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—Y, si conseguimos capturar a uno de ellos, ¿debemos proceder como he propuesto?

ZeSpiole estudió el gran ventanal en forma de abanico de la pared opuesta, donde la luz del sol se reflejaba sobre el cristal y las piedras semipreciosas.

—La idea de ver a uno de esos barones humillados no me disgusta, señor. Y, tal como habéis dicho, en esta ciudad hay tantas viudas que sus gritos de júbilo ahogarían los aullidos del prisionero.

—¿No ves una falta de templanza en una acción así? —preguntó UrLeyn con tono comedido—. ¿Un poco de imprudencia, una impetuosidad cruel que podría volverse contra nosotros?

—Es una posibilidad, tal vez —dijo ZeSpiole con una pizca de inseguridad.

—¿Una «posibilidad», «tal vez»? —dijo UrLeyn imitando la voz del comandante de la Guardia—. ¡Debemos estar por encima de eso, comandante! Esta es una cuestión importante, una cuestión que exige la reflexión más grave. No podemos mostrarnos frivolos, ¿verdad? O quizá sí. Puede que estéis en desacuerdo. ¿Lo estáis, comandante?

—Estoy de acuerdo en que debemos pensar con detenimiento lo que vamos a hacer, señor —dijo ZeSpiole con voz y actitud muy serias.

—Bien, comandante —dijo UrLeyn con aparente sinceridad—. Me alegra haber podido extraer un retazo de determinación de vos. —Miró a todos los demás—. ¿Alguna otra idea que deba escuchar? —Todas las cabezas bajaron.

DeWar empezaba a dar gracias a que el Protector no hubiese pensado en volverse hacia él y pedirle sus opiniones. De hecho, aún temía que lo hiciera. Tenía la sospecha de que nada de lo que pudiera decir mejoraría el humor del general.

—¿Señor? —dijo VilTere. Todos los ojos se volvieron hacia el joven comandante provincial. DeWar esperaba que no fuera a decir ninguna estupidez.

UrLeyn lo fulminó con la mirada.

—¿Sí, señor mío?

—Señor, por desgracia, yo era demasiado joven para ser soldado durante la guerra de sucesión, pero he oído de labios de muchos comandantes, cuya opinión respeto y bajo cuyas órdenes he servido, que vuestro juicio siempre se ha demostrado acertado y vuestras decisiones, preclaras. Todos me han dicho que aun cuando albergaban dudas con respecto a vuestros decretos, confiaron en vos, y esa confianza tuvo su recompensa. No estarían donde están, ni estaríamos aquí nosotros —y en este punto el joven comandante miró a los demás— de no haber sido así.

Los demás rostros de la mesa estudiaron el de UrLeyn en busca de una respuesta antes de reaccionar.

El Protector asintió lentamente.

—Quizá debería molestarme —dijo— que sea el más joven y más recientemente llegado de los presentes el que tiene mejor opinión sobre mis facultades.

DeWar creyó detectar un sentimiento de alivio cauteloso por toda la mesa.

—Estoy seguro de que todos pensamos igual, señor —dijo ZeSpiole con una mirada indulgente a VilTere y otra cauta a UrLeyn.

—Muy bien —dijo UrLeyn—. Consideraremos qué tropas de refresco podemos enviar a Ladenscion y ordenaremos a Simalg y Ralboute que reanuden la guerra contra los barones, sin cuartel ni negociaciones. Caballeros. —Con estas palabras, y un leve gesto de asentimiento, se levantó y se marchó. DeWar fue tras él.

—Entonces deja que te cuente algo más parecido a la verdad.

—¿Solo parecido?

—A veces la verdad es insoportable.

—Poseo una constitución resistente.

—Sí, pero me refería a insoportable para el narrador, no para el espectador.

—Ah. Bueno. En ese caso, cuéntame lo que puedas.

—Oh, no es gran cosa, ahora que lo pienso. Y es una historia vulgar. Muy vulgar. Cuanto menos te cuente, más te parecerá que podrías haberla escuchado en un centenar, un millar, diez millares de bocas diferentes, o más.

—Tengo el presentimiento de que no va a ser una historia feliz.

—En efecto. Todo lo contrario. Es una historia sobre mujeres, mujeres jóvenes, especialmente, atrapadas en una guerra.

—Ah.

—¿Ves? Una historia así apenas necesita ser contada. Los ingredientes implican el artículo terminado, y el método de su elaboración, ¿verdad? Son los hombres los que hacen las guerras, las guerras que se libran tomando pueblos, aldeas y ciudades, donde las mujeres se ocupan de la casa, y cuando el lugar en el que viven es conquistado, ellas también lo son. Su honor se convierte en parte del botín y sus cuerpos son igualmente invadidos. Su territorio es tomado. Así que mi historia no difiere de la de esas decenas de miles de mujeres, sea cual sea su tribu o su nación. En mi caso, es la cosa más importante que me ha ocurrido. Fue el fin de mi vida, y lo que ves ante ti es como un fantasma, un espíritu, una mera sombra, algo insustancial.

—Perrund, por favor. —Alargó el brazo hacia ella en un gesto que no requería respuesta y que no pretendía terminar en un contacto. Fue más bien un ademán de simpatía, hasta de súplica—. Si te hace tanto daño, no tienes por qué continuar por mí.

—Ah, ¿pero es que te lastima, DeWar? —preguntó ella, y había un afilado dardo de amargura y acusación en la voz—. ¿Te avergüenza? Sé que me estimas, DeWar. Somos amigos. —Estas dos frases se articularon con demasiada rapidez para que él reaccionara—. ¿Te sientes mal por mí o por ti? La mayoría de los hombres no querrían saber lo que han hecho sus camaradas, no querrían enterarse de lo que son muy capaces. ¿Prefieres no pensar en esas cosas, DeWar? ¿O te excita secretamente la idea?

—Señora, el tema no me proporciona el menor placer.

—¿Estás seguro, DeWar? Y si lo estás, ¿crees que hablas en nombre de la mayoría de los de tu sexo? Pues, ¿no se supone que las mujeres deben resistirse incluso a aquellos antes los que se rendirían gustosamente, para que cuando se enfrenten a una violación más brutal el hombre no pueda estar seguro de que su resistencia y sus protestas no fueron meras afectaciones de cara a la galería?

—Debes saber que no somos todos iguales. Y aunque aceptásemos que todos los hombres poseen unos… impulsos básicos, no todos cedemos a ellos, ni les tenemos el menor respeto, ni siquiera en secreto. No puedo expresar lo mucho que lamento oír lo que te ocurrió…

—Pero si no lo has oído, DeWar. No has oído nada. Has supuesto que me violaron. Que no me mataron. Esto, por sí solo, habría bastado para matar a la chica que yo era y reemplazarla con una mujer, una mujer amargada, una mujer furiosa, o deseosa de quitarse la vida, o las vidas de aquellos que la habían violado, o una mujer simplemente loca.

»Creo que me habría enfurecido y amargado, y creo que habría odiado a todos los hombres, pero también creo que habría sobrevivido y me habría dejado convencer por los hombres buenos que conocía en mi propia familia y en mi pueblo, y tal vez por un hombre especialmente bueno que habría estado para siempre en mis sueños, de que no todo estaba perdido y de que el mundo no era un lugar tan espantoso.

»Pero nunca tuve la oportunidad de recuperarme, DeWar. Me hundieron de tal modo en la desesperación que hasta perdí la noción del espacio y fui incapaz de encontrar la superficie. Lo que me ocurrió es lo de menos, DeWar. Presencié cómo mataban a mi padre y a mis hermanos, después de que ellos hubieran tenido que presenciar cómo eran violadas una vez tras otra mi madre y mis hermanas por una noble y numerosa compañía de oficiales de alto rango. ¡Oh! ¡Agachas la cabeza! ¿Acaso mi lenguaje te molesta? ¿Te he ofendido? ¿He violado tus oídos con mis vulgares palabras de soldado?

—Perrund, tienes que creer que lamento lo que te ocurrió…

—¿Y por qué ibas a lamentarlo? No fue culpa tuya. No estabas allí. Me aseguras que lo desapruebas, así que, ¿por qué ibas a sentirlo?

—Yo estaría amargado en tu lugar.

—¿En mi lugar? ¿Cómo iba a ser eso, DeWar? Tú eres un hombre. De haber estado allí, habrías sido uno de los violadores, uno de los que apartaron la mirada o lo celebraron después con sus camaradas.