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– Alteza, ¿puedo presentarle a mi hija lady Georgeanne Marie?

El príncipe dirigió su mirada a la preciosa y elegante muchacha que estaba ante él. Sin apartar los ojos de ella en ningún momento, se llevó su manita a los labios y la besó. Luego, la sostuvo lo suficiente para que el color arrebolara sus mejillas.

– Lady Georgeanne -le dijo-, mi corazón está ya vencido por su belleza. Sólo puedo esperar que me conceda un baile.

Georgeanne rió, intimidada.

– Oh, alteza -exclamó con su voz clara y nasal-, todos mis bailes están comprometidos.

– ¡Tonterías! -la duquesa arrancó el carné de baile de la mano de su hija y rápidamente lo recorrió con la mirada-. Mira, niña, aquí tienes un baile que puedes reservar para el príncipe. El baile de la cena lo tienes disponible.

– Espero que me permita acompañarla a la cena -cortó el príncipe complacido, preguntándose qué joven habría sido el perjudicado.

– Por supuesto que se le permitirá llevarla a cenar -se apresuró a asegurar la duquesa-. ¿No es cierto, cariño?

– Sí, mamá -fue la respuesta de Georgeanne mientras volvía a colgar el carné de baile de su muñeca, diciéndose que lord Thorpe, de Thorpe Hall, el caballero descartado para dejar sitio al príncipe, no era muy interesante. Sería motivo de envidia de todas las jóvenes que se hallaban esta noche en el salón, por ir a la cena del brazo del príncipe. Le gustaba cómo la miraba, estudiándola fríamente, con los ojos clavados en su busto lozano. Seguía manteniendo la mirada modestamente baja porque sabía que los hombres, sobre todo los expertos como el príncipe Cherkessky, gustaban de las jóvenes inocentes.

– ¡Lord Dunham! -llamó la duquesa al ver pasar bailando a Jared y Miranda, que no tuvieron más remedio que detenerse-. Alteza, quisiera presentarle a lord y lady Dunham, de los que le hablé hace un instante. El príncipe Cherkessky, de San Petersburgo y, naturalmente, mi hija lady Georgeanne.

Jared se inclinó cortésmente ante Georgeanne y fríamente ante el príncipe. Miranda dedicó al grupo una graciosa reverencia, con los nervios a flor de piel, deseosa de gritar cuando Alexei Cherkessky le besó lentamente la mano.

– He oído comentar su milagrosa huida, milady.

– No huí de nada, alteza -fue la tranquila respuesta-, simplemente tuve la enorme suerte de que me rescataran del mar.

– Me refiero a la huida de los fríos brazos de los Hados -la retó.

– Mi esposa tuvo una suerte increíble -observó Jared-. Me he propuesto no volver jamás a perderla de vista. No tardaremos en volver a casa, a América.

– Si lady Dunham fuera mi esposa, tampoco la perdería de vista-fue la burlona respuesta del príncipe.

Las miradas de ambos hombres se cruzaron por un instante.

Alexei Cherkessky no se sorprendió por el odio glacial que vio en los ojos de Jared Dunham. ¡Así que Dunham lo sabía! Pero amaba a su mujer y la protegería. De modo, se dijo el príncipe, que estoy a salvo. No dirán nada.

– ¡Lo mataría con mis propias manos! -exclamó Jared al alejarse bailando.

– ¿Qué estará haciendo aquí? -murmuró Miranda.

– Seguro que Emily Cowper y Dariya Lleven lo saben. Pregúntales. Buscaré un momento para ver a Palmerston y averiguar si es algo oficial, aunque lo dudo.

– ¡Milord? -A su lado apareció un elegante caballero-. Creo que éste es mi baile con Lady Dunham, señor.

– Claro. -Se separó mientras Miranda era arrastrada por el joven.

En realidad, fue Amanda, aún más horrorizada que su hermana ante la aparición de Alexei Cherkessky, quien descubrió la razón de la presencia del príncipe de Inglaterra. Habían cenado juntos y venía rebosante de información.

– Su mujer se suicidó estando embarazada -explicó Amanda dramáticamente, con los ojos azules brillantes-. ¿Por qué lo haría, me pregunto?

– ¿Sabes si hubo algún escándalo? -preguntó Jared.

– Ninguno que se haya sabido, pero una no deja de darle vueltas a la suposición. En cualquier caso está aquí, en Inglaterra, buscando una nueva esposa. Según dicen, se ha fijado en Georgeanne Hampton. ¡Y sus padres lo aprueban!

– Dios mío -exclamó Miranda-, el hombre es un sodomita, un asesino, un corruptor de mujeres. ¡Pobrecilla niña! Jared, ¿no podemos hacer nada para evitar semejante enlace? Los duques no deben de conocer su reputación, de lo contrario no estaría aquí. ¡Es un demonio!

Adrián Swynford sacudió la cabeza.

– Es imposible, Miranda, que descubramos a Cherkessky sin exponerte a ti. No sólo te pondría a ti en entredicho, sino también a mi familia. Y no lo quiero. Amanda y yo tenemos ahora una hija que considerar, así como el pequeño Edward. Si me encontrara ahora en la situación de Northampton, buscando un buen marido para nuestra Arabella, rebuscaría por cielo y tierra… príncipe o no. Si el duque no se ve arrastrado por la imbécil de su mujer investigará un poco el pasado de Cherkessky. Cuidarán de Georgeanne. No me preocupa.

Estaban sentados en uno de los pequeños veladores que se habían repartido por el comedor para poder acomodar el bufé. Las mesitas tenían como fondo una barrera de palmeras metidas en enormes maceteros de porcelana de Wedgewood en blanco y amarillo. Detrás de esas palmeras, lady Belinda de Winter había oído cuanto necesitaba saber.

Los ojos de Belinda acariciaron secretamente al hombre que deseaba tan desesperadamente, entreteniéndose en el soberbio ceñido de sus pantalones. ¡Cuántas veces sus ojos buscaron aquella parte de él!

Era un animal magnífico. Ansiaba alargar la mano y dejar que sus dedos resbalaran sobre el perfil de su hombría, acariciándolo hasta que hiciera saltar la barrera de tas maravillosas costuras y que, enloquecido de deseo, la tomara allí mismo en el suelo del salón. Suspiró y casi perdió el sentido ante la idea.

Se recobró. Soñando no recuperaría a Jared. Y debía volver a ella. Jamás le habían negado nada a Belinda, nadie lo haría jamás. A la mañana siguiente, Belinda mandó una nota al príncipe Cherkessky, que vivía en el hotel Putney, uno de los establecimientos más elegantes y discretos de Londres. La nota era precisa. Decía así:

Si toma en serio su conquista de Georgeanne, puedo asegurarle el éxito si me concede solamente unos minutos de su tiempo.

Firmó con su nombre y selló la misiva, luego la entregó a su doncella personal, encargándole que esperara respuesta. No tenía intención de que la apartaran de su propósito. No ahora que la victoria estaba al caer.

18

E1 príncipe regente daba un baile de disfraces en Carleton House para dos mil invitados. El motivo era la llegada del equinoccio vernal, la primavera, y en los jardines se presentaría un espectáculo sobre el tema. No había una sola modista de fama en Londres que no estuviera ocupada más allá de sus fuerzas y había gran número de jóvenes sombrereras que esperaban ganarse una reputación en una sola noche, con los disfraces que estaban cosiendo para sus ricas dientas.

La duquesa de Northampton había decidido ya lo que iban a llevar su hija Georgeanne y su ahijada Belinda de Winter. Vestirían como vestales romanas, envueltas en túnicas de muselina y guirnaldas de rosas de los invernaderos en el pelo; amarillas para Belinda y rosa para Georgeanne.

La duquesa no podía sentirse mas satisfecha por cómo se desarrollaba la temporada. A sus dos niñas les iba de maravilla. El príncipe Alexei Cherkessky había elegido decididamente a Georgeanne.

Cortejaba con ardor a la muchacha, lo mismo que hacían otros jóvenes de buena familia. Georgeanne, deliciosa criatura, había pedido consejo a su mamá y Sophia Hampton se había preocupado de señalarle las ventajas e inconvenientes que había en todos sus pretendientes. Había sido una suerte que Belinda se mostrara tan entusiasmada con el ruso.