– Yo ya sospeché que Gillian no decía la verdad -asintió Sasha con cierto orgullo-. Así se lo dije al príncipe, pero por si su amante mentía, él inventó un plan para que su desaparición no levantara sospechas. Sea quien fuere en realidad, no la echarán en falta. Su vida, ahora, está aquí en la granja de producción de esclavos de Alexei Vladimirnovich. Estará magníficamente atendida, Mirushka. Lo único que debe hacer es tener niños.
«Debo de sufrir una horrible pesadilla», pensó Miranda.
– ¿Por qué no se cuestionará mi desaparición, Sasha?
– Porque está muerta -fue la plácida respuesta de Sasha.
Miranda se estremeció, pero su voz no traslucía el pánico que sentía.
– No comprendo, Sasha.
– La amante del príncipe, Gillian, se dejó crecer el cabello y se lo tiñó de rubio cuando huyó de Inglaterra -empezó a contar Sasha. Se lo explicó todo.
Cuando hubo terminado, Miranda se quedó muy quieta escuchando el rítmico galope de los caballos. ¡Muerta! ¡Muerta! ¡Muerta!, fue el burlón estribillo. ¡Jared!, gritó mentalmente. ¿No te lo creas! ¡Oh, mi amor, no los creas! ¿No los creas! ¡Estoy viva! ¡Estoy viva!
– Mirushka, ¿está bien? -La voz de Sasha sonaba angustiada.
– Soy Miranda Dunham, la esposa del lord de Wyndsong Manon ¡Y no estoy muerta! ¡Nadie lo creerá! ¡Gillian Abbott no se me parece nada!
– ¿Sabe el aspecto que tiene un cuerpo después de estar varios días bajo el agua y ser devorado por los peces, Mirushka? -Ella palideció, pero Sasha siguió hablando-. Además, ¿quién puede relacionar su desaparición con Alexei Vladimirnovich? No se habían visto nunca excepto cuando se la llevó en su coche, y nadie podía identificar el coche como suyo. No se parece al caso de la institutriz de la princesa Tumanova.
– ¿Qué quiere decir, Sasha?
– Hace dos anos, mi amo se interesó mucho por una francesita que había venido para ser institutriz de los hijos de la princesa Tumanova. Era sin duda una criatura exquisita, de cabello dorado, sedoso, y ojos grises. Alexei Vladimirnovich la quiso para Lucas, así que se la llevó de San Petersburgo. Por desgracia, la muy estúpida dejó una nota a la princesa. La princesa se enfureció y fue a quejarse al zar, quien advirtió al príncipe que no quería más escándalos relacionados con la granja. Por supuesto, la reprimenda no fue muy severa, porque Alexei Vladimirnovich entrega a los Romanov una generosa renta todos los años, renta que procede del negocio de la granja.
– ¿Qué le ocurrió a la chica francesa? -preguntó Miranda.
– Pues que sigue en la granja, claro. Se enamoró de Lucas y ya le ha dado dos hijos. Usted también querrá a Lucas. Todas sus mujeres lo aman. Es un poco simple, pero muy bueno.
– Yo no voy a amar a Lucas, Sasha. No quiero que me apareen como a un animal con pedigrí. No pienso producir hijos para el mercado de esclavos. ¡Odio la esclavitud! ¡Antes preferiría morir!
– No sea tonta, Mirushka. No tiene elección. Tiene que hacer lo que se le mande, como todos.
– No puede obligarme, Sasha -replicó ceñuda.
– Si, Mirushka, podemos. Si no coopera, la forzarán a ello. Vamos, preciosa, no lo ponga más difícil. Lucas no es ninguna bestia enloquecida. Cumplirá con su deber porque sabe que el amo espera que así lo haga, pero preferirá ser bueno y paciente con usted, lo sé.
– ¿Dónde estamos? -preguntó, fingiendo que deseaba cambiar de tema.
– Al sur de Kiev -respondió Sasha, sin pensar que no debía decírselo-. Llegaremos a Odessa a última hora de la tarde, y a la granja por la noche. Está a unos cincuenta kilómetros de Odessa.
Miranda recorrió mentalmente el mapa de Rusia. Gracias a Dios, había prestado atención a las aburridas clases de geografía a las que su institutriz las obligaba.
– ¡Cielos! -exclamó-. ¿Cuánto tiempo llevamos viajando?
– Casi seis días.
– ¡Seis días! ¡Es imposible!
– No. Hemos viajado sin parar. ¿Tiene hambre, Mirushka? Pronto pararemos para cambiar los caballos. ¿Le apetece un poco de sopa, pollo y algo de fruta?
Asintió con la cabeza. Luego, acurrucada en una esquina del coche, guardó silencio. Odessa estaba en el mar Negro. El imperio otomano quedaba cerca y los turcos eran aliados de los ingleses. Necesitaría tiempo para orientarse. ¿Podría mantener a Sasha a distancia, sin olvidar al tal Lucas, mientras preparaba un plan? No debía dejarse ganar por el pánico. Por encima de todo, debía evitar el pánico.
El coche siguió su camino a través de la campiña. Se preguntó dónde estaría la frontera turca y cuánto habría de allí hasta Estambul. Sí la granja del príncipe Cherkessky estaba junto al mar, quizá pudiera robar un bote. Probablemente sería más seguro huir por mar. Nada de granjas, ni gente, ni perros que la rastrearan. Si ocultaba su cabello… no, tendría que cortárselo muy cono, probablemente teñirlo también, pero si lo hacía y lo escondía bajo un gorro y se vestía como un muchacho… Se miró apenada los pechos, ahora más desarrollados, redondos y llenos desde el nacimiento del pequeño Tom. Bueno, se los apretaría con una tela para disimularlos. En un bote pequeño y a distancia, nadie adivinaría que era una mujer.
¡Una brújula! Necesitaría una brújula. ¿Tendrían este tipo de aparatos en este rincón del mundo? Sería fatal escapar en la dirección equivocada. ¡Cómo se reiría Jared de ella! Jared. Sintió que se le escapaban las lágrimas. ¿Creería que había muerto? ¡Santo cíelo!, ¿qué otra cosa podía creer en vista de tantas evidencias? Te quiero, Jared, se repetía una y otra vez. ¡Te quiero! ¡Te quiero!
Sasha la dejó que pensara. Las mujeres no le importaban demasiado, porque nunca había recibido ninguna amabilidad de su parte. Su madre, que no se había casado, había sido la primera doncella de la madre de Alexei Vladimirnovich y aunque jamás nadie se lo había dicho, sabia que su padre era el propio príncipe Vladimir en persona.
Había nacido siete meses después que la hermana pequeña de su amo. Sasha había tenido suerte. Podían haberlo abandonado en cualquiera de las propiedades de los Cherkessky para que lo criaran como a un siervo sin educación, pero la princesa Alexandra lo consideró un niño precioso y quiso honrar a su doncella favorita. Lo trasladaron al cuarto de los niños de la familia y con una nodriza también de la familia. Cuando cumplió cinco años y Alexei ocho, lo asignaron al muchacho que iba a ser su amo para que estudiara con él. En realidad, estaba allí como receptor de los castigos del príncipe. Si Alexei Vladimirnovich se descuidaba en sus estudios, el pequeño Sasha era quien recibía los azotes, porque era del todo impensable que una humilde institutriz o un preceptor tocara la persona del príncipe.
Durante los seis primeros meses en la clase, fue raro el día en que no recibiera una azotaina a manos de la institutriz, una amargada francesa noble, que escapó por los pelos de la Revolución de su tierra natal. Empobrecida, se vio obligada a ganarse la vida. Sasha encarnaba para ella a los campesinos de su propia tierra que se habían atrevido a rebelarse tan violentamente contra sus amos y contra el orden natural de las cosas. Descargaba su furia contra el niño desamparado. Desgraciadamente para Sasha, el príncipe era un mal estudiante. Sin embargo, el niño más pequeño tema una memoria fenomenal y rápidamente alcanzó al otro. Pronto, con gran vergüenza de Alexei Vladimirnovich, sobrepasó al maestro. El príncipe empezó a aprender sus lecciones y mademoiselle se vio obligada a disminuir sus palizas a Sasha. Cuando el príncipe cumplió doce años, les asignaron un preceptor inglés, el señor Bradbury, cuyo sentido del fair play le hizo tratar a ambos niños como iguales. Alexei Vladimirnovich lo toleró, porque hacía de su siervo un compañero y confidente más interesante, y ahora era ya el príncipe Cherkessky, porque su padre había muerto en una loca carrera sobre el Neva helado. Cinco nobles habían participado en la carrera de trineos en la que murió el príncipe Alexei Cherkessky y su amante del momento, otros tres resultaron heridos y una mujer quedó inválida de por vida.