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Después de una larga pausa, Miranda espetó:

– ¿Qué haces en mi habitación?

– He venido a ver si te encontrabas bien. Como despediste a Jemima con la bandeja…

– Estoy muy bien. -Empezaba a sentirse como una tonta. Había llamado su atención cuando pretendía todo lo contrario.

– Entonces, sal de la cama y ven a cenar como una buena chica.

– No puedo.

– ¿Por qué?

– Porque estoy en camisón.

Jared rió ante la súbita modestia.

– Tengo una hermana, Bess, y cuántas veces no la habré visto en camisón. Además, nos casamos dentro de cinco semanas, Miranda. Creo que puede perdonárseme esta pequeña informalidad. -Se acercó a la cama, apartó las ropas y le tendió la mano.

Atrapada, no opuso resistencia y salió de la cama. La acompañó a la mesa junto al fuego, la ayudó galantemente a sentarse y después lo hizo él frente a ella. Miranda observó la bandeja con suspicacia y levantó la servilleta que la cubría. Había una sopa de almejas, un plato de pan de maíz recién hecho, mantequilla y miel, una tarta de crema y una tetera.

– Teníais ternera asada para cenar -protestó- y jamón, y he visto tarta de manzana v de calabaza.

– Si llegas tarde a mi mesa, Miranda, no esperes que se te sirva lo mismo. Pedí a la cocinera que te preparara algo sano y nutritivo. Ahora cómete!a sopa antes de que se enfríe.

Miranda cogió obediente la cuchara, pero sus ojos verde mar le estaban diciendo lo que no se atrevía a pronunciar en voz alta y él contuvo una risita. Comió rápidamente hasta que el plato estuvo vacío, luego cogió el pan de maíz y preguntó:

– ¿Por qué te empeñas en tratarme como a una niña?

– ¿Por qué te empeñas en portarte como tal? Llegaste tarde para la cena simulando que mi presencia era una completa sorpresa para ti, mientras que ambos sabemos que estabas en el bosque por encima de Little North Bay esta mañana, viéndome desembarcar.

Miranda se ruborizó y bajó la vista.

– ¿Por qué no me dijiste nada?

– Porque, Miranda, supuse que querías estar sola. Yo intenté respetar tus deseos, cariño. Sé que esto no es fácil para ti, pero tampoco lo es para mí. ¿Se te ocurrió pensar alguna vez que yo no deseaba casarme? ¿O que quizás había otro amor en mi vida? Como una niña mimada, sólo has pensado en ti misma. Dentro de unas semanas vendrá mi familia y antes de que llegue tendrás que aprender a comportarte como la mujer que yo sé que existe bajo esta máscara de mocosa-terminó con firmeza.

– Tengo miedo -murmuró, bajando de pronto sus defensas.

– ¿De qué? -su voz era tierna ahora.

Lo miró y para sorpresa de Jared la joven tenía los ojos llenos de lágrimas, que le resbalaron de pronto por las mejillas. Miranda trató de contenerlas.

– Me temo que estoy creciendo. Me dan miedo los sentimientos que despiertas en mí, porque son ambiguos y confusos. Tengo miedo de no poder ser una buena señora de la mansión. Amo Wyndsong, pero soy un terrible fracaso en sociedad. Amanda sabía exactamente lo que debía hacer en Londres, pero pese a que se me habían enseñado las mismas cosas, pese a que se me considera más inteligente, yo me mostraba tonta y torpe mientras mi hermana brillaba. ¿Cómo puedo ser tu esposa, Jared? Debemos recibir invitados, y yo no sé conversar. Soy demasiado inteligente para ser mujer y mi forma de hablar es brusca.

Una oleada de piedad lo envolvió, pero ofrecerle su simpatía sería, estaba seguro, enconarla aún más. Deseaba tomarla sobre sus rodillas y asegurarle que todo saldría bien, pero animarla ahora en su puerilidad sería un terrible error. Se inclinó por encima de la mesa y le tomó las manos.

– Mírame, fierecilla, y escucha. Ambos tenemos que madurar. Yo he evitado la responsabilidad de mi condición con cierto éxito durante demasiado tiempo. De pronto me encuentro con la responsabilidad de esta propiedad y de su bienestar cuando preferiría estar persiguiendo a los ingleses o engañando a los franceses. Pero todo esto ya ha terminado para mí, como para ti ha terminado la infancia. Hagamos un trato, tú y yo. Te prometo madurar si tú también lo haces.

– ¿Hay alguien?

– ¿Cómo?

– ¡Que si hay alguien con quien preferirías casarte!

– No, fierecilla, no hay nadie más. -A Miranda le brillaron los ojos-. ¿Estás aliviada o decepcionada?

– Aliviada -respondió simplemente.

– ¿Me atrevo a esperar que sientas por mí lo que en sociedad se llama un «sentimiento tierno»?

– No. Sencillamente no quería perder mi fortuna.

Jared soltó una carcajada.

– ¡Válgame Dios, Miranda, tienes una lengua acerada! ¿Nadie te ha enseñado a tener tacto? Uno puede ser sincero sin necesidad de ser tan franco… -le besó las puntas de los dedos y ella, intimidada, retiró las manos.

– ¿Qué tenía que haber dicho? -preguntó arriesgándose a mirarle a los ojos.

– Podías haberme dicho que era demasiado pronto para estar segura de tus pensamientos -le sonrió-. Una dama a la moda se habría ruborizado deliciosamente y habría dicho: «!Oh, señor! ¡Qué malo es haciendo semejantes preguntas!» Me doy cuenta de que éste no es tu estilo, Miranda, pero comprendes lo que quiero decir, ¿verdad?

– Sí, aunque me parece una bobada adornar la verdad.

– Una bobada, pero a veces es necesario, fierecilla. La verdad desnuda asusta a la gente. Confía en mí. Miranda, y maduraremos juntos. -Se puso en pie, dio la vuelta a la mesa y la atrajo hacia sí de modo que quedaron de frente-. Acerca de la otra cuestión. Dices que te dan miedo los sentimientos que despierto en ti. ¿Sabes que a mí me ocurre lo mismo?

– ¿ Sí? -Lo tenía muy cerca ahora. Percibía su aroma viril; sentía el calor de su cuerpo largo y delgado; veía cómo el pulso en la base del cuello latía lentamente. Su mano grande y elegante le acarició el cabello platino.

– En efecto -murmuró su voz profunda y estrechó la fina cintura.

Miranda casi dejó de respirar. Sus ojos se abrieron y oscurecieron. Jared se inclinó y besó aquellos labios con dulzura, tiernamente.

– Oh, sí. Miranda, has enloquecido mis sentidos -murmuró contra su boca. Dulcemente le mordisqueó los labios mientras con una mano revolvía la sedosa mata de cabello largo, precioso. La sostuvo en un abrazo firme pero tranquilo y con un gemido entrecortado Miranda cayó contra él. Jared le besó el hoyuelo de la barbilla, luego recorrió la sedosa longitud del cuello hasta los senos. Las cintas que sujetaban las dos partes de su camisón desaparecieron. Con un suspiro, la levantó, la llevó a través de la alcoba y la depositó sobre la cama. Se echó junto a ella, enteramente vestido, y la abrazó. La besó con una pasión que la dejó casi inerme, pero consciente aún de sus sentidos recién despertados. Sintió el poco control que tenía sobre sí misma cuando él hundió la cara entre sus senos. Una boca ansiosa y húmeda se cerró sobre un pezón hinchado, dolorido, y mientras chupaba, ella experimentó una extraña sensación en un lugar oculto entre sus piernas. Los dedos de Jared no tardaron en encontrarlo y la acariciaron con dulzura.

Después de lo que parecía una eternidad, él se puso boca arriba, y tomó la fina manecita y la colocó sobre su virilidad cubierta. Sin palabras le enseñó el ritmo y se estremeció bajo su tacto delicado hasta que finalmente la detuvo y con voz extrañamente enronquecida le dijo:

– ¿Ves, Miranda? Si te sientes indefensa bajo mi contacto, también me ocurre a mí con el tuyo.

– No lo sabía -respondió ella en un murmullo.

– Hay muchas cosas que no sabes, fierecilla, pero te las enseñaré si me dejas. -Después, inclinándose sobre ella, volvió a anudar sus cintas, le alisó el cabello revuelto y le dio las buenas noches con un beso.

La puerta se cerró tras él y Miranda permaneció temblando unos minutos. ¡Así que aquello era el amor! Se dio cuenta de que al mostrarse enteramente sincera con él le había dado un arma poderosa contra ella. Sin embargo, Jared no había utilizado ese arma. Había sido igualmente sincero con ella.