– Me llamo Lucas. Dime, ¿por qué tienes miedo?
– No puedo hacer lo que nos ordenan -murmuró-. Me robaron a mi marido. Por favor, compréndelo. No soy una esclava.
– No eras una esclava -la corrigió dulcemente-, pero me temo que ahora sí lo eres. Tardarás en acostumbrarte, lo sé. -Hablaba en un francés culto.
– ¿No naciste esclavo? -le preguntó, curiosa al fin y al cabo, pese al miedo.
Lucas empezó su relato sin moverse de donde se encontraba.
– No. No nací esclavo. Mi hermano Paulus y yo procedemos del norte de Grecia. Nuestro padre era un sacerdote ortodoxo griego. Nuestra madre murió cuando nosotros teníamos doce y catorce años, y padre entonces volvió a casarse con una mujer de la aldea que tenía una hija. Mamá era la mujer más hermosa del pueblo y, aunque mi padre no lo sabía, también la más corrupta. No llevaba un año en la casa cuando se acostó con los dos. Entonces nuestro padre empezó a enfermar y no tardó en morir. Supongo que lo estaba envenenando, pero yo entonces no lo sabía. Nuestra amante madrastra arregló rápidamente un matrimonio entre su fea hija y el hijo mayor del hombre más rico del pueblo. Oíamos comentar continuamente en el pueblo la enorme dote de Daphne, pero lo que no entendíamos era de dónde saldría la tal dote. Entre tanto, nos mantenía felices y satisfechos en su cama.
»Sólo faltaba una semana para la boda de nuestra hermanastra, cuando un grupo de jinetes llegó a nuestra aldea. Eran mercaderes de esclavos. Como "madre" nuestra, tema derecho a vendernos, y le pagaron una gran suma. El dinero, claro, era para la dote de nuestra hermanastra. Sin dote, nuestra hermanastra no hubiera conseguido ningún marido; ¡mucho menos uno rico! Oí a Mamá regatear nuestro precio con el jefe del grupo y, créeme, le sacó hasta la última moneda y más. -Rió entre dientes-. ¡Qué mujer! "Ambos pueden joder como sementales -dijo al mercader-. Yo misma les he enseñado, y ambos son potentes como diablos. ¡En el año pasado he abortado siete veces!"
– ¡Es horrible! -exclamó Miranda-. ¡Qué mala fue al venderos como esclavos!
– Ahora pienso que nos hizo un favor -fue la sorprendente respuesta-. Nuestra aldea era pobre y nuestro padre había sido el sacerdote. Éramos los más pobres de todos. Cuando Mamá nos vendió, sabía que nos mandarían a una granja de esclavos, porque éramos demasiado mayores para que nos castraran. Por eso le dijo al mercader que nuestra semilla era muy potente. Las granjas andan siempre buscando material fresco y los esclavos de las granjas reciben un trato privilegiado.
"Paulus y yo fuimos llevados a Estambul y allí Dimitri Gregorivich nos compró a los dos. Había ido a comprar para el príncipe Cherkessky, que acababa de heredar la propiedad. Aquí hemos sido felices y tú también lo serás, te lo prometo. Es cuestión de tiempo.
– Mi historia no es como la tuya -empezó Miranda-. Tú eras un aldeano y la esclavitud ha mejorado tu vida. Cuando te trajeron no dejabas nada detrás de tí. Tus padres habían muerto los dos, tu madrastra y su hija significaban poco para ti, no tenías nada. Yo lo tenía todo.
»Soy rica por derecho propio. ¡Tengo un marido y un hijo a quienes amo, una madre, una hermana y un hogar! No pertenezco aquí.
»Tu príncipe me raptó de mi yate, en San Petersburgo, porque, al parecer, mi colorido es como el tuyo. Me han dicho que engendras hijas, y que el príncipe Cherkessky cree que una raza de hijas nuestras le haría mucho más rico. ¡Pero si me tocas, me mataré!
– Yo no soy una yegua de cría. Soy Miranda Dunham, de Wyndsong Island, esposa de Jared Dunham, lord del mismo nombre.
– ¡Pobre pajarito! -suspiró el hombre-. Ahora todo ha cambiado. Estás aquí y ésta es tu vida. No quiero verte desgraciada porque soy hombre de corazón tierno y me apena ver a una mujer triste.
Se acercó a ella.
– ¡No! -gritó Miranda, retrocediendo al fondo de la cama.
– Miranda, Miranda -la reconvino, paladeando su nombre por primera vez-. Nunca he tomado una mujer a la fuerza y te prometo que no te violaré. Confía en mí, pajarito. Sólo quiero sentarme a tu lado y cogerte la mano. Te cortejaré como solían hacer los muchachos de mi aldea con las chicas bonitas.
– Será inútil. Nunca me entregaré a ti y cuando descubran que no has hecho lo que quieren, nos forzarán. Sasha roe lo ha advertido.
– ¡Sasha! -La voz de Lucas estaba cargada de desprecio-. Es el preferido del príncipe. ¿ Qué puede saber de un hombre y una mujer? Dimitri Gregorivich sabe que cumpliré con mi deber y confía en mí juicio en estos asuntos. Llegaremos a hacer el amor. Miranda, y con la gracia de Dios concebirás mi hija, pero no debes temer que te vaya a violar. Vendrás a mí voluntariamente, pajarito.
– ¡N… no!
Lucas se sentó al borde de la cama.
– Dame la mano, pajarito. Verás que puedes confiar en mí.
– Está demasiado oscuro y no te veo.
– Pon la mano en el centro de la cama. Yo la encontraré.
Indecisa, dejó resbalar su mano por encima del colchón. Al instante, una gran mano la cubrió y ella se estremeció, amedrentada por el contacto.
– No, Miranda. No ocurre nada. No voy a hacerte daño -la tranquilizó.
Guardaron un instante de silencio y entonces Miranda oyó su respiración tranquila y pausada. Resultaba curioso estar allí sentada casi plácidamente con aquel desconocido, hablando de amor.
– Tu francés es excelente -comentó al fin, esforzándose para romper aquel extraño silencio.
El hombre rió como si comprendiera sus pensamientos y el sonido le resultó reconfortante.
– Una de mis mujeres es francesa. Llego hace más de dos años y no podíamos comunicarnos. Así que, como había sido maestra, empezó a enseñarme su idioma y yo le enseñé alguno de los dialectos rusos que conozco.
– ¿Y se adaptó a este… este modo de vida, después de haber sido libre? -preguntó Miranda.
– Sí.
– Yo no, Lucas.
– Sí lo harás, Miranda. Me has dicho que tienes un marido y un hijo. Si te amaba como tú lo amas, ¿por qué no fue en tu busca?
– Porque el príncipe le convenció de que yo morí ahogada en el río Neva -exclamó ella.
– Por lo que se refiere a tu familia, estás muerta. Tarde o temprano tu marido volverá a casarse, porque es ley de hombre. Tendrá otros hijos y tu propio hijo te olvidará. Entretanto, tú estarás aquí, solitaria y sin amor. ¿Es ésta la vida que deseas? Si tu marido busca una nueva vida, ¿por qué tú no?
– Jared cree honradamente que estoy muerta, ¡pero no lo estoy! ¡Si vuelve a casarse, su error será sincero; pero si yo te entregara mi cuerpo seria una adúltera, una prostituta! ¡No pienso hacerlo!
– ¿Es porque amas a tu marido, Miranda, o porque tu espíritu orgulloso no puede transgredir la moral que te enseñaron de niña? Debes pensar en eso detenidamente, porque Dimitri Gregorivich es paciente hasta cierto punto, y el príncipe no lo es en absoluto.
– ¡Prefiero morir antes que ser esclava! -exclamó con fervor.
– Pajarito, no te dejarán morir. A la larga, exigirán que te fuerce. Y yo sentiré una gran vergüenza, porque nunca he forzado a una mujer. O tal vez el príncipe te entregue a los demás para que jueguen contigo como un ejemplo para las que pudieran sentir la tentación de imitarte. Yo te quiero y seré bueno contigo. Eres muy hermosa.
– ¿Cómo lo sabes? No puedes verme aquí en la oscuridad.
– Te he visto antes de hoy.
– ¿Paseando con Sasha?
– No.
– ¿Cu…, cuándo?
– He venido a tu habitación cada noche cuando ya estabas dormida, y te he contemplado. Ellos no lo saben.
No podía decir nada. No casaba con lo que había imaginado. Había esperado un bruto, y era tierno y comprensivo. Deseaba poder ver qué aspecto tenía. Empezaba a refrescar y sintió frío con su fino caftán de algodón.
– ¿Tienes frío? -preguntó, solícito-. Ven, deja que te abrace, pajarito.