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De repente, los arbustos desaparecieron y se encontró en un empinado terraplén que desembocaba en un claro junto al que discurría el arroyo. La montura de UrLeyn, sin su jinete, se encontraba junto a un árbol, jadeante. DeWar miró en todas direcciones en busca del Protector, hasta que lo encontró a cierta distancia, cerca de un desprendimiento de rocas del que brotaba el arroyo, con la ballesta al hombro y la mirada clavada en un gran orte, que chillaba y trataba de salir del claro saltando sobre las rocas cubiertas de resbaladizo moho que le bloqueaban el paso.

El orte alcanzó de un salto la mitad del obstáculo formado por las rocas y entonces, cuando parecía a punto de encontrar un asidero y completar su huida, perdió pie, lanzó un gruñido y cayó, rebotó sobre una de las rocas de abajo y aterrizó pesadamente sobre el lomo a un lado del arroyo. Volvió a ponerse de pie y se sacudió. UrLeyn avanzó un par de pasos hacia él, con la ballesta preparada. DeWar descolgó la suya del hombro mientras desmontaba. Quería gritarle a UrLeyn que se apartara del animal y se lo dejara a él, pero tenía miedo de distraerlo ahora que tenía al orte tan cerca. La bestia apartó su atención de las rocas. Gruñó a UrLeyn, que se encontraba a unos cinco o seis pasos de distancia. Ahora, su única vía de escape era el hombre.

Vamos, pensó DeWar. Dispara. Ataca. Ahora. Vamos. Se encontraba a su vez a unos diez pasos de UrLeyn. Se desplazó un poco hacia la derecha, paralelamente al pie del terraplén, para tener una visión mejor de UrLeyn y el orte. Trató de preparar el arma sin mirar, porque le daba pánico apartar los ojos del Protector y de la bestia a la que había acorralado. Había algo enredado en el mecanismo. Podía sentirlo. La rama de antes. Su mano se cerró sobre unas hojas y unas ramitas y trató de arrancarlas. No lo consiguió.

Con un gruñido, el orte empezó a apartarse de UrLeyn, que estaba aproximándose lentamente. La grupa del animal tropezó con una de las rocas cubiertas de moho por las que había tratado de escalar. Volvió la cabeza hacia allí una fracción de centímetro. Sus cuernos, ligeramente curvados, eran un poco más grandes que una mano humana, pero cada uno de ellos terminaba en una punta afilada capaz de destripar a una cabalgadura. UrLeyn solo llevaba un fino justillo de cuero y unos pantalones. Aquella mañana, DeWar le había sugerido que se pusiera algo más grueso o una cota de malla por encima, pero el Protector se había negado en redondo. El día ya iba a ser suficientemente caluroso sin eso.

El orte bajó los cuartos traseros. Con una claridad que resultaba casi antinatural, DeWar pudo ver cómo se tensaban y se abultaban los músculos del animal. Tiró del follaje enredado en su arma y trató de arrancarlo. La daga. Tal vez tuviera que olvidarse de la ballesta y tratar de lanzar la daga. No estaba muy bien equilibrada pero era su única alternativa. La rama empezó a salir de la ballesta.

—¿Hermano? —dijo una voz estruendosa sobre él. DeWar se volvió y vio allí a RuLeuin, con los cascos delanteros de su montura a poca distancia del borde del terraplén. El hermano de UrLeyn, con el rostro bañado en un solitario rayo de sol, se protegía los ojos con una mano y recorría el claro con los ojos. Entonces su mirada se posó sobre UrLeyn.

—Oh —murmuró.

DeWar volvió rápidamente la mirada. El orte no se había movido. Seguía gruñendo ligeramente y continuaba tenso. Su boca goteaba saliva por una de las comisuras. DeWar oyó que su montura emitía un pequeño gemido.

UrLeyn hizo un levísimo movimiento, hubo un chasquido casi inaudible y entonces el Protector pareció quedarse petrificado.

—Mierda —dijo en voz baja.

Las ballestas podían matar desde cien pasos de distancia. Sus proyectiles podían atravesar una coraza de metal a corto alcance. En el calor de una cacería, no solía haber tiempo de parar, tensar y cargar el arma. Los hombres montaban con la ballesta ya preparada para disparar y había muchos que la llevaban incluso cargada. Más de un cazador había salido herido en el pie, o en sitios peores, por una ballesta colgada de una silla de montar, y las que se llevaban a la espalda podían ser más peligrosas aún si se enganchaban en un matorral o en una rama. Así que las ballestas de caza llevaban un seguro. Había que acordarse de quitarlo para poder disparar. En la excitación de la cacería, no era raro que los cazadores se olvidaran de hacerlo. Y la ballesta de UrLeyn, que había pertenecido al rey Beddun, era un arma antigua. El seguro se había añadido después, no formaba parte del diseño original, y estaba mal posicionado, cerca de la parte trasera del arma, donde no era fácil de alcanzar. UrLeyn tendría que mover una mano para quitarlo. El rey al que había ejecutado podía haberse cobrado venganza desde la tumba.

DeWar contuvo el aliento. La rama que se había enganchado en su propia arma cayó al suelo. Sin apartar los ojos del orte, vio que UrLeyn movía lentamente una mano hacia el seguro. El arma, sostenida solo por una mano, empezó a temblar. El orte intensificó sus gruñidos y se desplazó unos pasos en dirección al arroyo, con lo que el campo de tiro de DeWar se redujo considerablemente. Ahora, una parte de su cabeza estaba tapada por el cuerpo de UrLeyn. Sobre él se oía la respiración de la montura de UrLeyn. DeWar buscó a tientas el seguro del arma mientras se la llevaba al hombro y daba un nuevo paso hacia la derecha para volver a abrir el ángulo.

—¿Qué pasa? ¿Qué es esto? ¿Dónde…? —dijo otra voz desde arriba, acompañada por el crujido de la vegetación y el ruido de unos cascos. YetAmidous.

UrLeyn abrió suavemente el seguro de la ballesta y empezó a mover la mano de nuevo hacia el gatillo. El orte cargó.

La ballesta del Protector empezó a descender como si estuviera montada sobre unas bisagras, mientras este trataba de seguir la carrera del animal. Al mismo tiempo, dio un salto hacia la derecha, con lo que se interpuso en el campo de visión de DeWar. El guardaespaldas soltó el gatillo justo a tiempo. Un instante antes, el proyectil habría alcanzado al Protector. De repente, a UrLeyn se le cayó de la cabeza el capacete, que se alejó rebotando en dirección al arroyo. DeWar lo vio sin pararse a pensar qué podía haberlo causado. Echó a correr hacia UrLeyn, inclinado hacia delante, un paso tras otro, con la ballesta delante del vientre y apuntada hacia un lado. UrLeyn estaba trastabillando y el pie en el que había apoyado su peso estaba empezando a ceder debajo de él.

Dos pasos, tres. Algo pasó zumbando junto a la cabeza de DeWar y dejó una bocanada de aire que le acarició la mejilla. Un instante después hubo un chapoteo en el arroyo y algo chocó contra la superficie del agua.

Cuatro pasos. Aún en proceso de aceleración, cada zancada casi un salto. La ballesta del Protector emitió una combinación de crujido y chasquido. El arma retrocedió en sus manos. El proyectil apareció clavado en el anca izquierda del orte, lo que hizo que el animal chillara, diera un salo y sacudiera las caderas, pero cuando volvió a tocar el suelo, a dos pasos de un UrLeyn que aún estaba cayendo, agachó la cabeza y cargó en línea recta hacia él.

Cinco, seis pasos. UrLeyn cayó al suelo. El morro del orte golpeó su cadera izquierda. La bestia retrocedió y volvió a atacar, esta vez con la cabeza más gacha y los cuernos dirigidos hacia el vientre del hombre, que empezó a levantar una mano para tratar de protegerse.

Siete. DeWar giró la ballesta mientras corría, sin levantarla. Dio medio paso a un lado para afianzarse lo mejor posible y entonces apretó el gatillo.

El proyectil alcanzó al orte justo encima del ojo izquierdo. El animal se estremeció y se detuvo en el sitio. El empenachado virote sobresalía de su cráneo como un tercer cuerno. DeWar, a tres o cuatro pasos de distancia, arrojó la ballesta a un lado mientras su mano izquierda volaba hacia su cadera derecha y se apoyaba en la empuñadura del largo cuchillo. UrLeyn, dando patadas, giró la parte inferior del cuerpo para apartarla del orte, que, con la mirada clavada en el suelo a menos de un paso de él, resoplaba y sacudía la cabeza mientras sus patas delanteras se doblaban.