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– ¿Y cómo se llama ese mirlo blanco?

– Miranda Dunham, la hija del primo Thomas.

– ¡Por Dios! ¡Ya lo creo que lo apruebo, Jared!

– Me encanta que mi elección sea de tu agrado. -El padre no captó el sarcasmo.

Después de una gran cena familiar, ambos hermanos se fueron juntos al jardín. Jared y su hermano eran casi idénticos de aspecto. Había un centímetro de diferencia en su estatura. Jared era el más alto. Jared llevaba el cabello cortado a cepillo, mientras que el de Jonathan era largo y se lo recogía detrás. Había otras diferencias sutiles. Los pasos de Jonathan no eran tan largos ni tan seguros, sus manos menos elegantes que las de Jared y sus ojos eran de un color verde gris en contraste con los ojos verde botella de Jared.

– ¿Amor a primera vista, Jared? -preguntó Jonathan.

– Para mí, sí.

– Así que por fin el destino te ha devuelto el golpe que tanto mereces, mi conquistador hermano. Hablame de Miranda Dunham. ¿Es bajita, rubia y llenita como su mamá Van Seen?

– Así es su hermana gemela, Amanda. Amanda se casará el próximo verano con un rico lord inglés.

– Si son gemelas, deben de parecerse.

– Son gemelas, pero tan distintas como el día y la noche. Miranda es alta y esbelta, con ojos verde mar y un cabello sedoso como el oro a la luz de la luna. Es una criatura como una hada, inocente como una gacela y tan evasiva como el viento. Es orgullosa y retadora, y será difícil de manejar, pero la amo, Jon.

– Dios Santo, Jared, realmente estás enamorado. Desde luego, nunca imaginé que te vería dominado por tan tierna pasión.

– Pero ella no sabe lo que siento, Jon. -Jared rió divertido.

– Entonces, ¿por qué le pediste que se casara contigo? -preguntó Jonathan, desconcertado.

Su hermano se lo explicó.

– Así que te has comportado como un perfecto caballero, ¿eh, Jared? ¿Y qué habrías decidido si la chica hubiese sido fea como un pecado?

– Como no lo es…

– Sólo desabrida. Éste es un problema con el que nunca te enfrentaste.

– Es muy joven, John, y ha estado muy protegida. Además, pese a haber pasado una temporada en Londres, es muy inocente.

– ¡Y la quieres! ¡ Que Dios te ayude, Jared! -Jonathan sacudió la cabeza-. ¿Cuándo se celebrará la boda?

– El seis de diciembre, en Wyndsong.

– ¡Válgame Dios, no pierdes el tiempo! ¿Y qué hay del periodo de luto por la muerte del primo Thomas?

– En su testamento decía que pasado un mes terminara el luto. No puedo dejar la finca abandonada en invierno, y soy demasiado joven para vivir solo en la isla con una viuda deliciosa que sólo tiene doce años más que yo y dos jovencitas trece años menores que yo.

¡Qué terreno abonado para chismes!

"Así que el día de San Nicolás la bella Miranda y yo nos casaremos. Estáis todos invitados a la boda. He organizado que vayáis por tierra hasta New London, donde mi yate os esperará para que crucéis el estrecho de Long Island hasta Wyndsong. Me gustaría que estuvierais allí una semana antes de la boda para que podáis conocer bien a Miranda y su familia.

– ¿Cuándo regresas?

– Dentro de unos días. Necesitaré tiempo para domar a mi fierecilla antes de que lleguéis. Ya ha sido duro para ella que yo heredara Wyndsong, pero que estuviera mezclado en la muerte de su padre fue demasiado. Necesitamos conocernos mejor.

– ¿No podías haber encontrado una muchacha más dulce y tranquila, Jared?

– Las muchachas dulces me cansan.

– Ya lo sé. -Jonathan Dunham se echó a reír-. ¿Te acuerdas de cuando seguimos a Chastity Brewster…? -Y se lanzó a comentar un recuerdo que pronto tuvo a los dos hermanos riendo como locos.

Pocos días después Jared Dunham abandonó Plymouth y regresó a Wyndsong Island. Viajó en el yate familiar que Dorothea se había preocupado de mandar costa arriba a Buzzards Bay. Un marinero había cabalgado, una vez en tierra, para informarle de que su barco lo esperaba. La expresión admirada de su hermano Jonathan le sorprendió y Jared comprendió de pronto su nueva importancia.

La primera vez que se acercó a Wyndsong estaba demasiado entristecido por la muerte de su primo para fijarse en la belleza de la isla. Ahora, de pie en la proa de su barco, empujados por un fuerte viento de popa, contemplaba cómo iba apareciendo la isla en el horizonte.

Recordó lo que Miranda le había contado… que la primera vez que su antepasado Thomas Dunham vio Wyndsong, sintió que llegaba a casa. «Y yo también -pensó Jared, sorprendido-. Siento que vuelvo a casa.»

Desembarcó después de dar órdenes de amarrar el barco. Era un día de finales de octubre y las colinas resplandecían con los colores otoñales. Los arces habían empezado a perder las hojas y crujían bajo sus pies al andar hacía la casa. Sin embargo, los robles rojos conservaban obstinadamente todas sus hojas. Un arrendajo le chilló, ronco, desde las ramas de un abedul dorado. Se rió del pájaro y sus ojos, de pronto, captaron movimiento en lo alto del sendero. ¿Miranda? ¿Acaso había venido a recibirlo?

En su escondrijo tras los árboles, Miranda mantenía quieto a Sea Breeze mientras contemplaba a su prometido, quien subía desde la playa. Ignoraba que la había descubierto. Le gustaba su modo de andar elástico, fácil. En Jared había algo tranquilizador.

Al volver a verlo después de varias semanas, sus sentimientos fueron aún más confusos. Sabía que Jared Dunham era un hombre fuerte y bueno, y sospechaba que su espíritu era tan orgulloso y decidido como el suyo propio. Sería un magnífico señor de la finca, su padre había acertado al elegirlo.

No obstante, desde un punto de vista personal, la cosa cambiaba. Para ella significaba una amenaza, física y emocional, aunque se resistía a reconocerlo. Nunca se había debatido con sentimientos como aquellos. De pronto se encontró recordando su beso y lo indefensa que se había sentido. Eso la enfureció. ¡Ojalá le permitiera acostumbrarse! Pero no había tiempo. Suspirando, se adentró cabalgando en el bosque, porque de pronto no quería verlo.

Cabalgó por toda la isla hasta muy tarde y él, comprendiéndola, permaneció en la casa. Dorothea y Amanda lo distrajeron con planes para la boda y aquello le hizo simpatizar más con Miranda. No llegó a casa hasta que ya estaban cenando, entrando en el comedor en traje de montar.

– Oh -simuló sorprenderse-, has vuelto… -Y se dejó caer en la silla.

– Buenas noches. Miranda. Me encanta volver a estar en casa.

– ¿Puedo tomar un poco de vino? -pidió, ignorando su sarcasmo.

– No, querida, no puedes. Lo cierto es que vas a marcharte y te subirán una bandeja a la habitación. Permito la ropa de montar a la hora del desayuno y del almuerzo, pero no durante la cena. También exijo puntualidad por la noche.

Abrió la boca, indignada.

– Aún no estamos casados, señor.

– No, no lo estamos. Miranda, pero soy el cabeza de esta familia. Ahora, levántate de la mesa, jovencita.

Miranda se levantó bruscamente y salió corriendo escaleras arriba hacia su alcoba. Rabiosa, se quitó la ropa y se bañó, despotricando contra el agua fría. Después se puso el camisón y se metió en la cama. ¿Cómo se atrevía a hablarle de aquel modo? ¡La había tratado como a una niña! La puerta se abrió y entró Jemima con una bandeja. La doncella colocó su carga sobre una mesita junto al fuego.

– Le he traído la cena.

– No la quiero.

Jemima volvió a coger la bandeja.

– A mí me da lo mismo -dijo mientras se dirigía a la puerta con la cena de Miranda.

Miranda se revolvió furiosa en su cama. Unos minutos después la puerta volvió a abrirse y Miranda oyó el ruido de la bandeja puesta de nuevo encima de la mesa.

– ¡Te he dicho que no quería la cena!

– ¿Por qué?-preguntó la voz de Jared-. ¿Estás enferma, fierecilla?