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– ¡Oh, Mirza, ahora tengo miedo! -exclamó.

– ¡No! -Su voz sonó profunda y riera-. Nunca debes mostrar miedo, amada mía, porque si revelas la menor debilidad, te dominarán. Tu mundo está lleno de gente que nunca se ha enfrentado con la grave decisión de tener que elegir entre dos invitaciones. Creen que lo correcto en tu situación habría sido el suicidio. Sin embargo, de haberse encontrado en tu piel, ¿se habrían suicidado? ¡Claro que no!

¡Vive, Miranda! ¡No pidas perdón a nadie, ni siquiera a ti misma!

Entonces Mirza Khan le cerró la boca con un beso ardiente y ella se quedó sin aliento. La besó y le hizo el amor con pasión y ternura. Se deslizó sobre las sábanas de seda para empezar a besarla por los pies, por sus deditos sonrosados. Acarició con la lengua el empeine de los pies y la hizo reír. Se inclinó sobre las largas piernas acariciándoselas, mordisqueando juguetón la piel suave de la ingle.

Sus pezones se pusieron tensos de deseo y gimió cuando la boca del amante se cerró sobre uno y luego sobre el otro. Ella retuvo la oscura cabeza sobre su pecho. Lentamente, Mirza Khan se alzó para contemplarla y al cruzarse sus miradas vio los ojos de Miranda llenos de lágrimas. Qué injusto era que él la amara de aquel modo y que debiera abandonarlo.

Le besó el vientre y le dijo:

– He probado tu leche, amor mío, ahora probaré tu miel. -Y su oscura cabeza se inclinó sobre la gruta secreta del amor. Insidiosa, su lengua recorrió la tierna carne y ella gimió, un gemido que le salía de lo más hondo de su garganta. Su cuerpo empezó a estremecerse.

– Yo… yo también quiero amarte… así… también -logró balbucir, pero él no paró-. ¡Por favor, Mirza! -Entonces él se volvió y se puso de lado para que Miranda pudiera acariciarlo como él la había acariciado a ella.

Lo como dulcemente en la boca y la lengua traviesa cosquilleó la roja cabeza de su hombría. Él sollozó y su boca devolvió su amor hasta que ella pensó que enloquecería de placer. Juguetona, lo mordió.

– ¡Oh, zorra, hacerme esto ahora! -gimió.

Entonces se desprendió de ella, la colocó debajo de él y la penetró tan profundamente como pudo. Ella se irguió para recibirlo mejor, apoderándose de su cabeza, besándolo hambrienta, y al fin se encontraron. Juntos llegaron al clímax final y juntos se abandonaron, a través de la nada, hasta volver a encontrarse en la Tierra para estrecharse en un último abrazo antes de que el sueño los venciera.

Cuando Miranda despertó, él ya no estaba. Se levantó despacio, se puso el caftán y regresó a través del jardín del harén a su propia habitación en el pabellón de las mujeres. Turkhan la esperaba y ambas mujeres se abrazaron fraternalmente.

– ¿Me verá antes de que me marche? -preguntó Miranda-. No puedo irme sin volver a verlo.

– Te verá.

– Tú le amas, Turkhan. -Era una afirmación y la respuesta no la sorprendió.

– Sí, le amo, y a su modo también él me quiere. Llevo quince años con él, desde los catorce. Otras vienen y van, pero yo permanezco siempre, como permaneceré para consolarlo después de que te hayas ido.

– Tiene mucha suerte de tenerte -comentó sinceramente Miranda.

Turkhan sonrió y pasó el brazo por los hombros de la otra mujer.

– Miranda, hermanita, ¡qué occidental eres! No me importa que mi señor Mirza te ame, porque le has hecho feliz y todas sabíamos que tendrías que dejarnos algún día. Cuando te hayas ido, tendremos la placentera tarea de calmar el dolor de nuestro señor. Las otras mariposas de su harén creen que lo lograrán, y él les dirá amablemente que así ha sido, pero yo sé la verdad. Siempre estarás con él, escondida en un lugar oscuro y secreto en lo más hondo de su corazón. No puedo cambiarlo, ni lo haría si pudiera. Cada experiencia con que nos enfrentamos en esta vida tiene un propósito, incluso las más amargas.

– Puede que vuelva -musitó Miranda.

– No. -Turkhan sacudió su hermosa cabeza-. Quieres a mi señor Mirza, pero tu corazón está con el hombre junto al que vuelves. Incluso si él te rechaza, te quedarás a su lado como yo me quedo junto a Mirza Khan… porque le amas, como yo amo a mi señor-

– Sí. Amo a Jared, y pase lo que pase, querré estar cerca de él.

– Lo comprendo-asintió Turkhan y luego en voz más despreocupada, añadió-: Vamos a los baños. Tu gente no tardará en llegar.

Miranda disfrutó por última vez de los deliciosos baños del harén. Después de un masaje, una anciana esclava la despertó para ofrecerle un café turco hirviente y dulce. Miranda bebió rápidamente el café, la envolvieron en una gran toalla suave y dejó los baños. Miranda abrió la puerta de su alcoba y entró. Oyó un aliento contenido y luego un grito de alegría.

– ¡Milady! ¡Es realmente usted!

Casi se atragantó. La transición había empezado.

– Sí, Perky, soy yo.

– ¡Oh, milady! -Perkins se echó a llorar-. Estábamos tan entristecidos. Milord no podía más de dolor. Estuvo borracho durante casi dos meses.

– ¿De veras? -Miranda sonrió, satisfecha-. ¿Y qué ocurrió, cuando recobró la sobriedad?

El rostro infantil y poco agraciado de Perkins se volvió ceñudo de desaprobación.

– No es cosa mía criticar, milady, pero cuando se tranquilizó se volvió el más juerguista de Londres. Gracias a Dios que no estaba muerta de verdad y que vuelve a casa. Me estremezco con sólo pensar que lady de Winter pudiera ser la nueva mamá del pequeño Tom.

– ¿Cómo? -Miranda sintió que se le despertaba el genio. Desde luego no le había guardado un largo período de luto, ¿verdad?

– Oh, milady, ¡perdóneme por disgustarla!. Le diré la verdad. ¡El cotilleo era que pensaba proponerle matrimonio, pero no llegó a hacerlo! Todo el mundo dice que buscaba una mamá para el pequeño Tom, porque el niño ha estado con lady Swynford desde que usted desapareció. No quiso que se marchara de la mansión, sino que se quedara con el señorito Neddie. Ahora, ella está esperando de nuevo. Además, milord quiere tener al niño; lo quiere mucho. Nadie dijo que estuviera enamorado de lady de Winter, milady. ¡Nunca se ha comentado semejante cosa! ¡Se lo juro!

Miranda acarició la mejilla de Perkins.

– No te preocupes, Perky. Creo que es mejor que yo sepa exactamente lo que ha estado ocurriendo. Vamos, ayúdame a vestirme.

– Necesitaba cambiar de tema y aquella oportunidad le sirvió-: ¿Han cambiado mucho las modas en el año que he faltado?

– ¡Oh, sí, milady! Los cuerpos son más ceñidos, las faldas algo más anchas y los dobladillos llegan justo al tobillo. ¡Espere a ver el camarote lleno de los preciosos trajes que milord ha traído para usted!

Lentamente, Miranda empezó a palidecer. Se tambaleó y Perky alargó la mano para sostenerla.

– ¿Está aquí?-murmuró Miranda-. ¿Está lord Dunham a bordo del yate?

– Pues sí, claro -respondió Perky.

Miranda se quedó sin habla. Tendría poco tiempo para idear lo que diría a Jared, poco tiempo para prepararse. Miranda dejó caer la toalla y Perky, ruborizada, le tendió unos pantaloncitos de fina muselina y medias de seda blanca con las espigas bordadas en oro. También le tendió unas ligas de seda dorada para sostener las medías.

– ¡Oh, esto es nuevo! -exclamó Miranda cuando su doncella le pasó por la cabeza un refajo de seda blanca acolchada con su propio corpiño incorporado. El corpiño no tenía mangas, pero sí anchos tirantes.

El traje que Perky Se había traído era de muselina de color coral y albaricoque a rayas alternas. El escote era profundo, las mangas, balón, muy cortas, y el cuerpo realmente muy ceñido. La falda se sostenía bien sobre la enagua y terminaba en el tobillo. Miranda se calzó unos zapatitos negros.

– El traje le está un poco apretado, milady, pero se lo puedo ensanchar más tarde. Pensé que tendría menos busto después de todos estos meses sin criar.