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Wentik asintió lentamente.

—En cuanto vuelva felizmente a su época, y le daremos el tiempo adecuado para que se aleje de la vecindad del campo, variaremos el interruptor a la posición 'AA'. Eso significa que cuando haya encontrado a N'Goko, lo único que precisará hacer es traerlo directamente al distrito Planalto y llegar a la cárcel. Aquí habrá un avión esperándolos.

—¿No podría el avión recogernos en la Concentración? —preguntó Wentik.

—No —respondió Jexon, sacudiendo la cabeza con un gesto de irritación— Eso sería impracticable. Ya se ha invertido demasiado tiempo en esto tal como está. Tengo que continuar mi trabajo. Tendrá que apañárselas solo.

—Wentik lo miró fijamente un momento, pero no dijo nada. ¿Era una pista de los motivos de Jexon..., que su trabajo personal estaba por encima de cualquier otra cosa?

—Muy bien —dijo por fin—. Lo comprendo.

—Pero hay un detalle que debe respetar del modo más estricto. Y ese detalle es que no debe arriesgarse a ir a Norteamérica. Incluso zonas del norte de Brasil y Venezuela recibieron contaminación radiactiva directa en el curso de la guerra. En la época en que usted volverá, dispositivos nucleares estarán estallando en ese momento en otras partes del mundo. Queremos que regrese a trabajar con nosotros, aunque no pueda llegar a la Concentración.

No hay problema, pensó Wentik. De todas maneras no me espera nada ahora... Europa occidental y central fue devastada en la segunda oleada de bombardeos...

—Voy a la Concentración —dijo a Jexon, con tono de paciencia—, encuentro a N'Goko, lo traigo aquí.

—Perfecto. Bien, ¿alguna otra cosa?

—Sólo que tengo un dolor de cabeza penetrante.

Jexon lo miró vivamente.

—¿Desde hace cuánto tiempo lo tiene?

—Más o menos desde que llegamos a la cárcel.

—Parece como si usted hubiera estado expuesto al gas perturbador...

—No es eso, estoy convencido.

Jexon parecía lleno de dudas.

—No lo sé. Recuerde lo que sucedió a Musgrove. Será mejor que se ponga en marcha... Déme el brazo.

Wentik extendió un brazo, y Jexon asió la muñeca y comprimió la carne hasta que la piel quedó muy apretada contra el hueso. A continuación cogió ambos extremos del cable, y los ciñó a la piel.

—Esto le producirá un dolor momentáneo —dijo, y clavó las dos puntas en el lugar adecuado. Wentik respingó.

El científico alzó los ojos y vio el semblante del hombre medio iluminado por la luz de la bombilla al otro lado de la máquina.

—Adiós por el momento, doctor Wentik.

Y bajó la palanca.

Wentik se sumergió en la oscuridad. Todo lo que le rodeaba era negro como el carbón. Cayó sobre algo duro que lo dejó sin aliento, y a un palmo de distancia un animal grande y pesado abrió la boca y chilló frente a su cara.

Veintiuno

Wentik estuvo agazapado embarazosamente durante cinco horas en una oscuridad casi total sobre la rama del árbol, sin saber qué pasaba a su alrededor.

La selva era un lugar de pesadilla. El aullar de los animales prosiguió toda la noche, y aunque él había escuchado ese sonido en otra ocasión, resultaba prácticamente imposible no sentir el pánico que reptaba por su cuerpo. Por mucho que razonara, la imagen de bestias feroces y rapaces por todo su alrededor se hacía más y más vigorosa. Por fin, en un supremo esfuerzo de su voluntad, cerró su mente al ruido y se dijo una y otra vez que los animales eran inofensivos... Y de repente sus temores desaparecieron.

Más tarde, otros temores se manifestaron.

No tenía idea de a qué altura del árbol se hallaba. No se atrevía a moverse en la oscuridad por miedo a caer, y sólo podía encoger el cuerpo un poco hasta una posición algo menos incómoda. A pesar de que tanteó a uno y otro lado, no pudo encontrar rastro alguno del tronco del árbol, aunque resultó confortante saber que la rama en que se hallaba era gruesa y no podía estar muy lejos del tronco.

Algo que ni él ni Jexon habían tenido en cuenta: el generador de campo de desplazamiento estaba en el segundo piso del edificio, y así, toda persona que fuera enviada mediante el campo selectivo emergería en el aire.

Aún más preocupante para Wentik era lo que Jexon le había dicho sobre variar el campo de desplazamiento a su estado de existencia simultánea en los dos presentes. Si lo hacía, y Wentik seguía ahí, ¿qué le ocurriría? ¿Y cuánto tiempo consideraba Jexon que le costaría alejarse de las cercanías?

Finalmente, cuando Wentik empezaba a temer que ya no podía agarrarse a la áspera superficie de la rama, captó un tenue resplandor que surgía delante de él. Poco a poco el resplandor cobraba fuerza, hasta que Wentik logró distinguir las formas de las ramas cercanas.

En cuanto hubo luz suficiente, miró a su alrededor con todo cuidado y notó para su consternación que desde su posición en la rama no podía ver el suelo. El tronco no estaba lejos, a menos de tres metros, al parecer. Pero la superficie de la rama resultaba resbaladiza por culpa del légamo que hacía casi imposible un asidero firme.

Con sumo cuidado, Wentik se abrió paso poco a poco por la rama hasta llegar al tronco. Allí la madera era más seca y áspera, y varias lianas se aferraban a ella. Agarró una a modo de experimento, y descubrió que la sujeción de la liana al tronco era casi inamovible.

Eligió otra liana y cambió el peso de la rama al tronco. La planta trepadora resistió y, con gran alivio, Wentik empezó a descender.

Sus brazos, largo tiempo privados de ejercicio, estaban doloridos, y no había descendido más de tres metros cuando su cuerpo entero se estremeció de dolor. Había una rama a la derecha, y Wentik puso un pie en ella para aliviar la carga de los brazos.

Desde su nueva posición elevada comprobó que podía ver el suelo, quizás a seis metros por debajo. Casi le era posible saltar. El sudor resbalaba por su rostro, y ya un pequeño enjambre de insectos revoloteaba a su alrededor. Esos mosquitos brasileños, cuya picadura había experimentado ya...

Osciló para soltarse de la rama y prosiguió el descenso. Sus movimientos eran menos cautelosos ahora que veía la tierra, y se rasguñó los brazos en varios puntos. A dos metros y medio del suelo soltó la liana, y con un torpe puntapié intentó alejarse del tronco. En lugar de eso, cayó pesadamente, rodando con la bolsa que llevaba a la espalda.

Se puso en pie atolondradamente y miró a su alrededor.

El sol había subido, sin lugar a duda, pues la selva estaba a con un fulgor apagado. De nuevo los animales estaban silenciosos e invisibles. Se quitó la bolsa de la espalda y la dejó en el suelo. Sacó el contenido artículo por artículo, para asegurarse de que nada se hubiera extraviado en el tránsito de doscientos años.

Estaba su provisión de comida, condensada y deshidratada; ocupaba poco espacio pero le duraría semanas, si era preciso. Su agua, contenida en una cantimplora plana de plástico. Un manojo de mapas. Un machete. Una brújula. Una muda de ropa. Y el dinero.

Wentik cogió el dinero y lo examinó. Ahí tenía una pequeña fortuna: casi cuarenta mil dólares. Jexon se los había dado, con la seguridad de que los necesitaría. Wentik había tenido claros recelos. Supongamos que me preguntan de dónde he sacado el dinero, había dicho.

Jexon replicó que quién iba a preocuparse. Hay una guerra en curso. Nadie se interesará. Las prioridades cambian.

Wentik sacó el tubo de repelente para insectos y se untó profusamente por la cara y los brazos. En la Tierra no había nada capaz de mantener alejados a los insectos, pero eso tal vez ayudara. En realidad, en cuanto tuvo la crema en el rostro, sintió más frescura. Pero el olor era francamente repulsivo.