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El doctor Blake miró a lady Dunham con más respeto.

– Gracias, milady. Esperaré en la antesala.

Al cerrar la puerta tras el doctor, Miranda miró a su hermana. Los rizos dorados de Amanda caían lacios y sin vida. Su bonita cara aparecía desencajada y asustada, y todo su camisón estaba empapado de sudor.

– ¿Qué te ocurre, Mandy? Tienes a la madre de Adrián muerta de miedo. Eso es algo nuevo en tí.

– ¡Voy a morir! -musitó Amanda, volviendo sus ojos azules y aterrorizados hacia su hermana.

– ¡Bobadas! ¿Tuve alguna dificultad en traer al mundo a Thomas? ¡Claro que no! Sólo los dolores habituales. Estuviste conmigo durante todo el parto.

– Yo soy como mamá. ¡Lo sé! Ya sabes cuántos abortos tuvo.

– Pero los tuvo al principio, entre el segundo y tercer mes, Mandy, no al final. Puedes parecerte a mamá, pero has estado sana como una manzana durante los nueve meses. -Ahora Miranda se permitió una risita-. Recibí una carta de mamá hace una semana. No quería que te dijera nada de esto hasta que hubieras tenido al niño, pero creo que será mejor que te lo cuente ahora para que tu hijo nazca bien. Tenemos un nuevo hermanastro, Mandy.

– ¿Qué? -El miedo desapareció al instante de la cara de Amanda y trató de incorporarse. Miranda puso dos grandes almohadas tras la espalda de su hermana-. ¿Tenemos un hermano? -repetía Amanda-. ¿Cómo? ¿Cuándo?

– Sí, tenemos un hermanastro. Peter Cornelius van Notelman, nacido el veintidós de marzo. Respecto a cómo -no Miranda-, supongo que más o menos como lo hemos hecho nosotras. ¿No me dijiste tú que el día que mamá se casó la oíste a ella y al tío Pieter en su habitación? Obviamente es un amante vigoroso. Mamá está en la gloria y parece tan entusiasmada como una jovencita.

– ¡Pero pudo haber muerto. Miranda! ¡Dios mío, a su edad!

– Sí, tal vez pudo haber muerto, pero no murió, ni tú tampoco. Nuestro hermanito es un niño sano y regordete con un apetito prodigioso. -Miranda vio el espasmo que cruzaba el rostro de su hermana-. Aguanta, Mandy.

En las horas siguientes. Miranda se quedó charlando junto a la cama de su hermana, y Amanda, perdido el miedo, se esforzó al máximo bajo la tierna dirección de su hermana. Al fin. Miranda llamó al doctor Blake, y en la hora siguiente Amanda dio felizmente a luz a su hijo. Dichosa, la hermana mayor limpió la sangre del niño, lo limpio con aceite caliente y lo vistió con cuidado. Durante todo el tiempo el niño gritó su indignación por verse fuera de su cálido refugio, proyectado a un mundo incierto y frío. La puerta del dormitorio se abrió de golpe y entraron Adrian y su madre. Miranda, sonriente, entregó el ruidoso paquete a Adrián.

– ¡Milord, tu hijo!

Adrián Swynford se quedó mirando con ojos muy abiertos aquel niño de carita enrojecida.

– Mi hijo. ¡Mi hijo! -murmuró con dulzura.

– Dame a mi nieto antes de que lo aplastes -protestó la viuda, arrancando el niño de los brazos de su padre-. Ahora, da las gracias a Amanda por haberte hecho este regalo, Adrián.

El joven lord Swynford cruzó entusiasmado la habitación para felicitar a su esposa por aquel milagro, mientras su madre abrazaba y arrullaba al niño. Agatha Swynford pasó su brazo por el de Miranda, después de que la niñera jefe, ruborizada de orgullo, hubiera librado del niño a la desganada abuela y ambas mujeres abandonaron la estancia.

– ¡Bendita seas, mi querida Miranda! Estoy convencida de que has salvado la vida de mi nieto así como la de mi nuera. ¿Por qué tenía tanto miedo y cómo conseguiste calmarla?

– Por alguna razón, mi hermana empezó a imaginar que era igual a nuestra madre, quien ha sufrido varios abortos. Traté de explicarle a Mandy que el hecho de que se parezca físicamente a mamá no significa que sea como mamá en todo -respondió Miranda-. Como con esto no bastaba, le comuniqué la noticia que mamá me dio en la carta que recibí la semana pasada. ¡Nuestra madre, a quien el médico le había advertido que no debía tener ningún hijo más, dio a luz un niño el veintidós de marzo!

– ¡Válgame Dios! -exclamó ¡a viuda, estallando en risas-. Bien por tu madre, querida, y bien por ti también. Tienes una buena cabeza sobre estos hombros, niña mía, y piensas de prisa.

Miranda sonrió con dulzura. No tardarían en tener un ejemplo excelente de su ingenio.

– Mi hermana no volverá a tener miedo de dar a luz, señora, y apuesto a que pronto se avergonzará de su comportamiento.

En efecto, por la mañana Amanda volvió a mostrarse dulce y tranquila como siempre y dio las gracias a su hermana por haberle ayudado a calmar su miedo la noche anterior. Estaba extasiada ante el nacimiento de su pequeño Neddie, como iban a llamar a Edward Alistair George.

– No está nada arrugado ni colorado -exclamó entusiasmada-. Apuesto a que es el niño más guapo jamás nacido.

– Excepto, por supuesto, mi Thomas.

– ¡Tonterías! -replicó Amanda-. Neddie es un perfecto querubín con sus rizos dorados y sus enormes ojos azules. Oh, Miranda, ¿habías visto alguna vez semejantes rizos? Yo creo que podremos bautizarlo dentro de dos meses, en lugar de tres. Tu Tom es precioso, pero aquel pelo negro y lacio no puede compararse con los rizos de Neddie. Mi sobrino se parece a su papá -comentó con picardía-, ¡y su papá es tan americano!

– Y tú también, querida hermana, por si se te había olvidado-exclamó Miranda, súbitamente indignada-. Me parece que la maternidad te ha embotado los sentidos, Mandy. Te dejaré para que reflexiones acerca de la perfección de tu hijo. -Salió como un ciclón del dormitorio de Amanda en dirección al cuarto de los niños. Una vez allí, cada vez más furiosa, se encontró con todo el personal de los niños rodeando la cuna llena de encajes del heredero Swynford.

– Jester! -exclamó bruscamente y la niñera de su hijo se volvió-. Se le paga para que se ocupe de mi hijo, no para que admire al bebé de mi hermana. -Sacó a Tom de la cuna y exclamó indignada-: ¡Está mojado! -Y entregó el niño, que ahora gritaba, a la niñera-. Si esto vuelve a ocurrir, la echaré y sin referencias.

– ¡Oh, por favor, milady! ¡No es que me olvidara del señorito Thomas! Sólo fui un momento a ver el niño nuevo. -Y empezó a cambiar al pequeño.

– Ya está advertida, Jester -insistió Miranda, amenazadora- Si esto vuelve a ocurrir, saldrá de esta casa antes de que el sol se ponga ese día. Recuerde que si bien mi hijo debe compartir el cuarto con su primo, el dinero que cobra usted es Dunham, no Swynford. Mi hijo es el heredero de una fortuna infinitamente mayor que la de mi sobrino. De no ser por esta estúpida guerra, estaríamos en nuestra casa, en Wyndsong.

– Sí, milady, no volverá a ocurrir -prometió Jester, alzando al pequeño Tom-. ¿Quiere cogerlo ahora, milady?

Miranda cogió al niño y lo acunó un momento. Los ojos de Tom empezaban a volverse verdes, Al contemplar detenidamente su cabello liso y negro y el cambio en sus ojos, dijo entre dientes:

– ¡Ya lo creo que te pareces a tu padre, picarón!

El niño dirigió una sonrisa torcida a su madre y el corazón de Miranda se contrajo dolorosamente. ¡Cómo le recordaba a Jared!

– Pequeño mío -murmuró en voz tan baja que sólo él podía oírla. Besó la sedosa cabecita-. ¡Te prometo que voy a traerte a tu padre!-Y devolvió el pequeño a Jester, agitó un dedo y advirtió-: Recuérdalo, muchacha.

– Sí, milady. -Con el niño en brazos, la niñera hizo una reverencia.

– ¿Qué bicho le ha picado? -preguntó una de las dos amas cuando Miranda se hubo ido.

– No lo sé -murmuró Jesier-. Nunca había estado tan antipática. No es como las otras señoras. Siempre ha sido más considerada.

– Bueno, pues hoy debía de pasarle algo, seguro -fue la respuesta.