Se levantó y empezó a pasear por el camarote. Su mirada era remota.
– Los tártaros estaban detrás de mí, Kit y su amigo Mirza Eddin Khan estaban delante, yo en medio. Los tártaros gritaban que yo era un bien ganado botín, producto de un asalto, y Kit les gritaba que yo estaba bajo la protección de la ley británica.
– ¿Cómo te libraste?
– Mirza Khan vació en las manos del jefe media bolsa de piedras preciosas. Era una fortuna y realmente muy generoso por su parte. Los tártaros quedaron más que satisfechos por el precio y al fin me dejaron en paz. ¿Podemos cenar ahora? Estoy muerta de hambre.
Miranda pasó delante de Jared y entró en su gabinete privado donde habían dispuesto un pequeño festín para ellos. El cocinero se había tomado la molestia, mientras esperaban que ella subiera a bordo, de comprar productos frescos en los bazares del puerto. Y ahí estaba el delicioso resultado de sus esfuerzos.
Había un asado de ternera, un capón relleno de arroz, de orejones y albaricoques, y una fuente de mejillones cocidos con vino y hierbas aromáticas. Miranda se quedó mirando un plato de tomates y berenjenas y decidió que se parecía demasiado a lo que había estado comiendo durante un año. Se fijó en un gran cuenco de judías verdes y luego en otro de zanahorias y apio a la crema. Había arroz pilaf y kasha y pasó de lo último sin siquiera mirarlo. Jumo a una bandejita de mantequilla fresca había una cesta de pan recién hecho. Cortó una gran rebanada y la embadurnó generosamente de mantequilla. Hacía más de un año que no había visto pan blanco. Se decidió rápidamente acerca de su comida: se sirvió varias lonchas de ternera, un poco de arroz, y algo de zanahoria y apio a la crema. Echó una mirada al aparador, cubierto de tartas de fruta adornadas con nata, un trozo de queso Stilton, lo necesario para preparar té y botellas de vino blanco y tinto.
Se sentó y al instante saboreó un pedazo de ternera en la boca.
– ¡Cómo he añorado la ternera un poco cruda! -rió-. Los rusos la hacen demasiado pasada.
– ¿Y los turcos?
– Suelen comer cordero. Pásame la sal, por favor.
Le pasó el platito de estaño; luego tomó un plato y se sirvió algo de cena. Jared tenía que darse por satisfecho de momento porque sólo iba a contarle lo que quisiera, nada más. Insistir no haría sino alejarla. Comieron en silencio. Miranda terminó pronto y pasó al aparador a prepararse una tetera de té negro de China. Luego cortó dos abundantes raciones de tarta y ¡as llevó a la mesa.
– Tu apetito es magnífico, como siempre -observó su mando.
– En el viaje a Estambul hubo momentos en que pasé mucha hambre. Mignon y yo tratábamos de aumentar nuestra dieta con cangrejos Si caminábamos junto al mar y también recogíamos hierbas y fresas silvestres.
– ¿Quién es Mignon?
– Era la hija ilegítima de un noble francés. Había sido institutriz en San Petersburgo cuando el príncipe la llevó a su finca de Crimea. Dos tártaros la violaron y la mataron a mitad de camino de Estambul. Lo único que deseaba era volver a París.
"¡Dios mío' -pensó Jared-. ¡Cuánto ha sufrido!» Al recordar su anterior inocencia, su inseguridad, admiró sinceramente a la mujer fuerte en que se había transformado,… y se sentía un poco celoso por no haber participado en la transformación.
Miranda se levantó y anunció:
– Ahora me voy a la cama y me gustaría estar sola.
– ¡Hemos estado separados más de dos años! -protestó él.
Noto la súplica encubierta en su voz. ¡Ah, cómo quería responder a esta súplica! Cómo deseaba sentir sus fuertes brazos rodeándola, consolándola, diciéndole que todo iba a salir bien. Pero respiró hondo y dijo.
– Antes de reanudar nuestra vida conyugal quiero contarte lo que me ocurrió en Rusia. Antes sugeriste que tal vez yo fui responsable de mi desgracia. Te equivocas. No soy responsable en absoluto. No obstante, no estoy dispuesta a contar la historia una y otra vez. Os la contaré una sola vez a ti y a nuestra familia. Después no hablaré más de ella. Cuando hayas oído mi historia tal vez no desees reanudar nuestro matrimonio. No puedo mentirte. Sabes que no es mi modo de ser. Hemos esperado mucho tiempo. Unas semanas más no deberían importar. -Se volvió, incapaz de soportar la expresión de su rostro.
– ¿Sabes, Miranda? No has pronunciado mi nombre ni una sola vez -musitó.
– No me he dado cuenta.
– ¡Di mi nombre! -La cogió por los hombros y la volvió de cara a él-. ¡Di mi nombre, maldita sea'
– Ja… Jared. ¡Oh, Jared, te he añorado tanto!
Su boca cayó sobre la de ella antes de que Miranda pudiera darse cuenta y apartarse. Gozó con aquel beso, con el sabor familiar y su tacto asaltándola. Por una fracción de segundo la locura se apoderó de ella, empujándola a que aquel beso los llevara a su natural conclusión. Dejar que él la cogiera en brazos y la llevara tiernamente a la cama. Dejar que la desnudara, la besara y borrara toda vergüenza. ¡Dejar que se enterara de la verdad y que, asqueado, la odiara! Se apartó.
– ¡Te lo ruego, Jared! ¡Por favor, por amor a mí, espera a que estemos de vuelta en Inglaterra!
Lo impresionó su desesperación, el hecho de que ella temblara y llorara a la vez y de que pareciera no darse cuerna. ¿Qué le había ocurrido? No estaba seguro de querer saberlo.
– No me importa lo que ocurrió en Rusia. Te amo. Miranda, y debemos concedernos una segunda oportunidad.
– ¡Pero a mí sí me importa! -fue la terrible respuesta-. Me importa porque me ocurrió a mí. Es como un gran peso sobre mí. ¡Ahora, déjame! Muy pronto lo sabrás todo, pero no quiero acostarme contigo voluntariamente hasta que lo sepas, y si me obligas no te lo perdonaré jamás.
Luego se volvió, corrió a su camarote y cerró a sus espaldas de un portazo.
Jared se quedó un instante mirando la puerta cerrada. Después fue al aparador y cogió una copa y la botella de coñac. Se sirvió una buena ración y después se sentó, inclinado sobre sí mismo y con la copa de cristal rodeada por ambas manos.
Miranda le había dicho que el príncipe no la había tocado, y la creía. Entonces, ¿qué era ese terrible secreto que no le permitía reanudar su matrimonio inmediatamente?
Jared se levantó y entró en el camarote. Su respiración regular le indicó que estaba dormida. Permaneció un buen rato allí, sentado a oscuras. De vez en cuando Miranda se estremecía y gemía. Una vez le pareció oír un nombre, pero no lo pudo descifrar. Por fin, después de quedarse tranquila durante un buen rato, le subió suavemente la ropa para cubrirla.
Por la mañana estaba más pálida que el día anterior. Jared se vio obligado a aceptar su silencio hasta que pudiera hablar a toda la familia, en Swynford Hall, pero no le resultaba fácil. Estar tan cerca de ella, encerrado en los confines del barco sin posibilidad de escapar a su tentadora presencia, era algo muy difícil de soportar. Sólo el dolor de su rostro le impedía presionarla.
El viaje era idílico, con suaves brisas y cielo azul durante el día y estrellado por la noche. Cuando el barco pasó ante las islas griegas y la costa mediterránea, Jared recordó irónicamente un viaje de luna de miel.
El Dream Witch dejó atrás Gibraltar, el cabo San Vicente, el cabo Finesterre y la bahía de Vizcaya, donde el tiempo cambió de pronto y se encontraron de lleno con una tormenta de finales de verano. En medio del fragor, de repente no pudo encontrarla y el corazón de Jared dio un vuelco terrible hasta que la descubrió de pie en la borda, con los nudillos blancos por la fuerza con que se aferraba, el rostro cubierto de lágrimas o de lluvia, lo ignoraba. Luchando contra el viento, cruzó la cubierta hacia ella y la sujetó con fuerza.