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– Bienvenida, Miranda -murmuró.

– De haber llevado una vida matrimonial estos años -comentó- creo que hubiera debido preguntar qué pecados estabas expiando con esta magnífica joya.

– Veo que tu lengua sigue igual que siempre -observó secamente.

– Hay cosas que no cambian nunca, milord -rió entre dientes.

Abajo encontraron a Amanda, Adrián, Jon y Anne esperándolos. Anne Dunham corrió a abrazarla.

– Mandy tenía razón -sollozó-. ¡Gracias a Dios! Te debo mi felicidad y me alegro de que estés de vuelta y a salvo. ¡Serás la madrina de mi próximo hijo! ¡Prométemelo, Miranda!

– Cielos, Anne. Acabas de recuperarte de un nacimiento, no me digas que estás esperando de nuevo.

– Y no por falta de esfuerzos por mi parte, te lo aseguro, Miranda. ¡Bienvenida a casa hermana!

– Gracias, Jon -le sonrió.

– ¿Tomaréis todos jerez? -preguntó Amanda.

– Siempre la perfecta ama de casa, hermanita -rió Miranda. Se volvió a Adrián y le pidió-; ¿Querrás ocuparte de que no nos molesten hasta que haya terminado de hablaros?

– He advertido al servicio y he puesto a los mastines delante de la puerca para que nadie venga a escuchar.

– Sé que todos sentís curiosidad por saber lo que me ocurrió realmente y os lo diré ahora. Es una historia terrible. Mandy, Anne, sé que os horrorizará lo que tengo que deciros, así que decidid si deseáis oírlo. Os advierto que si os marcháis, vuestros maridos no os repetirán nada de lo que diga. Si decidís quedaros, estad preparadas para escandalizaros.

– Si es tan terrible. Miranda, ¿por qué debes contárnoslo a todos?-preguntó Jonathan.

– Por dos razones, Jon. Debo responder a todas las preguntas que leo en tus ojos y en los ojos de mi familia. También porque es posible que cuando haya contado mi historia, mi marido desee cortar nuestro matrimonio, y no quiero que se juzgue mal a Jared. Esta historia será muy dolorosa para él. Nosotras, las mujeres, también tenemos nuestro honor, Jon.

– Oh, Miranda, ¿qué has hecho? -Los ojos azules de Amanda estaban llenos de preocupación.

– Cállate, Mandy -la riñó dulcemente Anne-. Miranda no ha cometido ningún pecado. Sospecho que los pecados se han cometido contra ella.

– Querida y sabia Anne -murmuró Miranda-. Sentaros todos, por favor. Me gustaría empezar.

Se quedó de pie delante de la chimenea y miró a su público. Su hermana, su cuñada, sus dos cuñados, su marido. Los caballeros con trajes de etiqueta, en blanco y negro. La dulce Anne con su dulce rostro y los rizos cobrizos y graves ojos grises, vestida de color verde lima. La querida Amanda, de lila, con su embarazo visible, tan visible como la angustia en sus ojos.

– Todos conocéis el engaño que organizó lord Palmerston con Jared y Jonathan Dunham. Jared llevaba casi un año fuera y Jon, enamorado de Anne, se había casado en secreto con ella. Yo había tenido a mi hijo sola. Oh, ya lo sé, Mandy: tú, Adrián y Jon estabais conmigo, pero seguía estando sola. Yo quería a Jared y Palmerston se negaba a decirme nada. Empezaba a preguntarme si mi marido seguiría con vida. Pasaba unas noches espantosas.

"Decidí que debía ir a San Petersburgo. Ahora me doy cuenta de lo ingenuo que era todo y, sin embargo, en aquel momento parecía muy sencillo. Viajaría en mi propio yate con un capitán y una tripulación de confianza. Iría a San Petersburgo, pediría noticias de mi marido al embajador británico y luego Jared y yo regresaríamos a Inglaterra. Incluso había imaginado que si su misión no había tenido éxito -y es obvio que no lo tuvo- no me sería fácil traerlo de vuelta.

Les explicó el escaso tiempo que estuvo en San Petersburgo.

– Ahora debo dejar la historia por un momento para explicar que la fortuna de la familia Cherkessky procede de una granja de esclavos de Crimea, o mejor dicho, la fortuna procedía de aquella propiedad hasta que el primo tártaro de Alexei Cherkessky destruyó la granja. Los esclavos que se producían en la propiedad eran solamente blancos y rubios. Los rubios producen una fortuna en los mercados del Cercano y Medio Oriente. El semental estrella del príncipe, Lucas, tenía mi mismo colorido, cabello rubio platino y ojos claros, y se sabía que solía engendrar principalmente hijas. Las hembras son una mercancía más valiosa que los varones cuando uno se dedica a criar esclavos caros para los harenes, más que esclavos de trabajo. Cuando Sasha me vio supo que yo era exactamente la mujer qué el príncipe había estado buscando durante varios años: una compañera perfecta para Lucas.

Amanda dejó escapar un pequeño grito de horror.

– ¡Miranda! ¿Qué estás diciendo? La gente no cría personas, sólo animales.

– No, Mandy. En este mundo hay gente que cría otros seres humanos para obtener provecho. ¿Recuerdas, antes de que Jared y yo nos casáramos, que me contaste la historia de la hija de un clérigo que fue llevada a una granja de esclavos en las Indias Occidentales? Yo lo tomé a broma, pero la crianza de seres humanos para venderlos se sigue haciendo ahora, y durante la mayor parte del año pasado yo he vivido en ese infierno.

Amanda abrió unos ojos enormes y palideció, pero no se permitió desmayarse. Su gemela había vivido un infierno y lo menos que podía hacer era escuchar.

Miranda se calló para tomar un sorbo del pálido jerez que tenía en su copa, echando una ojeada a su auditorio. Se daba cuenta que los hombres habían empezado a sospechar el argumento de la historia, y Jared se mostraba ceñudo. «Oh, Dios -pensó-, ¿por qué mi carácter me fuerza a contar la verdad?»

– Continúa, Miranda. -La voz de Jared la sorprendió.

Sus ojos se encontraron por un instante y la desconcertó lo que encontró allí. Vio compasión. Vio ternura y comprensión. ¡Vio amor! Su voz se quebró y por un momento no pudo hablar. Jared se acercó a ella y la rodeó con su fuerte brazo.

– Continúa, mi amor. Dilo todo y olvídalo.

Y así fue desgranando los detalles de su estancia en San Petersburgo. En un momento dado, Jared la interrumpió.

– ¡Oh, Dios! Si alguna vez le echo el guante a Gillian Abbot la mataré -exclamó enfurecido.

– Ya está muerta. El cadáver que se encontró en el Neva era el de Gillian. Se había teñido de rubio.

Continuó con el capítulo de Crimea y sus oyentes estaban cada vez más impresionados por cada revelación. Vio miedo en sus rostros, y asco, ultraje y piedad. Trató de no mirar a ninguno en particular, porque si lo hacía no sería capaz de continuar.

– Yo era una esclava más, sabéis, y mi misión era aparearme con Lucas para producir hijas. Una vez traté de escapar por mar, pero me atraparon. Afortunadamente, Lucas era un hombre bueno. -Aquí su voz empezó a temblar-. Yo… nos metieron juntos en la choza de apareamiento.

Jared emitió un extraño suspiro, y su hermano preguntó:

– ¿Qué demonios es una choza de apareamiento?

– Es el lugar a donde envían a los esclavos elegidos para este propósito -respondió Miranda, lenta y deliberadamente-. Es una construcción pequeña sin ventanas y con un catre. No hay nada más.

– ¡Dios mío! -La voz de Jared sonó tierna a su oído. Adrián y Jonathan tuvieron que apartar la mirada y Amanda y Anne estaban ambas con la boca abierta por la impresión. Las pestañas de Miranda bajaron sobre sus pálidas mejillas. Se obligó a seguir.