El secretario del embajador holandés se marchó entrada la tarde, al igual que lord Swynford, que contaba con una siesta antes de su despedida de soltero aquella noche.
Jared también se durmió.
Amanda lo había intentado, pero no tardó en volver a bajar a reunirse con su hermana en la biblioteca que daba al jardín. Escondida en el pequeño balcón saliente, Miranda leía cuando oyó que su hermana la llamaba.
– Estoy aquí-le respondió.
Amanda subió por la oscilante escalerilla de la biblioteca para reunirse con su gemela.
– ¿Otra vez aquí? Por Dios, Miranda, te saldrán arrugas de tanto leer.
– Me gusta leer, Mandy, y ésta es una biblioteca maravillosa. Intentaré llevármela a Wyndsong.
Amanda se sentó sobre un taburete frente a su hermana. Miranda vio una extraña expresión en el rostro de Amanda, por lo que le preguntó:
– ¿No puedes dormir? ¿Nervios antes de la boda?
– Mamá y su nuevo marido.
– ¿Mamá y el señor Van Notelman?
– ¡Ni siquiera han esperado a esta noche. Miranda!
– ¿Qué?
– Están… están… -Su carita se ruborizó de vergüenza-. Los muelles de la cama crujían y oí gritar a mamá. ¡Todavía es de día, Miranda!
Miranda contuvo la risa. Recordó su vergüenza el primer día que Jared le hizo el amor en pleno día. Pero su hermana necesitaba tranquilizarse.
– No te escandalices, cariño. Los maridos tienen la desconcertante costumbre de hacer el amor a sus esposas cuando se les antoja. Hacer el amor no es necesariamente una actividad exclusiva de la noche.
– ¡Oh! -La boquita de Amanda se frunció y de nuevo apareció aquella expresión perpleja-. Pero ¿mamá? Creí que era demasiado vieja. ¡Seguro que el señor Van Notelman lo es! ¡Debe de tener casi cincuenta años!
– La edad, según me ha dicho Jared, no tiene nada que ver con ello, Amanda.
Amanda permaneció silenciosa un momento, luego preguntó:
– ¿Cómo es?
– Después de la primera vez, ¡delicioso! No hay otra palabra para describirlo. Cuando pierdas la virginidad te dolerá, pero después…-Sonrió soñadora.
– ¿Delicioso? ¿Es lo único que puedes decirme, hermana?-Amanda empezabas picarse.
– No es que no quiera decírtelo, Mandy, pero no encuentro palabras adecuadas para describirlo. Es algo que debes experimentar por ti misma. Sólo puedo decirte que no tengas miedo y que confíes en Adrián. Sospecho que tendrá sobrada experiencia en estos asuntos. Simplemente, abandónate y disfruta de la infinidad de sensaciones que experimentarás.
– ¿Es agradable? -fue la vacilante pregunta.
Miranda se inclinó y abrazó con fuerza a su gemela.
– Sí, hermana, es muy agradable.
Agradable de verdad, pensó aquella misma noche, más tarde, cuando Jared volvió de la despedida de soltero de lord Swynford y se dejó caer sobre la cama sin camisa, descalzo y oliendo tremendamente a vino, para besarle los senos.
– ¡Estás borracho! -le acusó, divertida.
– No tan borracho que no pueda hacer el amor a mi mujer -masculló esforzándose por sacarse los ceñidos pantalones.
Muy, muy agradable, pensó después, adormilada y satisfecha, con Jared roncando feliz a su lado.
El día siguiente amaneció claro y luminoso, un perfecto día de junio. La boda fue maravillosa. El traje de Amanda consistía en metros y más metros de pura seda blanca sobre un miriñaque al estilo de su abuela, una cintura fina y un escote redondo que le dejaba los hombros al descubierto. Unos pequeños lazos de seda blanca con un capullo rosado en el centro festoneaban la gran falda de miriñaque. Las mangas del traje eran largas y amplias, rematadas por varias capas de encaje. El dobladillo también estaba bordeado de encaje rizado y dos de los nietos de sir Francis y lady Millicent Dunham, niño y niña de tres y cuatro años, sostenían la larga cola del traje. La novia lucía un precioso collar de perlas alrededor del esbelto cuello, regalo de su madre; y sobre los rizos cortos y dorados llevaba una delicada diadema de brillantes, regalo de su suegra, de la que pendía un finísimo velo de encaje. El ramillete era de rosas blancas sujetas por cintas rosa.
Amanda iba acompañada por tres damas de honor, sus primas, las señoritas Caroline, Charlotte y Georgina Dunham, apropiadamente ataviadas con trajes de seda azul cielo y coronitas de capullos rosas en la cabeza, llevando cestitos de flores multicolores. Como primera dama de honor, la sorprendentemente hermosa hermana de la novia, con un impresionante traje de color azul noche.
Después, todos los invitados a la iglesia volvieron a la casa de Devon Square para brindar por los novios y comer pastel nupcial. Los invitados llenaron el salón de baile, el salón y el jardín. La flor y nata de la sociedad londinense parecía una bandada de pájaros de alegre plumaje; charlaban como locos, construyendo y desmoronando reputaciones en una sola frase. Se quedaron hasta última hora de la tarde; los últimos se fueron al atardecer cuando los novios hacía tiempo que habían desaparecido en un alto faetón hacia un destino secreto.
Hubo una segunda despedida, porque Dorothea y su nuevo marido también se marchaban. El barco iba a zarpar del muelle de Londres aquella noche, un poco después de las nueve. Cuando madre e hija se despidieron, Miranda se dio cuenta de que Dorothea emprendía realmente una nueva vida. Ya no era una Dunham, y por primera vez en muchos años ya no tenía responsabilidades para con su familia.
Tom había muerto y sus dos hijas estaban bien casadas. Miranda se dijo que su madre estaba más bonita de lo que jamás la había visto. Doro estaba envuelta en un resplandor que, según comprendió su hija, procedía del hecho de sentirse amada. Resultaba extraño pensar en su madre de aquel modo, pero Miranda se dio cuenta de que su madre era una mujer muy joven aún.
– Otra vez, mamá, os deseo mucha felicidad a ti y al señor Van Notelman. Cuídate mucho y cuando volvamos a Wyndsong os tendremos a todos una temporada.
– Gracias, hija mía. Ahora, trata de ser una buena esposa para Jared, ¿lo harás? Y acuérdate, buenos modales en todo momento.
– Sí, mamá -respondió Miranda con solemnidad.
– Doro. -Jared besó la mejilla de su suegra.
– Jared, querido. -Le devolvió el abrazo.
Miranda miró a su nuevo padrastro sin saber bien cómo tratarlo. Pieter van Notelman se dio cuenta y le tendió los brazos.
– Me encantará que me llames tío Pieter. No soy Tom Dunham, querida-observó-, pero querré a las hijas de Dorothea tanto como a las mías. Además, tú y Mandy sois mucho más bonitas. Ahora dame un beso. -Al hacerlo, a Miranda le divirtió las cosquillas que le produjeron sus patillas y el aroma a ron de su loción para después del afeitado.
– Tus hijas son muy monas, Pieter -protestó lealmente Dorothea.
Pieter van Notelman contempló a su nueva esposa con risueño afecto.
– Querida mía -le dijo-. Quiero mucho a mis hijas, pero son tan poco agraciadas como un pudding de pan, y eso es la pura verdad. Pero no me preocupa, ni a ti debe preocuparte tampoco. Todas ellas tienen muy buen carácter y buenas dotes, y harán cierto el refrán de que por la noche todos los gatos son pardos.
Miranda se tragó la risa y trató de mostrarse debidamente escandalizada, pero una mirada al rostro ofendido de Dorothea hizo que Jared soltara una carcajada.
– El coche está dispuesto, milady.
– Gracias, Simpson.
Madre e hija se abrazaron por última vez.
– ¡Adiós, mamá! ¡Adiós, tío Pieter!
– Voy a acompañarlos al muelle -anunció Jared-, y puede que me pare en White's de regreso.
– ¿ Esta noche? ¡Oh, Jared! Es nuestra primera noche solos.
– No tardaré, y te aseguro que no beberé tanto como anoche.-La besó ligeramente en los labios-. No estaré borracho e incapaz de cumplir con mi deber para con mi hermosa esposa -murmuró para que sólo ella pudiera oírlo.
– Me parece que cumpliste admirablemente, aunque muy rápido -se burló también en voz baja.