– ¡Es como un cuento de hadas hecho realidad, Georgy! Imagínate, conseguir a un príncipe que se te lleve a su castillo. ¡Y es tan distinguido! Encuentro que sus ojos son magnéticos. ¡Oh, qué afortunada eres!
– Pero Rusia está muy lejos de Inglaterra -objetó Georgeanne, dubitativa.
– ¡Bah, San Petersburgo es el París del norte y las noches de verano son eternas en medio de un resplandor soleado. ¡Todo es tan romántico! Simplemente, me moriría si un hombre de tanta experiencia como el príncipe Cherkessky me cortejara en serio. Piensa en ello, cariño. ¡Serás la princesa Georgeanne!
– Y llevaré una coronita de diamantes todo el día -rió Georgeanne.
La duquesa sonrió indulgente. Todo iba viento en popa. Tal vez podía preparar la boda para junio o julio. ¡Sería todo un triunfo! Incluso su querida Relinda tenía más éxito esta temporada. Darius Edmund, duque de Whitley, parecía abrigar intenciones serias. Si terminaba la temporada con dos bodas importantes a su cargo… casi se desmayó de pura felicidad. Su hija con un príncipe y su ahijada con un duque. No había una sola madre en todo Londres que lo hubiera hecho tan bien. Ya le parecía oír las felicitaciones, y levantó orgullosa la papada. Luego se le cayó el alma a los pies. Si lo hacía tan bien con Georgeanne y Belinda, ¿qué quedaría para sus dos hijas menores? ¿Augusta y Charlotte? Cualquier partido inferior a herederos de casas reinantes sería decepcionante. Mejor que ya empezara a buscar. Con todo el dinero de Algie, podrían encontrar un título antiguo pero pobre. Alemania estaba llena de ellos. Sí, buscaría en Alemania y posiblemente en Italia. El título de Algie tendría que ir a parar a su maldito sobrino, ¡pero el dinero era todo suyo!
Entre tanto, un pequeño problema en su horizonte era poder meter a Algie en la toga de un senador romano para que hiciera pareja con ella, que iría de matrona romana. ¡Pero era tan testarudo! Después de todo, la toga lo cubría igual que un traje. ¡Hombres!
Amanda, lady Swynford y su hermana Miranda, lady Dunham, contrataron una costurera joven, desconocida pero con mucho talento para que les hiciera los trajes. La muchacha viviría en Swynford Hall mientras trabajara y no se le permitiría regresar a su casa hasta después de la noche del baile de disfraces. Había corrido la voz de que lady Swynford iría de paje medieval y su hermosa gemela de bruja malvada. Era exactamente lo que las dos hermanas querían que todo el mundo creyera. Porque habían decidido intercambiarse los trajes.
Nadie, ni siquiera sus maridos, sabían que Miranda sería el paje y Amanda la bruja malvada.
Estudiaron el modo de compensar su diferencia de estatura. La diferencia, decidieron, se corregiría si Amanda llevaba zapatos con tacones de diez centímetros.
– Ambas nos vestiremos aquí, en Swynford Hall, y así veremos si podemos engañar a Adrián y Jared -rió Amanda-. Si podemos engañarlos, confundiremos a todo el mundo. No sé por qué el príncipe insistió en que todo el mundo debía declarar el disfraz que llevaría ante su secretario. Ni por un momento creo en esa estupidez de evitar duplicados del disfraz. Precisamente esto es lo divertido de los disfraces, saber que tu amigo viene de Arlequín y no poder adivinar cuál es entre los ocho o diez arlequines asistentes.
– Piensa un poco, querida -observó Miranda-. Prinny ha hecho que todo el mundo declare su disfraz para saber quién se oculta detrás de cada antifaz. Ya sabes cuánto le gustan las bromas. Se acercará a uno u otro y tímidamente adivinará su identidad; sin duda, el invitado será lo bastante prudente para felicitar a su alteza real por su excelente percepción.
– ¿Pero cómo diablos puede adivinar la identidad de dos mil personas?
– Oh, no lo hará con todos, sino con alguno de sus amigos-concluyó Miranda.
– ¿Y si se nos acerca?
– Ríe. Mueve la cabeza y sal corriendo en otra dirección -sugirió Miranda y ambas jóvenes se echaron a reír ante la hilaridad de la situación sugerida.
– No creo que pueda correr mucho con estos tacones -jadeó Amanda-. Como máximo lograré mantenerme en pie. -E inmediatamente cayó hecha un ovillo.
– Debes practicar más -la animó Miranda-. No estaría bien que cayeras de bruces ante el príncipe. -Volvieron a desternillarse de risa. Mary Grant, una muchacha bonita, de nariz respingona, se mostró encantada de participar en el juego. Ambos trajes eran preciosos, había hecho un gran trabajo y ambas señoras le habían asegurado trabajo adicional. Miranda se proponía renovar todo su vestuario para llevárselo a Wyndsong, porque sabía que tardaría tiempo en volver a Inglaterra. En cuanto a Amanda, una dama de la buena sociedad que pertenecía al círculo del príncipe regente, necesitaba por lo menos dos vestuarios completos al año.
El traje de bruja era exquisitamente sensual y romántico, Era de vaporosa seda negra y chiffón negro, con un gran escote bordeado de plumas negras. Las mangas eran anchas a partir de los hombros y recogidas en la muñeca por una banda de seda más gruesa bordada de estrellas y lunas con hilo de plata. El cuerpo era ceñido hasta las caderas, desde donde arrancaba una falda de grandes vuelos. El dobladillo también tenía un remate de plumas y cubría los altísimos tacones de Amanda. Su gorro era el típico cono de ala ancha que se suponía propio de las brujas, excepto que el ala no era tan ancha como de costumbre y que un velo de suave gasa negra le colgaba del sombrero sobre la espalda y uno más corto le cubría el rostro. Debajo del velo Amanda llevaba su antifaz, una creación de seda negra y encaje plateado. Por debajo del sombrero de la bruja asomaba una maravillosa masa de cabello platino, una peluca confeccionada en el mayor secreto gracias a un rizo del pelo de Miranda. Amanda lucía un collar de cuentas de ónix negro engarzadas en placa que descansaba sobre su pecho, sobre el nacimiento de los maravillosos senos.
– Dios mío, Mandy -suspiró Miranda-. Estás sencillamente espléndida con este traje. No cabe duda de que engañarás a todo el mundo. ¡Yo misma juraría que soy yo!
Súbitamente, Amanda se echó a llorar.
– En toda nuestra vida no hemos podido hacer el tipo de bromas que pueden hacer los gemelos idénticos. Ahora que por fin se nos brinda la oportunidad, no es un debut, sino una representación de despedida. ¡Oh, Miranda, no quiero que regreses a América!
– Mandy, cariño, Wyndsong es mi casa. Inglaterra no lo es, América, sí. Tú estás mejor preparada que yo para la vida de una noble inglesa. Es como si hubieras nacido para ello. Eres dulce, tienes buenos modales y eres ocurrente. Te conformas con esta tierra preciosa y remilgada con toda la tontería que lleva consigo la buena sociedad. Pero yo, cariño, soy americana.
»0h, sí, he dulcificado mi brusquedad, es cieno, pero bajo el barniz de la señora de Wyndsong hay una yanqui atrevida y testaruda, que encuentra ridículo ir en coche y dejar tarjetas de visita para dar fe de haber estado en casa de alguien, cuando la señora de la casa sabe muy bien que hemos estado porque miraba a través de las cortinas y nos vio subir por el camino. Este tipo de vida me impacienta, y también a Jared.
»La mayoría de la gente bien es inútil, Mandy. Los que hacen algo que valga la pena son una minoría. A Jared no le satisface llevar la vida de una mariposa social, ni a mí tampoco.
Secó las lágrimas de su hermana y le advirtió:
– Vas a estropear este disfraz tan precioso que te ha hecho Mary. Basta ya, Mandy. No estoy dispuesta a aguantarlo. -Se parecía tanto a la antigua e impaciente Miranda que Amanda tuvo que echarse a reír.
– ¡Vístete ya. Miranda! Nos retrasarás como de costumbre y me echarán la culpa a mí, porque figura que yo soy tú.
Miranda se rió y rogó a Mary que la ayudara a vestirse. El disfraz de paje era tan perfecto como el de bruja e igualmente efectivo. Mary había hecho personalmente las medias de seda azul oscuro y las incorporó a unos ceñidos pantaloncitos del mismo material. Cuando Miranda expresó disgusto al verlos, Mary explicó: