Выбрать главу

– ¿Para qué ha venido aquí? ¿Conoce a Adair?

Mi desconfianza pareció divertirle.

– Pues claro que lo conozco. ¿Por qué si no iba a presentarme en su puerta? Y apuesto a que lo conozco de la misma manera que lo conoces tú.

Así que era cierto… Aquel hombre y yo éramos iguales. Creaciones de Adair.

Y entonces se acordó, y su rostro se iluminó con ardiente gozo.

– ¡Ya me acuerdo! Aquel pueblecito de Maine, no muy lejos del asentamiento acadiano. ¡Allí te conocí! Sin el vulgar vestido marrón… con seda azul y encajes franceses, apenas se te reconoce. Es una transformación asombrosa, te lo aseguro. Dejaste a los puritanos sin pensártelo dos veces, ¿a que sí? Siempre son las modositas las que luego resultan más salvajes en el fondo -dijo. Entrecerró los ojos hasta que solo fueron dos ranuras, mirándome con deseo, probablemente imaginando que teníamos buenas posibilidades de terminar en la cama juntos. Lo único que tenía que hacer era pedírselo a Adair, y era poco probable que se lo negara.

En aquel momento, fuimos interrumpidos por la voz de Adair, que resonaba desde el descansillo por encima de nosotros.

– ¡Mira quién ha aparecido en mi puerta! Jude, ¿vienes a descansar de tus viajes? Pasa, pasa, hace mucho tiempo que no nos vemos -dijo, mientras trotaba escalera abajo. Después de abrazar a Jude cordialmente, se fijó en que este me estaba mirando con alegre anticipación, y preguntó-: ¿Qué pasa? ¿Os conocíais?

– Pues la verdad es que sí -dijo Jude, girando a mi alrededor, dando todo un espectáculo al mirarme-. Te escribí hace tiempo acerca de esta joven. ¿Recuerdas una carta en la que te describía a una prometedora belleza inmaculada con un lado oculto salvaje?

Me estiré con la barbilla bien alta.

– ¿Qué quiere decir con eso?

Pero Adair soltó una risita y me acarició la mejilla para apaciguar mi ira.

– Vamos, vamos, querida. Creo que está claro lo que quiere decir, y no estarías aquí, a mi lado, si no fuera cierto.

Los ojos del indeseado visitante casi me palparon, como las manos de un ama de casa al examinar una fruta.

– Bueno, apuesto a que ya no es inmaculada, ¿eh? Así que has convertido a esta fierecilla en tu esposa espiritual, ¿no? -preguntó Jude a Adair en tono burlón, y después se dirigió a mí-. Ha debido de ser tu destino, querida, venir a parar aquí, ¿no crees? Y tienes suerte, Adair, de no haber tenido que hacer todo el viaje hasta allí para conseguirla. Créeme, no es un viaje que yo le desee a nadie. Además, esta chica me ocasionó un pequeño problema cuando estuve allí. No me quiso presentar al tipo sobre el que te escribí.

Tenía que estar refiriéndose a Jonathan. Me mordí la lengua.

– Me gustaría que prescindieras de esas tonterías de «esposas espirituales», al menos cuando estés cerca de mí. No me interesa esa jerigonza religiosa -dijo Adair. Pasó un brazo por los hombros de Jude y lo condujo a la sala, donde nuestro visitante se fue derecho a las garrafas de vino-. Dime, ¿de quién me estás hablando? ¿Qué tipo?

El predicador se sirvió un vaso entero y echó un buen trago antes de responder, como si estuviera sediento por el viaje.

– ¿No leíste mis cartas? ¿Por qué me pides que te escriba contándote mis observaciones, si luego no les prestas atención? Estaba todo en mi informe, lo que encontré en aquella aldea dejada de la mano de Dios, perdida en el extremo norte del territorio. Esta última adquisición tuya… -Hizo un gesto hacia mí mientras tomaba otro trago de vino-. Ella me impidió conocer a un joven muy especial. Lo protegió celosamente, por lo que pude ver. Ese hombre es exactamente lo que tú andas buscando, si las historias que oí sobre él eran ciertas.

Se me erizó la piel; algo terrible iba a suceder. Me quedé paralizada de miedo.

Adair se sirvió un vaso de vino, sin ofrecerme nada a mí.

– ¿Es cierto, Lanore? -Yo no sabía qué responder y, en cualquier caso, el sentido común me abandonó en aquel momento-. Veo por tu silencio que sí. ¿Cuándo pensabas hablarme de él? -preguntó.

– Tu espía se equivoca. Ese hombre no merece tu atención -dije, palabras que jamás pensé que diría de Jonathan-. Es solo un amigo de mi pueblo.

– Ah, conque no merece mi atención… ¿Estamos hablando de Jonathan, el hombre del que te jactaste ante Alej? No te sorprendas. Por supuesto que Alejandro me lo ha contado. Sabe que no debe guardar secretos conmigo. Así que seamos claros. Ese tal Jonathan, ese dechado de belleza, ¿es el hombre al que amas? Me decepciona, Lanore, que te dejes seducir tan fácilmente por una cara bonita.

– ¡Mira quién habla! -dije, ofendida-. Si se trata de afición a la belleza, ¿quién es el que se rodea de criaturas hermosas como un coleccionista de arte? Si quien se siente atraído por la belleza es superficial, tú lo eres más que yo…

– Vamos, no te ofendas tan fácilmente. Solo te estoy picando. El hecho de que ese Jonathan sea el hombre al que crees amar es razón suficiente para que yo quiera conocerlo, ¿no te parece?

Jude levantó las cejas.

– Si no te conociera, Adair, diría que suenas un poquito celoso.

Presa del pánico, ansiosa por hacer cambiar de parecer a Adair, rogué:

– Deja en paz a Jonathan. Tiene una familia que depende de él. No quiero que lo metas en esto. En cuanto a amarlo… tienes razón, pero ha desaparecido de mi vida. Lo amé en otro tiempo, pero ya no.

Adair ladeó la cabeza y me escudriñó.

– Ay, querida, mientes. Si fuera como dices, ya habrías renunciado a él. Pero lo sigues queriendo, lo siento por aquí -dijo, tocándome el pecho por encima del corazón. Sus ojos centelleantes, teñidos con un toque de dolor, me taladraron-. Tráemelo. Quiero conocer a ese hombre de asombrosa belleza que ha fascinado a nuestra Lanore.

– Si pretendes llevártelo a la cama, no lo conseguirás. No es… como Alejandro o Dona.

Jude dejó escapar una risa tosca y después se tapó la boca con rapidez, y por un momento pareció que Adair, que rebullía de rabia, iba a golpearme.

– ¿Crees que ese hombre solo me interesa para copular con él? ¿Crees que eso es lo único que se me ocurre hacer con un hombre como tu Jonathan? No, Lanore, quiero conocerlo. Ver por qué merece tu amor. Tal vez seamos almas afines, él y yo. Me vendría bien un nuevo compañero, un amigo. Estoy harto de verme rodeado de aduladores serviles. Todos vosotros sois poco más que sirvientes: traicioneros, conspiradores, exigentes. Estoy harto de todos vosotros. -Adair dio un paso atrás y dejó de golpe su copa vacía sobre el aparador-. Además, ¿qué quejas puedes tener de tu vida aquí? Te pasas los días entre placeres y comodidades. Te he dado todo lo que puedas desear, te he tratado como a una princesa. He dado nuevas dimensiones a tu mundo, ¿no? He liberado tu mente de las limitaciones que impusieron en ella aquellos pastores y predicadores ignorantes, y te he revelado secretos que muchos eruditos pasan la vida buscando. Todo ello te lo he dado porque he querido, Lanore, ¿no es así? Francamente, tu ingratitud me ofende.

Me mordí la lengua, sabiendo que nada bueno ganaría indicándole lo mucho que me había hecho sufrir. ¿Qué podía hacer, sino agachar la cabeza y murmurar: «Lo siento, Adair»?

Él apretó y aflojó la mandíbula, y presionó los nudillos contra la mesa. Con su silencio me hacía saber que se le iba pasando la rabia.

– Si ese Jonathan es de verdad tu amigo, a mi juicio deberías compartir tu buena suerte con él.

Puede que aquella fuera la visión que tenía Adair de mi vida con él, pero solo demostraba hasta qué punto se engañaba. La verdad era más complicada. Aunque le estaba agradecida, también le tenía miedo y me sentía como una prisionera en su casa. Me había convertido en una prostituta y no quería que Jonathan me viera así, y mucho menos atraerlo a aquella situación conmigo.

Al salir de la habitación, Adair me dirigió una sonrisa fatua por encima del hombro.

– No creas ni por un momento que me engañas, Lanore. Protestas, pero en el fondo también deseas esto.