– Adelante.
Dejó el paraguas en el vestíbulo y entró. Llevaba otro traje hecho a medida, en este caso de color marrón rojizo.
– Estoy solo -dije, convencido de que debía aclararlo.
– Lo sé -respondió Beth.
Nos miramos en silencio. Sabía lo que iba a decir pero no quería oírlo. Lo dijo de todos modos.
– Emma Whitestone ha sido encontrada muerta esta mañana en su casa por uno de sus empleados, aparentemente asesinada.
No respondí. ¿Qué podía decir? Me limité a guardar silencio.
Beth me cogió del brazo y me acompañó al sofá de la sala de estar.
– Siéntate -dijo.
Obedecí, ella se sentó junto a mí y me cogió la mano.
– No sé cómo te sientes… Soy consciente de que te gustaba…
Asentí. Por segunda vez en mi vida no era yo el portador de las malas noticias, sino quien se enteraba del asesinato de un ser querido. Me sentía aturdido. No alcanzaba a asimilarlo, porque no parecía real.
– Estuve con ella anoche hasta aproximadamente las diez -dije.
– Todavía desconocemos la hora de la muerte -respondió Beth-. La han encontrado muerta en la cama… al parecer como consecuencia de los golpes recibidos en la cabeza con un atizador hallado en el suelo… sin indicio alguno de que se hubiera forzado la entrada… la puerta trasera no estaba cerrada con llave.
Asentí. Él debía de tener una llave que nunca le había devuelto y a ella no se le había ocurrido cambiar la cerradura. Él también sabía que había un atizador a mano.
– Tenía el aspecto de un robo -prosiguió Beth-. Bolso vacío, dinero desaparecido, joyero también vacío, etcétera.
Suspiré sin decir palabra.
– Los Murphy también están muertos. Aparentemente asesinados -agregó Beth.
– Dios mío.
– Un policía de Southold patrullaba por su calle aproximadamente una vez por hora, para vigilar la casa de los Murphy, pero no vio nada. Cuando se ha efectuada el cambio de guardia a las ocho de la mañana, el agente se ha percatado de que el periódico estaba en el jardín y que seguía ahí a las nueve. Sabía que los Murphy eran madrugadores y recogían el periódico, así que… ¿Estás seguro de que quieres escucharlo?
– Adelante.
– De acuerdo… les ha llamado por teléfono, luego ha llamado a la puerta principal, a continuación se ha dirigido a la parte posterior de la casa y ha comprobado que la puerta trasera no estaba cerrada con llave. Ha entrado en la casa y los ha encontrado en la cama. Ambos parecían haber muerto de heridas en la cabeza, causadas por una palanca que el agente ha encontrado en el suelo manchada de sangre. La casa había sido saqueada. Además, dada la presencia de la policía en la calle, se supone que se acercaron a la casa desde la bahía.
Asentí.
– Como puedes imaginar -prosiguió Beth-, la policía de Southold está completamente desconcertada y no tardará en estarlo todo el norte de Long Island. Un asesinato por año es mucho para ellos.
Pensé en Max, a quien le gustaba que estuviera todo tranquilo y pacífico.
– La policía del condado va a mandar un equipo -siguió diciendo Beth-, porque ahora consideran que se trata de un psicópata que roba en las casas y asesina a sus ocupantes. Creo que el asesino de los Gordon pudo haber cogido la llave de los Murphy en casa de los Gordon y de ahí que no se forzara la entrada y que la puerta trasera no estuviese cerrada con llave. Eso indicaría cierta premeditación.
Asentí. Tobin sabía que tal vez tendría que deshacerse de los Murphy en algún momento y pensó con suficiente antelación para coger la llave. Cuando Beth mencionó que no se había encontrado la llave de los Murphy en casa de los Gordon debimos haber reaccionado. Otro ejemplo de lo que ocurre cuando se subestima al asesino.
– Debimos haberlo previsto…
– Lo sé -asintió Beth-. En cuanto a Emma Whitestone… o bien dejó la puerta abierta o alguien tenía también la llave… alguien a quien conocía.
Miré a Beth y me percaté de que ambos sabíamos de quién hablaba.
– Mandé que vigilaran a Fredric Tobin desde el domingo por la mañana, como sugeriste, pero desde arriba ordenaron que se interrumpiera la vigilancia desde la medianoche hasta las ocho de la mañana… por razones presupuestarias… de modo que, en dos palabras, nadie vigilaba a Tobin a partir de las doce.
No respondí.
– No me resultó fácil que accedieran a cualquier tipo de vigilancia de Tobin. No se le considera sospechoso -puntualizó Beth-. No tenía ninguna prueba contra él que justificara veinticuatro horas de vigilancia.
Prestaba atención, pero a mi mente acudían imágenes de Emma, en mi casa, nadando en la bahía, en la fiesta de la sociedad histórica, en su habitación donde la habían encontrado asesinada… ¿Y si hubiera pasado la noche con ella? ¿Cómo podía alguien saber que estaba sola? Se me ocurrió que Tobin también me habría asesinado de haberme encontrado dormido junto a ella.
– Por cierto -dijo Beth-, hablé con Fredric Tobin en su fiesta y estuvo realmente encantador. Pero un poco demasiado hábil… Me refiero a que en ese individuo hay otra faceta… Algo menos atractivo tras esa sonrisa.
Pensé en Fredric Tobin y recordé cuando hablaba con Emma en el jardín de su casa. Entonces, debía de saber ya que la asesinaría. Pero me pregunté si habría decidido asesinarla para impedir que siguiera hablando conmigo o simplemente para decir: «Que te jodan, Corey. Que te jodan por ser un listillo, que te jodan por descubrir que yo asesiné a los Gordon, que te jodan por follar con mi antigua novia y, sencillamente, que te jodan.»
– Me siento un poco responsable de los Murphy -dijo Beth.
Me obligué a pensar en ellos. Eran personas honradas, ciudadanos solidarios y, lamentablemente para ellos, habían visto demasiado de lo que pasaba en la casa contigua durante los dos últimos años.
– El miércoles les mostré a los Murphy una foto de Fredric Tobin y le identificaron como el individuo del deportivo blanco… Tobin tiene un Porsche blanco…
Le hablé a Beth de mi breve visita a Edgar y Agnes Murphy.
– Comprendo -asintió Beth.
– El asesino es Fredric Tobin -dije.
Beth no respondió.
– Asesinó a Tom y Judy Gordon, a Edgar y Agnes Murphy, tal vez a aquel veterinario de Plum Island y a Emma Whitestone. Y puede que a otros. Me lo estoy tomando de manera muy personal -dije antes de levantarme-. Necesito tomar un poco de aire.
Salí por la puerta trasera y me quedé en la terraza. La lluvia era ahora más copiosa, una lluvia gris que caía de un cielo gris a un mar gris. Un viento del sur llegaba de la bahía.
Emma. Emma.
Estaba todavía en la etapa de aturdimiento y negación, en puertas de la etapa iracunda. Cuanto más pensaba que Tobin le había machacado la cabeza con un atizador, mayor era el deseo que sentía de machacar la suya del mismo modo.
Como muchos policías que tienen contacto personal y directo con el crimen, quería utilizar mi poder y mis conocimientos para ocuparme de ello personalmente. Pero un policía no puede tomarse la justicia por su cuenta, ni alguien que se tome la justicia por su mano puede ser policía. Por otra parte, había momentos en los que convenía guardar la placa y conservar el arma en su sitio…
Capítulo 30
Beth me dejó solo un rato y logré recuperar la compostura. Por fin apareció en la terraza y me ofreció una taza de café con algo que olía a brandy.
Ambos contemplamos la bahía en silencio.
– ¿De qué va todo esto, John? -preguntó al cabo de unos minutos.
Sabía que le debía cierta información.
– Oro -respondí.
– ¿Oro?
– Sí. Un tesoro enterrado, tal vez un tesoro pirata, puede que el tesoro del propio capitán Kidd.
– ¿El capitán Kidd?
– Sí.
– ¿Y estaba en Plum Island?
– Sí… por lo que he podido deducir, Tobin lo descubrió de algún modo y al comprender que nunca tendría acceso a uno de los lugares más impenetrables del país, empezó a buscar un socio con acceso ilimitado a la isla.