– ¡Oh, Dios! -Se lamentó el cochero-. ¡Una noble! Perderé la licencia. ¿Quién mantendrá ahora a mi mujer y mis niños?
Jared se enderezó.
– No se preocupe. No ha sido culpa suya. Como le he dicho, la señora no estaba bien. -Se tocó la cabeza para que lo entendiera.
– Oh, comprendo, milord. La dama estaba como un cencerro.
– ¿Quién es su señor? -preguntó Jared.
– Lord Westerly -contestó.
– Di a tu señor que has tenido un accidente, pero que no ha sido culpa tuya. Háblate de mí para confirmarlo. Soy lord Dunham y ésta es mi casa.
– ¡Oh, gracias, milord! ¡Gracias!
Jared se volvió y se dirigió a la casa. Simpson y dos de los lacayos entraban el cuerpo de Belinda. Habría que informar inmediatamente a los duques de Northampton.
Miranda se quedó llorando en el vestíbulo.
– Ahora jamás encontraremos a Mandy.
– Cherkessky sabe dónde está -masculló airado-. ¡Si él o alguien de los suyos han maltratado a Mandy lo mataré! Naturalmente, no puede anunciar su compromiso con la inocente Georgeanne Hampton. También tendré que impedir la boda.
El duque de Northampton estaba tomando un desayuno temprano en el pequeño comedor familiar de Northampton House cuando su mayordomo vino a decirle que lord Dunham quería verlo para un asunto urgente.
Con un gruñido de fastidio, el duque se levantó de la mesa, tiró la servilleta y se dirigió a la biblioteca.
– Buenos días, Dunham. ¿Qué es más importante que mi desayuno?-preguntó bromeando.
– Belinda de Winter ha muerto -le espetó Dunham sin más preámbulos.
– ¿Qué?
– Intervenía en un complot para secuestrar a mi esposa, pero la cosa salió mal y capturaron en cambio a mi cuñada. Belinda, que ignoraba el error, vino a mi casa de Devon Square esta mañana. Al ver a Miranda se desquició. Salió corriendo a la calle y un coche la atropello.
– ¡Debe de estar loco, Dunham! Belinda no tiene cabeza para cosas tan complicadas. Además, ¿qué quería hacer con lady Dunham?
– Belinda quería casarse conmigo, milord, y Miranda se lo impedía. Su cómplice era el príncipe Cherkessky.
– ¡Milord! -El duque enrojeció sintiéndose ultrajado-. Debo rogarle que tenga cuidado con sus palabras. El príncipe Cherkessky se va a casar con mi hija Georgeanne en julio. Mañana aparecerá la noticia en los periódicos.
– Mejor será que lo impida, milord.-La voz de Jared sonó ominosa-, a menos que no le importe casar a su hija con el hombre que asesinó a Gillian Abbot, el hombre cuya fortuna procede de una granja de esclavos y que no goza del favor del zar. Ese hombre rapta a mujeres inocentes con intenciones obscenas y solamente quiere a su hija por el dinero.
– ¿Puede probar estas acusaciones? -El duque empezaba a temer que lord Dunham no estaba bien de la cabeza.
– Lo puedo probar todo.
– Sentémonos -accedió el duque suspirando.
Se acomodaron en dos grandes sillones de cuero junto a la chimenea encendida. El duque se inclinó y dijo sin rodeos:
– Nunca le he tenido por tonto o atrevido, lord Dunham. No es chismoso ni cuentista, así que voy a escuchar lo que tenga que decirme. No obstante, le advierto de que a la menor sospecha que me está mintiendo, haré que lo echen de mi casa.
Cruzando los dedos, Jared empezó por decir:
– Primero, milord de Northampton, debo tener su solemne promesa de que no divulgará usted lo que le voy a contar. Lord Palmerston puede dar fe de la verdad de mis palabras. ¿Está de acuerdo?
El duque movió afirmativamente la cabeza y Jared contó su historia, empezando por su viaje secreto a Rusia. Cuando una hora después hubo terminado su historia, el duque estaba estupefacto y enfurecido.
– Cuando mi esposa regresó a casa nos contó a su hermana, a lord Swynford y a mí lo que le había ocurrido. Verá, no podíamos hacer nada sin poner a Miranda en evidencia, sin convertirla en el blanco de la vergüenza y del ridículo. La buena sociedad no suele olvidar fácilmente semejante escándalo y le habrían hecho la vida imposible a Miranda mientras permaneciéramos en Londres. Ya comprenderá lo que significó para nosotros conocer el calvario de Miranda y no poder hacer nada. Quisimos advertirle por su hija, pero nos resultó imposible.
El duque asintió. La idea de que casi había entregado a su hija preferida a un monstruo lo había conmocionado. Por fin encontró la voz para preguntar.
– ¿Quiere explicarme, por favor, cómo está involucrada Belinda? Le aseguro que no lo comprendo, Dunham.
– Francamente, tampoco yo lo sé bien. De algún modo descubrió lo que le ocurrió realmente a mi esposa y entabló amistad con Cherkessky. Nos dijo que le ayudó a convencer a su hija de la devoción e idoneidad del príncipe. A cambio, tenía que volver a capturar a mi mujer y devolverla a Rusia. Figuraría que Miranda se había fugado con el joven Edmund. Todavía no he tenido tiempo de averiguar si también él ha sido secuestrado, pero creo que en ese caso está en peligro mortal.
»Esta mañana Belinda apareció en mi casa y me explicó atolondradamente que había oído la terrible noticia de la fuga de mi mujer con Kit Edmund. Me suplicó inocentemente que no considerara a todas las mujeres capaces de un acto tan despreciable como el de mi esposa. Cuando Miranda bajó por la escalera y Belinda la vio, su ahijada se derrumbó. Creo que enloqueció. Lo lamento sinceramente.
Después de una pausa, el duque dejó de pensar en Belinda y declaró:
– Por supuesto que no puedo permitir que Georgeanne se case con Cherkessky. Pero ¿qué voy a decirle a mi mujer? Necesitará una buena explicación, Dunham. Está empeñada en casar a Georgeanne con un príncipe y ha pensado en el duque de Whitley para Belinda.
– ¿Qué voy a decirle? -repetía.
– Mi mujer me contó que el hermanastro del príncipe era también su amante. No creo que el leopardo haya cambiado sus manchas sólo porque está de visita en Inglaterra. Dígale a su esposa que ha descubierto que e! príncipe no tiene reparos en elegir amantes de ambos sexos. En vista de tan desagradable hecho no puede, de ningún modo, confiarle a la pequeña Georgeanne. Si su esposa se obstina en emparentar a su hija con el príncipe, dígale que su fortuna se perdió cuando sus posesiones de Crimea fueron asoladas. Dígale que está en desgracia con el zar. Y dígale también que su dinero procede de la cría de esclavos, no de verduras. Recuerde, milord, que es usted el cabeza de su familia, no su esposa.
– ¿Qué va a hacer usted, lord Dunham? ¿Cómo podrá encontrar a la dulce lady Swynford?
– Visitaré al príncipe De Lieven. Es el embajador del zar y seguramente querrá evitar un escándalo. Obligará al príncipe Cherkessky a decirnos a dónde han llevado a Amanda.
Ambos hombres se levantaron y se estrecharon las manos.
– No sé cómo darle las gracias, lord Dunham. Ha salvado a mi hija de una pesadilla. Sólo Dios sabe cómo la hubieran tratado en San Petersburgo. Daré órdenes para que retiren el cadáver de Belinda de su casa cuanto antes.
– Creo que sería prudente decir que lady De Winter había venido a casa a despedirse de nosotros, porque regresamos a América dentro de poco. Así se explicará que estuviera en Devon Square esta mañana y evitaremos el escándalo.
El duque de Northampton asintió.
– En realidad, debemos evitar cualquier sombra de escándalo en beneficio de las mujeres.
Jared Dunham abandonó Northampton House y dio a Martín la dirección de la residencia de los príncipes De Lleven. Todavía estaban durmiendo, pero Jared convenció al mayordomo de la urgencia de su visita y al poco rato ambos De Lieven aparecieron en el gabinete donde esperaba Jared. Una vez más, el señor de Wyndsong Manor tuvo que contar su historia. A medida que hablaba, el semblante del príncipe se iba oscureciendo más y más, mientras que su bella esposa palideció primero y a continuación la embargó la ira.
Cuando Jared terminó, el príncipe De Lleven dijo furioso: