– ¿Querrá alguien explicarme qué es todo esto? -pidió con voz agotada-. Las fiestas de Prinny se están volviendo peligrosas. Estoy más seguro en la mar en plena galerna que en los jardines de Carleton House.
Todos se echaron a reír; no podían evitarlo, y cuanto más se reían más alivio experimentaban.
– Es una historia muy larga, Kit, pero trataremos de explicártela-le prometió Miranda.
– Así lo espero -respondió el joven marqués de Wye en tono quejumbroso.
El cochero del príncipe De Lieven y dos lacayos habían entrado en la casa y ahora salían llevando a dos hombres que se resistían.
– Estos dos llevaron a cabo el secuestro por órdenes de Cherkessky -explicó el príncipe De Lieven-. Me pregunto qué voy a hacer con ellos.
– Suéltelos -dijo Jared-. Cherkessky ha muerto y tanto mi mujer como yo desearíamos que este asunto se olvidara.
– Me parece una vergüenza dejarlos ir -murmuró Kristofor de Lieven-. Si estuviera en Rusia, los azotaría. -Los dos culpables palidecieron-. Si algún día os veo en Londres… -empezó el príncipe lenta y amenazadoramente, pero ya los dos corrían como focos avenida abajo.
– ¡Lucas! ¿Dónde está Lucas? -preguntó Miranda de pronto.
– Estaba en la casa -respondió el príncipe.
En aquel momento Amanda gritó señalando el río al pie de la explanada.
– ¡Mirad!
Se volvieron y miraron hacia el río. El gigante rubio nadaba contra corriente. Contemplaron, horrorizados, hasta que el hombre se cansó y por fin desapareció bajo las aguas. Su cabeza subió una sola vez a la superficie y luego se hundió.
– Oh, ¡pobrecito! -murmuró Amanda-. ¡Pobre hombre!
– No -la contradijo Miranda con el rostro bañado en lágrimas-. No sientas lástima por él. Yo me alegro, porque al morir ha dejado de ser un esclavo.
Sintió que Jared le cogía la mano y le murmuraba:
– Vámonos a casa, fierecilla.
– ¿A Wyndsong? -preguntó.
– Sí, mi amor. ¡A Wyndsong!
EPILOGO
El Dream Witch surcaba el mar tranquilo cortando las aguas con su afilada quilla como las cortaría un cuchillo. Por encima de la nave las estrellas brillaban plácidas en el cielo nocturno. Hacia el sureste en la constelación Escorpión, la Amares roja brillaba ardiente, Regulus se deslizó por la Hoz de Leo y cayó al mar, mientras que la azul Venus resplandecía a media altura. Reinaba el silencio excepto por el suave roce de las olas y la firme brisa que hinchaba las velas del barco. En la proa, el vigía tarareaba para sí, mientras que el timonel en la popa vigilaba su ruta pensando en su esposa, a quien llevaba dos anos sin ver.
En el camarote principal, Jared Dunham acariciaba el hermoso cuerpo de su mujer. Desnuda, yacía como una ninfa, con su piel tibia y sedosa vibrando bajo el hábil tacto de Jared.
Miranda gozaba con esta pasión. Lo apartó y se montó encima. Tomando su rostro entre las manos, fue besándole lentamente los párpados estremecidos y cerrados, la frente, los marcados pómulos, el hoyuelo de la barbilla. Enredó las finas manos en su pelo negro.
Incorporándose, empezó a acariciarlo, moviendo la mano despacio, con sensuales caricias al principio hasta que fue aumentando el tiempo y sintió que se endurecía bajo su tacto. Él la contemplaba con los ojos entornados y la vio sonreír triunfante. Pequeña zorra, pensó divertido, recordando la tímida novia de tres años antes. Ya iba siendo hora de que recordara quién era el amo.
Rápidamente pasó las manos bajo sus nalgas adorables y la acercó. Clavó los dedos en su espalda y la acarició con la lengua, moviéndose arriba y abajo hasta que la oyó gemir. Su sexo también se tensó a medida que crecía la excitación de Miranda y cuando creyó que ya no podía soportarlo más, él paró y la tumbó, le abrió las piernas para excitarla más frotando la cabeza de su virilidad contra la palpitante feminidad.
– ¡Canalla! -murmuró entre dientes, y él se echó a reír.
– Te amo, perra insoportable, pero si tratas de provocarme tendrás que aceptar las consecuencias.
Volvió a darle la vuelta y empezó a lamerle el cuello, después de apartar su cabello de oro pálido. Miranda se estremeció de gozo y empezó a gemir mientras él le besaba los hombros y siguiendo su espina dorsal terminaba en cada una de sus nalgas satinadas.
Se escabulló de debajo de él y lo tumbó. Entonces empezó su propio juego de lengua, dando vueltas y más vueltas alrededor de los pezones. De repente, empezó a seguir con la lengua la atractiva línea oscura hasta el oscuro vello del bajo vientre. Su cabeza bajó más y más, hasta que él la apartó:
– ¡Basta, bruja! No más juegos.
Miranda no tardó en encontrarse debajo de él. Poco a poco, Jared fue entrando, sintiéndola entregarse a medida que la penetraba más y más profundamente. Cuando ya no pudo llegar más lejos, permaneció inmóvil un instante. Luego sintió que se iniciaba el dulce ritmo entre los dos; ella alzaba las caderas, incitándolo.
– ¡Ah, pequeña fiera! -le susurró al oído-. Siempre tan impaciente. -Empezó su acometida fuerte y rápida.
Miranda se entregó por completo como nunca había hecho con nadie. Su pasión era como una cometa que cruzaba el oscuro firmamento, dejando un rastro de estrellas de oro que ardían con tanta luz como su amor. Al fin alcanzaron un clímax que los dejó exhaustos, pero a salvo en brazos uno de otro. Agotados, se durmieron con los dedos entrelazados.
Miranda despertó y oyó el maravilloso sonido de la respiración de su esposo. Estaba a salvo. Era amada. Estaba con Jared. Y al día siguiente llegarían a su hogar en Wyndsong.
Los Dunham y los Swynford habían permanecido en Swynford Hall durante cuatro días antes de que Miranda y Jared marcharan a Welland Beach, donde los esperaba el Dream Witch. Martin y Perky, así como el ayuda de cámara de Jared, Mitchum, habían decidido acompañarlos. Jared había prometido a los tres sirvientes que si no les gustaba América, se ocuparía de devolverles a Inglaterra al cabo de un año. Pero dudaba de que quisieran regresar.
Durante aquellos cuatro días, Miranda y Amanda habían pasado mucho tiempo juntas, reuniéndose con sus maridos sólo en las comidas y por la noche. Transcurriría mucho tiempo antes de que volvieran a encontrarse. Tenían mucho que decirse y les quedaba muy poco tiempo. En el último día de su estancia, Amanda había entrado corriendo en el comedor agitando un periódico.
– ¡No lo querrás creer, hermanita! Darius Edmund, el pretendiente de Belinda de Winter, se ha prometido a Georgeanne. ¿No os parece un final feliz?
Miranda sonrió a su hermana. Era una sonrisa grave, una sonrisa triste, porque le dolía su separación.
– ¡Oh, Mandy! -dijo burlona, como antes-. Siempre te han gustado los finales felices. -Sus maridos se sumaron a las risas.
A su lado, Jared se movió.
– ¿Estás despierta? -preguntó.
– Sí. Wyndsong está cerca, casi lo huelo. Me acuerdo de cuando volvimos de Inglaterra, hace cuatro años, y Mandy y yo nos levantamos temprano para ver aparecer la isla, pero papá estaba detrás de nosotras. Todo empezó con un día magnífico y ¡qué trágicamente terminó! Sin embargo, a veces me pregunto si tú y yo nos habríamos casado de no haber terminado de aquel modo.
– Fue lo que el primo Tom había estado pensando todo el tiempo-murmuró Jared.
– Sí, papá estaba siempre lleno de planes -suspiró-. Vistámonos y subamos a cubierta. ¡Quiero ver Wyndsong!
– Ya veo que tendré que subir contigo, para evitar que saltes por la borda en un esfuerzo por llegar antes que el barco.
Riendo se vistieron con sus elegantes ropas londinenses. Miranda se negó a recogerse el cabello. Su abrigo era de un tono verde jade, sumamente favorecedor, con adornos dorados.