Выбрать главу

– Perdóname, Lanny. Perdóname que hayamos llegado a esto. Siento no haber podido darte lo que querías. Lo intenté… No sabes cuánto deseaba hacerte feliz, pero no conseguía que funcionara. Tú mereces ser amada como siempre has deseado. Rezo por que encuentres ese amor.

Muy despacio, le quité la botella rota. Jonathan se despojó de la camisa y se ofreció, y yo me miré la mano y miré aquel pecho pálido con brillos azulados a la luz de la luna.

Deberíamos haber vivido un gran amor.

Nos arrodillamos uno frente a otro, temblando porque habíamos llegado a lo inevitable. Yo no podía mirarle; simplemente, me apreté contra él, sabiendo que el filo del vidrio haría el resto. Los dientes verdes se hundieron en su carne, un mordisco circular, perfecto, en la carne blanda que cedía. La botella rota se hundió profundamente y la sangre de Jonathan brotó entre mis dedos. Él solo dejó escapar un ligerísimo gemido.

Y después, mi mano dio un giro y se trazaron tres líneas en la blancura de su piel. En lo más hondo, las heridas se abrieron, dejando escapar más sangre. Jonathan se encogió, doblándose sobre el pecho, y después rodó de espaldas, sujetándose la herida con las manos flácidas, la sangre saliendo a borbotones. Lo que más me llamó la atención fue que la carne hubiera cedido con tanta facilidad. Yo seguía esperando que los bordes de la herida se volvieran a cerrar, pero no lo hicieron. Cuánta sangre… «Despierta -oí que decía mi propia voz desde muy lejos-. Tengo que despertarme.» Y entonces lo hice, me desperté en el bosque con mi amado agitándose, convulsionándose en el suelo ante mí, ahogándose y escupiendo sangre, pero sonriendo. El pecho subía y bajaba con deliberación, y me di cuenta de que ya había visto así a Jonathan, en el establo de Daughtery. Y al instante estuve junto a él, apretando su camisa contra las heridas, intentando inútilmente contener la fatal hemorragia. Y Jonathan movió la cabeza y trató de quitarme la camisa de las manos. Al final, lo único que pude hacer fue abrazarle.

Entonces fui consciente de lo que había perdido. Jonathan siempre había estado a mi lado, incluso durante los años en que estuvimos separados, y aquel zumbido que resonaba en mí siempre había permanecido en el fondo de mi mente como un consuelo. Lo único que tenía entonces era un vacío inmenso y absorbente. Había perdido la única cosa importante de mi vida. No tenía nada. Estaba sola, y el peso del mundo me aplastaba sin que hubiera nadie para ayudarme. Había cometido un error. Quería volver a tener a Jonathan. Era mejor ser egoísta. Era preferible que él estuviera resentido conmigo hasta el fin de los tiempos que sentirme como me sentía. Sentirme así y no tener ninguna manera de corregirlo o de hacer que se me pasara.

Abracé su cuerpo durante mucho tiempo, hasta que la sangre se enfrió y yo quedé impregnada de aquella humedad pegajosa. No recuerdo que soltara a Jonathan. No recuerdo que abandonara el cuerpo y corriera a través del bosque, gritándoles a los cielos que se apiadaran de mí y me permitieran morir. Que se acabara de una vez, también para mí. No podía seguir viviendo sin él. No recuerdo que acabara en la carretera, arrastrando los pies por la pista forestal hasta que me encontraron el sheriff y su ayudante. Hasta que estuve encerrada en el coche con las manos esposadas, no volvió todo a mí y me di cuenta de que lo único que quería era regresar al bosque con él, morir con él para que pudiéramos estar juntos para siempre.

50

París, en la actualidad

El estrecho vestíbulo delantero de la casa de la ciudad está lleno de cajas, de madera nueva y llena de astillas. Sobre una mesa de pedestal hay un martillo, clavos y un par de guantes de trabajo, junto con un montón de cartas sin abrir. Luke está bajando un busto de mármol por la escalera, con el rostro enrojecido por el esfuerzo. El busto es el segundo de un par destinado al Bargello de Florencia, uno de los muchos museos de Italia, elegido antes que el de los Uffizi porque su colección de esculturas del Renacimiento es más importante. La primera pieza ya está embalada en su caja. En la pared, como si estuviera contemplando tanta actividad, se encuentra la única obra de arte que jamás saldrá de la casa, el boceto a carboncillo de Jonathan que Lanny se llevó de la mansión de Adair. El retrato ha sido trasladado de su posición original -a los pies de la cama de Lanny- al vestíbulo delantero, aunque Luke no tenía ningún inconveniente en dejarlo donde estaba. Es tan poco capaz de sentir celos del hombre del cuadro como de odiar el resplandor de sol al amanecer o la catedral de Notre Dame.

Lanny sale del despacho con un sobre cerrado en la mano. Dentro del sobre hay una carta en la que pide disculpas por haber mantenido la obra de arte lejos de sus legítimos propietarios, sean quienes sean después de todo este tiempo. La carta -que ha acompañado a todas las obras enviadas hasta el momento- es contrita pero imprecisa, desprovista de todo dato acerca de cómo, cuándo o quién adquirió la pieza. Lanny ha estado revisando el texto durante días, le ha leído en voz alta varias versiones a Luke antes de que los dos se pusieran de acuerdo en la redacción definitiva. Se ponen guantes de látex para trabajar, con el fin de no dejar huellas dactilares. Lanny ha organizado el envío de las donaciones anónimas por medio de su abogado de París, al que eligió especialmente por su devoción a sus clientes y su actitud flexible hacia ciertos aspectos del código legal. No le interesa que se siga la pista de los envíos hasta ella, por muy insistentes que se pongan los diversos museos y los demás destinatarios.

En cuanto a Luke, le da un poco de lástima ver cómo abandonan la casa todas esas maravillas tan poco después de su llegada. Le gustaría tener más tiempo para estudiar la que debe de ser la colección particular de piezas de arte y otros objetos más amplia del mundo. Lanny no había exagerado cuando le dijo que su casa era más asombrosa que cualquier museo. Los pisos superiores estaban repletos de tesoros, almacenados sin orden ni concierto. Cada vez que saca una pieza para embalarla, descubre ocho o diez más. Y no son solo cuadros y esculturas. Hay montañas de libros, que sin duda incluyen muchas primeras ediciones; alfombras orientales de seda tan fina que podrían pasar por una pulsera de mujer; quimonos japoneses y caftanes turcos de seda bordada; toda clase de espadas y armas de fuego; vasijas griegas, samovares rusos, cuencos de jade tallado, de oro batido, de piedra cincelada. Varios cofres llenos de paquetes de seda rizada y de terciopelo, cada uno envolviendo una joya con gemas incrustadas. Y además, sorpresas absolutas: por ejemplo, dentro de una caja de abanicos, ha encontrado una carta dirigida a Lanny escrita por Lord Byron. Luke no entiende la mayoría de las palabras, pero consigue distinguir la palabra «Jonathan» escrita entre los garabatos. Lanny asegura que no recuerda de qué trataba la carta… ¿Cómo puede nadie olvidar una carta de uno de los mejores poetas del mundo? Es la casa de una coleccionista compulsiva, que ha intentado compensar una carencia innombrable y nunca revelada, esclava del deseo irrefrenable por acumular belleza. Aun así, se ha mostrado generosa y ha apartado algunas piezas para un fondo destinado a las hijas de Luke, suficiente para pagar sus estudios en una buena universidad cuando sean mayores.

Luke descubre que, aparte de la colección de cerámica china antigua, nunca se ha hecho un inventario, de modo que pide a Lanny que catalogue las piezas sobre la marcha: una descripción, algún apunte sobre el sitio en el que se adquirió, el nombre de la persona o de la institución que la recibirá. Cree que algún día le servirá de consuelo; le permitirá recordar sus lejanas aventuras sin sentirse abrumada por el peso de los objetos mismos.

Piensa que a ella le vendrá bien separarse de esas cosas. Apartará su mente de Jonathan, aunque no del todo. Luke ha pillado a Lanny llorando, en un cuarto de baño o en la cocina, mientras esperaba que hirviera el agua para el té. Aun así, últimamente llora menos, y su actual proyecto -deshacerse del contenido de su casa- la ha hecho visiblemente más feliz. Dice que se siente más en paz, que está reparando algunas de las cosas malas que ha hecho. Una vez llegó a decir que esperaba que si se esforzaba mucho en enmendar las cosas, sería perdonada y se rompería el hechizo. Podría hacerse vieja con Luke, dejar este mundo al mismo tiempo, más o menos. No volver a sufrir esa profunda soledad. Este tipo de conversación -dependencia de una intervención mágica- pone incómodo a Luke. Pero, dadas las circunstancias, sabe que no hay que dudar (por completo) de las intervenciones improbables.