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Su cuadra aumentó hasta rebosar y empezó a frecuentar las subastas de caballos en Tattersall. Compró lo que se le antojaba, tranquilizando su conciencia diciéndose que se llevaría aquellas adquisiciones a Wyndsong, para añadir sangre nueva a la raza de la isla. Algunos de sus caballos eran de carreras y no tardó en encontrar un buen entrenador y dos jockeys. Hizo carreras con su faetón con otros jóvenes, en el camino de Brighton, pero la diversión desapareció cuando descubrió que ningún caballo podía vencer a los suyos.

Jugar le resultaba aburrido por la misma razón. Jared Dunham jamás parecía perder, ya se tratara de cartas o de apuestas de boxeo en el gimnasio de Gentleman Jackson, o algo tan simple como qué gota de lluvia llegaría antes a la parte baja del cristal de la ventana. La ironía le divertía: Tenía suerte en todo, excepto en el amor.

No obstante, Jared no dejó a las damas de lado. Por el contrario, su apetito parecía insaciable. Entre las bellezas que aceptaban la protección de un caballero se extendió rápidamente el rumor de que Jared era un amante excepcional, un amante generoso, pero un amante de corta duración. Ninguna mujer parecía ser capaz de retenerle más de unas pocas semanas.

Las mujeres casadas de su clase lo contemplaban con interés. Las mamas ambiciosas se aseguraban de que se fijara en sus lozanas y nubiles hijas. Miranda Dunham había muerto y el atractivo lord Dunham necesitaba una esposa que lo llevara por el buen camino. ¿Por qué no su Charlotte? ¿O Emily? ¿O Drusilla?

La mayoría de las adolescentes estaban aterrorizados por el alto, moreno y sombrío lord Dunham. Parecía estar siempre ceñudo y muchas pensaban si no se burlaría de ellas con sus labios finos torcidos en una sonrisa sarcástica. ¡Éste no era el trato a que estaban acostumbradas!

Sin embargo, una de las incomparables de la temporada no se arrugó ante Jared Dunham. Lady Relinda de Winter era la ahijada de la duquesa de Northampton. Menuda, de tez blanca y sonrosada, rizos negros y ojos azul oscuro. Belinda daba la impresión de pureza, inocencia y bondad. Nada más lejos de la verdad. Hija de un barón venido a menos, Belinda de Winter no se detendría ante nada por conseguir lo que quería. Y quería a Jared Dunham.

Belinda había ido a Londres invitada por su madrina, que había sido la mejor amiga de su difunta madre. El marido de tía Sophia, el duque de Northampton, tenía tres hijas propias que colocar y no le había hecho la menor gracia tener que presentar a una cuarta muchacha. Aunque era uno de los hombres más ricos de Inglaterra, no era persona a quien le gustara gastarse el dinero en la hija de otra persona.

Belinda, más perspicaz de lo que sugería su corta edad, había notado su reticencia. Pero necesitaba desesperadamente una temporada en Londres.

Su propio hogar, el Priory, estaba cerca de la propiedad de los Northampton, Rose Hill Court, y Belinda era una asidua visitante. Al acecho del momento oportuno, Belinda esperó hasta una tarde en que sabía que Rose Hill Court, iba a estar vacía, excepto por el duque y el servicio. Cazó a su tío a solas en la biblioteca y lo sedujo fríamente.

Luego lo dejó antes de que pudiera reaccionar. Se las arregló para no volver a encontrarse a solas con él antes de irse a Londres. Al duque le había escandalizado su comportamiento, escandalizado y fascinado. Nunca había encontrado una mujer más agresiva que aquel pedazo de chiquilla con su carita de ángel. Suspiraba por volver a tenerla, pero ella lo esquivaba y se reía de él tras sus manitas cruzadas, con sus ojos azules bailando enloquecidos. Por fin logró acorralarla en un concierto y se oyó suplicar como un jovencillo.

– Quiero volver a verte -le dijo.

– Si me llevas a Londres me verás todos los días -le contestó.

– Ya sabes lo que quiero decir, Belinda.

– Y tú también sabes lo que yo quiero decir, querido tío.

– Si te llevo a Londres, ¿serás buena conmigo?

– Sí -respondió, escabulléndose.

Belinda de Winter había conseguido su temporada en Londres, así como un magnífico vestuario. Pero el duque de Northampton jamás parecía poder encontrar a su ahijada a solas. Estaba demasiado ocupada con su vida de debutante londinense. Sin embargo, siguió vigilándola. Un día u otro llegaría su oportunidad.

Jared Dunham, el lord americano cuya bella esposa había sido arrastrada por las olas enfurecidas de la cubierta de su yate, era un tema inagotable de comentarios aquella temporada. Belinda observaba cómo tas otras mujeres trataban de llamar la atención del viudo. Escuchaba en silencio las habladurías que acompañaban a aquel hombre increíblemente atractivo, y se juraba que sería su segunda esposa. Era perfecto: rico, elegante, y se la llevaría de Inglaterra, lejos de su maldito padre y hermano.

Su comportamiento y reputación eran como un albatros alrededor de su bello cuello. Aunque los hombres la deseaban y había tenido varias proposiciones cuando irrumpió en la escena social de Londres, ninguno de aquellos caballeros deseaban tener como parientes al barón Chauncey de Winter y su hijo Maurice. Belinda no los podía censurar.

Aquel invierno reinó el mal tiempo en toda Europa y Miranda se vio confinada en la casa durante varios días por culpa de la lluvia. Sasha no tardó en cansarse de los celos de Vanya y pegó una paliza al muchacho un día de octubre. Después de eso, Vanya dejó de quejarse si Sasha jugaba al ajedrez o charlaba con Miranda. Y Miranda, compadecida del joven, le empezó a enseñar francés. Vanya mostraba una inteligencia sorprendente y Miranda sospechó que podía ser hijo de Lucas. No obstante, jamás lo preguntó. Era mejor no saberlo.

Una noche Miranda estaba preparando el tablero cuando llegó Sasha con una copa en la mano.

– He estado hablando con Dimitri Gregorivich. Ya no tendrás que volver a la choza, Mirushka.

Miranda levantó la vista, sorprendida.

– ¿ Por qué?

– ¿Por qué no? Vamos, Miranda, no debes ser tímida conmigo. Sabes que estás embarazada.

– ¿Qué? -parecía anonadada-. ¡No! -exclamó-. ¡no puede ser!

– Mirushka, desde que hemos llegado aquí no has tenido ni una sola pérdida de sangre, según dice Marya. ¿Cuándo tuviste la última regla? Yo sí lo sé. Fue en aquellos primeros días del viaje, cuando estabas inconsciente. Empezaste a sangrar el día después de salir de San Petersburgo. Yo te cambié las compresas. ¿Y antes de eso? ¿Lo recuerdas?

Se quedó pálida. La última menstruación que recordaba había sido una semana antes de abandonar Inglaterra, Tenía razón, hacía tiempo que no sangraba, pero lo había achacado sencillamente al cambia ¡Pero tampoco tenía otros síntomas! Por lo menos, eso creía. Oh, Dios. Volver junto a Jared como una paloma mancillad?, ya era bastante, pero volver embarazada de otro hombre sería imperdonable.

Sasha le acarició la mano.

– ¿Estás bien, Miranda? -Su voz sonaba bondadosa, sinceramente preocupada.

– Estoy bien -respondió despacio-. Bien, Sasha, esto significa que podrás volver a San Petersburgo en verano. Estarás contento.

– Sí -exclamó excitado, pero al ver su expresión desconsolada, añadió-: Esto no significa que no puedas volver a ver a Lucas, Mirushka. Puedes verlo, pero no debéis mantener relaciones amorosas hasta seis semanas después del nacimiento del niño.

– No hay amor entre nosotros ahora, Sasha. Jamás lo ha habido.

– Oh, ya sabes a qué me refiero, Mirushka. Al acto del amor.

– Hacer el amor, Sasha, no es amor, Es copular, y así lo hacen los animales. Sin amarse.

La miró con extrañeza. Era una mujer curiosa, y él no la entendía, pero claro, ¿cómo podía comprender realmente a una mujer?

– Juguemos una partida -propuso y se sentaron uno frente al otro.

Miranda jugó mal aquella noche. Su mente estaba en otra parte. Ahora no iba a poder escapar de la granja. Se vería obligada a quedarse hasta el nacimiento de la criatura. Por supuesto, en cuanto pudiera se marcharía… antes de que él volviera a impregnarla. Abandonaría al niño. De todos modos, se lo quitarían al nacer. ¿Cómo podía sentir algo por él? Era un ser ajeno, y no estaba dispuesta a que Jared conociera su vergüenza. No, no podía amar a esta criatura que crecía ahora en su seno. ¿Por qué iba a amarla?