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"Debo confesarte que nunca me maltrataron; mejor dicho, me mimaron. Jamás volví a ver al príncipe Cherkessky, porque no llegó a visitar su propiedad mientras yo estuve allí. Después, hace varias semanas, los tártaros asaltaron la propiedad del príncipe y se llevaron a todas las mujeres y niños para ser vendidos como esclavos en Estambul. Ahora sólo deseo volver a casa junto a mi marido y a mi hijo. Oh, Kit, ¿estás seguro de que no puedes llevarme contigo? ¿No podrías conseguir el permiso?

– Ojalá pudiera.

– Entonces no tengo más remedio que quedarme aquí -dijo, pero al darse cuenta de cómo sonaba, añadió a continuación-: Estaré encantada de aceptar su hospitalidad, Mirza Khan.

– ¿Puedo llevar un mensaje personal a tu marido. Miranda?

Reflexionó. ¿Qué podía decir? ¿Cómo explicar? Para cuando llegara Kit, llevaría ya más de un año fuera y cuando por fin se reuniera con su familia, habrían estado separados más de dos años. De pronto se sintió asustada. Seguro que sería más fácil cuando viera a Jared.

– Dile solamente que le quiero -dijo dulcemente. Después se enderezó y añadió-: Realmente estoy muy cansada, Kit. Mirza Khan se quedó asombrado de que hubiera venido andando desde Crimea.

– ¿Andando? -Parecía estupefacto-. ¡Pobres pies!

– Por lo menos han crecido un número más -comentó burlona.

Luego se inclinó y lo besó en la mejilla como una hermana-. ¡Apresúrate, Kit! ¡Por favor, apresúrate! Quiero ir a casa junto a Jared y mi niño. ¡Y quiero ir a mi casa de Wyndsong!

Aquella noche, Kit Edmund estuvo en el puente contemplando las luces brillantes de Estambul que se perdían a lo lejos, preguntándose cómo iba a decir a Jared Dunham que su bella esposa aún estaba viva. Tal vez debía hablar antes con lord Swynford. ¡No! Lady Swynford, Amanda, pese a la evidencia devastadora, se había negado a creer que su gemela estuviera muerta. Se había resistido firmemente a guardar luto por Miranda. El propio Kit había presenciado una escena en Almack's, cuando una anciana dama había decidido criticar no sólo el traje de color de Amanda, sino el hecho de que apareciera en público.

La joven lady Swynford la escuchó con suma cortesía y luego le respondió con su voz dulce y clara: «No creo que mi hermana esté muerta, señora. Y ella sería la primera en insistir en que no le guardara luto. Miranda sabe lo mal que me sienta el color negro y el morado.»

La vieja dama consiguió balbucear: «¡Loca como un cencerro!

Bueno, por lo menos Swynford ha conseguido un heredero de ella y ¡esto es una bendición!»

Adrián Swynford se había mostrado furioso con su mujer, una de las pocas veces que Christopher Edmund había visto al joven y tranquilo lord furioso.

– ¿ Por qué no puedes aceptar la verdad?

– Porque -insistió Amanda testaruda- sé que Miranda está viva. Lo noto. Miranda está por alguna parte. -Su voz se hizo clara como el cristal cuando miró directamente a Jared, que estaba otra vez con Lady Belinda de Winter-. Además, cualquier joven respetable, vista en compañía de un hombre casado, arriesga a buen seguro su reputación.

Adrián Swynford agarró a su mujer del brazo y prácticamente se la llevó a la fuerza del salón de baile de Almack's. Al salir, volvió a oírse de nuevo y claramente la voz de Amanda:

– Ten cuidado, milord. Estoy embarazada de nuevo, como bien sabes.

La princesa Darya de Lieven y lady Emily Cowper cayeron una en brazos de la otra riendo tanto que las lágrimas les resbalaban por las mejillas. Nadie había visto jamás a dos damas tan dignas, el alma del grupo de patronizadoras de Almack's y árbitros de la buena sociedad, tan dominadas por la hilaridad.

– ¡Oh! ¡Oh! -iba jadeando Emily Cowper, secándose las lágrimas con un pañuelo de fina batista bordeado de encaje-. Es casi tan bueno como si tuviéramos a nuestra Miranda entre nosotros. -Después bajó la voz-. ¿Crees que hay algo de cierto en lo que dice Amanda Swynford, Dariya?

La princesa se encogió elegantemente de hombros.

– Vosotros, los ingleses, sois reacios a dar crédito a los sentimientos, pero otra gente sí lo hace. He oído cosas más raras, Emily, que a una gemela insistir en que su otra mitad sigue con vida. Es posible que Miranda Dunham sobreviviera.

– Entonces, ¿dónde está? -fue la exasperante pregunta.

La princesa volvió a encogerse de hombros.

– No lo sé, pero yo en su lugar volvería corriendo. Belinda de Winter está a la espera de lord Dunham, como un pajarillo ante un gordo gusano.

Belinda estaba tan segura de que Jared se le declararía al final de la temporada que se atrevió a hacer algo que de otro modo no habría hecho porque ponía en peligro su reputación. Lo sedujo, aunque, por supuesto, dispuso la situación de forma que él creyera que había sido el seductor.

Lo había planeado cuidadosamente porque tenía que parecer como algo espontáneo. Se había negado a acompañarla a una excursión organizada por un grupo de jóvenes, pretextando que era demasiado viejo para esas tonterías infantiles. Ella esbozó un mohín delicioso y él se echó a reír.

– Vamos, Belinda, ¿realmente significa tanto para ti? ¿De verdad quieres ir al campo y sentarte sobre la hierba húmeda de mayo?

Belinda suspiró.

– Supongo que me consideras infantil, pero a decir verdad no soy una muchacha de ciudad, milord. Londres es maravilloso y de lo más emocionante, pero añoro mi casa. Este es el primer año de mi vida en que no he estado cogiendo flores silvestres todavía húmedas de rocío el primero de mayo por la mañana. ¡Adoro el campo!

– Entonces, querida, lamento haberte decepcionado.

– ¿No podríamos celebrar nuestra propia excursión? -sugirió atrevida.

– ¡Pero, criatura! -protestó Jared.

– Oh, Jared, ¿quién se enteraría? -Le cogió las manos e insistió anhelante-: ¡Por favor! Tienes permiso para llevarme de paseo. Tu cocinera podría preparar la cesta y yo diría a mi tía que te has ofrecido a llevarme de compras y que después me acompañarás a pasear.

Una voz sensata lo advirtió contra semejante locura, pero ella insistió adorablemente y, además, él se sentía aburrido e imprudente. No la había besado siquiera, pero ahora se inclinó y rozó sus labios con los suyos.

– Eres peligrosamente persuasiva, Belinda. Muy bien, iremos de excursión.

Se pusieron en marcha una alegre mañana de mayo hacia lo que él describía como el lugar perfecto, a unos diez kilómetros de la ciudad. Llevaban una cesta de mimbre cuidadosamente escondida debajo del asiento del alto faetón, que iba tirado por el más elegante par de caballos de ébano que jamás se hubiera visto. La joven sabía que Jared había pagado una fortuna por ellos la semana anterior, en Tattersall, superando, atrevido, la oferta de un representante del propio príncipe regente.

La muchacha fue charlando de naderías para mantener la ficción de exuberancia juvenil. ¿Quién iba a dudar de su inocencia? Belinda era sexualmente activa desde los once años y perdió la virginidad a los doce, pero sus indiscreciones siempre habían sido discretas. Nunca se había involucrado con gente de su clase, pues siempre elegía a muchachos más humildes, que no se atrevían a alardear de su conquista con la joven señora por si los acusaban de comportamiento criminal.

Por faltas mucho menos graves habían deportado a muchos hombres. El duque de Northampton había sido el único de su clase social con el que se había liado, aunque por poco tiempo, y él jamás diría nada. No, Belinda sonrió para sí, su reputación era intachable, inmaculada.