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Lucas. Pobre Lucas. Había sido una gran decepción para él, porque después de aquella primera noche, nunca más volvió a alcanzar la cima de la pasión. Aunque él se sentía frustrado, furioso y confuso, ella parecía tan tranquila. A! principio se había sentido disgustada al disfrutar en su relación con un hombre que no era su marido. Su cuerpo la había traicionado, pero sus plegarias habían sido escuchadas y ahora no sentía nada. Lo había querido así y aunque había tenido que soportar su contacto, por lo menos no permitía ningún placer a su cuerpo mientras su espíritu estaba siendo odiosamente violado.

Pero Lucas había sido bueno con ella y por él había fingido, pero al cabo de una semana o así el hombre se había detenido en pleno acto amoroso y le preguntó:

– ¿Por qué finges?

– Para que estés contento. Tú eres bueno conmigo y yo quiero hacerte feliz.

Inmediatamente se retiró de ella.

– Dios mío. Miranda, ¿por qué no te he vuelto a dar más placer?

– No es culpa tuya.

– ¡Ya lo sé! -fue la rápida y orgullosa respuesta.

– Te lo advertí desde el principio, Lucas. Soy la esposa de Jared Dunham. El príncipe no puede cambiarlo. Lo único que ha hecho el príncipe Cherkessky es separarme de mi mundo y dejarme aquí, pero mi mundo sigue allí, al igual que mÍ corazón y mi espíritu. La primera noche que me tomaste, mí cuerpo respondió al tuyo. No te lo negaré. No sé por qué ocurrió, pero he rezado para que no volviera a ocurrir. Mis plegarias se han cumplido. Siento hacerte daño porque eres mi amigo.

Lucas guardó silencio un instante, luego observó:

– Sigues con la esperanza de regresar, pajarito, pero no te será posible. Con el tiempo llegarás a aceptar el hecho, pero entre tanto quiero que sepas que no has perdido mi amor. Soy un hombre paciente y te adoro, pajarito. Pero por favor, déjate de simulaciones. Yo seguiré haciéndote el amor y el paso del tiempo fundirá el hielo en el que has envuelto tu corazón.

– ¡Jaque, mate! -fue el grito triunfal de Sasha-. ¡Mirushka! ¡Mirushka! ¿Qué te pasa? ¡He cogido tu reina con un peón!

– Perdóname, Sasha. Esta noche no estoy de humor, me muero de cansancio.

– Bueno, confío en que no te conviertas en una compañera aburrida sólo porque estás embarazada.

– Ten paciencia conmigo, Sasha -rió burlona-. Después de todo, sólo he acatado las órdenes de Alexei Vladimirnovich.

– Es verdad -se animó-. Le escribiré mañana para darle la buena noticia.

– No te olvides de incluir mis felicitaciones -dijo sarcástica, y se levantó-. Me voy a mi casto lecho. Buenas noches, Sasha.

Por la mañana se puso una capa de lana y se dirigió al edificio de los hombres en busca de Lucas.

– ¡Miranda, mi amor! -la llamó desde la cocina.

– Estoy embarazada -anunció ella.

– Me alegro.

Estuvo a punto de gritar. Dio media vuelta para irse, pero él la alcanzó y la atrajo.

– Debo volver a la villa.

– Quédate conmigo. Hablemos. Sonya, un poco de té, cariño, y otro poco de ese pastel de manzana tan bueno que haces.

– No tenemos nada que decirnos, Lucas. Estoy embarazada, tal como todo el mundo dispuso. A mediados de junio daré a luz una hermosa esclava rubia, que dentro de cinco o diez años podrá venderse en Estambul por una fortuna. Quizás incluso llegue a ser la favorita del sultán. ¡Qué propaganda para la granja de esclavos Cherkessky! ¡Es lo que siempre he deseado para una hija mía!

– ¡Por favor, pajarito, calla! -Le pasó el brazo por los hombros y la abrazó con fuerza.

Con gran pesar por su parte Miranda se deshizo en lágrimas y él la fue calmando hasta que dejó de llorar.

– ¡Maldita sea! -barbotó en inglés y Lucas se echó a reír. Le estaba enseñando inglés y la había entendido.

– ¿Por qué te ríes?

– Eres adorable y te quiero.

Miranda suspiró exasperada. Nunca la comprendería.

Pero en los meses que siguieron tuvo que confesarse que se mostraba de lo más atento y cariñoso. Había gestado sola al pequeño Tom, sin el amor y la compañía de su marido, pero eso no le importó porque deseaba el hijo de Jared. Sin embargo, no deseaba a la criatura que se agitaba sin cesar en su interior; a pesar de ello, el padre de esta criatura estaba con ella siempre que podía y, curiosamente, encontraba que su presencia la ayudaba. A medida que iba engordando y se hizo cargo de la realidad de su situación, necesitaba su sincera bondad. Creía que sin su aliento hubiera enloquecido. Estaba esperando el hijo de otro hombre mientras, muy lejos, su amado marido se creía viudo.

La primavera apareció a últimos de marzo y con ella una carta para Sasha, del príncipe Cherkessky. Miranda estaba sentada con él en el soleado salón cuando la sorprendió su gemido.

– Sasha, ¿qué te ocurre?

– ¡Dios mío! -gritó y su voz alcanzó un tono estridente y angustiado-. ¡Me ha abandonado, Mirushka! ¡Estoy solo! ¡Solo! ¡Oh, Dios! -y cayó de rodillas entre amargos sollozos.

Miranda se levantó, cruzó la estancia y se inclinó torpemente para apoderarse de la carta que Sasha estrujaba entre las manos. Leyó rápidamente la elegante misiva escrita en francés.

Alexei Vladimirnovich se había casado la víspera de la Navidad rusa con la princesa Romanova, que inmediatamente había demostrado su fertilidad. La nueva princesa Cherkessky esperaba un heredero de la fortuna familiar para primeros de otoño. Alexei Vladimirnovich consideraba más prudente que Sasha se quedara en la granja como director. Su presencia en San Petersburgo podía turbar a la princesa y en su delicada situación aquello resultaba impensable. Cuando la princesa le proporcionara dos o tres niños y asegurara la sucesión de Cherkessky, Sasha podría volver junto a su amo en San Petersburgo. Entretanto debía permanecer en Crimea. Sería solamente durante cuatro o cinco años, como mucho.

El príncipe expresaba su placer por el inminente nacimiento de la criatura de Miranda Tomasova y recordó a Sasha que no dejara de informarle en cuanto su hermosa esclava hubiera dado a luz su primer hijo. Había que devolverla a la choza de apareamiento tres meses después del parto en lugar de tos seis meses habituales, y que Lucas volviera a cubrirla. Con suerte podrían tener otra criatura en la misma época al cabo de un año.

Miranda se estremeció. El príncipe era, sin duda, un ser sin entrañas. Al hombre, obviamente, sólo le importaba el dinero.

La carta terminaba con los mejores deseos del príncipe para Sasha y le recordaba que si desobedecía las órdenes de su amo, olvidaría todo lo que había habido entre ellos y la ira del príncipe y su castigo serían los más dolorosos y crueles que pudiera imaginar.

Miranda dejó la carta y contempló a Sasha. El hombre estaba hecho un ovillo en el suelo, llorando lastimeramente. Entrecerró los ojos para contemplarlo sin pasión. Ahora que Sasha había perdido a la persona amada, tal vez comprendería sus sentimientos.

De pronto, una idea maravillosa empezó a tomar cuerpo. Si podía servirse de la crueldad del príncipe para volver a Sasha contra él, tal vez, sólo tal vez, pudiera convencer al criado para que se vengara de Alexei Vladimirnovich. ¿Qué mayor venganza podía idear Sasha que dejar en libertad su tan ansiada pareja de reproducción?

Sonrió para sí. Le convencería de que los llevara, a ella y a Vanya, a Estambul en el yate del príncipe. También se llevarían el dinero que la granja cobraría en junio, cuando la granja acogía a montones de compradores de iodo el mundo en su venta anual. Su sonrisa creció. ¡Qué dulce venganza! Robarían al príncipe la cantidad máxima de las rentas anuales así como su principal reproductora. Pero, antes que nada, debía ganarse a Sasha. Se inclinó y lo abrazó maternalmente.