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—¿Sí?

—Sí. Y parece un hombre honesto y digno de confianza.

—¿Es mejor que el doctor BreDelle?

—Oh, el doctor BreDelle debe de ser mejor, porque es el médico de vuestro padre, y vuestro padre se merece lo mejor, por el bien de todos nosotros.

—¿De verdad crees que regresará?

—Estoy segura de ello.

—¿Me cuentas un cuento?

—¿Un cuento? Me parece que no me sé ninguno.

—Pero todo el mundo se sabe algún cuento. ¿No te contaban cuentos cuando eras pequeña…? ¿Perrund?

—Sí. Sí, seguro que sí. Sí, me sé un cuento.

—Oh, bien… ¿Perrund?

—Sí. Muy bien. A ver. Érase una vez… Érase una vez una niña pequeña.

—¿Sí?

—Sí. Era una niña muy fea y sus padres no la querían nada.

—¿Y cómo se llamaba?

—¿Cómo se llamaba? Se llamaba… Alba.

—Alba. Qué nombre más bonito.

—Sí. Por desgracia, ella no lo era tanto, como ya he dicho. Vivía en una ciudad que odiaba, con unos padres a los que despreciaba. La obligaban a hacer toda clase de cosas que creían que debía hacer, cosa que ella detestaba, y la mayor parte del tiempo la tenían encerrada. La obligaban a vestir con harapos, nunca le compraban zapatos para los pies ni cintas para el pelo y no la dejaban jugar con los demás niños. Y nunca le contaban cuentos.

—¡Pobre Alba!

—Sí, era una niña muy desgraciada, ¿verdad? La mayoría de las noches lloraba antes de dormir y rezaba a los viejos dioses y a la Providencia para que la sacaran de aquella infelicidad. De haber sido por ella, se habría escapado, pero como sus padres la tenían encerrada, nunca tenía ocasión de hacerlo. Pero entonces, un día, llegó una feria a la ciudad, con actores y escenarios y tiendas y malabaristas y acróbatas y tragafuegos y lanzadores de cuchillos y fortachones y enanos y hombres con zancos y todos sus criados y animales. Alba estaba fascinada por la feria y quería ir a verla para pasar al menos un rato de felicidad, pues tenía la sensación de que lo que hacía todo el día no era vivir, pero sus padres no le dejaron salir. No querían que se entretuviera viendo todas las actuaciones y espectáculos maravillosos de la feria y temían que si la gente veía que tenían una niña tan fea se reirían de ellos y hasta puede que le ofrecieran a la niña que los abandonara para unirse a su espectáculo de fenómenos de la naturaleza.

—¿Tan fea era?

—Puede que no tanto, pero a pesar de todo, no querían que nadie la viera, así que la encerraron en un escondrijo que habían preparado en la casa. La pobre Alba lloró y lloró y lloró. Pero lo que sus padres no sabían era que la gente de la feria enviaba a sus actores por las calles de las ciudades que visitaban a hacer buenas obras, como ayudar a alguien a cortar la leña, a limpiar un patio, para que la gente se sintiera en deuda con ellos y fuera a ver el espectáculo. Esto también lo hicieron en el pueblo de Alba, y los padres de la niña, como eran tan malos, no pudieron dejar pasar la oportunidad de conseguir que alguien trabajara gratis para ellos.

»Invitaron a los actores a sus casas y les pidieron que se la limpiaran, aunque, como es natural, estaba ya bastante limpia, porque Alba había hecho la mayor parte del trabajo. Mientras estaban limpiando, y dejando pequeños regalos por todas partes, porque eran personas muy buenas y muy generosas, un payaso, creo, y un tragafuegos y un lanzador de cuchillos oyeron los gritos de la pobre Alba en su secreta prisión, y la liberaron, la animaron con sus cabriolas y payasadas y fueron muy amables con ella. Por primera vez en su vida, Alba se sintió apreciada y querida, y lloró de alegría. Sus malvados padres la habían encerrado en la bodega, y al ver lo que había pasado escaparon, avergonzados por haberse portado tan mal.

»Los actores de la feria le devolvieron la vida a Alba. Hasta empezó a sentirse menos fea y pudo vestirse mejor de lo que sus padres le dejaban, y encontrarse limpia y bien. Puede, pensó, que no estuviera destinada a ser fea e infeliz toda su vida, como había creído siempre. Puede que fuera hermosa y su vida se llenara de felicidad. De algún modo, estar con los actores le hacía sentirse hermosa, y empezó a comprender que eran ellos los que la habían hecho así, que hasta entonces había sido fea solo porque la gente le decía que lo era y ya no era así. Era algo como de magia.

»Alba decidió que quería unirse a la feria e irse con los actores, pero estos, muy apenados, le dijeron que no podían dejar que lo hiciera, porque entonces la gente podría pensar que eran personas de esas que se llevan a las niñas pequeñas de sus casas, y su buen nombre se vería afectado. Le dijeron que debía quedarse y buscar a sus padres. Ella se dio cuenta de que lo que decían era cierto, y como ahora se sentía fuerte, capaz de cualquier cosa, viva y hermosa, pudo despedirse de ellos cuando los bondadosos cómicos se marcharon para llevar su amabilidad y felicidad a otra ciudad. ¿Y sabes qué?

—¿Qué?

—Que encontró a sus padres, y después de aquel día se portaron muy bien con ella. Luego conoció a un chico muy bueno y muy bien parecido, y se casó con él y tuvo montones de hijos y fueron felices para siempre. Y además de esto, un día volvió a encontrarse con la feria y se unió a ella para pagarles a los actores su bondad.

»Y esta es la historia de Alba, una niña fea e infeliz que se volvió preciosa y feliz.

—Mmm. Ha sido un cuento bastante bueno. Me pregunto si el caballero DeWar tendrá más historias de Prodigia. Son un poco raras, pero las cuenta con la mejor intención. Creo que ahora debería irme a dormir. Tengo… ¡Oh!

—Ah, perdona.

—¿Qué ha sido eso? ¿Agua? En la mano…

—Solo ha sido una lágrima de felicidad. Era un cuento muy feliz. Siempre me hace llorar. Eh, ¿qué estáis…?

—Sí, sabe a sal.

—Oh, sois un embaucador, joven maese Lattens. ¡Mira que beberse las lágrimas de una dama! Soltadme la mano. Tengo que… Ahí. Eso está mejor. Ahora dormid. Vuestro padre estará aquí enseguida, os lo aseguro. Os mandaré a la niñera para que se asegure de que estáis bien arropado. Oh, ¿queréis esto? ¿Es vuestro chupete?

—Sí, gracias, Perrund. Buenas noches.

—Buenas noches.

La concubina Yalde llevó fruta y vino al baño, donde YetAmidous, RuLeuin y ZeSpiole flotaban en las lechosas aguas. Terim y Herae, concubinas del mismo rango que Yalde, estaban sentadas, totalmente desnudas, junto a la piscina, Terim tenía las largas piernas metidas en el agua, mientras que Herae se cepillaba su larga melena negra.

La concubina dejó la bandeja con el cuenco de las frutas y la jarra cerca del codo de YetAmidous y luego se quitó el holgado vestido que se había puesto para ir a los cuartos de la servidumbre y se introdujo en el agua. Los ojos de los otros dos hombres siguieron sus movimientos, pero ella los ignoró. Se acercó flotando a YetAmidous y le sirvió vino.

—Así que nuestro pequeño interludio de poder está acercándose a un final inesperadamente prematuro —dijo ZeSpiole. Sacó una mano del agua y acarició el bronceado tobillo de la pierna de Terim. La concubina bajó la mirada y le sonrió, pero él no se dio cuenta. Terim y Herae eran de Ungrina y hablaban solo su lengua natal y el imperial. Los hombres estaban conversando en tassasenio.

—Puede que eso no sea tan malo —dijo RuLeuin—. El Protector le dijo a BiLeth que despachara conmigo mientras estuviera fuera y estoy harto de escuchar pontificar a ese necio sobre menudencias diplomáticas. Parte de mí espera que UrLeyn regrese.