– Sí. Ocúpate de que lo entierren en la parroquia.
– Muy bien, alteza. -Coiby se retiró imperturbable como siempre.
– ¿Te batiste con él? -Los ojos de Miranda brillaban de furia-. ¡Podía haberte matado!
– No tenía la menor intención de dejar que me matara -fue la fría respuesta.
– Bien, por lo menos le diste muerte antes de que pudiera hacerte daño.
– Dariya lo mató.
– ¿Qué?
– Hizo trampa. Se volvió al contar nueve. Iba a dispararme por la espalda. Dariya tenía su pistola y le disparó. Tiene la mirada muy aguda, nuestra Dariya, fierecilla. ¿Cómo es que llevaba su pequeña arma?
Dariya de Lieven sonrió.
– Cuando Coiby nos despertó, me la guardé en el bolsillo de la bala. Tenía la impresión de que alguna desgracia se avecinaba. No era más que una intuición, pero le hice caso. Siempre creo en mis intuiciones.
– ¡Ha sido una suerte para ti, Jared Dunham! -exclamó Miranda, rabiosa-. ¿Qué nos hubiera ocurrido si hubieras muerto? ¡Me gustaría saberlo!
Dariya de Lieven empezó a reír, porque sus nervios acusaban la tensión a que había estado sometida.
– Si Jared hubiera muerto, te habrían entregado al príncipe Cherkessky.
– ¿Qué?
– Jared aceptó el duelo. Si ganaba, recuperaba a Amanda. Si perdía, Cherkessky recibía su premio.
– ¿Significo tan poco para ti, milord? -preguntó Miranda con una calma peligrosa.
– Tenía que ofrecerle algo muy valioso, fierecilla -murmuró-. ¿Y no eres tú lo más valioso? -Se inclinó y la besó en los labios. El príncipe De Lleven rió para sí. ¡Menudo pícaro estaba hecho el atrevido yanqui! Además, manejaba a su mujer como un francés. ¡Admirable!
Miranda se echó a reír de pronto.
– No puedes engatusarme, milord.
– ¿No?
– Bueno, un poquito, quizá. ¡Pero maldita sea, no vuelvas a hacer jamás una locura como ésta! -Calló un instante y dijo a continuación-: En medio de toda esta farsa, ¿se le ha ocurrido a alguien averiguar lo que ha hecho Cherkessky con mi hermana?
– La tiene en una casa en las afueras del pueblo de Erith. Está río abajo, hacia el mar -respondió Jared-. El príncipe De Lieven y yo nos íbamos a buscarla cuando llegaste tú.
– Voy con vosotros -anunció.
– Llegaremos antes si cabalgamos.
– ¿Y cómo pensáis traer a Amanda? Ya sabes lo mal que monta a caballo.
– Claro -observó Dariya-. Debéis llevaros uno de nuestros coches. Creo que es la única forma sensata, Kristoror Andreievich. La compañía de su hermana tranquilizará a la pobre lady Swynford. Pobrecilla, debe de estar aterrorizada.
Amanda se habría animado de haber sabido que su liberación estaba próxima. La cómoda berlina de viaje del príncipe De Lieven avanzaba traqueteando por el camino comarcal que conducía a la aldea de Erith. Dentro viajaban el príncipe, Jared y Miranda Dunham. No se habían entretenido en recoger a Adrián. No había tiempo.
Era un hermoso día de primavera. Pasaron ante macizos de narcisos blancos y amarillos. En los prados crecía hierba nueva. Observando en silencio, Miranda pensaba tristemente en Lucas. Sin embargo, su presencia allí presentaba un gran problema. ¿Cómo reaccionaría Jared ante el hombre que había poseído a su mujer? Su insensato comportamiento al batirse con el príncipe Cherkessky la horrorizaba. No deseaba ningún mal a Lucas, pero temía el encuentro entre él y su marido.
Como si leyera sus pensamientos, Jared le cogió la mano.
– Sólo deseo rescatar a Amanda y al joven Kit Edmund, si se encuentra allí.
Miranda le sonrió débilmente. Parecía tranquilo, pero ¿qué ocurriría cuando estuviera cara a cara con el hermoso griego? ¿Seguiría amándola después? ¡Nunca pidas perdón! Se sobresaltó y miró a sus compañeros de viaje. Estaban absortos en sus propios pensamientos.
¿No lo habían oído? ¡Ella sí! Había oído claramente la voz profunda de Mirza Khan, reprendiéndola gravemente, y ahora sentía que volvía a recobrar su valor. Le dio las gracias en silencio.
Un pequeño poste indicaba que Erith se encontraba a dos kilómetros de distancia. No tardaron en entrar en la aldea y empezaron a buscar atentamente la casa que el príncipe había alquilado.
– ¡Allí! -exclamó De Lieven, señalando un alto muro de piedra. En él había una vieja madera en la que se leía green LODGE. Sacó la cabeza por la ventanilla y dio instrucciones al cochero. Un lacayo saltó del pescante. La verja estaba sin cerrar y el criado la abrió del todo para dar paso al coche. Enfilaron la avenida.
La casa, una destartalada construcción de ladrillo de la época isabelina, parecía vacía. Muchas de sus ventanas con cristales emplomados y rotos estaban invadidas por la oscura hiedra. El jardín aparecía descuidado y lleno de hierbas.
Lucas oyó la berlina que subía por la avenida. «Por fin -se dijo aliviado-, el príncipe ya ha vuelto.» Se encontraba incómodo en aquel extraño país, aunque en los pocos meses que había pasado en Inglaterra logró dominar el idioma. Naturalmente, sabía algo de inglés que había aprendido con Miranda. ¡Miranda! ¡Cómo deseaba volver a tenerla!
Corrió a la puerta. El príncipe debía enterarse enseguida del error. La dama no era Miranda. Abrió la puerta principal y retrocedió aterrado. Ame él no estaba Alexei Cherkessky, sino un caballero elegante que le habló en impecable ruso.
– Hablo inglés -ofreció Lucas, pues no estaba seguro de la nacionalidad del desconocido.
– Soy Kristofor Andreievich -anunció el caballero-, príncipe De Lieven. Soy el embajador de su majestad imperial el zar en Inglaterra. ¿Tú eres el siervo Lucas?
– Sí, alteza,
– Tu amo ha muerto. Lucas. He venido en busca de lady Amanda Swynford y del joven lord Edmund. Confío que no habrán sufrido ningún daño.
– Oh, no, alteza -respondió Lucas despacio.
¿Le decía la verdad aquel hombre? De pronto se abrió la puerta de la berlina de! príncipe y bajó una mujer. ¡Era ella! ¡Era Miranda!
– ¡Pajarito! -murmuró-. Has vuelto a mí. -Pasó por delante del príncipe y la abrazó, inclinando su gran cabeza sobre los labios de Miranda.
Ella se desprendió.
– ¡Lucas! He venido a buscar a mi hermana. ¿Dónde se halla Amanda?
– No -murmuró-. Has vuelto a mí. Me amas. Estábamos predestinados el uno a! otro. El príncipe te entregó a mí, ¿verdad?
– ¡Oh, Lucas! -exclamó Miranda a media voz, enternecida por aquel hombre hermoso e infantil-. El príncipe no tenía derecho a regalarme a ti. Debes comprenderlo. ¡Ahora eres libre. Lucas! Muerto el príncipe Cherkessky, eres libre, tan libre como yo. Yo me marcho a mi casa de América con mi marido y mi hijo, y tú debes empezar una vida propia.
– Pero yo sólo sé ser esclavo. Si no soy un esclavo, ¿qué seré?
– Un hombre. Lucas.
La miró moviendo tristemente la cabeza. Luego se volvió al príncipe De Lieven.
– Lady Amanda está en la casa. El joven también. Le acompañaré hasta ellos, alteza. -Sin decir nada más a Miranda, se volvió y entró en la casa.
Miranda empezó a llorar. Lucas no había entendido nada. ¿Qué iba a ser de él? Había pasado la mayor parte de su vida cumpliendo las órdenes de su amo. No sabía cómo ser un hombre.
– ¡Ojalá estés en el infierno, Alexei Cherkessky! -exclamó-. ¿Cuántas vidas has arruinado? ¡Sasha! ¡Todos aquellos esclavos! ¡Lucas! ¡Mignon! ¡Yo! ¡Si hay un Dios en el cielo, tú estarás ardiendo en el infierno! Te maldigo.
– Miranda, amor mío -le murmuró Jared Dunham-. Basta, mi amor. Todo ha terminado. Ya no tienes nada que temer, fierecilla. Ahora lo comprendo codo. ¡De verdad!
– ¡Miranda! -Amanda Swynford salió corriendo de la casa.
Las dos hermanas se abrazaron justo cuando salía el príncipe De Lieven. Kit Edmund, con una herida en la frente y su traje de Arlequín roto y arrugado, se apoyaba en el brazo del príncipe.