Estas palabras están escritas en tu libro sagrado, pero no creo que las aprendan las niñas puritanas. Se dice que lo compuso el gran rey de los hebreos, Salomón, hijo de David. Cuenta el goce experimentado por unos esposos, uno en el otro. -La alzó dulcemente del montón de sedas que tenía a sus pies y se quedaron de perfil ante el espejo, mirándose.
Entonces ella empezó a desnudarlo, retirando su larga túnica de seda blanca y descubriendo un pecho musculoso y bronceado. Apoyó las palmas de las manos sobre su piel tibia y lo miró con timidez.
– Me has recitado lo que él dice a la esposa, Mirza Khan, pero, ¿acaso ella no le respondía nada?
– "Mi amado es blanco y fuerte -contestó-. Sus rizos son abundantes y negros como el cuervo, sus labios como linos cargados de perfumada mirra. Su vientre es como el marfil brillante cuajado de zafiros. Su boca es muy dulce, es en conjunto hermoso. así es mi amado, así es mi amigo» -terminó Mirza Khan y su voz vibrante y profunda la traspasó. No se dio cuenta de que él se había descalzado, despojado de sus amplios pantalones blancos y de que ahora estaba tan desnudo como ella.
– ¿Y después? -murmuró, ruborizándose al darse cuenta de su desnudez-. ¿Qué más le dice?
Mirza Khan la envolvió con sus fuertes brazos y sus cuerpos desnudos se unieron desde el pecho hasta el vientre y los muslos. La besó dulcemente.
– «Deja que me bese con los besos de su boca, porque su amor es mejor que el vino. Yo pertenezco a mi amado -le murmuró junto a sus labios-. Yo pertenezco a mi amado y su deseo es para mí».
Sus bocas se unieron en un beso apasionado y ella le rodeó el cuello para aumentar el contacto. La levantó del suelo y la llevó despacio a través de la alcoba para depositarle dulcemente en la cama. Su pálido cabello dorado se desparramó sobre los almohadones. Tiernamente, Mirza Khan cogió un pie entre sus manos.
– «¡Qué hermosos son tus pies, oh, hija de príncipe! -Le beso el empeine, luego el tobillo y su boca fue subiendo poco a poco pierna arriba, mientras le iba murmurando-Las articulaciones de tus muslos son como joyas, obra de la mano de un hábil artesano.»
– Apoyó su oscura cabeza sobre sus blancos muslos y ella le acarició con ternura los rizos negros.
Mirza Khan no tomó nada que ella no estuviera dispuesta a darle y, aparentemente, Miranda no se cansó de dar. Le resultaba confuso. Su voz maravillosa le atravesaba el corazón y fue recibiendo sus cálidas palabras. Se sintió desarmada ante el deseo que despertaba en ella.
– «Mi amada habló y me dijo: "Álzate, mi amor, mi hermosa, y ven conmigo. Porque, he aquí, que el invierno ha pasado, la lluvia ha terminado de caer; las flores aparecen en la tierra; ha llegado el momento de que los pájaros canten y en nuestra tierra oigamos la voz de la tórtola. Álzate, mi amor, hermosa mía, y ven."»
Mirza Khan buscó su dulzura secreta. Miranda abrió las piernas, un violento estremecimiento la sacudió y él encontró su tesoro. Ella gritó con fuerza su profunda pasión. La lengua de su amante era como fuego líquido que la tocaba aquí y allá hasta que el placer fue tan inmenso que se vació en ella como oro fundido y su respiración se volvió jadeante y dolorosa.
¡Oh, Dios, nunca había experimentado nada igual! ¡No de este modo!
– ¡Mirza! -gritó, sin darse cuenta siquiera de que había hablado.
Cuando él levantó la cabeza, Miranda vio relampaguear sus ojos azules. Despacio, muy despacio, Mirza Khan se incorporó hasta que su cuerpo delgado y viril cubrió el de ella.
– «Como el manzano entre los árboles madereros, así es mi amada.» -Miranda sintió que su verga palpitante buscaba entrar y tendió la mano para guiarlo-. Entonces, Miranda, mi amor, dilo la desposada: «Me senté a su sombra gozosamente y su fruto fue dulce al paladar. -Sintió que la penetraba mientras seguía hablándole-: Me llevó a la casa del banquete y su estandarte sobre mí fue el amor.»
Miranda lloraba en silencio, el rostro bañado de lágrimas saladas, pero eran lágrimas de alegría.
Mirza Khan tomó su rostro entre las manos, la besó una y otra vez, mientras su verga palpitaba en su interior, hasta que ella se estremeció por la fuerza de su éxtasis y se disolvió flotando en un mundo que giraba dulcemente, porque sabía que su amante se había unido a ella.
Cuando volvió en sí él estaba tendido a su lado con la cabeza apoyada en su pecho, pero sabía que no dormía.
– Ahora lo comprendo -murmuró dulcemente.
– Dímelo… -en su voz había un deje de sonrisa.
– Me has enseñado otra forma de amar. Yo quiero a mi marido y cuando hacemos el amor, el deseo proviene de nuestro mutuo amor y de nuestra pasión. Lucas también me amaba, pero yo no tenía elección. Estaba resentida y quería castigarlo porque la primera vez yo había respondido a su lujuria. Y quería castigarme por lo que consideraba la traición de mi cuerpo y la traición al honor de mi marido.
– ¿Y qué te he enseñado, amor mío, para que tu voz esté ahora llena de risa en lugar de lágrimas? -preguntó.
– Que los amantes deben ser amigos, Mirza Khan, incluso los esposos. -Él alzó la cabeza y Miranda depositó un beso en su boca-. Somos amigos. Lo hemos sido desde que nos conocimos en San Petersburgo.
Estaban sentados frente a frente en la gran cama.
– Realmente, ¿te repudiará tu marido. Miranda?
– De acuerdo con nuestro código, tiene derecho a hacerlo -Suspiró y con una sonrisa triste, continuó-: Un caballero de la alta sociedad en Inglaterra se ve animado, incluso se espera de él, que mantenga una amiga, como se llama a las amantes en sociedad. Incluso conozco a algunas mujeres de alta cuna que son infieles a sus maridos. Pero, aunque se sospecha de su comportamiento, se les permite porque son discretas. ¡Ya sabes cómo es Londres!
– Lo sé, en efecto.
– Las apariencias lo son todo en sociedad. Dirán que algo habré hecho para merecer el castigo y mi mando tendrá todo el derecho a deshacerse de mí, si así lo desea.
– Creo que Juzgas mal a tu marido. Miranda. Si es el hombre que me has descrito, aún te amará más por tu valor.
– ¿Te acuerdas de lo que me has dicho esta noche en el caique?-le preguntó, tomándole la mano-. Dijiste que si mi vida iba a ser una vida sin amor, me proporcionarías dulces recuerdos que me acompañarían durante las largas y oscuras noches venideras. Necesito estos recuerdos, Mirza, porque tanto si Jared me aparta de él, como si no lo hace, me esperan muchas noches solitarias y oscuras. ¿Me amarás mientras permanezca en tu casa disfrutando de tu hospitalidad? Jamás creí posible que pudiera pedir semejante cosa a un hombre que no es mi marido, pero eres mi amigo, Mirza Khan, y de un modo extraño, también te quiero.
La miradla sobresaltada del príncipe la sorprendió, por lo que se apresuró a decir:
– ¡Te he escandalizado! ¡Oh, Mirza, perdóname! Ha sido una petición absurda.
– ¡No! -Su voz sonó enroquecida por la emoción-. ¡Te adoro, Miranda mía! Creo que caí bajo tu hechizo aquel día, el año pasado, en San Petersburgo. Cuando oí que habías muerto en las calles de aquel lugar bárbaro, lo abandoné tan pronto como pude, porque no podía seguir en una ciudad salvaje que te había asesinado. Entonces, cuando volví a verte, creí en los milagros. No solamente estabas viva, sino que seguías invencible. ¡Jamás he conocido una mujer como tú!
– ¿Que si te amaré mientras permanezcas en mi casa? Miranda, amor mío, ¡te amaré toda la vida si me permites hacerlo!
– Gracias, Mirza, pero debo volver cuando Jared envíe a alguien a buscarme. Tengo un hijo. Algún día Wyndsong será suyo.
– Te preocupas por tu hijo. Miranda, pero ¿y la niña?
– He decidido que Jared no conocerá su existencia, si puedo evitarlo. Soy una mujer rica y me ocuparé de que la niña quede con una buena madre adoptiva. No le faltará de nada y la veré con regularidad.
– ¿Y cuando vuelvas a América? ¿Qué será de tu hija entonces?
– No la dejaré, Mirza. Es mi hija pese a toda la vergüenza de su concepción. Pero Jared no debe saberlo, ni él ni nadie. Mientras no se sepa que es hija mía, sólo habrá conjeturas acerca de lo que me ha ocurrido durante este año.
– Debes ponerle un nombre -le dijo a media voz-. La llamas «la niña» o "la criatura» como si no tuviera una identidad real, y mientras no tenga nombre no será nadie.
– No puedo -confesó Miranda con tristeza.
– ¡Sí, sí puedes! ¡Es una criaturita tan hermosa, tan delicada! Es como una tierna flor. ¡Piensa, amor mío! ¿Cuál va a ser su nombre?
– ¡No… no lo sé!
– Vamos, Miranda -insistió.
– ¡Fleur! -exclamó de pronto-. Dijiste que parece una florecita y tienes razón. ¡La llamaré Fleur! ¿Estás satisfecho ahora, Mirza Khan?
– No del todo -respondió perezosamente. Alargó la mano hacia su cabello platino y la atrajo hacia sí. Miranda se encontró de nuevo entre sus brazos y su boca volvía a tentarla.
Ella le puso un dedo sobre los labios y empezó a recitar sin alzar la voz.
– «Mi amado es mío y yo soy suya: se alimenta de lirios hasta que nace el día y las sombras se disipan. Vuélvete, amado mío, y sé como un corzo o como un joven ciervo sobre las montañas Bether.»
– ¡Arpía! -rió encantado-. ¡Conoces el Cantar de los Cantares de Salomón!
– Me temo que fui una niña puritana muy curiosa, Mirza Khan, y papá nunca nos prohibió la lectura de la Biblia -concluyó modestamente. Sus ojos verde mar brillaban con picardía por haberlo sorprendido.
– Oh, Miranda, no estoy seguro de que pueda dejarte marchar.
– Llegará el día, mi querido amigo, en que no tendrás más remedio que dejarme marchar. Pero hasta entonces, soy enteramente tuya si me quieres.
– ¿Y después?
– Después, tendré tus dulces recuerdos para que me acompañen las largas noches oscuras.
Atrajo su oscura cabeza, su boca lo quemó y juntos entraron de nuevo en el paraíso.