– ¡Sasha, Sasha! No llores más -lo tranquilizó-. Por favor, querido amigo, ven y siéntate en el sofá a mi lado. Por favor, yo no puedo levantarte.
Su tono dulce y afectuoso lo convenció: se puso en pie con dificultad, cruzó el salón con ella y se dejó caer en el sofá.
– Oh, Mirushka, ¿cómo ha podido hacerme esto? Yo sabía que debía casarse por respeto a la familia. Me hubiera portado bien, siempre me he comportado bien. Nunca le he avergonzado. Después de todo, también soy Cherkessky de sangre.
– Querido Sasha, ¿qué puedo decirte? -murmuró-. Ahora te han arrancado del lado de la única persona que amas en el mundo. Créeme, lo comprendo. Oh, sí, lo comprendo bien.
Alzó su rostro lleno de lágrimas y la contempló con tristeza.
– Yo también te comprendo ahora, Mirushka. Te comprendo y te pido perdón.
Lo acunó en sus brazos como si fuera un niño y le murmuró apenada:
– Pobre Sasha, pobre Sasha. -Pero había una sonrisa triunfante en su rostro.
Durante el mes que siguió jugó sutilmente con él, como con un delicado instrumento. Lo siguió en sus estados de ánimo, lo mimó, se indignó debidamente por él. Poco a poco, Sasha empezó a depender y a confiar en ella. Así pues. Miranda no tardó en sentirse lo bastante segura para sugerir venganza. Si elegía bien las palabras, él sólito encontraría la solución apropiada.
Debía tener mucho cuidado. Si Lucas descubría lo que estaba tramando, intentaría impedírselo. Se mostraba extremadamente atento aquellos días, la llevaba a dar largos paseos por la playa, cogiéndole la manita en su enorme manaza como hubiera podido hacer cualquier joven marido enamorado.
– Voy a pedir a Dimitri Gregorivich si puedo chupar tu pecho antes de que te den esas hierbas que cortan la leche -le dijo una vez-. Seré tu hijo único, Miranda, y acabarás queriéndome… tanto como yo te quiero a ti.
No. Lucas no debía sospechar que había concebido un plan para escapar.
El joven Vanya ya era otra cuestión. Su rostro redondo e infantil contrastaba con sus vivos ojillos azul oscuro. La observaba en su actuación con Sasha desde hacía varias semanas; por fin, una tarde, se atrevió a interpelarla a solas.
– ¿Por qué te muestras tan solícita con Sasha? -preguntó decidido.
Miranda lo miró divertida, porque tenía derecho a darle un bofetón y ordenarle que se largara. En cambio le preguntó:
– ¿Amas a Sasha?
– Naturalmente. Es la única persona que me ha querido. Para él, yo no soy simplemente uno de los niños esclavos. Soy especial.
– ¿Te gustaría estar para siempre con Sasha?
– ¡Oh, sí, Mirushka!
– Entonces, confía en mí como hace Sasha. No me preguntes más. Mantén tu mente ágil en otras cosas y no comentes con nadie tu curiosidad. Si cumples todo esto, te prometo una vida larga y feliz con Sasha.
– ¿Y si hablo con Lucas? -preguntó el niño con astucia.
– Entonces ninguno de tus sueños se hará realidad, Vanya. Aunque ahora no lo comprendas, créeme cuando te digo que yo soy la clave de ni dicha. Traicióname y te venderán este mismo año.
– ¿Puedes hacer realmente todo esto, Mirushka? -Su voz infantil sonaba impresionada.
– Sí puedo, Vanushka -le respondió Miranda con una voz tan confiada que el joven la creyó.
– Seré leal contigo -prometió Vanya con fervor.
– Sé que lo serás -le dijo sonriéndole con dulzura. Le acarició la redonda v sonrosada mejilla con una mano y le metió un chocolatín en la boca con la otra.
– Ahora vete a jugar, Vanushka. Quiero dormir un poco.
Llegó mayo y los prados se llenaron de corderos y cabritos, de potrillos y terneros, todos retozando sobre la verde hierba. Los niños jugaban en el mar y a Miranda le faltaban seis semanas para dar a luz a la criatura, como llamaba al ser no deseado que llevaba dentro. No sentía nada por él.
Solamente deseaba deshacerse de él. Cuanto antes naciera, antes podría abandonar aquel lugar.
Había dejado descansar al pobre Sasha. Si le confiaba demasiado pronto su plan de escape, le dejaría demasiado tiempo para pensarlo seriamente. Y demasiada reflexión podía hacerle cambiar de idea, porque en lo más profundo, su amor y lealtad hacía el príncipe Cherkessky seguían allí.
Sonrió para sí mientras contemplaba a los niños jugando en el mar.
– ¡Libertad! -murmuró.
Ella era Miranda Dunham, de Wyndsong Island, y había nacido libre. No cejaría en su lucha por esa libertad hasta que la muerte apagara el latido de su corazón.
13
Los tártaros atacaron al amanecer. Tras cruzar la frontera de Besarabia por el oeste, sorprendieron a los desamparados habitantes de la granja de esclavos del príncipe Alexei Cherkessky.
Los atacantes tártaros no encontraron resistencia, porque nadie estaba lo bastante loco para resistirse a los Jinetes del Diablo, como se les había llamado siempre. Al oír el estruendo. Miranda se levantó tan deprisa como le permitieron sus circunstancias. Sasha llegó corriendo a su alcoba.
– ¡Tártaros! -anunció-. ¡no lo comprendo! El príncipe es medio tártaro. Nunca nos habían molestado antes.
Miranda no se entretuvo en explicarle que la otra mitad del príncipe era rusa, y que los rusos habían asesinado a todos los descendientes varones del viejo príncipe Batu.
– ¿Qué nos harán? -preguntó Miranda-
– El mercado de esclavos de Estambul -fue la escalofriante respuesta que le ofreció el sollozante Sasha.
¡Maldita suerte! Precisamente cuanto todo iba tan bien.
– ¡Sasha, debes ayudarme! -dijo.
– ¿Cómo, Mirushka, cómo?
– Como no vivo con los demás, desconocerán mi situación. Diles que soy la hermana casada del embajador inglés en San Petersburgo, que el príncipe me ofreció su hospitalidad porque no podía soportar otro invierno en San Petersburgo dado mi delicado estado de salud.
Diles también que pueden conseguir un buen rescate por mi persona por parte de los ingleses.
– Pero ¿quién lo pagará?
– Pagará el embajador inglés de San Petersburgo. Ya te dije que mi marido es muy rico y que también es muy amigo de lord Palmerston, el ministro de la Guerra. Por favor, Sasha. ¡En este momento tu lealtad hacia el príncipe Alexei estaría fuera de lugar!
El dolor asomó a sus ojos oscuros y se la quedó mirando fijamente.
– ¡Por favor! -suplicó Miranda-. ¡Por favor! -Oía a los tártaros, que se iban acercando a la villa. Fue el momento más largo de su vida.
– Lo haré, Mirushka -accedió-. Te debo por lo menos una oportunidad. Pero, recuerda, tal vez no salga bien.
– Lo comprendo. Deprisa, hay que avisar a la vieja Marya.
Juntos corrieron al salón. Marya ya estaba allí, acompañada de Vanya y de las doncellas. Rápidamente, Sasha le explicó el plan para salvar a Miranda.
– Es una gran dama en su tierra y el príncipe hizo mal al robarla a su familia. Ahora debemos tratar de arreglarlo -concluyó, y el grupo aterrorizado asintió ansioso, felices de poder salvar por lo menos a uno de ellos, contentos de que se tratara de Miranda, que siempre los había tratado con bondad.
La puerta principal de la casa se abrió repentinamente de un puntapié, un acto innecesario puesto que no estaba cerrada con llave. La estancia se llenó de guerreros tártaros. Las aterrorizadas sirvientas chillaron asustadas, porque los tártaros parecían temibles. Su piel tenía un color amarillento que contrastaba dramáticamente con su corto cabello negro y ojos oblicuos. Vestían pantalones bombachos, que terminaban a la altura de las botas; llevaban camisas de colorines ceñidas a la cintura mediante eslabones metálicos y gorros de fieltro cilíndricos con largas caída laterales.
Los invasores estaban extremadamente bien organizados: separaron rápidamente a las doncellas de Vanya, las desnudaron y las echaron del salón. La vieja Marya se negó a moverse del lado de Miranda, actitud que pareció divertirlos. De momento, ignoraron a Sasha, contemplando despectivos su bata de seda roja. Pero se mostraron solícitos con Miranda: insistieron en que se sentara y le dieron palmadas en el vientre con enormes sonrisas y murmullos de aprobación.