Выбрать главу

Gillian estaba sofocada. Había pasado las pocas horas separada del príncipe imaginando la suerte de Miranda. Y después de beber dos copas de champaña, preguntó atrevida:

– Dime, ¿qué va a ser de ella, Alexei?

– ¿Quién?

– Miranda Dunham. ¿Qué le sucederá en la granja?

– Lamento decepcionarte, querida, pero va a llevar una vida cómoda. ¿Acaso los criadores ingleses de caballos no prodigan todos sus cuidados a la yeguas de cría? Pues bien, también yo dedico excelentes cuidados a mis reproductores de raza.

– ¿Y si se niega a cooperar? -insistió Gillian-. ¿Y si entorpece tu intento de cruzarla con Lucas? Una mujer puede luchar, ¿sabes?

– Si no coopera de buen grado, Gillian, la obligarán.

– ¿Cómo?

– La atarán para que Lucas pueda cumplir con su obligación-respondió el príncipe con sequedad-. ¿Te complace oír esto, Gillian?

– Sí -admitió con voz ronca-. Oh, Dios, ¡cómo me gustaría que Jared Dunham lo supiera! Saber que otro hombre está usando lo que él consideraba suyo.

El príncipe entornó los ojos. Así que Sasha tenía razón después de todo. Sin embargo, eso ya carecía de importancia. La belleza rubia platino iba camino de la granja. La estúpida Gillian ni siquiera se había dado cuenta, en su ansia de venganza, de que descubría su mentira acerca de que Miranda no estaba casada.

– No perdamos tiempo en las funciones de los siervos, querida. Hay modos mucho más agradables de divertirnos. -Después de despojarse de su bata de seda, le quitó el collar de brillantes y la tomó de la mano para llevarla a la cama-. Por la tarde he sido cruel contigo, douceka, pero esta noche prometo darte lo que más deseas.

El corazón de Gillian le dio un vuelco. ¿Lo habría juzgado mal? ¿Iba a hacerle la proposición esta noche?

El príncipe la atrajo hacia sí.

– Ah, diouceka, qué gran placer me das.

Con el dedo recorrió la línea de su barbilla. Ella se estremeció de placer y los ojos oblicuos de Alexei se entornaron. Cayeron juntos sobre la cama. Gillian encima del príncipe, y los fuertes brazos masculinos la alzaron para sentarla sobre su lanza enhiesta. Gillian chilló de placer y agitó su trasero redondo y provocativo sobre los muslos del príncipe. Las manos de él se adelantaron para jugar con sus senos, haciendo girar sus pezones parecidos a cerezas entre el pulgar y el índice.

– Eres como un pequeño cosaco sensual, querida -le murmuró mientras ella lo montaba-. Pero estás demasiado ansiosa de placer. Esta noche tendrás que esperar un poco. -Con estas palabras se la quitó de encima.

– ¡No! -protestó Gillian-. ¡Maldito seas, Alexei, puedo correrme cien veces por ti, y quiero hacerlo!

– No, no, douceka -la regañó- Esta noche nos acercaremos al climax muchas veces, pero sólo te permitiré un orgasmo. Sin embargo, va a ser más intenso que cualquiera que hayas conocido o vayas a conocer. Te prometo que será perfecto, mi amor.

La puso boca abajo, y sin que ella se diera cuenta cogió el látigo que había dejado convenientemente junto a la cama. Se sentó sobre sus hombros, mirando a los pies, y aplicó violentamente el látigo contra sus nalgas. Gillian gritó y trató de zafarse, pero no pudo, y él no dejó de azotarla hasta que las nalgas fueron una masa de verdugones oscuros y rojizos. Después, mientras ella lloraba indefensa, la penetró por detrás como hubiera hecho con alguno de sus amantes masculinos, manejándola hábilmente hasta que sus sollozos de dolor empezaron a transformarse en gemidos de naturaleza totalmente distinta. Cuando Gillian estuvo al bordo del climax, salió de ella y la obligó a girarse. Le colocó las piernas sobre sus hombros y enterró la cabeza dentro de ella, lamiéndola con maravillosa habilidad, para retirarse con increíble instinto sólo un instante antes de que Gillian pasara el límite.

Ella lo maldijo una y otra vez, sirviéndose de todas las palabrotas que podía recordar en tres lenguas por lo menos, y él rió encantado.

Al fin, Alexei Cherkessky consideró que su amante estaba a punto para el placer final. Ahora gemía y se aferraba a su sexo, así que le murmuró:

– Está bien, douíceka, ahora te joderé.

Introdujo su órgano hinchado dentro de ella. Giilian suspiró al recibirlo, alzando el cuerpo hacia arriba para facilitar el contacto. Alexei sonrió ante la expresión de puro placer que apareció en el rostro de Gillian: había cerrado los ojos, los párpados le temblaban.

Siempre experto, la condujo hacia un orgasmo perfecto, moviendo las caderas al ritmo de su amante. Con las manos le rodeó el blanco cuello con su pulso desbocado y empezó a hablarle dulcemente al oído.

– Voy a concederte tu mayor deseo, Gillian, mi douceka. Te he facilitado tu venganza sobre lord Dunham por haber preferido su exquisita Miranda a ti. -Los dedos del príncipe empezaron a presionar el cuello de Gillian-. Me temo que lord Dunham la buscará a menos que no haya nada que buscar. Tu querías ser lady Dunham en vida, pero no fue tu sino. No obstante, serás lady Dunham en la muerte. Los ojos de Gillian se abrieron ante el espantoso descubrimiento de lo que iba suceder. Sus manos se engarfiaron en las de Alexei en un esfuerzo por desasirse. Abrió la boca, buscando aire desesperadamente, tratando de gritar, pero las manos del príncipe eran implacables. En el mismo momento en que Gillian experimentaba el mayor orgasmo de toda su vida, él empezó a arrancarle la vida. La supervivencia luchó con el placer sexual y la mujer encontró fuerzas para luchar contra él mientras cerraba los ojos.

– Encontrarán tu cuerpo en el Neva, douceka, con las ropas y las joyas de lady Dunham. Se te identificará como ella, y te enterrarán en su tumba, con su nombre en tu lápida. ¿No me das las gracias, douceka?

El cuerpo de Gillian Abbotí se estremeció en una combinación de orgasmo y estertor de la muerte, y después se quedó quieta. El príncipe Alexei siguió penetrándola hasta conseguir su propio placer, un instante después. Luego, se retiró de ella, dejó la cama y se dirigió a su vestidor para lavarse. Bebió una copa de champaña para tranquilizar sus nervios. Estaba aún impresionado por lo que consideraba su mayor y más excitante experiencia que jamás hubiera experimentado.

Sintió que había estado más magnífico de lo que se había atrevido a esperar, había transformado en una masa de pasión su orgasmo y su muerte. Suspiró con tristeza al comprender que jamás volvería a experimentarlo. Ninguna mujer que hubiera conocido había sido tan primitivamente sexual como Gillian. Era única y la añoraría. Pero nada debía poner en peligro su matrimonio con la joven prima del zar.

Se vistió despacio y a continuación vistió el cuerpo de Gillian, que se enfriaba rápidamente, con las ropas de Miranda. No pudo abrochar la camisola sobre los pechos más que generosos de Gillian, así que la dejó. Los pantaloncitos la ajustaban demasiado porque Gillian tenía el trasero más prominente que Miranda, pero consiguió ponérselos. Solucionó el problema del corpiño excesivamente ceñido del traje, desgarrándolo por delante como si los ladrones lo hubieran hecho para arrancar el camafeo. Después de ponerle las ligas para sujetar las medias blancas, no la calzó porque los pies de Gillian no iban a entrar en los finos zapatos de Miranda. Por fin, el príncipe colocó la alianza en el dedo de su amante muerta, levantó su cuerpo sin vida y la bajó desde sus habitaciones a la terraza del palacio que daba al Neva.

El palacio estaba desierto. Nadie lo vio. Al borde de la terraza se detuvo para levantar el cadáver de Gillian a la balaustrada. Sostuvo su cuerpo por los brazos y la fue bajando al río, donde la corriente la envolvió rápidamente y se la llevó. Alexei Cherkessky lo observó con gran satisfacción. Todo se había resuelto tan perfectamente como lo había planeado. Por la mañana, haría que Marya, su vieja ama, vaciara la habitación de Gillian. No sería necesaria ninguna explicación. Las amantes iban y venían. Los siervos bien entrenados no hacen preguntas y sus siervos estaban tan bien entrenados como la violencia física y el miedo descarnado podían conseguir.