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La sintió temblar a través del fino tejido de su capa agitada por el viento y tuvo que inclinarse para que pudiera oírlo.

– Si todo esto ha sido duro para mí, lo ha sido mucho más para ti, Miranda. Francamente, no sé cómo has podido soportarlo. ¡Por el dulce amor de Dios, fierecilla, soy tu marido! ¡Apóyate en mí! ¡Estoy aquí!!no me encierres fuera! ¡No hay nada en el mundo que pueda impedir que te quiera!

Miranda levantó la vista hacia él y el dolor que se reflejaba en sus ojos lo traspasó, pero ella no quiso decir nada. ¿Cuál era su secreto? ¿Qué era tan terrible que la estaba destrozando?

– Entra conmigo, amor mío -le dijo tiernamente y ella asintió- Soltó la mano de la barandilla y dejó que él la devolviera al abrigo del salón.

A la mañana siguiente la tormenta había amainado y un firme viento del sur empujaba el elegante velero hacia el canal de la Mancha. Pocos días después atracaron en Welland Beach.

¡Por fin había vuelto a Inglaterra! Miranda soportó el mal ventilado vehículo y la tensión entre ella y Jared por un día. Pasaron la noche en una posada y cuando emprendieron el camino, a la mañana siguiente, Jared le sonrió.

– He encargado otros dos caballos para que podamos montar en lugar de estar sentados todo el día en el coche. ¿Te gustaría montar, Miranda? No he traído tus pantalones -dijo burlón-, pero supongo que podrás arreglarte con una silla de mujer.

Cabalgaron juntos hasta Swynford a través de la campiña otoñal, deteniéndose para que descansaran los caballos y alimentándose con refrigerios que los diversos posaderos les iban preparando. Al fin avistaron Swynford Hall, iluminada su oscura masa por el sol poniente.

QUINTA PARTE

Inglaterra
l8l4-l8l5

16

Miranda y Jared bajaron las colmas galopando hacia Swynford Hall, seguidos por los dos vehículos. Traspasaron las verjas y el portero, con su curtido rostro hecho sonrisas, empezó a tocar la poco usada campana de bienvenida. Cabalgaron avenida arriba hasta la casa, acompañados por los tañidos de la campana, y entonces una menuda figurita vestida de rosa salió corriendo por la puerta principal adelantándose al lacayo. Jared vio la primera sonrisa verdadera en el rostro de Miranda desde su reencuentro. Sus ojos se plegaron. Espoleando su caballo, recorrió al galope el resto del camino.

– ¡Miranda! ¡Miranda! -gritaba Amanda, lady Swynford, embarazada de su segundo hijo. Saltó excitada cuando su hermana se tiró del caballo directamente a los brazos de su gemela.

– ¡Oh, Miranda' ¡Les decía que no habías muerto! Se lo decía, pero no me hacían caso. ¡Creían que estaba loca!

Miranda dio un paso atrás y contempló a su hermana.

– No -le dijo-, no podían comprenderlo. ¿Cómo podían? ¡Oh, Mandy, cómo te he echado de menos! Tengo contigo una gran deuda. Perky dice que has cuidado de m Tom todo el tiempo. ¡Oh, Mandy, bendita seas!

Volvieron a abrazarse, secándose mutuamente las lágrimas de felicidad. Entraron en la casa cogidas del brazo. Jared se quedó atrás, dejándolas en su reunión, pero ahora corrió a unirse a ellas, porque quería ver el rostro de Miranda cuando viera al pequeño Tom.

– ¿Dónde está mi hijo? -fueron las primeras palabras de Miranda al entrar en el oscuro vestíbulo.

Amanda indicó la escalera donde esperaba Jester con un niño de pelo negro y traje blanco en los brazos. La niñera se acercó despacio y soltó al inquieto niño cuando llegó al último escalón.

– ¡Papá! -El pequeño Tom corrió directamente hacia Jared que, sonriente, cogió al pequeño en brazos y lo besó.

Miranda parecía haber echado raíces. Había dejado un bebé, un bebé que apenas aprendía a levantar la cabeza. ¡Este era un muchacho! Un niño pequeño, pero un niño al fin y al cabo. Su bebé había desaparecido y apenas lo había conocido. De pronto comprendió la enormidad de lo que le había faltado. Miró directamente a Jared y murmuró:

– No sé si podré llegar a perdonarte por esto.

– Ni yo estoy seguro de poder perdonarme -le respondió-. Tenemos mucho que perdonarnos el uno al otro. Miranda.

– Tal vez no podamos, Jared -dijo sacudiendo la cabeza, abrumada.

– ¿No crees que podrías saludar a tu hijo, milady? En esta fase de su vida su atención tiene el alcance de una mosca juguetona. -En efecto, el niño empezaba a impacientarse en brazos de su padre-. Thomas, hijo mío, esta señora tan guapa es tu mamá, que ha vuelto a casa con nosotros. ¿Qué vas a decirle?

Miranda contempló la carita, aquellos ojos verde botella, tan parecidos a los de Jared, y le tendió los brazos. El niño le sonrió con picardía y le tendió sus propios brazos en respuesta. Jared se lo pasó a Miranda y ella lo estrechó con fuerza, con las mejillas cubiertas de lágrimas.

– ¿Mamá llora? -dijo el pequeño Tom, perplejo, y luego la abrazó-. ¡Mamá no llora!

Miranda tuvo que reír. La vocecita imperiosa era muy parecida a la de Jared. Le besó la suave nuca y luego estudió su carita, era la viva imagen de su padre.

– Mamá no va a llorar, Tom -le aseguró. No podía soportar la idea de devolverlo, pero no tuvo más remedio que pasárselo a Jester-. Buenas noches, amorcito. Mamá te verá por la mañana. -Luego miró a la niñera y declaró-: Te has ocupado mucho de él, Jester. Gracias.

Jester se deshizo en sonrisas.

– Es maravilloso volver a tenerla con nosotros, milady. -Ruborizada, dio media vuelta y se marchó arriba con su carga.

– He organizado una magnífica cena de bienvenida. Miranda-sonrió Amanda.

Miranda se apartó despacio de la escalera.

– No podemos sentarnos y tomar una cena normal hasta que haya contestado a todas las preguntas que deseéis hacerme. No quise contarle nada a Jared hasta que estuviéramos todos reunidos. Voy a hacerlo una sola vez, y nunca más.

– Jon y Anne vienen a cenar -objetó Amanda.

– ¿No han regresado a Massachusetts? -preguntó Miranda.

– La guerra entre Inglaterra y América ha sido, sobre todo, una guerra naval -respondió Jared-, y viajar ha sido casi imposible. No podían marcharse.

– ¿Así que aún no ha terminado? -exclamó y Jared, por un instante, vio sus ojos airadamente burlones.

– Terminará pronto y todos volveremos a casa en primavera. En este momento están negociando el tratado.

– Y tú, ¿estás involucrado? -Otra vez la burla.

– He abandonado la política… todo tipo de política -fue la respuesta.

– ¿Qué harás entonces, milord?

– Me ocuparé como es debido de ti y de nuestro hijo.

– Es demasiado tarde -murmuró, tan bajo que sólo la oyó Amanda-. Jon y Anne deben oírme también. Supongo que no habrá otros invitados.

– No, querida mía.

– Entonces, voy a descansar hasta la cena -dijo Miranda-. Supongo que tenemos las mismas habitaciones, hermana.

– Sí-respondió Amanda, enteramente perpleja.

Miranda desapareció escaleras arriba. Su joven hermana comentó, abrumada:

– Está muy cambiada, Jared. ¿Qué le ha sucedido?

– No lo sé, gatita. Se hará como ha dicho. Contará su historia.

– Tengo miedo, Jared.

– Yo también.

Miranda se echó a descansar hasta la cena. Cuando despertó, dos horas después, eligió un suave traje de seda negra, de largas mangas ceñidas y un profundo escote en forma de V. El dobladillo, a la altura del tobillo, estaba bordeado de plumas de cisne teñidas de negro. Las medias eran de seda negra, de cordoncillo, y los zapatos también negros, puntiagudos, sin tacón, llevaban una hebilla de plata en forma de estrella. ¿Cómo había conseguido Jared todos estos trajes antes de su llegada? Mientras pensaba qué joya se pondría, Jared se le acercó por detrás, sigilosamente, y le rodeó el cuello con una larga y fina cadena de oro de la que pendía un enorme diamante en forma de pera. Miranda se quedó contemplando la gema que encajaba sensualmente entre sus senos.