Выбрать главу

– Claro… -dijo Beth después de reflexionar unos instantes-. Ahora todo tiene sentido… la sociedad histórica, las excavaciones, la casa junto al mar, la lancha… Estábamos tan obsesionados con la plaga y luego las drogas…

– Exactamente. Pero cuando descartas por completo esas posibilidades, como yo hice, porque sabía que los Gordon eran incapaces de hacer tal cosa, uno se ve obligado a planteárselo todo de nuevo.

Beth asintió.

– Como dijo el doctor Zollner -declaró-, cuando tu única herramienta es un martillo, todos los problemas parecen clavos.

Asentí.

– Adelante. Cuéntamelo todo.

Sabía que intentaba alejar de mi mente el asesinato de Emma y tenía razón en cuanto a que debía pensar en el caso y hacer algo positivo.

– De acuerdo -respondí-. Cuando estuve en Plum Island, las excavaciones arqueológicas me parecieron absolutamente impropias de Tom y Judy, y ellos no me las habían mencionado porque sabían que pensaría eso. Estoy convencido de que se anticipaban al día en que, después de descubrir supuestamente el tesoro en su propio terreno, ciertas personas recordarían las excavaciones en Plum Island y las relacionarían con lo sucedido. Así que cuantos menos lo supieran mejor para ellos.

– No sería la primera vez que algo valioso se traslada y de pronto aparece en un lugar más oportuno -comentó Beth.

– Ése era precisamente el quid de la cuestión. La cruz del mapa pirata debía desplazarse del terreno del Tío Sam al de Tom y Judy.

– ¿Crees que los Gordon conocían el lugar exacto donde estaba enterrado el tesoro en Plum Island? -preguntó Beth después de reflexionar unos instantes-. ¿O intentaban encontrarlo? No recuerdo haber visto demasiadas excavaciones recientes en la isla.

– Creo que la información de Tobin era fiable y creíble, pero, tal vez, no demasiado precisa. He aprendido algunas cosas sobre los mapas piratas de Emma… y en este libro… -respondí señalando el libro sobre la mesa-. Y por lo que he aprendido, se suponía que el escondite de esos tesoros era sólo temporal, de modo que algunos de los puntos de referencia en el mapa o las instrucciones han resultado ser árboles desaparecidos desde hace mucho tiempo, rocas desmenuzadas o caídas al mar y cosas por el estilo.

– ¿Cómo se te ocurrió interrogar a Emma? -preguntó Beth.

– Sólo me proponía investigar la Sociedad Histórica Peconic. Pensaba dedicarle aproximadamente una hora y, en realidad, no me importaba con quien hablara… luego la conocí y, mientras charlábamos, surgió el dato de que había sido novia de Tobin.

Beth contemplaba la bahía mientras reflexionaba.

– Y luego decidiste hablar con Fredric Tobin.

– No, había hablado con él antes de conocer a Emma.

– ¿Entonces qué te indujo a hablar con él? ¿Qué relación creíste que podía tener con los asesinatos?

– Al principio, ninguna. Hacía el trabajo de un aprendiz de detective, hablando con los amigos y no con los sospechosos. Había conocido a Tobin en sus viñedos en julio, con los Gordon -respondí antes de explicar las circunstancias-. No me había caído bien entonces y me preguntaba por qué les gustaba a los Gordon. Después de pasar unas horas con él el miércoles, personalmente me pareció inofensivo, aunque no respondía adecuadamente a preguntas sencillas. ¿Comprendes?

Beth asintió.

– Luego, después de hablar con Emma, empecé a calibrar ciertas relaciones.

Ella asintió una vez más y contempló la lluvia mientras reflexionaba.

– Yo he pasado estos dos días con el forense, el laboratorio, Plum Island, etcétera. Entretanto, tú seguías una pista completamente diferente.

– Una pista muy vaga, pero no tenía otra cosa que hacer.

– ¿Estás todavía enfadado por el trato que has recibido?

– Lo estaba. Puede que ésa fuera mi razón para actuar así. Pero no importa. El caso es que te lo entrego todo. Quiero a Fredric Tobin detenido, condenado y crucificado.

– Puede que eso no suceda nunca y tú lo sabes -respondió Beth después de mirarme-. A no ser que encontremos alguna prueba irrefutable, no se le condenará. Dudo que el fiscal esté dispuesto a acusarlo.

Lo sabía. También sabía que cuando el problema era un clavo, lo único que se necesitaba era un martillo. Y yo lo tenía.

– ¿Tienes alguna otra prueba? -preguntó Beth.

– Descubrí un bote sin quilla y un bichero en el cobertizo de Tobin, de los que se utilizan para circular por las marismas. También había una sirena de aire comprimido -respondí y le relaté mi encuentro con Tobin en el cobertizo.

– Siéntate -dijo Beth después de asentir, mientras se acomodaba en la mecedora y yo me instalaba en el sillón de mimbre-. Cuéntamelo todo.

A lo largo de una hora, le conté todo lo que había hecho desde que nos separamos el martes por la noche, incluido el hecho de que la novia de Tobin, Sondra Wells, y el ama de llaves estaban ausentes la tarde del día en que se cometieron los asesinatos de los Gordon, mientras que Tobin me había inducido a creer que estaban en casa.

Beth me escuchó, con la mirada fija en la lluvia y en el mar. Arreciaba el viento, que de vez en cuando llegaba a aullar.

– De modo que los Gordon no compraron el terreno de Wiley para traicionar a Tobin -dijo cuando terminé.

– No. Tobin les dijo a los Gordon que lo compraran, debido a la leyenda de los arrecifes del capitán Kidd. Existe también un lugar llamado los árboles del capitán Kidd, pero actualmente es un parque público. En cuanto al arrecife o promontorio, su ubicación no está tan bien documentada en los libros de historia como los árboles, así que Tobin sabía que cualquier acantilado en la zona serviría. Pero no quería que se divulgara que él había comprado un terreno inútil en los promontorios porque habría levantado toda clase de rumores y especulaciones. Así que hizo que lo adquirieran los Gordon con su propio dinero, que era limitado, pero tuvieron la suerte de encontrar la parcela de Wiley, aunque puede que Tobin les facilitara la información. El plan consistía entonces en esperar un poco antes de enterrar el tesoro y luego descubrirlo.

– Increíble.

– Sí. Y puesto que es casi imposible falsear la edad de un pozo vertical, se proponían introducir el baúl del tesoro en la ladera de ese promontorio, el acantilado que encontramos, y alegar que había salido a la superficie como consecuencia de la erosión. Luego, al extraerlo de la arcilla y la arena con picos y palas, el emplazamiento quedaría esencialmente destruido y el baúl astillado, de modo que sería imposible analizar el entorno.

– Increíble -repitió Beth.

– Eran personas muy inteligentes, Beth, y no tenían ninguna intención de meter la pata. Iban a apoderarse de un tesoro valorado en diez o veinte millones de dólares ante las propias narices del Tío Sam y éste sólo se enteraría cuando lo divulgaran las noticias. También estaban preparados respecto a Hacienda -añadí y le hablé de las leyes relacionadas con el hallazgo de tesoros, impuestos a pagar, etcétera.

– ¿Pero cómo participaría Tobin de los beneficios después de dar a conocer su hallazgo los Gordon? -preguntó Beth después de reflexionar unos instantes.

– En primer lugar, demostraron haber sido amigos desde hacía casi dos años. Los Gordon habían desarrollado un interés por el vino, a mi parecer ficticio, pero útil para que Fredric Tobin y los Gordon se exhibieran juntos en público como amigos -respondí antes de explicarle lo que me había comentado Emma de la relación entre ellos-. Pero eso no coincidía con lo que Tobin me había contado respecto a su amistad. De modo que ahí había otra contradicción.

– Ser amigos no basta para compartir millones de dólares de un tesoro -dijo Beth.

– Efectivamente. Por esa razón elaboraron una historia paralela al descubrimiento. A mi juicio, primero fingieron haber desarrollado un interés común por la historia local, que acabó por conducirles a cierta información sobre un tesoro pirata. Entonces, en consonancia con lo que se proponían declarar a la prensa, establecieron un pacto entre amigos para buscar y compartir lo que se encontrara.