Volví la cabeza y, efectivamente, ahí estaba el intrépido cabrón de Freddie en su puesto de tiro. Vi otro fogonazo. Dispararse de un barco a otro en plena tormenta es fácil, pero acertar es difícil. Así que no estaba excesivamente preocupado, pero llegaría el momento en que ambas embarcaciones estuvieran sobre la cresta de una ola, y Tobin tenía la ventaja de la altura y del cañón.
Beth se reservaba sensatamente los disparos.
Vi el faro de Orient Point directamente a mi izquierda y mucho más cerca que antes. Comprendí que la tormenta nos había arrastrado hacia el norte, a pesar de mantener rumbo este. También comprendí que sólo podía hacer una cosa y la hice: giré el timón a la izquierda y el barco se dirigió al estrecho.
– ¿Qué haces? -preguntó Beth.
– Vamos al estrecho.
– ¡John, nos ahogaremos!
– Si no lo hacemos, Tobin acabará por alcanzarnos con su rifle o nos embestirá con su barco y disfrutará viendo cómo nos ahogamos. Si nos hundimos en el estrecho, puede que él se hunda con nosotros.
Beth no respondió.
La tormenta procedía del sur y en el momento en que nos aproamos al norte, el barco cobró cierta velocidad. En menos de un minuto, avisté el contorno de Plum Island delante de mí, a la derecha. A mi izquierda se encontraba el faro de Orient. Puse rumbo a un punto entre el faro y la costa de Plum Island para penetrar de lleno en el estrecho.
Al principio, Tobin nos siguió, pero, cuando empeoró el oleaje y el viento que soplaba entre ambas masas de tierra alcanzó proporciones supersónicas, le perdimos de vista y supuse que había abandonado la persecución. Estaba bastante seguro de lo que se proponía hacer a continuación y hacia adonde se dirigía. Esperaba seguir vivo dentro de quince minutos para comprobar si estaba en lo cierto.
Estábamos ahora en el seno del estrecho, entre Orient Point al oeste y Plum Island al este, la bahía de Gardiners al sur y el canal de Long Island al norte. Recordé que Stevens nos había contado que un huracán, hacía varios siglos, había ahondado el fondo de aquella zona y lo comprendí. El mar parecía una lavadora, que levantaba todo del fondo: arena, algas, madera, escombros y toda clase de residuos. Era inútil intentar controlar el barco. El Fórmula no era más que un resto flotante a merced de la tormenta. En realidad, hizo capilla varias veces, que en lenguaje vulgar significa que giró sobre sí mismo, con la proa mirando alternativamente al sur, al este y al oeste, pero empujados siempre por la tormenta hacia el canal, que era por donde quería ir.
La idea de llegar a la ensenada de Plum Island era casi irrisoria, al comprobar ahora lo horrendo de la situación.
Beth logró llegar junto a mí, se situó entre mi espalda y la silla, y se agarró a mí con piernas y brazos, mientras yo sujetaba con todas mis fuerzas el timón. Era casi imposible hablar, pero acercó la boca a mi oído y dijo:
– Estoy asustada.
¿Asustada? Yo estaba loco de terror. Aquélla era indudablemente la peor experiencia de mi vida, sin contar mi paseo hasta el altar.
El Fórmula daba ahora tantos tumbos que estaba completamente desorientado. Había momentos en los que me daba cuenta de que habíamos despegado literalmente y era consciente de que el barco, que había demostrado una buena estabilidad en el agua, podía dar saltos mortales en el aire. Creo que sólo el agua de la sentina nos permitió mantener la posición correcta durante nuestras incursiones en la estratosfera.
Tuve la serenidad de reducir al ralentí los motores, tan pronto me percaté de que las hélices pasaban más tiempo en el aire que en el agua. La administración del combustible es una estrategia a largo plazo y yo me encontraba en una situación a corto plazo, pero… nunca se sabe.
Beth se sujetaba con más fuerza todavía, y de no haber sido por el peligro inminente de morir ahogados, me habría gustado. Dadas las circunstancias, esperaba que el contacto físico le proporcionara cierto alivio. Sé que conmigo funcionaba.
– Si caemos al agua -me dijo al oído-, sujétame con fuerza.
Asentí. Pensé de nuevo que Tobin había matado ya a cinco buenas personas y estaba a punto de causar la muerte a otras dos. Me parecía increíble que ese gusano inmundo hubiera causado realmente tanta muerte y dolor. Mi única explicación era que los individuos de poca estatura, con ojos pequeños y movedizos y mucho apetito eran despiadados y peligrosos. Tenían verdaderamente algo de que vengarse. Bueno, puede que eso no fuera todo.
En todo caso, cruzamos el estrecho como un bólido en un tobogán. Paradójicamente, creo que fue la ferocidad de la tormenta lo que nos permitió llegar sanos y salvos, además de que probablemente estaba subiendo la marea. Toda la fuerza del mar, del viento y de la marea empujaba hacia el norte, eliminando de algún modo los peligrosos torbellinos que el viento y la marea provocan en el estrecho. Para ampliar la analogía, era la diferencia entre estar atrapado en la taza del váter cuando se tira de la cadena o verse propulsado por un desagüe.
Estábamos ahora en el canal de Long Island y tanto el malcomo el viento eran ligeramente más moderados. Aceleré los motores y nos dirigimos al este.
Beth seguía agarrada a mi espalda, pero no con tanta fuerza.
Delante de nosotros, a la derecha, se vislumbraba la oscura silueta del faro de Plum Island. Sabía que si lográbamos doblar aquel cabo, íbamos a estar un poco más protegidos del viento y del oleaje, como lo habíamos estado junto a Shelter Island. Plum Island no tenía tanta elevación como aquélla y estaba más expuesta al océano, pero debería de brindarnos cierta protección.
– ¿Estamos vivos? -preguntó Beth.
– Por supuesto. Has sido muy valiente y muy tranquila.
– Estaba muerta de miedo.
– No importa.
Solté una mano del timón y estreché la suya, fuertemente sujeta a mi barriga.
Llegamos a sotavento de Plum Island y pasamos junto al faro a nuestra derecha. Ahora alcanzaba a ver el interior de la linterna del faro, donde distinguí un punto verde que parecía seguirnos, y se lo mostré a Beth.
– Es un dispositivo de visión nocturna -respondió Beth-. Los hombres del señor Stevens nos observan.
– Efectivamente -asentí-. Es prácticamente la única medida de seguridad que les queda en una noche como ésta.
Plum Island nos protegía parcialmente del viento, y el mar estaba un poco más calmado. Oíamos las olas que azotaban la playa a unos cien metros de distancia.
Entre la copiosa lluvia, llegué a distinguir el fulgor de unas luces tras los árboles y comprendí que se trataba de las luces de emergencia del laboratorio principal. Eso significaba que funcionaban todavía los generadores y eso, a su vez, indicaba que los filtros de aire y las purificadoras cumplían aún su cometido. Habría sido realmente injusto sobrevivir a la tormenta y luego morir por culpa del ántrax después de desembarcar en Plum Island.
Beth me soltó y deslizó su pelvis entre mi silla y mi trasero.
– ¿Qué crees que le ha ocurrido a Tobin? -preguntó después de situarse junto a mí, agarrada al salpicadero.
– Me parece que ha seguido por el sur de la isla. Seguramente cree que estamos muertos.
– Probablemente -respondió Beth-. Yo también lo creía.
– A no ser que mantenga contacto radiofónico con alguien en Plum Island, que sepa por el vigilante del faro que lo hemos logrado.
– ¿Crees que tiene un cómplice en Plum Island? -preguntó Beth después de reflexionar unos instantes.
– No lo sé, pero pronto lo averiguaremos.
– ¿Y adonde se dirige Tobin ahora?
– Sólo puede ir a un lugar y es éste, a este lado de la isla.
– En otras palabras -asintió Beth-, se acerca en dirección contraria y nos lo encontraremos de frente.