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– Tal vez sería mejor que nos fuéramos ahora, Nicolai Ivanovich-sugirió amablemente el señor Morgan.

– Da! Tiene razón.

Al llegar a la puerta, Ephraim Snow les gritó.

– Quiero levar anclas ahora mismo. Ocúpese de que no se me retenga, Nicolai Ivanovich.

– Da, amigo mío, y vaya con Dios, que vela sobre todos nosotros.

El día 10 de octubre, el Dream Witch llegó de regreso a la aldea de Welland Beach, en la costa inglesa. Había encontrado mal tiempo casi desde el momento en que abandonó San Petersburgo y hasta llegar al mar del Norte tuvo que navegar despacio. Por alguna razón, el capitán Snow no se sorprendió al distinguir una silueta familiar esperando en el muelle, cuando llevó el yate a salvo a su amarradero. Suspiró y se bebió un buen trago de ron de Jamaica del frasco que llevaba en el bolsillo. No le sirvió de nada. El Dream 'Witch fue debidamente amarrado y Jared Dunham subió rápidamente a bordo.

– ¡Eh, Eph, llegas dos días más tarde de lo que esperaba! ¿Dónde está esa fíerecilla mía?

Incapaz de mirar directamente a su patrón, Snow le dijo:

– Venga al salón principal, señor Jared.

Sin molestarse siquiera a esperar respuesta, lo precedió al interior del barco. No había modo de cumplir con su deber fácilmente, así que se volvió a mirar a Jared y las palabras se le escaparon bruscas, a borbotones, con brutalidad. Terminó poniendo la alianza de Miranda en la mano de Jared y estalló en sollozos. Las lágrimas resbalaron sin la menor vergüenza por su rostro curtido hasta llegar a su barba entrecana mientras Jared, rígido por la impresión, miraba fijamente el anillo de oro con sus diminutas estrellitas, que parecían burlarse de él con su brillo. Luego, ante el horror del capitán Snow, Jared Dunham gritó:

– ¡Maldita sea! ¡Maldita hasta el infierno por su insensata inquietud! Cualquier otra mujer se hubiera quedado esperando, ¡pero ella no! ¡Ella no! -Se guardó violentamente la sortija en el bolsillo-. No te hago responsable, Eph -dijo ya más tranquilo, y salió del barco a toda prisa.

Después de recorrer el muelle, Jared se dirigió decidido al Mermaid. Cerró de un portazo, llegó a la barra, pidió una botella de brandy y procedió a emborracharse. Ephraim Snow siguió discretamente a su patrón, enfermo de preocupación, pero el posadero reconocía a un hombre desesperado cuando lo veía y ya había mandado llamar a los criados de lord Dunham. Cuando Ephraim Snow entró en la posada los encontró: el ayuda de cámara de Jared, Mitchum; Martin, el cochero, y la doncella de Miranda, Perky. Ephraim les indicó que lo siguieran y angustiado les contó la tragedia.

– Que Dios se apiade de ella -sollozó Perky-. Era una buena ama, lo era. Quería que cuantos la rodeaban fueran felices.

– Creo -observó el señor Mitchum, que era el criado más antiguo- que ha sido mejor dejar que su señoría se emborrachara. Cuando se caiga lo subiremos en el coche y regresaremos a Swynford Hall. El hermano de lord Dunham y su cuñado sabrán cómo manejar una situación como ésta.

Ephraim Snow asintió.

– Me parece una buena idea. Iré con ustedes, si no les importa.

– Le agradeceré toda la ayuda que pueda prestarnos, capitán. Será un trayecto difícil.

Alfred Mitchum no sospechaba lo terrible que podía ser un viaje en berlina. Miranda sí. Durante los primeros días después de su rapto, Sasha la mantuvo bajo la influencia de las drogas. Ocasionalmente, Miranda era consciente del movimiento del coche, pero cuando él se daba cuenta de que su prisionera empezaba a despertar, volvía a hacerle beber aquel agua amarga que la sumía otra vez en una oscuridad de sueños. Pasados unos días, en los escasos momentos de lucidez que tuvo. Miranda comprendió que debía impedirle que siguiera drogándola. Necesitaba reflexionar sobre su situación.

A la vez siguiente que comenzaba su peligroso retorno a la consciencia, tuvo cuidado de no alterar el ritmo de su respiración ni abrir los ojos. Poco a poco, sus ideas fueron centrándose, pero tenía un dolor de cabeza espantoso. Por fui, después de varias horas, le fue imposible mantener la posición encogida y, con gran sorpresa por parte de Sasha, la joven se incorporó y se sentó. Rápidamente él alargó la mano hacia el frasco de plata, pero Miranda le paró la mano.

– Por favor, basta de esa pócima que me ha estado dando. Soy su prisionera. Ni siquiera sé dónde me encuentro. -El se la quedó mirando-. Por favor. Me duele muchísimo la cabeza. Le prometo que no voy a darle motivo de preocupación.

– De acuerdo -accedió Sasha al fin-. Pero cualquier movimiento extraño por su parte, y le vacío todo el frasco en la garganta.

– Gracias.

– No me dé las gracias. Estoy harto de hacerle de niñera. Ahora por lo menos no tendré que cambiarle los pañales. Así podrá atender sus propias necesidades.

– ¡Oh! -Miranda enrojeció.

– Bueno, demonios -masculló, pero esta vez con menos acritud-. El coche habría apestado si no me hubiera cuidado de usted.

– ¡Por favor, señor!

Sasha se echó a reír.

– Toda una dama, ¿verdad? Llámeme Sasha. En realidad soy Pieter Vladimirnovich, pero siempre me han llamado Sasha. Su nombre es Miranda, lo sé, pero ¿cómo se llamaba su padre?

– Thomas.

– Entonces su verdadero nombre es Miranda Tomasova, aunque yo voy a llamarla Mirushka.

– No, soy Miranda Dunham, esposa de Jared Dunham, lord de Wyndsong Manor.

– ¿Era realmente su esposa? Ella nos aseguró que era su amante.

– ¿Quién lo dijo?

– La amante del príncipe Alexei, Gillian.

– ¿Gillian Abbott?

– Sí. Era una mala bestia. Dijo que usted le había robado a lord Dunham y que él te agradecería que lo libráramos de usted. Dijo que le debía un favor.

– ¡Entonces ella es la responsable de mi situación! ¡Dios, la estrangularé con mis propias manos!

– ¡Calma, calma, Mirushka! -la tranquilizó Sasha con la mano sobre el frasco de plata.

Por un instante sus ojos verde mar brillaron airados, pero luego cambió de actitud.

– No estoy enfadada con usted, Sasha, pero han engañado a su príncipe. La reputación de lady Abbott en Londres no era buena. Siempre se arrimaba al mejor postor, incluso cuando el pobre y anciano lord Abbott aún vivía. Por favor, Sasha, dé la vuelta al coche hacía San Petersburgo. Mi marido le recompensará por mi vuelta,

– No. Yo la vi primero, sabe, en la tienda de! judío. Los judíos no suelen ser tolerados en San Petersburgo, pero éste goza de la protección del zar. Además, saben regentar muy bien las tiendas, y si no lo hicieran ellos, ¿quién lo haría? -rió-. En cualquier caso yo la vi en Bimberg's. Estaba allí comprando unos guantes de cabritilla lila para la amante del príncipe, y usted entró con un capitán de barco.

– El capitán Snow.

– Alexei Vladimirnovich anda buscando una mujer con su colorido desde hace años. Lucas es igual. En cuanto la vi, me precipité a advertir al príncipe. Si su amante no lo hubiera convencido de que usted no era importante, tal vez no la habría raptado.

– Pero en mi mundo soy importante -declaró Miranda, en un intento desesperado de que regresara-. ¡Soy una gran heredera y estoy casada con un americano muy importante!

– América está muy lejos de Rusia, Mirushka, y es una tierra lejana, salvaje y sin importancia. América no importa.

– El título de mi marido es inglés, Sasha, y mi hermana está casada con un lord inglés muy importante.

– Gillian dijo que su hermana estaba en América con su madre.

– Les mintió, Sasha. Nuestra madre está en América, casada con un hombre rico y poderoso, pero mi hermana es la duquesa de Swynford y su marido es muy amigo del príncipe regente. -Mientras hablaba se preguntó si su hermana apreciaría su nuevo rango.