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Sasha ignoró el claro sarcasmo.

– Hay chozas de apareamiento y baños en las secciones, también disponemos de varias comadronas. Para un caso difícil tenemos un médico en la propiedad, pero se encarga sobre todo de los niños.

Llena de curiosidad a pesar suyo, Miranda preguntó:

– ¿Cuánto tiempo hace que tiene esta granja el príncipe?

– La granja pertenece al príncipe desde hace unos doce años, pero ha sido de la familia desde doscientos años atrás. El abuelo materno del príncipe era el señor tártaro de esta región: el príncipe Batu. Cuando Rusia conquistó esta tierra, los hijos y nietos del viejo tártaro fueron asesinados o ejecutados. El zar, naturalmente, estuvo encantado de que la propiedad pasara a Alexei Vladimirnovich cuando murió el príncipe Batu, de forma que las tierras quedaron en la familia. Los esclavos de esta granja son justamente apreciados y muy cotizados en los mejores mercados de esclavos de Estambul desde hace ciento cincuenta años.

Mientras Miranda iba digiriendo toda esta información el coche salió de la avenida y fue a parar ante el edificio de piedra. Dos jóvenes corrieron a sujetar los caballos y otro salió de la casa para abrir la puerta del coche.

– Bienvenido, Pieter Vladimirnovich. Hace dos días llegó la paloma mensajera anunciando tu venida. Todo está preparado.

Sasha se apeó y ofreció su mano a Miranda. Ella la tomó, se puso en pie y se desplomó.

– ¡Sasha, las piernas no me sostienen! -exclamó asustada.

– No pasa nada, Mirushka, es sólo temporal. -Luego se volvió al lacayo y ordenó-: ¡Ayúdala! Llévala a su habitación,

El hombre se acercó y la sacó del coche como si se tratara de un ramo de flores. Estaba mareada por un olor desagradable que, según descubrió muy pronto, procedía de sí misma. Roja de vergüenza, se acordó del comentario de Sasha acerca de sus pañales.

– ¡Quiero inmediatamente un baño! -ordenó.

– Tranquilícese, ya está preparado y esperándola -rió al comprender su malestar. Las piernas le volverán a funcionar después de un baño caliente. La veré más tarde, Mirushka.

El lacayo entró rápidamente en la casa y se desplazó tan de prisa que Miranda no tuvo tiempo de orientarse. La llevó a una habitación cuadrada, alicatada, llena de humo, donde la recibieron media docena de bonitas jóvenes que inmediatamente se apoderaron de ella, gorjeando y cloqueando mientras le quitaban las ropas y, con gran vergüenza por su parte, su maloliente panal. No comprendía ni una palabra de lo que decían. Le indicaron que bajara dos peldaños de un precioso recipiente cuadrado y tibio que, obviamente, servía como baño. Dos de las jóvenes se quedaron junto a ella y la arrastraron dulcemente por el agua hasta una esquina del baño donde había una hilera de frascos de cristal perfectamente ordenados. Rápidamente los fueron destapando y se los presentaron de uno en uno a fin de que pudiera elegir el perfume que más le gustara. Rechazó el de rosas, gardenia, jazmín, muguet, almizcle y flores silvestres. Quedaban tres frascos. El primero olía a violeta, el segundo a azahar y, suspirando, olió el tercero. Una sonrisa iluminó su rostro.

– ¡Alhelí! -exclamó y se lo indicó a sus acompañantes.

Sonrientes, ellas vertieron generosamente el aceite perfumado a la piscina y cada una tomó una pastilla de jabón, dispuestas a enjabonarla. Miranda les quitó el jabón de las manos, sacudió la cabeza y empezó a lavarse. Ellas asintieron y le entregaron un cepillo de cerdas duras.

– ¡No! -exclamó, pensando que le destrozaría la piel.

Pero dos muchachas la agarraron y sujetaron con fuerza, mientras que las demás saltaban a la bañera. Aunque Miranda protestaba ruidosamente, ellas se lanzaron a la tarea y la frotaron vigorosamente. A continuación le lavaron el pelo y luego la sacaron del agua para secarla cuidadosamente. Tampoco le sirvió de nada protestar cuando cuatro de las muchachas le masajearon todo el cuerpo con una espesa crema perfumada, mientras las otras dos secaban y cepillaban su larga cabellera hasta que estuvo suave y vaporosa y empezó a brillar como oro blanco a la luz de las velas que iluminaban la habitación.

Fue entonces cuando una de ellas señaló sus ojos y su cabello y dijo algo, excitada. No obstante, la única palabra que llegó a comprender fue «Lucas». Las demás asintieron vigorosamente y a continuación la condujeron desnuda a una habitación deliciosa con vistas al mar. Una de las jóvenes le entregó una túnica rosa y transparente para que se la pusiera y después la ayudó a entrar en la cama mientras las demás abandonaban la habitación. La muchacha le hizo una alegre reverencia, salió y cerró la puerta a sus espaldas.

Miranda suspiró y movió encantada los dedos de los pies. Hacía mucho tiempo que no se encontraba tan cómoda. No había tomado un baño de verdad desde que abandonó Inglaterra, tiempo atrás. De pronto descubrió dos cosas. ¡Sus piernas funcionaban! Parecían un poco débiles por la obligada inactividad de los últimos días, pero ¡funcionaban! La otra cosa curiosa eran las muchachas que la habían servido. Todas eran rubias, rubias de diversos tonos, pero rubias al fin y al cabo. Tendría que preguntárselo a Sasha y, como respondiendo a su llamada, el criado entró en la alcoba sin llamar.

– ¿Se encuentra mejor? -preguntó amablemente.

– Sí, gracias, pero tengo hambre.

– Marya le subirá la cena dentro de poco. Es una buena doncella, además, sabe hablar francés. No dude en pedirle cualquier cosa que necesite.

– Las criadas que me bañaron… ¿por qué son todas rubias? Casi podrían ser hermanas.

– Algunas de ellas probablemente lo son… por lo menos hermanastras. Pertenecen a la granja. Saber bañar debidamente a una persona es una habilidad importante en la vida de Oriente Medio. Suelen practicar entre ellas. La razón de que sean rubias es porque criamos rubias. Las esclavas rubias, de piel y ojos claros, son las más valiosas, las que mejor se venden. Oh, en ocasiones, alguna de las mujeres pare una pelirroja, que también dan mucho dinero, pero las que prefieren los pachas y los jeques son las rubias. Nunca comprenderé qué importancia puede tener esto a oscuras, pero ¡hay que ver cómo se venden esas cabezas doradas!

Antes de que Miranda pudiera contestarle, se abrió la puerta y entró una vieja con una bandeja en las manos.

– Buenas noches, Miranda Tomasova. Le traigo la cena -anunció-. ¡Ahueca estas almohadas, Sasha! ¿Cómo puede comer tumbada?

Sasha sonrió a la anciana y se apresuró a obedecer sus órdenes.

– En realidad, Marya es quien lleva las riendas en la granja. Incluso Alexei Vladimirnovich la obedece cuando le riñe. -Ahuecó las almohadas y ayudó a Miranda a incorporarse.

Marya depositó la bandeja con suavidad sobre las rodillas de Miranda.

– ¿Podrá comer sola, querida, o quiere que se lo dé? -preguntó en francés.

– Podré arreglarme sola, gracias.

– Muy bien, entonces la dejaré tranquila. Si me necesita, sólo tiene que tirar del cordón de la campanilla. -Salió y Sasha acercó una silla a la cama.

– La acompañaré mientras come, Mirushka -dijo-. Un buen descanso esta noche la ayudará a recuperarse.

Miranda empezó a levantar las tapaderas de las fuentes. Un aroma tentador emergía de la bandeja. Había un bol de sopa roja, con una mancha blanca en el centro.

– ¿Qué es esto? -preguntó.

– Borsch… sopa de remolacha. Lo blanco es nata agria. ¡Pruébela, está muy buena!

Obedeció y la encontró muy sabrosa. El borsch desapareció rápidamente. El plato siguiente, según descubrió al levantar la tapa, eran dos pasteles de hojaldre llenos de una carne picada, especiada, cebolla y unos granos. Era kasha, le explicó, una especie de trigo que crecía en la propiedad. Había un pequeño plato de guisantes y una tarta de melocotón con crema. Toda la comida era deliciosa, y al acabarse la última migaja suspiró apenada.