– Para que te acuerdes siempre de mi suerte -le recordó, altiva, y corrió a recibir el premio de todos sus esfuerzos.
Su madrina y el duque parecían muy ceñudos, lo que le pareció extraño. Hizo una graciosa y cortés reverencia y se sentó junto a los duques.
– Belinda, cariño -dijo su madrina-. Lord Dunham nos ha pedido permiso para hablarte de cierto asunto.
Belinda adoptó una expresión debidamente tímida, bajó los ojos en demostración de modestia y murmuró:
– Sí, tía Sophia.
¡Cielos! ¿Es que no iban a dejarlos solos? No, nadie se movía. Por lo visto, no. «Oh, bueno -pensó Belinda-, cuantos más testigos, mejor.» Jared fue a sentarse a su lado y empezó a decirle unas palabras que jamás esperó oír.
– Lady De Winter… Belinda… antes de que empiecen a circular los chismes, antes de que puedan hacerte daño, debo decirte que mi esposa, Miranda, ha sido encontrada viva. Es realmente un milagro, pero mi milagro puede poner en entredicho tu reputación. Debes comprender ahora que cualquier cosa que te haya dicho en el pasado debe ser olvidada. Lamento el dolor o la incomodidad que pueda haberte causado involuntariamente.
Estaba estupefacta, furiosa, ofendida, pero su parte más sensata la contuvo.
– Qué feliz debes sentirte, milord -dijo, esforzándose por sonreír-. Comprendo perfectamente tu situación y no debes preocuparte por mí ahora que tu querida esposa te ha sido devuelta.
Jared se levantó con aspecto mas tranquilizado y se inclinó ante los duques y luego ante Belinda. Salió del gabinete. Sólo cuando oyeron cerrarse la puerta principal, comentó el duque:
– ¡Mala suerte, muchacha! Bueno, la temporada aún no ha terminado. Si quieres mi consejo, yo aceptaría algo menos vistoso con una buena renta.
El rostro de Belinda se contrajo desagradablemente y sus ojos azules centellearon.
– ¡Cállate, viejo imbécil! ¡El americano era mi as en la manga y te juro que lo conseguiré! ¡No pienso ser el hazmerreír de la sociedad! ¡No, señor! Sin un penique y con mi encantadora familia, ¿quién desearía cargar conmigo?
– Belinda, pide inmediatamente perdón a tu tío Algernon -la increpó la duquesa-. La esposa de lord Dunham está viva y ya no se hable más. Es una lástima, pero así están las cosas.
– Has tenido otras proposiciones, muchacha -prosiguió el duque, imperturbable ante el mal humor de Belinda-. ¿Qué tiene de malo el joven lord Arden para mandarlo a paseo? Es uno de los hombres más entendidos en caballos que yo conozca.
– ¿Dos mil libras al año y una mansión mohosa y destartalada en Sussex? -se burló Belinda-. Un poco más de seriedad, tío. Me gastaría las dos mil al año sólo en saltos de cama.
– Mucha gente ha vivido con menos, jovencita. Reconsidera al joven Arden y os restauraré la casa como regalo de bodas. Podrías caer en manos peores. Por lo menos es joven y vigoroso.
– ¡También podría encontrar mejor partido! -estalló Belinda.
– En todo caso, no voy a pagarte otra temporada en Londres, muchacha -advirtió el duque-. Tengo tres hijas en mi propia casa listas para hacer su entrada. Olvídate del yanqui y búscate pronto un marido decente, o al final de la temporada te espera el regreso a Hereford y una vida de solterona. ¡Piénsalo, muchacha!
Lady Belinda de Winter se apoderó de un valioso jarrón chino. Mirando fijamente a su tío, lo lanzó al otro lado de la habitación. Después salió hecha una furia.
Jared, que conducía su faetón de regreso a su casa de Devon Square, estaba hecho un mar de confusiones. El día anterior se disponía a salir de casa para ir a jugar unas horas a White's, cuando llegó Amanda, sofocada y triunfante; Adrián y el joven Kit Edmund la seguían.
– ¡No está muerta! ¡No está muerta! ¡Te lo dije! ¡Te lo dije! Miranda está viva y Kit ha hablado con ella. -Luego se desplomó en una butaca llorando y riendo a la vez.
Jared palideció creyendo que había enloquecido, pero Adrián se apresuró a confirmar la historia de Amanda y el marqués de Wye pidió hablar con él. Los cuatro pasaron a la biblioteca y después de que Jared sirviera coñac a todos, con manos sorprendentemente firmes, Kit contó su historia.
– ¿Está seguro de que no es una impostora? -preguntó Jared cuando el oficial hubo terminado.
– Milord, no es ningún secreto que admiro a lady Dunham desde hace tiempo -respondió Kit con dignidad-. Aunque estuviera ciego reconocería el pequeño deje, no del todo inglés, de su voz. Sí, es su esposa.
– ¿Le dio mi esposa algún mensaje para mí?
– Sus palabras exactas, milord, fueron: «Dile solamente que le quiero.»
Lord Dunham contuvo a tiempo su pareja de caballos bayos evitando así una diligencia que salía del patio de una posada.
¡Estaba viva! Viva después de la más increíble serie de aventuras. Sospechaba que la historia de Kit Edmund no estaba completa y que ella no confiaría en nadie excepto en él.
Paró delante de su casa y el mozo esperaba allí para llevarse los caballos a la cochera. ¿Debía ir él personalmente a recogerla? No podía esperar más para verla. Iría a Estambul en el Dream Witch. Pediría a Ephraim Snow que fuera su capitán. También se llevaría a Perky.
Aunque ahora llevaba ya dos años casada, la pequeña doncella no tenía hijos y estaría encantada de volver a ocupar su antiguo puesto. Aquella noche, aún profundamente impresionado, Jared pasó una hora con su vieja amiga y amante ocasional, Sabrina Elliot. Actriz retirada, era una mujer muy atractiva, elegante, acogedora, que disfrutaba mucho con los caballeros. Llevaba sus asuntos con la mayor discreción, pero lo cieno era que sus amantes disfrutaban tanto hablando con Sabrina como haciendo el amor con ella.
Cuando se enteró por Jared de la asombrosa noticia, exclamó:
– ¿Cuánto tardarás en marcharte?
– Sabrina, aún no estoy seguro -respondió pasándose la mano por el pelo-. La verdad es que he tenido un día de lo más extraño. He tenido que explicar… las nuevas circunstancias a lady De Winter, con la que había pensado casarme.
– ¡No lo quiera Dios! -murmuró Sabrina.
– ¿Cómo?
– Nada, querido. ¿Pero seguro de que tu corazón no pertenece a Belinda de Winter? -preguntó divertida.
– No -confesó-, pero parecía una candidata apropiada para esposa.
– Hmmm… pero distinta de tu inquieta Miranda. ¿No es cierto, Jared? Belinda de Winter no haría nunca nada improcedente, ¿verdad? ¡Oh, Jared! Comparar a esas dos mujeres es como comparar la avena con el champaña.
– Sabrina -empezó Jared, agradecido por su intuición y franqueza-, el caso es que estoy impaciente por recuperar a Miranda y me marcho mañana. Pero creo que, de algún modo, ya lo sabías.
Sabrina se echó a reír. Aquel hombre sí sabía lo que quería.
– Cuando la tengas, Jared, no vuelvas a perderla, sujétala esta vez. Se te ha concedido una segunda oportunidad y debes darte cuenta de que ha sido un milagro.
Jared Dunham asintió con un gesto, despacio. De pronto pensó en todo el trabajo que debía hacer antes de que el Dream With pudiera zarpar y se despidió de su amiga. Le dio las buenas noches, besó su mano con cariño y se entretuvo en ello algo más de lo necesario. Sin embargo, al despedirse, ya no pensaba en Sabrina, Todos sus pensamientos estaban puestos en Miranda, como los de ella en él.
Miranda apoyó los codos en la fresca balaustrada de mármol y contempló el mar, liso, a pocos metros debajo de ella. El agua era de un azul profundo y transparente y distinguía perfectamente el blanco fondo de arena donde los pececillos iban de un lado a otro aprovechando la última luz del sol. También sus pensamientos se perseguían por su mente, como los peces oscuros. Rozaban su conscíencia fugazmente antes de desaparecer de nuevo. Suspirando, se preguntó si Jared volvería a aceptarla. ¿La mandaría recoger? ¿Vendría él? ¡Dios santo, cuánto deseaba que no viniera él personalmente! Necesitaba tiempo. ¿Cómo podía explicarle la presencia de la criatura?