mucho más dulce que su hermana -declaró Jared-, pero me temo que sin una buena dote, lord Swynford no podría casarse con ella. En cambio, me temo que ni siquiera con una sustanciosa dote nadie querrá cargar con la endemoniada Miranda. ¡Vaya dilema!
Sus ojos se posaron fugazmente sobre Amanda para descansar en la otra gemela, y Miranda, furiosa, sintió que se ruborizaba. Después de un largo silencio, Jared declaró:
– Amanda ya está comprometida, no voy a hacerla desgraciada obligándola a casarse conmigo cuando ama a lord Swynford. Por lo tanto, debo elegir a Miranda.
«Loado sea el cielo -pensó Dorothea-.Bueno,.Tom, algo bueno habrá salido de tu terrible muerte."
Amanda estaba sentada, quieta, aliviada, con las piernas aún temblorosas bajo su traje. ¡Gracias a Dios!, pensó. ¡Cuánto deseaba que llegara junio!
El abogado Younge carraspeó.
– Bien, pues, todo está arreglado. Señor Dunham, permítame felicitarle tanto por su herencia como por su próximo enlace. Pero hay algo más. Tom pidió que se llevara solamente un mes de luto por él.
– En este caso, arreglaremos la boda para diciembre -replicó Jared tranquilamente.
– No tengo intención de casarme con él. -Miranda había recobrado finalmente la voz-. Papá debía de estar loco para hacer semejante testamento.
– Si te niegas, hundes a tu hermana Amanda.
– Mamá puede darle una dote.
– No, Miranda, no puedo- Si debo mantenerme durante el resto de mi vida, no puedo prodigarme con lo poco que tengo.
– ¡Ah! -exclamó Miranda-. Ahora lo entiendo. Amanda tiene permiso para ser feliz. Tú, mamá, también puedes ser feliz. Sin embargo, yo debo ser el cordero del sacrificio.
– Tienes diecisiete años, fierecilla, y soy tu tutor legal hasta que cumplas veintiuno -dijo Jared-. Me temo que debes obedecerme. Nos casaremos en diciembre.
Miranda miró al abogado en busca de confirmación.
– ¿Puede hacerme esto? -preguntó.
El abogado asintió sin querer cruzar sus ojos con los de la joven.
«Debería estar avergonzado -se dijo Miranda-. Esto no es mejor que la esclavitud.»
– ¿ Quieren dejarnos todos, por favor? -pidió Jared-. Me gustaría hablar a solas con Miranda.
Todos se levantaron rápidamente, encantados de marcharse. El abogado Younge cogió a Dorothea del brazo y la acompañó fuera de la estancia, Amanda los siguió.
El nuevo lord esperó a que la puerta se cerrara tras los tres. Entonces, alargando la mano, hizo que Miranda se pusiera en pie y la atrajo hacia sí.
– ¿Por qué te resistes a mí, fierecilla? -preguntó con dulzura.
Una respuesta rápida y cruel llegó a los labios de Miranda, pero la contuvo al mirarlo a los ojos. Estaban llenos de una extraña ternura.
– Saquemos el mejor partido de una situación difícil. Wyndsong no puede estar sin su dueña, y yo debo tener una esposa. Tú amas Wyndsong, Miranda. Cásate conmigo y siempre será tuyo. Muchos buenos matrimonios han empezado desde menos que el nuestro y te prometo que seré bueno contigo.
– Pe… pero yo no te conozco -protestó-, y no te amo.
– ¿No podrías aprender a quererme, fierecilla? -preguntó con dulzura y su boca se cerró sobre la de Miranda. Terminó en un instante. Sus labios, suaves como pétalos, le dieron su primer beso, un beso tierno, sin pasión, que no obstante aceleró los latidos de su corazón.
– ¿Por qué has hecho esto? -preguntó de pronto, intimidada.
– No puedo estar pegándote siempre -respondió con una sonrisa.
– ¡Oh, eres odioso! -exclamó al recordar el episodio, consciente de que él se acordaría con igual claridad de su azotaina de unos días atrás.
– Aún no me has dado tu respuesta, Miranda. Si te casas conmigo, Amanda podrá casarse con lord Swynford y ser feliz. Sé que quieres mucho a tu hermana.
– Sí -exclamó-, Amanda tendrá a Adrián… y tú la fortuna de papá. ¿Estás seguro de que no es esto lo que quieres?
– Oh, fierecilla -rió-, ¡qué criatura tan suspicaz eres! No necesito el dinero de tu padre. Heredé una bonita fortuna de mi abuela y en los diez últimos años la he triplicado. Si te casas conmigo pondré el dinero de tu padre en un fondo para ti. Podrás disponer de la mitad la próxima primavera, cuando cumplas dieciocho años, y el resto cuando cumplas veintiuno. Será todo tuyo.
– ¿Y si me niego?
– Tú, tu madre y Amanda tendréis siempre un hogar aquí, pero nada más. Tampoco dotaré a ninguna de las dos.
– Entonces no tengo más remedio que casarme contigo, señor.
– Pero te aseguro que tu suerte no será peor que la muerte.
– Esto lo veremos -replicó con aspereza.
– La vida contigo no será aburrida, ¿verdad, fierecilla? -comentó riendo, pero ella se limitó a alzar elegantemente una ceja en respuesta y él rió de nuevo. Qué adorable brujita, pensó, y qué mujer sería algún día-. ¿Puedo decir a tu madre que has aceptado mi proposición, entonces?
– Sí.
– Sí, Jared. Me gustaría oírte decir mi nombre, Miranda.
– Sí, Jared -repitió con voz dulce y el corazón del hombre se aceleró. Pero estaba desconcertado. ¿Por qué tenía aquel efecto sobre él?
Dorothea y Amanda recibieron la noticia con exclamaciones de alegría, que Miranda silenció brutalmente.
– No es una unión por amor, mamá. Necesita una esposa y ha ofrecido poner el dinero en un fondo para mí. Quiero que Amanda sea feliz con lord Swynford. Jared conseguirá su esposa, yo tendré el dinero y Mandy se casará con Adrián. Un arreglo perfecto.
Jared tuvo que contenerse para no reír. Dorothea, su dulce y dolorosamente convencional futura suegra, parecía avergonzada. Miranda entonces dedicó un agudo comentario a su prometido.
– ¿Te quedarás en Wyndsong hasta que nos casemos, señor, o volverás a tu barco?
– Yo no pertenezco a la armada, Miranda, pero tengo derecho a hacer de corsario para el gobierno. En los últimos seis meses mi barco ha rescatado treinta y tres marineros americanos enrolados a la fuerza en barcos ingleses. Quiero que siga navegando, aunque yo no viaje en él.
– Eres perfectamente libre de hacerte a la mar, señor -declaró con dulzura.
Jared le besó la mano y dijo tranquilamente:
– No me perdería nuestra luna de miel ni por el honor de mi amado país, querida fierecilla.
Ruborizándose violentamente le dirigió una mirada venenosa y él le devolvió una sonrisa. Iba a disfrutar viéndola crecer, pensó, y disfrutaría especialmente ayudándola a hacerse mujer, Pero primero tenía que ganarse su confianza y eso, se dijo con cierta tristeza, no le resultaría fácil.
– Mañana tendré que volver al Dream Witch, Miranda. Voy a llevarlo a Newport, donde lo entregaré a mi amigo Ephraim Snow. Será su capitán y continuará su misión, pero después yo iré a Plymouth para ver a mis padres y anunciarles nuestra boda. Creo que el seis de diciembre será una buena fecha para la ceremonia, si te parece bien.
Miranda asintió, pero no pudo contener una pregunta.
– ¿Asistirán tus padres a la boda?
– Vendrá toda mi familia. Mis padres, mi hermano Jonathan, su esposa Charity y sus tres hijos; mi hermana Bess, su marido Henry Cabot y sus dos hijos también vendrán. Estoy impaciente por presentarles a mi adorada, dulce y educada novia.
Los ojos verdes de Miranda relampaguearon.
– Prometo no decepcionarte, Jared -murmuró con inocencia y él rió mientras Dorothea y Amanda se miraban confusas, preguntándose qué estaba pasando.
El día había aclarado. Jared contempló a su retadora prometida y preguntó: