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Adrián se marchó a Escocia a final de semana. Jonathan se despidió de Miranda y se escabulló para reunirse con su nueva esposa. Al cabo de unos días se reuniría con Adrián en Escocia. Miranda esperó aún varios días después de que los caballeros se fueron, antes de hablar a su gemela de su propia marcha. Todo estaba arreglado. La berlina, conducida por Martin, el segundo cochero, había llegado de Londres. Al día siguiente, Perky y Martin se casaron en la iglesia de la aldea de Swynford.

– Eres demasiado indulgente con el servicio -la riñó Amanda-. ¡Es tan americano!

– Es que soy americana -replicó Miranda.

– Nacida americana, residente en Inglaterra y poseedora de un título legítimo. Allí donde fueres, haz lo que vieres, querida mía. No querrás que te critiquen por una conducta inaceptable en una dama de la alta sociedad, Miranda.

– ¡Cómo has cambiado, hermanita! Te olvidas de que tú también eres americana.

– Sí, Miranda, yo nací en América y Wyndsong fue un lugar precioso para crecer, pero la verdad es que yo sólo pasé allí dieciocho años de mi vida. Estoy casada con un inglés y si vivo tantos años como mamá, habré pasado la mayor parte de mi existencia aquí, en Inglaterra. No entiendo nada de política ni de gobiernos, ni deseo saber de esas cosas, porque tampoco lo entendería. Lo que sí sé es que soy la esposa de un inglés y que prefiero vivir aquí en Inglaterra, porque es una tierra amable y civilizada. Yo no soy valiente y atrevida como tú, querida.

Estaban sentadas en el soleado gabinete de Amanda, decorado en blanco y amarillo y amueblado con muebles Reina Ana de caoba de Santo Domingo. Sobre la repisa de la chimenea y en diferentes mesitas había ramos de rosas y alhelíes azules en jarrones de porcelana color crema. Miranda paseaba de un extremo a otro de la habitación. Por fin se sentó junto a su hermana en el sofá de seda blanca y amarilla.

– No sé si soy valiente, Mandy, pero confieso que sí soy un poco atrevida. Y voy a demostrarlo una vez más. Pero para ello necesito tu ayuda, hermanita.

– ¿Qué quieres decir, Miranda? -Una cierta desconfianza nacida de pasadas experiencias asomó a los ojos azules de Amanda-. Oh, creía que ya habías terminado con tus jugarretas.

– No me propongo ninguna jugarreta, hermana, pero voy a marcharme y quiero que comprendas la razón.

– ¡Miranda!

– Calma, Mandy, y escúchame bien. ¿Te acuerdas de la razón por la que Jared y yo vinimos a Swynford el verano pasado?

– Sí, Jared tema una misión y nadie debía saber que se encontraba fuera de Inglaterra, así que vinisteis aquí, donde nadie vendría a visitaros.

– Jared no ha regresado de Rusia, Amanda. El hombre que ha estado aquí todo este tiempo haciéndose pasar por mi marido es su hermano mayor, Jonathan.

– ¡No! ¡No! -gritó Amanda-. ¡No puede ser!

– ¿Te he engañado alguna vez, hermanita? ¿Por qué iba a mentirte acerca de esto?

– ¿Don… dónde está Jared? -balbució Amanda, asombrada.

– Que yo sepa, sigue aún en San Petersburgo.

– ¿No lo sabes?

– Con seguridad, no -fue la respuesta-. Verás, Mandy, a Jared no se le ha permitido… por razones de seguridad, claro… escribirme. Y a mí no se me ha permitido ponerme en contacto con él porque, a los ojos del mundo, está aquí, a mi lado, esperando a que termine esta estúpida guerra entre Inglaterra y América. Lord Palmerston se niega a darme cualquier información. ¿Sabes lo que me dijo la última vez que lo vi? «Cuando me entere de algo, señora, se lo comunicaré.» Es una bestia sin sentimientos.

– ¡Miranda! -Los dulces ojos azules de Amanda estaban llenos de pesar-. ¡Oh, Miranda! ¿Has estado durmiendo con un hombre que no es tu marido?

Miranda apretó los puños y se clavó las uñas en las palmas. Respirando profundamente para contener su irritación, explicó:

– Mi querida Mandy, no ha ocurrido nada improcedente entre Jon y yo. Es cierto que compartimos la misma cama, pero hay siempre un almohadón entre nosotros, una improvisada barrera defensiva, si lo prefieres.

– ¿Cómo llegó aquí el señor Dunham?-le preguntó Amanda-La costa americana está bloqueada desde junio pasado.

– Fue un arreglo entre el señor Adams y lord Palmerston. Cuando se vio claramente que Jared se vería obligado a permanecer en Rusia durante el invierno, llamaron a Jon.

– Pero ¿cómo pudo explicar todo esto a su mujer? No podía desaparecer por tanto tiempo sin ofrecer una explicación razonable.

– Charity se ahogó en un accidente, en su barco, el verano pasado. Jonathan dejó a los niños con los abuelos. Ellos conocen la verdad, pero para el resto de Plymouth, Jon se ha ido a la pesca de ballena para mitigar su dolor.

– ¡Pobre hombre! ¡Qué valiente ha sido dejando a un lado su dolor para acudir en ayuda de su hermano! -exclamó Amanda emocionada-. Cuando Jared regrese y Jon pueda volver a ser él mismo, le presentaré a una serie de bellas jovencitas, alguna de las cuales puede muy bien pasar a ser su segunda esposa.

Miranda rió.

– Llegas tarde, Mandy. Jon ha vuelto a casarse con licencia especial hace unos días. ¿A que no sabes quién es la elegida? ¡Anne Bowen! La razón por la que retrasó su viaje con Adrián fue para poder estar unos días con ella.

– ¡Oh! ¡Oh! -Amanda se reclinó en el respaldo-. ¡Mis sales, Miranda! Estoy mareada. ¡Oh, es escandaloso! ¡Las habladurías no nos dejarán vivir!

La paciencia de Miranda se agotó.

– ¡Amanda! -exclamó con voz cortante-. ¡Amanda, deja esta estúpida comedia de una vez! Te he contado todo esto porque me marcho a San Petersburgo en busca de Jared, y necesitaré tu ayuda.

– ¡Ohhh! -Amanda parpadeó y cerró los ojos, pero Miranda sabía que no se había desmayado, así que siguió hablando sin detenerse.

– Llevo ya diez meses sin mi marido, Mandy. ¡Él ni siquiera sabe que tiene un hijo! No sé si Jared está vivo o muerto, pero no pienso quedarme sentada aquí, en Inglaterra, siguiendo el juego de Palmerston. No somos ingleses y no le debemos ninguna lealtad a este país. Quiero que me devuelva mi marido y me propongo ir a buscarlo. Te hago responsable de mi Tom, querida mía, porque no puedo llevármelo conmigo. Lo comprendes, ¿verdad?

Amanda abrió los ojos.

– ¡No puedes hacer esto, Miranda! ¡No puedes!

– Puedo, Mandy, y pienso hacerlo.

– ¡No te ayudaré en esta locura! -Amanda se había incorporado y sacudía indignada sus rizos.

– Yo te ayudé, Mandy. Si no hubiera obrado en contra de la voluntad de mi marido el año pasado, no serías ahora lady Swynford, ni tendrías a tu precioso Neddie. Si yo no te hubiera ayudado la primavera pasada, Amanda, yo estaría ahora a salvo en mi propia casa de Wyndsong Island con mi marido y mi hijo, y no retenida en Inglaterra, obligada a aceptar tu hospitalidad, sola y sin Jared. Me llevo el Dream Witch y me voy a San Petersburgo a buscar a mi marido, y tú, hermanita, vas a cooperar conmigo. ¿Cómo puedes negarme mi felicidad, cuando yo he sacrificado tanto para proporcionarte la tuya, Amanda?

La firme resolución de Amanda se disolvió ante el poderoso argumento de su hermana. Se mordió el labio, angustiada, después miró directamente a Miranda.

– ¿Qué debo hacer? -murmuró por fin.

– En realidad, poca cosa, cariño -la tranquilizó Miranda-. Tu suegra se ha ido otra vez a Brighton, a casa de su amiga, para pasar el verano. Adrián y Jon no volverán de Escocia hasta dentro de un mes. Aquí estarás perfectamente a salvo y nadie te hará preguntas comprometedoras. Para cuando vuelvan los caballeros, yo estaré ya en San Petersburgo. Puedes decirles la verdad. Estoy segura de que Jared estará dispuesto a regresar en cuanto yo llegue. Volveremos rápidamente y nadie más se enterará. Lo único que te pido es que cuides de mi Tom mientras yo voy a buscar a su padre.