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Y se llevó a Miranda dejando a Jared solo. Pero por poco tiempo.

– Vaya, vaya, vaya -ronroneó la ronca voz familiar-. Parece que Beau está determinado a hacer de tu esposa un suecos fou.

Jared se obligó a sonreír antes de volverse a mirar a Gillian Abbott. Vestía un traje transparente de seda negra e iba completamente desnuda bajo la tela. Alrededor del cuello, una gargantilla de diamantes lanzaba destellos azules a cada movimiento. Los ojos de Jared la recorrieron fría y lentamente, simulando admiración.

– No dejas nada a la imaginación, ¿verdad, Gillian?

– Pero he conseguido llamarte la atención, ¿no es así, Jared?

– Querida mía, no creo ni por un minuto que te hayas puesto este traje pensando sólo en mi.

– ¡Pues sí! -protestó-. No tenía la menor intención de venir esta noche hasta que lady Jersey me dijo que estarías aquí. Tal vez ahora ya se te ha pasado la novedad de tu virtuosa niña. Estoy dispuesta a perdonarte tu conducta para conmigo, Jared, porque he sabido que te casaste con esa criatura a la fuerza. -Se inclinó hacia Jared, apretándose contra su brazo. Él contempló el traje, como si esto fuera lo que debía hacer, «Qué transparente y qué pesada es», pensó Jared.

– ¿Qué, se te ha pasado la novedad, amor mío? -insistió ella.

– Tal vez, Gillian -murmuró pasándole un brazo por la cintura.

– Lo sabía. -La voz de Gillian era triunfante, y le dedicó una mirada ardiente bajo las pestañas cargadas de pintura negra-. Llévame al jardín, Jared de mi alma.

– Luego, Gillian. Primero bailarás un vals conmigo. -Tomándola en sus fuertes brazos, le hizo dar vueltas por el salón mientras Miranda los contemplaba desolada.

– Vamos, diosa-la llamó dulcemente al orden Beau Brummel-.Amar al marido está pasado de moda. Los mejores matrimonios son los que se hacen en un despacho de abogado, no en el cielo.

– Al cuerno con la moda -masculló Miranda. Después, al recordar que se proponía ayudar a Jared, rió ligeramente-. No critico a milord por sus juguetes, señor Brummel… es sólo una cuestión de buen gusto.

– Oh, diosa, qué lengua tan acerada tiene -comentó Beau, riendo-. ¡Mire!, allí está Byron. ¿Le gustaría conocerlo?

– No especialmente. Su poesía me aburre soberanamente.

– Mi querida joven, realmente tiene usted buen gusto. Bueno, no podemos estafar a la alta sociedad la maravilla de la temporada, ¿no le parece?

– ¿Dónde está lady Caroline Lamb?-preguntó Miranda-.Tengo entendido que es su amiga del alma.

– Ah, sí, claro. Esta noche no la han invitado. Ha sido un favor especial para lady Melbourne, su suegra. Sin embargo, creo que está fuera, disfrazada como uno de los lacayos de Byron. Vamos, diosa, voy a presentarla a Lady Melbourne. Sin duda es una criatura maravillosa.

Jared y Gillian abandonaron el iluminado salón para adentrarse en el umbrío jardín de lady Jersey. El aire de la noche era suave y tibio y brillaban millares de estrellas. Al atravesar el jardín vieron oscuras y anónimas parejas abrazándose. Lady Abbott, que tenía un maravilloso sentido de la orientación, perfeccionado por la familiaridad, condujo a Jared a una pequeña y discreta glorieta. Tan pronto entraron, se echó en sus brazos y su boca ansiosa reclamó la de él.

El primer impulso de Jared fue apartarla, pero su misión alejó a Miranda de su mente y besó a Gillian Abbott como sabía que esperaba ser besada. Fue salvaje, casi cruel, y ella enloqueció. Jadeando, se arrancó el vestido y lo lanzó sobre la barandilla de la glorieta. Jared vislumbró su cuerpo opalescente brillando en la oscuridad y en su recuerdo encontró los senos salientes, una pequeña cintura, anchas caderas y el oscuro y frondoso monte de Venus. Alargando la mano, la atrajo hacia sus brazos, acariciando su pecho, pellizcando los oscuros pezones, haciéndola gritar antes de murmurarle:

– Jesús, eres una perra en celo, Gillian.

– Si fuera de otro modo, no querrías saber nada más de mí, Jared-le respondió.

– ¿Con cuántos hombres has jodido desde la última vez que estuvimos juncos? -le preguntó.

– Ningún caballero formularía semejante pregunta a una dama-protestó Gillian.

– No soy un caballero, soy un yanqui. Y tú, por supuesto, no eres una dama -Jared la besó profundamente, explorando su boca con la lengua. Gillian le devolvió el beso, ansiosa. Entonces la tumbó sobre el banco y con la mano buscó el sexo húmedo y palpitante. Metió dos dedos dentro de ella y empezó a moverlos rápidamente hasta que se le quedó la mano mojada.

– ¡Oh, Dios! -jadeó-. ¡Te adoro, Jared!

– Tú adoras cualquier semental que alivie tu incontrolable ardor, Gillian. -Se recostó y ella se arrodilló junto al banco. Le desabrochó los pantalones y liberó su sexo, para introducírselo en la boca. En seguida se endureció y Jared se echó sobre ella, obligándola a tumbarse de espaldas. Agarró sus redondas nalgas con fuerza y la sacudió rápidamente y con violencia. Gillian gozó una docena de veces antes de que lo hiciera él. Terminó enseguida y le dijo fríamente:

– Ponte el traje, Gillian. Podría vemos alguien.

– Hace un rato no te preocupabas por eso.

– No, ni siquiera lo pensé -admitió-. En realidad, pensaba en una noticia que me han dado hoy.

– Desearía que sólo pensaras en mí cuando estemos juntos -protestó Gillian, alisándose el traje.

Jared también se ordenó la ropa.

– Es que era muy importante. Es algo que Henry Temple me ha dicho.

– ¿Qué puede ser más importante que nosotros?

– Confío en que sepas guardar un secreto, aunque pronto será del dominio público. Mi país ha declarado oficialmente la guerra al tuyo.

– ¡Bah! Inglaterra y América se están declarando continuamente la guerra.

– Bonaparte debería estar satisfecho -observó Jared, indiferente.

– ¿Por qué? -Su voz había adquirido de pronto un tono interesado.

– Porque era su principal objetivo. Me imagino que quien le dé la noticia será bien recompensado. Vamos, Gillian, debemos volver al salón antes de que una ausencia prolongada provoque un escándalo.

– ¿Tienes miedo de que tu mujercita de leche aguada se entere de lo nuestro? -preguntó retadora-. Tengo la intención de que se entere de nuestra relación, ahora que ya te has cansado de ella. Pagará por el chasco en Almack's.

– !Gillian, Gillian! -lamentó-. ¿Cuántas veces debo advertirte que no llames la atención? Tu venganza sería más dulce si te callaras nuestra relación. Así, cada vez que vieras a Miranda, podrías reírte por dentro sabiendo que ella lo ignora. Esto sería lo más inteligente, pero me imagino que no te conformarás hasta que hayas pregonado este secreto a toda la sociedad.

– ¡Puedo ser inteligente! -protestó, pero él rió burlón.

Cuando entraron de nuevo en el salón y Jared se inclinó sobre su mano, ella quiso saber:

– ¿Cuándo volveré a verte?

– Pronto -respondió sin comprometerse, y se alejó sin más. Entró en el comedor y buscó una copa de champaña. Se la bebió casi de golpe y luego pidió otra. Se quedó en un rincón oscuro, mirando sin ver, con la mente en blanco. Se había comportado asquerosamente, pero, por Dios, había cumplido con su trabajo. Se estremeció. O despertaba su conciencia o se estaba haciendo demasiado viejo para este tipo de misión. Luego sonrió para sí. La fierecilla lo había inutilizado para las demás mujeres.

– Un penique por tus pensamientos, Jared.

– Ya está, Henry.

– ¿Durante tu estancia en el jardín?

– No se te escapa nada, ¿verdad?

– En realidad, no os vi salir. Fue Emily. Estaba disgustada porque simpatiza con tu mujer.

– Y yo lo estaba mucho mas -confirmó Jared-, porque también simpatizo con mi mujer. Gillian Abbott es un animal en celo y me da asco. Cumplí con mi deber de acuerdo con lo que tú y yo creemos, pero espero que todo esto termine pronto.