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– Jared! -La expresión de total sorpresa fue su recompensa. No esperaba volver a tener jamás semejante ventaja.

– ¡Amanda! -gritó el compañero de Jared.

– ¡Adrián! ¡Oh, Adrián! -Amanda se echó en los brazos de su prometido y fue ampliamente besada.

– Gracias a Dios que estás aquí, Jared -suspiró Dorothea-. Tal vez ahora puedas hacer que Miranda entre en razón.

– ¿Qué quieres que diga, Doro? Ya ha conseguido su objetivo.

– Se volvió a mirar a su esposa. A Miranda el corazón se le había desbocado y la fiera mirada verde de Jared la retenía cautiva-. ¿ Pensabas en serio lo que me escribiste? -le preguntó él con voz profunda, intensa.

– Sí -respondió Miranda en voz baja.

Lentamente, Jared se llevó la enguantada mano de Miranda hasta los labios y la besó.

– Seguiremos hablando, mi amor.

– Sí, milord -murmuró Miranda, preguntándose si su esposo estaría muy enfadado con ella. Consciente de su propio amor, quería complacerlo y había madurado lo suficiente para darse cuenta de que podía hacerlo sin perder nada de su personalidad. Era una delicia estar de nuevo con él.

– Miranda, cariño, creo que deberías presentarme al capitán Edmund -sugirió Jared cuando la vio salir de su ensueño.

– Kit, permítame presentarle a mi marido, Jared Dunham, lord de Wyndsong Manor. Jared, el capitán Christopher Edmund, marqués de Wye.

Mientras se estrechaban las manos, Kit observó;

– Se me dio a entender que la urgencia de sus asuntos le impedía estar en Inglaterra, milord.

Una sonrisa distendió los labios de Jared. Era evidente que el joven creía estar enamorado de Miranda. Indudablemente, había tenido la intención de acompañarla durante su estancia en Londres en ausencia de su marido.

– Pude dar fin a mi trabajo antes de lo que esperaba -respondió tranquilo-. Tengo una gran deuda con usted, milord, por traerme a las damas sanas y salvas. Espero que pronto nos honre con su presencia en una cena. Y, por supuesto, también contamos con usted en la boda.

– Gracias, señor. Fue un honor tener a Mir… a lady Dunham, y a su familia a bordo. -Luego se volvió a los demás-. Señoras, milord, servidor de ustedes. Ahora debo ocuparme de mi barco.

– Yo también quiero expresar mi agradecimiento, Edmund -intervino Adrián-. Le debo un favor que jamás podré pagarle. -Y sonrió feliz a la carita radiante de Amanda.

Kit devolvió la sonrisa a los enamorados.

– Me siento más que pagado viéndoles reunidos. -Luego, después de inclinarse elegantemente ante el grupo, regresó a su barco.

– He traído el coche -anunció Jared, quien ofreció el brazo a su mujer y a su suegra-. ¿Dónde está el equipaje?

– Llevamos muy poco -contestó Miranda-. No había sitio a bordo para equipajes. Además, antes de irnos de Londres ya habíamos encargado el ajuar de Amanda a madame Charpentier. Ahora sólo tenemos que pedirle a madame que se lo mande.

Jared sonrió.

– Amanda no puede estrenar el ajuar antes de la boda. Ni tú ni Dorothea debéis dejaros ver en sociedad con ropa pasada de moda. Sugiero que cuando madame Charpenner venga a entregar lo de Mandy, os tome las medidas para proporcionaros ropas adecuadas para Londres.

– Pero ¿acaso no vamos a volver a Wyndsong inmediatamente después de la boda?

– Tengo trabajo aquí, querida, y no lo habré terminado para entonces. Puesto que te has esforzado tanto para llegar a Inglaterra, bueno será que disfrutes de ella. Además -y ahí bajó la voz- no sé si resultará tan fácil volver a casa.

– ¿Acaso no tenemos el Dream Witch? -preguntó en el mismo tono.

– Los ingleses podrían requisarlo, así como todas las propiedades americanas, si la situación entre nuestros dos países se agravara. Esa fue otra de las razones para dudar en emprender el viaje.

– ¡Me alegro de haber venido! ¿Te das cuenta de lo feliz que es Amanda?

– Claro que sí, pero todavía no estás perdonada por desobedecerme, fierecilla. Luego hablaremos de esto.

La carroza era de color negro y marfil, con terciopelo dorado para el pescante, tirada por dos magníficos tordos. Dos lacayos, de librea blanca y verde, ayudaban a un marinero a cargar el equipaje en el cofre situado debajo del asiento del cochero. Al acercarse Jared, uno de los lacayos abrió la puerta de la carroza y tiró de la escalerilla.

– Nos sentaremos de espaldas al cochero -dijo Adrián, quien ayudaba a subir a Amanda.

Jared ayudó a Dorothea, luego a Miranda y por fin subió cerrando la portezuela tras él. La carroza arrancó, alejándose a paso moderado del muelle de la West India Company para incorporarse al tráfico de Londres.

– Nunca había sentido tanto alivio de verme en tierra firme -comentó Dorothea.

– ¿Fue mala la travesía? Yo no encontré mal tiempo con el Dream Witch -comentó Jared.

– El tiempo fue inesperadamente bueno. A decir verdad, nunca había tenido una travesía tan buena. Pero viví aterrorizada por si nos cogían los franceses o nos detenía un patrullero americano. -Suspiró profundamente-. ¿ Cómo podíamos, querido Jared, explicar nuestra presencia en un barco inglés a nuestros compatriotas americanos? Me estremezco con sólo imaginarlo. Luego, cuando decidí que estábamos a salvo de nuestra gente, me preocuparon los piraras bereberes.

– Los piratas bereberes no suelen atacar barcos ingleses. Doro.

– ¡Tonterías! ¡Son salvajes! Los marineros a bordo del Seahorse dijeron que a los turcos les gustan las rubias. Piensa que podíamos haber terminado todas en un harén. Gracias a Dios que estamos a salvo aquí, pese a la cabezonería de Miranda. -Volvió a suspirar y se recostó contra el blando respaldo de terciopelo dorado-. Estoy completamente agotada. Voy a dormir tres días seguidos. -Cerró los ojos y a los pocos minutos roncaba dulcemente.

En el asiento opuesto, Amanda rió y se arrimó a Adrián.

– Casi creo que mamá lamenta haber llegado sana y salva.

– Sin embargo, corristeis un gran riesgo -declaró gravemente Adrián.

– Si mi hermana no hubiera sido lo suficientemente atrevida para correr este peligro, no estaría aquí contigo, ahora -replicó Amanda y Jared alzó una ceja, divertido. El gatito tenia garras.

– Si te hubiera perdido… -empezó lord Swynford.

– Pero no me has perdido. Ahora, por favor, vuélveme a besar, Adrián, He añorado ser besada estos últimos meses.

Lord Swynford cumplió encantado la petición de su novia y Jared se volvió a su esposa y la obligó a mirarle. Sus ojos verde mar le contemplaron cautelosamente.

– He pasado las últimas semanas preguntándome si matarte o besarte cuando volviéramos a encontrarnos. Adrián tiene razón. Corristeis un gran riesgo.

– No hubiera subido a bordo del Seahorse de no haber estado convencida de que Kit era un capitán digno de confianza -explicó en voz baja.

– Habrías embarcado con el propio diablo para traer a Amanda, mi amor, y ambos lo sabemos. -Miranda tuvo la sensatez de ruborizarse, porque era cierto. Jared continuó-: ¿Serás tan leal conmigo como lo has sido para con tu hermana, Miranda? -La joven apenas tuvo tiempo de murmurar un asentimiento antes de que Jared la besara apasionadamente, quemándola con sus labios. Chupó atrevida el terciopelo de su lengua y él entonces la atrajo brutalmente sobre sus rodillas, mientras con las manos buscaba los senos perfectos.

– Jared! -exclamó, enloquecida-. Aquí no, ¡milord!

La mordió en el cuello con ternura y respondió bruscamente:

– Tu madre está durmiendo y Amanda y Adrián están mucho más entretenidos que nosotros, milady. -Después de soltar las cintas de su sombrero, se lo arrancó y lo dejó a un lado. Enredó los dedos en su cabello oro pálido, sacó las horquillas, y lo dejó caer alrededor de ellos como una cortina-. ¡Oh, fierecilla, si algo te hubiera ocurrido…! -Su boca encontró de nuevo la de Miranda, aplastándole los labios dulces y complacientes.