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– Eso no quiere decir que desee que me droguen y que me viole un grupo de hombres.

Adair no dijo nada. Se sujetó la manta a las caderas, se dirigió a la puerta y llamó a gritos a una sirvienta. Después se volvió para darme la cara.

– ¿Así que piensas que me he portado mal contigo? ¿Y qué vas a hacer? Puedes contarle tu historia al agente de policía, y él te encerrará por prostituta. Así que te sugiero que cobres tu paga y le saques una comida a la cocinera antes de irte. -Entonces ladeó la cabeza y me miró por segunda vez-. Tú eres la que Tilde encontró en la calle, la que no tenía adónde ir. Bueno… que no se diga que no soy generoso. Puedes quedarte unos días con nosotros. Descansa y planea tu futuro, si quieres.

– ¿Y tendré que ganarme la comida igual que anoche? -pregunté con acritud.

– ¿Tienes la osadía de hablarme así? Estás sola en el mundo, nadie sabe que te encuentras aquí. Podría devorarte como si fueras un conejito, un conejito estofado. ¿No te da ningún miedo eso? -Me dirigió una sonrisa burlona, pero con un brillo de aprobación-. Ya veremos qué se me ocurre.

Se dejó caer en un sofá, envolviéndose en la manta. Para ser un aristócrata, tenía modales de rufián.

Traté de ponerme en pie y buscar mi ropa, pero la cabeza me daba vueltas. Volví a caer en la cama, justo cuando entraba una sirvienta con bayetas y un cubo. Sin prestarme ninguna atención, se puso de rodillas para ocuparse de mi vomitona. Fue entonces cuando sentí una punzada intensa en el vientre, una sensación definida perdida entre un océano de dolor. Estaba cubierta de pies a cabeza por arañazos, verdugones y magulladuras. Sin duda, el dolor que sentía dentro tenía el mismo origen que el dolor que sentía en mi cuerpo: me lo había infligido una bestia.

Intenté huir de la mansión, aunque tuviera que arrastrarme a cuatro patas. Pero no llegué más allá de los pies de la cama; me desplomé de golpe, exhausta.

Pasarían meses antes de que saliera de aquella casa.

16

Condado de Aroostook, Maine, en la actualidad

El amanecer en esta época del año tiene un tono característico, un amarillo grisáceo polvoriento, como la superficie de la yema de un huevo duro. Luke podría jurar que flota sobre la tierra como los miasmas o como el lamento de un fantasma, pero sabe que probablemente no es más que un efecto de la luz sobre las moléculas de agua en el aire matutino. Ya sea un efecto óptico o una antigua maldición, el caso es que le da a la mañana un aspecto peculiar: el cielo amarillo es un techo bajo de nubes con tonos ominosos, contra el que se recortan las siluetas grises y pardas de los árboles casi desnudos.

Después de ver el coche de policía en el espejo retrovisor, Luke ha decidido que no pueden seguir el viaje hasta la frontera con Canadá en su camioneta. Es fácil de identificar, con sus placas de médico y la pegatina del antiguo colegio de Jolene en el parachoques, proclamando que la hija del conductor está en el cuadro de honor de la escuela de enseñanza primaria Río Allagash. (Desde que Tricia insistió en que pusieran la pegatina en su vieja camioneta, Luke se ha preguntado si existen cuadros de honor en las escuelas infantiles.) Así que han pasado la última media hora volviendo hacia Saint Andrew, circulando a toda velocidad por carreteras de segunda para llegar a la casa de alguien en quien Luke cree que puede confiar. Primero ha llamado por el teléfono móvil para pedir si pueden prestarle un coche, pero sobre todo porque quiere saber si la policía ha estado preguntando por él.

Se detiene ante una granja reformada a las afueras de Saint Andrew. La casa es muy bonita, una de las más grandes y mejor conservadas, con detalles como guirnaldas de sauce americano decorando el porche panorámico y lámparas solares flanqueando el sendero de entrada. Pertenece a un médico nuevo del hospital, un anestesista llamado Peter, que se mudó de la ciudad para poder criar a sus hijos en el campo, donde cree que no hay delincuencia ni drogas. Es un tipo patológicamente simpático, incluso con Luke, que, quisquilloso y todavía dolido por todos sus recientes problemas, se ha apartado de todos en los últimos meses.

Cuando Luke llama a la puerta, Peter abre en albornoz y zapatillas, con una expresión seria en la cara. Parece que la llamada telefónica de Luke le ha sacado de la cama, lo que hace que Luke se sienta avergonzado.

Peter le pone a Luke una mano en el brazo cuando se encuentran en el umbral – ¿Va todo bien?

– Siento pedirte esto, ya sé que es una petición rara -dice Luke, pasando el peso de un pie al otro y con la cabeza gacha. Ha estado maquinando su mentira durante los diez últimos minutos-. Es que… la hija de mi primo ha pasado unos días conmigo y le prometí a su madre que la llevaría a casa a tiempo de tomar el autobús para no sé qué excursión escolar. Pero mi camioneta está haciendo cosas raras y temo que no consiga ir hasta allí y volver… -El tono de voz de Luke refleja la justa proporción de impotencia y de disculpas por molestar a un amigo, y consigue dar la idea de que su situación es apurada y de que solo un desalmado se negaría a prestarle ayuda.

Peter mira por encima de los hombros de Luke la camioneta aparcada al final del largo sendero de entrada, donde -Luke lo sabe- verá a Lanny de pie al lado del vehículo, con la maleta a los pies. Está demasiado lejos para que Peter pueda verla bien, por si acaso aparece después la policía haciendo preguntas. Lanny saluda a Peter con la mano.

– ¿No acabas de salir de tu turno? -Peter vuelve a mirar a Luke, tan atentamente que podría estar examinándole por si tiene pulgas-. ¿No estás cansado?

– Sí, pero estoy bien. Ha sido una noche tranquila. He dormido un poco -miente-. Tendré cuidado.

Peter saca las llaves de un bolsillo y las deposita en la mano de Luke. Cuando Luke intenta darle a cambio las llaves de la camioneta, Peter se resiste.

– No hace falta que me dejes las llaves. No tardarás mucho, ¿verdad?

Luke se encoge de hombros, procurando parecer despreocupado.

– Es solo por si tienes que moverla o algo así. Nunca se sabe.

La puerta del garaje de tres plazas se levanta despacio y Luke mira el llavero y descubre que Peter le está confiando un todoterreno de lujo nuevo, gris acero reluciente. Asientos de cuero con calefacción y un lector de DVD para la segunda fila, para mantener tranquilos a los niños en los viajes largos. Recuerda que la gente del hospital se burló de Peter el primer día que apareció con él, ya que el vehículo era muy poco adecuado para aquella zona; lo más probable es que su reluciente carrocería quede corroída por el salitre de la carretera al final de su tercer invierno.

Luke saca el todoterreno del garaje marcha atrás, y espera a la entrada del sendero a que Lanny trepe al asiento del copiloto.

– Bonito coche -dice ella, agarrando el cinturón de seguridad-. Tú sí que sabes hacer cambios.

Tararea para sí misma mientras Luke conduce el coche por la carretera, de nuevo en dirección al puesto fronterizo con Canadá, esa vez medio ocultos tras unos cristales tintados. Se siente culpable por lo que ha hecho. No sabe muy bien por qué, pero sospecha que no dará media vuelta en cuanto hayan cruzado la frontera, que es la razón de que le haya dejado a su amigo las llaves de su abollada camioneta. No es que Peter necesite la camioneta; es evidente que tiene otros vehículos si necesita ir a alguna parte. Aun así, eso hace que Luke se sienta mejor, como si hubiera dejado una señal de buena fe, porque sabe que Peter va a pensar mal de él muy pronto.

Lanny busca la mirada de Luke cuando frenan en un cruce desierto.

– Gracias -dice con sincera gratitud-. Pareces uno de esos hombres a los que no les gusta pedir favores, así que… quiero que sepas que te agradezco lo que estás haciendo por mí.

Luke se limita a asentir, preguntándose hasta dónde va a llegar, y qué precio habrá que pagar, para ayudarla a escapar.