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– ¡No!

– Miranda, aquí hay humedad y hace frío -insistió paciente, como si razonara con un niño-. Solamente hay fuego y mantas en invierno. El resto del ano se supone que generamos nuestro propio calor. Déjame que te coja y te caliente. No serás desleal a tu marido si evitas una pulmonía. -Su voz tenía una nota de ironía.

– ¡No! -repitió y a continuación estornudó no una, sino tres veces.

Sin decir más él la alcanzó en la oscuridad y tiró de ella a través de la cama con su fuerza de oso. Miranda se debatió, pero él la retuvo.

– Calma, pajarito, ya te he dicho que no te forzaré. Ahora estate quieta y deja que te caliente.

– ¡Pero estás desnudo! -protestó Miranda.

– Sí-respondió simplemente.

Al apoyar la mejilla contra su pecho velludo, Miranda enrojeció de vergüenza. Estaba cómodamente instalada en su regazo y aunque en un principio se resistió, rígidamente, poco a poco fue relajándose. Era un hombre enorme. Tímidamente movió el brazo para encontrar una posición más cómoda, y sintió que los músculos superiores de su pecho se movían bajo la mano. Olía a limpio, pero claramente a hombre, y sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos al asaltarla mil recuerdos dichosos.

– Soy muy paciente, pajarito -le murmuró Lucas como si leyera sus pensamientos.

– ¿Por qué me llamas pajarito? -preguntó Miranda, tratando de cambiar de tema.

– Porque eres graciosa, dorada y suave, como un canario que tuvo mi madre. Vivía en una pequeña jaula de caña en la ventana de nuestra casa. Cuando ella falleció, él también murió.

– Eres muy grande -observó.

– Mido algo más de metro ochenta. Mi hermano es un poco más alto.

Sentía latir su corazón bajo la mejilla. Estaba muy seguro de sí mismo. De pronto Miranda se dio cuenta de lo afortunada que era. Lucas era bueno. Le había dicho que sería paciente y se le ocurrió que podría mantenerlo así hasta que lograra escapar. Su corazón latió con más fuerza al pensarlo. Fuera, las criaturas de la noche zumbaban y cantaban a la luz de la luna, cuando el calor de aquel cuerpo la fue envolviendo. Miranda volvió a sentir sueño. No estaba nada mal aquel lugar sin ventanas, a salvo y abrigada en brazos de este gigante tierno.

Instintivamente se acurrucó un poco más y una gran mano empezó a acariciarle la cabeza dulcemente.

– ¡Buenos día. Miranda Tomasova! -oyó decir a la voz jovial de Marya, y el sol brilló en los ojos confusos de Miranda.

¡Estaba otra vez en su habitación!

– Levántese, querida. Sasha y su desayuno la están esperando. Le he traído una jarra de agua caliente para que se lave, aunque tal vez más tarde quiera darse un baño. Todas las muchachas dicen que Lucas es un toro insaciable, pero claro, soy demasiado vieja para saberlo, ¡qué lástima! -Salió de la alcoba riendo.

¿Cómo había vuelto de la choza de apareamiento? Seguramente la había traído él. Miranda bajó los pies de la cama y se levantó para despojarse del arrugado caftán. Se lavó la cara y las manos, los dientes con una hoja de menta; luego se dirigió a su ropero, eligió un nuevo caftán y se lo puso. Se cepilló furiosamente el pelo. Tenía algo que discutir con Sasha.

– ¡Gusano! -le espeló en cuanto entró en el pequeño salón comedor-. ¡Me mentiste!

– No mentí -protestó él.

– No me dijiste lo que te proponías hacer anoche, ¡ gusano asqueroso! ¡Me engañaste!

– Si te lo hubiera dicho, ¿habrías cooperado?

– ¡No!

– ¿No te gustó Lucas? ¿No te satisfizo? -inquirió intimidado-. Tengo entendido que siempre deja a sus mujeres muy complacidas.

Miranda rió burlona y respondió triunfante:

– ¡No me ha tocado!

Sasha contrajo el rostro. Cruzó de un salto el espacio que les separaba y la agarró por su cabellera rubio platino.

– ¡Perra! ¿Qué has hecho? -le gritó a la cara-. Cada vez que te niegas a cooperar me obligas a quedarme un día más.

– Te lo advertí-exclamó, apartándose de él-. ¡No quiero que se me trate como a un animal! Soy Miranda Dunham, esposa de Jared Dunham, lord de Wyndsong Manor.

El primer golpe la cogió desprevenida.

– ¡Perra! Miranda Dunham está muerta. Tú eres Mirushka, una esclava que pertenece al príncipe Cherkessky. -Volvió a pegarle-. Tu función es parir y si no cooperas juro por Dios que me quedaré junto a ese aldeano gigantesco y le obligaré a cumplir con su deber.

Miranda vio acercarse el tercer golpe y alzó las manos para defenderse.

– ¡Pieter Vladimirnovich! ¡No le hagas daño! ¡Acuérdate del príncipe!

Dimitri Gregorivich se interpuso entre los dos. La cara de cupido de Sasha estaba roja de ira. El capataz se volvió a Miranda y le dijo a media voz:

– ¡Pequeña imbécil! ¡Vuelva a su alcoba antes de que Sasha pierda el control por completo!

Miranda huyó agradecida y él se volvió a Sasha, que ahora lloriqueaba a solas.

– Nunca he estado separado de Alexei Vladimirovich. No puedo soportarlo, Dimitri. «No puedo confiar en nadie más que en ti, Sasha.» Eso fue lo que me dijo, Dimitri. ¡Y ahora estoy separado de su dulce presencia hasta que esta perra tenga su primera hija! -Sus redondos ojos negros brillaban de autocompasión e ira maliciosa-. ¿Es verdad? ¿Lo es? ¿Porqué no la jodió? ¡Por qué!

– Cálmate, Sasha, cálmate. Tú mismo dijiste que Miranda Tomasova debía aclimatarse a su nueva vida. Lucas está de acuerdo contigo. No la forzó porque desea ganarse su confianza. Es un hombre considerado.

– ¡Me tienen sin cuidado todos estos remilgos! ¡Debía joderla! ¡No lo hizo! Por lo tanto, no hay posibilidad de que quede preñada, lo que significa que tengo que quedarme exiliado aquí mucho más tiempo; ¡quiero que lo azoten!

– No -respondió Dimitri Gregorivich-. Alexei Vladimirnovich envió la mujer especialmente para Lucas, y aunque yo tenga mis reservas, es perfecta para él. Si la toma a la fuerza la hará desgraciada. Las mujeres desgraciadas crean problemas. Jamás hemos tenido problemas aquí, y el príncipe no estaría contento si los hubiera. Tú no puedes ser un experto en relaciones entre hombre y mujer. Dejaré que Lucas la maneje a su aire y le dé tiempo. Si tratas de interferir, me quejaré a Alexei Vladimirnovich.

– ¡Odio estar aquí!

– Lo odias porque te sientes solo y añoras San Petersburgo. No quisiera ofenderte, Sasha, pero entre nuestros jóvenes hay un muchacho encantador y afectuoso que podría representar un gran consuelo para ti. Deja que te presente a Vanya. Lucas cumplirá con su deber como siempre, pero debe hacerlo a su aire. Si te preocupas menos por el tiempo, sucederá más deprisa. Si te distraes, serás más feliz.

– No lo sé -murmuró Sasha.

– Deja que te muestre al muchacho -lo tentó Dimitri-. Es una delicia.

– No te prometo que me guste, pero supongo que no pierdo nada por verlo. ¿Qué edad tiene?

– Doce años -fue la respuesta suave, y Dimitri Gregorivich se dio cuenta de que había ganado.

Aquella noche fue él quien acompañó a Miranda a la choza, porque Sasha estaba ocupado con su nuevo amiguito.

Miranda se sentía muy satisfecha de Sí, porque después de haber huido del enfurecido Sasha, había encontrado las cocinas. Aprovechándose de la simpatía de la vieja Marya, había desayunado allí, lo que le permitió disponer de tiempo para observarlo todo. Había visto dónde se guardaban el pan y la fruta y dónde estaban colgadas las bolsas de agua. Sí, estaba muy satisfecha consigo misma.

– ¿Dónde está Lucas? -preguntó al capataz.

– Estará esperándola.

– Puedo ir desde aquí sin que me acompañe.

– ¿Está ansiosa por volver a ver a Lucas?-le preguntó y a continuación le dijo-: Quítese el caftán.

– ¿Qué? -exclamó Miranda, horrorizada.

– Quítese el caftán -repitió Dimitri.

– Por favor, Dimitri Gregorivich, anoche lo llevaba y estaba muerta de frío.