Todos se irguieron de pronto cuando un hombre delgado y de aspecto fiero entró en la habitación. Acercándose a Sasha, el hombre habló en un francés gutural pero inteligible.
– Soy el príncipe Arik, el único nieto superviviente del príncipe Batu. ¿Quién eres tú y quién es la mujer?
Sasha se irguió, orgulloso. Conocía su destino, aunque Miranda lo ignorara.
– Soy Pieter Vladímirnovich Cherkessky, llamado Sasha, hijo del difunto príncipe Vladimir Cherkessky.
– ¿Eres el príncipe actual?
– No, mi madre era una sierva. No obstante, me educaron con mi hermanastro, Alexei, el príncipe.
– ¿Es su esposa esta mujer? ¿Su ámame?
– No, príncipe Arik. Esta mujer es lady Miranda Dunham, hermana del embajador inglés en San Petersburgo.
– ¿Y qué está haciendo aquí? -preguntó el jefe tártaro.
– Su marido, que ahora lucha en una guerra por su rey a través del gran océano occidental, la dejó con su hermano. Su médico de San Petersburgo consideró que no resistiría el severo invierno allí, y entonces el príncipe Cherkessky, mi amo, le ofreció la hospitalidad de esta finca. Es un gran amigo del embajador.
El príncipe Arik se volvió a Miranda.
– ¿Para cuándo espera a su hijo, señora?
– Dentro de una o dos semanas -mintió Miranda.
– ¿Cuándo llegó aquí?
– En noviembre. Un mes después mi marido marchó a las Américas y yo tuve la suerte de poder venir aquí con toda la nieve que había en el norte. ¡Era terrible!
– En primer lugar, ¿por qué estaba usted en San Petersburgo?
– Fuimos a visitar a mi hermano antes de que Jared tuviera que incorporarse -respondió Miranda y de pronto se irguió orgullosa, todo lo que su embarazo le permitía-. ¿ Cómo se atreve a interrogarme, príncipe Arik? Yo tenía la impresión de que el difunto príncipe Batu era el abuelo de su único nieto Alexei. Sasha, ¿estás seguro de que este hombre no es un impostor?
El príncipe Arik se echó a reír.
– Sí -dijo-, esta dama es decididamente inglesa. Siempre tan arrogante. En respuesta a su pregunta, mi señora, el príncipe Batu tenía cinco hijos que vivían aquí, en esta propiedad. Su única hija se casó con un ruso. Tenía treinta nietos. Tres eran mestizos de su hija. Había otros veintidós nietos más y cinco nietas… todos tártaros puros.
»Se estaba muriendo cuando llegaron los soldados rusos y asesinaron a toda su familia. Ni uno solo se salvó. Vi violar a mi madre y a mis tías una y otra vez. Al final, creo que los soldados profanaron a las muertas, porque todo el mundo murió en el asalto. Yo tenía sólo diez años y quedé inconsciente por un golpe en la cabeza. Quedé cubierto por los cuerpos de mis hermanos y mis primos. Me creyeron muerto, pero yo estaba decidido a sobrevivir.
»Después de la matanza, todos bajaron a la bodega de mi abuelo y se emborracharon. Cuando tuve la seguridad de estar a salvo, huí a casa de la familia de mi madre, en Besarabia. He esperado mucho tiempo la oportunidad de vengarme de los rusos. Lo haré hoy. -Se calló y miró detenidamente a Miranda-. La cuestión, querida señora, es qué voy a hacer con usted.
– Supongo que se dirigirá a Estambul para vender los esclavos de Alexei Vladimirnovich, príncipe Arik. -Cuando vio que asentía, continuó-: Entonces, lléveme con usted.
– ¿Por qué?
– Porque yo le puedo proporcionar un buen rescate. Los ingleses de Estambul le pagarán muy bien si me devuelve sana y salva.
– Pero no puede viajar en sus condiciones, milady.
– Claro que puedo -se apresuró a protestar-. No me diga que va a abandonar las esclavas embarazadas.
– No.
– ¿Cree que las embarazadas en un lugar como éste han estado menos mimadas que yo, príncipe Arik? Ya lo creo que puedo viajar.
El príncipe fíngió que estudiaba la cuestión, aunque en realidad estaba decidido a llevársela.
– Está bien -asintió al fin-. La llevaré a Estambul.
El segundo del príncipe Arik preguntó en su dialecto:
– ¿Pedirás rescate por ella?
– Claro que no -rió el príncipe-, pero dejemos que lo crea, así no tendremos problemas en el viaje. Su venta nos proporcionará mucho más de lo que los ingleses puedan pagar, Buri, amigo mío. ¡Fíjate en su pelo! ¡Y en sus ojos! Y con una criatura para demostrar su fertilidad, valdrá una fortuna. Llévala fuera mientras despachamos a esos dos.-Luego se volvió a Miranda y terminó-: Acompañe a Buri, milady. Él cuidará de usted.
– Príncipe Arik. -La voz de Sasha sonaba acuciante-. Ha sido mi deber cuidar de esta señora mientras ha estado bajo la protección del príncipe Cherkessky. ¿Puedo despedirme de ella?
El príncipe asintió y Sasha se acercó a Miranda. Ante su asombro, le habló en un inglés claro y rápido.
– ¡No confíe en los tártaros! Se proponen venderla al llegar a Estambul. La embajada inglesa está al final de una pequeña calle llamada Muchas Flores, cerca de la mezquita del sultán Ahmmet, que está junto al hipódromo. Vaya con Dios, Miranda Tomasova. Le pido perdón por todo el dolor que le he causado. -Tomó su mano y se la besó-. Para su mayor seguridad, no me demuestre afecto.
– Te perdono, Pieter Vladimirnovich. ¿Qué va a ser de ti?
– Márchese ahora -respondió Sasha, ahora en francés.
Miranda se fijó en él y de pronto comprendió.
– Oh, Dios -murmuró, horrorizada por el presentimiento.
– ¡Sáquenla de aquí! -pidió Sasha al príncipe Arik, y el capitán Buri agarró firmemente a Miranda por el brazo y la sacó de la habitación.
– Por favor -suplicó ella-, necesito mis botas. -Y señaló sus pies desnudos.
Él comprendió y la siguió a su alcoba, pero se negó a dejarla sola, de forma que se quedó de pie en medio del umbral. Miranda sacó dos caftanes del armario y se los puso sobre su transparente prenda de dormir. Había conseguido un par de botas decentes unos meses atrás, alegando que sus delicados zapatitos eran demasiado endebles para sus largas caminatas. Como el príncipe había dicho que podía tener cualquier cosa que fuera razonable, Sasha había pedido al anciano zapatero de ¡a granja que le confeccionara un par de botas de final piel roja. Le llegaban hasta las rodillas y estaban forradas de suave lana. Se las calzó y tomó también su ligera capa de lana oscura. Recogió un peine de hueso tallado del tocador y se lo guardó en el bolsillo interior de la capa.
– Estoy dispuesta -anunció.
Buri la sacó rápidamente de la casa.
El espectáculo con el que se encontró al salir le heló la sangre. Habían prendido fuego a los campos y pisoteado los viñedos hasta dejarlos irrecuperables. Donde habían estado los frutales había ahora montones de árboles derribados. Todos los edificios, excepto la villa, estaban ardiendo. Pudo ver a la banda de forajidos llevándose el ganado y las gallinas colgando de sus sillas. Pero lo más terrible de todo eran las sollozantes mujeres y los niños, todos completamente desnudos, agrupados y asustados. Los miró, pero no logró distinguir a Lucas. No vio a ninguno de los hombres.
– ¿Dónde están los hombres? -preguntó. Buri la miró sin comprenderla y se dio cuenta de que le había hablado en francés. Intentó el dialecto local que Lucas había empezado a enseñarle-. ¿Dónde están los hombres?
– Muertos.
– ¿Muertos? ¿Porqué?
– ¿Qué íbamos a hacer con ellos? No podíamos venderlos en ninguna parte, porque los sementales del príncipe Cherkessky son demasiado conocidos. El príncipe Arik quiere esta tierra totalmente destruida. Esos hombres incluso son conocidos en Estambul. La tierra es una tierra maldita y solamente cuando desaparezca todo lo que una vez fue las almas de la familia Batu podrán descansar, totalmente vengadas. -Luego preguntó con segunda intención-: ¿Por qué le preocupan los hombres?