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– Si cumple con su deber. Miranda Tomasova, no necesitará la ropa -tendió la mano y Miranda comprendió que no había nada que hacer. Encogiéndose de hombros, fatalista, accedió a su petición y entró en la pequeña estructura. Al cerrarse la puerta, vislumbró el bulto de Lucas en la penumbra, pero la habitación estaba demasiado oscura para poder distinguir sus facciones.

– Veo que ya no me tienes miedo -comentó burlón.

– Anoche fuiste muy bueno conmigo.

– Me gustaría ser aún mejor esta noche.

De pronto se sintió intimidada.

– Por favor…

– Mi hermano opina que soy demasiado complaciente contigo-sonrió-, pero es que no quiero que me odies. Esta noche compartiremos la cama. Miranda, pero nos limitaremos a dormir el sueño de la inocencia. -Alargó la mano y tomó la de ella-. Ven, pajarito.

Miranda se tendió en la cama y notó que el somier de cuerda cedía cuando Lucas se echó a su lado.

– Esta noche también tú estás desnuda -observó-. Fuiste una visión deliciosa en la puerta, el sol poniente te iluminaba por detrás, pajarito. Una sola palabra amable y seré tu esclavo en lugar de serlo del príncipe -bromeó.

– Por favor, volveré a avergonzarme.

– Me gustaría rodearte con el brazo -anunció, aunque ya estaba haciéndolo.

Se quedó rígida al sentir el contacto, pero poco apoco fue relajándose.

– Dime cómo eres -le rogó ella.

– Solamente un hombre -confesó Lucas con modestia-. Mi cabello es del mismo color que el tuyo, tengo los ojos azules como las turquesas persas. Prefiero afeitarme, mientras que mi hermano lleva barba. Paulus es de color rubio dorado con ojos azules claros.

La atrajo hacia sí y sus caderas se unieron. Miranda se alegraba de que él no pudiera ver su turbación.

– Tengo sueño -le dijo-. Buenas noches.

– Buenas noches -le respondió Lucas amablemente.

Poco después, él roncaba ligeramente mientras ella permanecía aterida y despierta. Dios, qué largas eran sus piernas, y tan peludas como su pecho. Dormitó brevemente para despertar cuando él la atrajo y empezó a acariciarle el pecho. Iba ya a protestar cuando oyó que murmuraba: «Mignon, cariño», y Miranda comprendió que debía de estar sonando. Como su pulgar siguió acariciándole el pezón, se puso tensa. Empezó a sentir un ansia entre sus piernas y con horror se dio cuenta de que estaba experimentando deseo. Pero ¿era posible?

¿Cómo podía sentir algo parecido al amor por un hombre cuyo rostro no había visto nunca, un hombre que no era Jared? Se separó de él para refugiarse en el rincón más alejado de la cama. Confusa y temblorosa, empezó a llorar hasta que se quedó dormida.

Miranda despertó en su cama. Podía oír el ruido de una lluvia insistente. Se levantó, se vistió y bajó a la cocina, donde la vieja Marya mascullaba indignada:

– ¡Lluvia, lluvia, lluvia! Un tormento para mis huesos. Ojalá este año no se adelante la estación de las lluvias. -Llenó un pequeño bol con kasha y lo plantó en la mesa delante de Miranda-. Tómelo, querida. Su calor la resguardará de! frío. -Luego llenó un tazón de té hirviendo, le echó un buen chorro de miel y lo dejó junto al bol-. Le pido perdón por tan sencilla comida esta mañana. Miranda Tomasova, pero todo el mundo se ha levantado tarde porque anoche Pieter Vladimirnovich los retuvo hasta muy tarde. Nos mandó preparar un banquete para dos, como jamás había visto ninguno, -Su tono de voz y toda su persona demostraba extrema desaprobación.

Miranda contuvo la risa. Así que esta mañana había sido Pieter VIadimirnovich, ¿eh? Por lo visto Marya no apreciaba a Sasha. Miranda se tomó el desayuno; luego descubrió una hilera de capas colgadas en la puerta trasera, cogió una y se lanzó al exterior. Con Sasha ocupado y todo el mundo en casa, disponía de una oportunidad de examinar las barcas de la playa. A menos que la lluvia se transformara en una auténtica tormenta, se proponía huir aquella misma noche.

Sabía que aquel día no la mandarían a la choza. La costumbre de la granja para las mujeres era dos noches de apareamiento y una de descanso. Dimitri Gregorivich se lo había contado la noche anterior. Aquel día podía descansar y se proponía aprovecharse de ello. Si la lluvia persistía era virtualmente imposible que nadie saliera y tendría la huida asegurada. Sasha estaba agradablemente entretenido con su nuevo amigo y probablemente seguiría estándolo el resto del día y de la noche. El día anterior por la tarde, cuando él y el niño estaban jugando desnudos en el mar, ella se había escabullido en su habitación para robarle un par de pantalones, una camisa y una gorra. Sasha estaba tan absorto con el muchacho que no parecía haber echado de menos las prendas.

El viento húmedo y salado tiraba de sus cabellos, agitándolos con violencia cuando llegó a la playa. El mar había subido algo más de lo normal, con alguna ola de sesenta centímetros, pero la lluvia seguía siendo mansa. Aunque racheado, el viento no era fuerte. La experiencia le decía que por la noche la tormenta amainaría. Sospechó que la lluvia cesaría. Un tiempo ideal, se dijo satisfecha.

Había cuatro barcas varadas en la arena húmeda. Las inspeccionó cuidadosamente e inmediatamente descubrió que dos de ellas no le servirían, porque eran demasiado viejas y tenían las tablas sueltas. Podían pasar para un día de pesca en la seguridad de la rada, pero no para un viaje de centenares de millas por el mar Negro. Las dos últimas barcas eran prácticamente nuevas y resultarían impermeables y seguras. Por desgracia, sólo una de ellas tenía una vela. La otra la tenía rasgada. Ésta, pues, sería su barca. La marea estaba baja, pero distinguía la línea de alta mar, que terminaba justo pasada la parte rocosa de la playa. Inclinándose, empujó la barca, pero se había varado en la arena. Durante varios minutos empujó hasta que por fín la embarcación cedió y se deslizó hacia adelante. La movió de atrás adelante varias veces a fín de borrar la huella en la arena y conseguir que la barquita se moviera con facilidad. Dios, cómo deseaba marcharse en aquel mismo instante, pero era demasiado arriesgado. Tenía que esperar. Sus peores errores los había cometido siempre por su impaciencia, y por lanzarse precipitadamente de cabeza a ciertas situaciones sin pararse antes a pensarlo bien.

De mala gana, se apartó de las barcas y se dirigió a la villa, atravesando la playa, colina arriba. ¡Esta noche! Iba a escaparse. ¡Pasaría mucho tiempo antes de que el príncipe Cherkessky se enredara de nuevo con una americana!

– ¡Oh, Jared! -exclamó en voz alta-. ¡Me voy a casa, contigo, mi amor! ¡Me voy a casa!

12

Le subieron la cena a su habitación

– Por orden de Sasha -explicó Marya con desaprobación-. Él y ese pequeño granuja, Vanya, se han hecho los dueños del comedor. Cuando el chico se enteró de que usted solía comer con Sasha montó una escena, por lo que la han desterrado hasta nueva orden.

Miranda se echó a reír.

– Prefiero mil veces comer sola antes que oír otro recital de las virtudes de Alexei Vtadimornovich. Además, ésta es mi noche de descanso, Marya. Me acostaré inmediatamente después de la cena. ¿Me creerá muy perezosa si pidiera que me dejen dormir hasta tarde, mañana? A Sasha no le importará.

– ¿Por qué no, querida? Según tengo entendido, Lucas es capaz de agotar a la mujer más fuerte. -Acarició con ternura la mejilla de Miranda-. ¡Qué buena chica es usted! Hace tiempo tuve una niña, bonita como usted, pero murió. -La voz de la anciana se apagó con tristeza un instante, pero se sobrepuso y añadió sonriendo-: Que tenga felices sueños, Miranda Tomasova. Buenas noches.

Una vez sola, Miranda saboreó despacio la excelente pechuga de pavo que le había traído Marya. ¿Quedaría algo en la cocina, algo que pudiera llevarse? Tal vez un jamón. La carne salada duraba más en el mar. ¿Pan? Claro. Fruta. Un cuchillo. Cielos, ¡claro! No podía marcharse sin un cuchillo. A lo mejor había un sedal en la barca. Se daba cuenta de que el viaje le llevaría cerca de un mes, siempre y cuando no tropezara con excesivas dificultades. ¿ Por qué no se había preocupado de buscar una caña de pescar?