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El traje no tenía verdadera cintura porque la falda, que llegaba al tobillo, empezaba debajo del busto. Había una ancha banda de plumas adornando el dobladillo así como el escote. Las manguitas balón estaban hechas a tiras alternas de terciopelo y gasa. Sus medias de seda verde oscuro tenían estrellitas de oro bordadas en ellas, al igual que sus zapatitos de cabritilla verde.

El traje de Miranda era engañosamente simple. En realidad servía como marco de sus magníficas joyas. El collar era de esmeraldas talladas en redondo, cada piedra rodeada de pequeños diamantes y engarzada en oro. Descansaba sobre la piel lechosa de su pecho. Llevaba pulsera y pendientes a juego. En su mano derecha brillaba un diamante redondo, rodeado de esmeraldas, y en la izquierda una esmeralda rodeada de brillantes junto a su alianza.

A Miranda no le interesaban ni los tirabuzones ni los rizos de la moda en boga. Tampoco quería el moño trenzado, porque lo encontraba poco sano para su pelo. Llevaba el pelo como dos años atrás, con raya en medio, cubriendo parte de las orejas a fin de dejar al descubierto los lóbulos y los pendientes y luego recogido en un moño blando en la nuca. Éste era el estilo que mejor convenía a su pelo abundante y pálido.

Después de saludar al duque, a la duquesa y a la ruborizada Georgeanne, Miranda y Jared pasaron al salón de baile para que les vieran sus amigos. Lady Cowper se adelantó sonriente, con las manos tendidas hacia Miranda. Besó afectuosamente a lady Dunham en ambas mejillas.

– ¡Miranda! Oh, querida, es milagroso volver a tenerla entre nosotros. ¡Bienvenida! ¡Bienvenida otra vez!

– Gracias, Emily. Me alegro de estar aquí, sobre todo porque ésta va a ser nuestra última temporada en Londres por algún tiempo.

– ¡No me diga!

– Emily, somos americanos. Nuestro hogar está en Estados Unidos y llevamos tres años lejos de él, mucho más de lo que habíamos supuesto. ¡Queremos volver a casa!

– ¡Jared, apelo a su amistad! -Emily Cowper volvió su bello rostro hacia Jared.

– Querida -rió-, debo confesar que yo también deseo volver a casa. Wyndsong es un magnífico pequeño reino y empezaba a conocerlo cuando tuve que venir a Inglaterra. Estoy encantado de regresar.

Lady Cowper esbozó un mohín de disgusto.

– Nos aburriremos sin ustedes dos.

– Emily, me halaga usted -dijo Miranda-, pero la buena sociedad nunca se aburre. ¡Tal vez sea imprevisible, pero nunca aburrida! ¿Qué he oído decir acerca de la princesa Charlotte y el príncipe Leopoldo de Saxe-Couburg?

Emily Cowper bajó la voz y dijo en tono confidenciaclass="underline"

– El pasado verano, la pequeña Chartey se enamoró del príncipe Augustus de Rusia, pero como no había nada que hacer por esta parte, se ha decidido por el príncipe Leopoldo. Querida mía, el muchacho es tan pobre que el año pasado tenía una habitación encima de una tienda de ultramarinos. Lo que pueda ocurrir son sólo especulaciones.

– Le aconsejo que evite a los rusos -murmuró Miranda. Oyó que pronunciaban su nombre, se volvió y se encontró con el duque de Wye.

– Querida mía -dijo, mirando con picardía hacia el escote y acto seguido alzando la vista hacia ella-. ¡Cómo me alegro de volver a verla! -Se inclinó sobre su mano, con la admiración claramente reflejada en sus ojos turquesa.

Miranda se ruborizó deliciosamente al recordar su último encuentro. Echó una mirada de soslayo a Jared y comprendió al instante que Jonathan le había contado el intento de seducción de Whitley. ¡La expresión de Jared era glacial!

– Gracias, señoría.

– ¿Me permite presentarle a lady Belinda de Winter? -añadió el duque.

Los ojos verde mar de Miranda se fijaron en la morenilla vestida de seda amarillo pálido que iba del brazo del duque. Fue un momento embarazoso e incluso lady Cowper se sorprendió por la falta de tacto de Darius Edmund. Miranda esbozó una media sonrisa.

– ¿Qué tal, lady De Winter?

Belinda de Winter miró descaradamente a su acérrima rival.

– Su marido se quedó muy sorprendido de su regreso -dijo toda mieles, implicando deliberadamente una intimidad mayor entre ella y Jared de la que realmente existía.

Emily Cowper se quedó estupefacta. ¡Dariya de Lieven tenía razón acerca de la niña De Winter! ¿Qué diría Jared? ¿Por qué Miranda tenía que sufrir más aún después de todo lo que había pasado? Sin embargo, Miranda era capaz de defenderse sola.

– Jared ha pasado cada instante desde mi regreso asegurándome de su cariño -declaró con tanta dulzura como pudo, que era mucha-. Sólo me cabe esperar, lady De Winter, que cuando finalmente encuentre marido, le resulte ser tan amante y considerado como lo es el mío.

Los Dunham se inclinaron ante la concurrencia y se alejaron.

Lady Emily Cowper se volvió furiosa contra Belinda.

– La estaré vigilando, jovencita -dijo vivamente-. Puedo borrarla de Almack's si lo decido. Su comportamiento para con lady Dunham ha sido impropio, por no decir deliberadamente cruel. Confío en que se dé cuenta de que sus esperanzas acerca de lord Dunham ya no son válidas.

Lady Cowper dio media vuelta y cruzó el salón en busca de su amiga, la princesa De Lieven.

– ¡Vieja ballena! -barbotó Belinda.

– Bueno, tendrá como mucho veintisiete años -murmuró el duque, divertido-, pero no es prudente enemistarse con Emily Cowper, Belinda. No considero adecuado que sigas abrigando esperanzas acerca de lord Dunham. Está muy enamorado de su mujer, y ella de él.

– Estaba dispuesto a proponerme matrimonio -masculló Belinda en voz baja-. Sí ella no estuviera aquí, yo sería ya su esposa.

– Pero está aquí, querida, y dentro de unos meses volverán a Estados Unidos. Ya no formarán parte de tu vida.

Belinda de Winter no respondió porque estaba ocupada ordenando sus impresiones acerca de Miranda Dunham. Se vio obligada a reconocer que la dama era de una belleza increíble. Ella y Jared formaban una pareja imponente, ambos altos y elegantes, él con su belleza morena complementando el delicado colorido de su esposa.

Durante un tiempo, Belinda se sintió dominada por la desesperación. Quería ser la esposa de Jared Dunham, la dueña de su mansión americana, para librarse así de su padre y de su hermano.

El baile no podía empezar hasta que llegaran el príncipe regente y su hija, la princesa Charlotte. Sin descolgarse del brazo de Whitley, Belinda recorrió el salón y le encantó descubrir que ninguna de las debutantes de este año era tan hermosa como ella. Eso la tranquilizaba.

Abajo, en el vestíbulo, hubo una súbita actividad que indicaba una llegada importante.

– Señores y caballeros -anunció el mayordomo con voz estentórea-. Su alteza real, el príncipe regente y la princesa Charlotte.

La banda inició la música apropiada mientras George, que sería un día el cuarto de su linaje, y su bonita hija de diecinueve años, hacían su entrada en el salón. La pareja real pasó entre la hilera de parejas inclinadas y se detuvo de pronto ante Miranda Dunham. Delicadamente, el príncipe la levantó y sonrió bondadosamente.

– Querida, damos gracias a Dios por que os ha devuelto a nosotros.

Miranda sonrió al gordo príncipe regente.

– Agradezco las oraciones de vuestra alteza. Me alegro de que las hostilidades entre nuestros dos países hayan terminado.

El príncipe le levantó el rostro.

– ¡Hermosa! ¡Oh, qué hermosa! -A continuación añadió-: ¿Conoce a mi hija, lady Dunham?

– No, alteza real, aún no he tenido el honor -respondió Miranda.

El príncipe regente sonrió a su única hija, con la que se había reconciliado hacía poco:

– Charlotte, cariño, ésta es lady Dunham, de la que hemos estado hablando.

Miranda hizo una reverencia. La princesa sonrió.

– Tengo entendido que ha sido muy afortunada en su huida, lady Dunham. Estamos encantados de conocerla al fin.

– Gracias, alteza.