Pisé algo resbaladizo con el pie derecho y casi perdí el equilibrio. Me agaché, palpé alrededor del pie y encontré un objeto metálico. Intenté levantarlo, pero no se movía. Volví a pasar la mano y por fin descubrí que se trataba de un raíl empotrado en el suelo de hormigón. Recordé que Stevens nos había mencionado que, en otra época, había un ferrocarril de vía estrecha en la isla, que trasladaba la munición desde los barcos que atracaban en la ensenada hasta las baterías de artillería. Aquello era evidentemente un túnel de ferrocarril que conducía a un almacén de municiones.
Mantuve el pie en contacto con el raíl y seguí adelante. Al cabo de unos minutos, me percaté de que la vía giraba a la derecha y tropecé con algo rugoso: Me agaché y palpé. Había una aguja, con un raíl que se dirigía a la derecha y otro a la izquierda. Cuando empezaba a creer que Tobin y yo nos estábamos acercando al final de la vía, apareció una bifurcación. Permanecí agachado y escudriñé la oscuridad en ambas direcciones, pero no logré ver ni oír nada. Pensé que si Tobin creyera estar solo, tendría su linterna encendida o, por lo menos, haría ruido al andar. Como no podía verlo ni oírlo, hice una de mis famosas deducciones y concluí que sabía que no estaba solo. O puede que estuviera muy por delante de mí. O quizá ni siquiera estaba allí… Ruega por nosotros pecadores…
Oí algo a mi derecha, como un trozo de hormigón o una piedra que cayera al suelo. Escuché más atentamente y oí algo que parecía agua. Se me ocurrió que con la lluvia podía haber derrumbamientos en el túnel… Ahora y en la hora…
Me incorporé y avancé hacia la derecha, guiado por el raíl. Aumentó el ruido del agua que caía y mejoró la calidad del aire.
A los pocos minutos tuve la sensación de haber llegado al final del túnel y de encontrarme en un espacio más amplio: el almacén de municiones. En realidad, cuando levanté la cabeza, alcancé a ver un pequeño fragmento del oscuro firmamento. La lluvia penetraba por el agujero y caía al suelo. También llegué a discernir algún tipo de andamio que ascendía hacia el agujero y comprendí que se trataba del ascensor de municiones para trasladar los proyectiles a las baterías de la superficie. Así que ése era el final de la vía y sabía que Tobin se encontraba ahí y me estaba esperando… De nuestra muerte. Amén.
Capítulo 36
Fredric Tobin no parecía tener ninguna prisa por anunciar su presencia y yo escuchaba el chorreo de la lluvia mientras esperaba. Al cabo de un rato, casi llegué a creer que estaba solo, pero sentía otra presencia en la sala. Una presencia maligna, realmente nefasta.
Llevé muy lentamente mi mano izquierda a la cintura y agarré la navaja.
Él sabía evidentemente que era yo y yo sabía que era él y que me había conducido hasta ese lugar, que había elegido para mi tumba.
Él también sabía que en el momento en que hiciera cualquier movimiento o ruido, o encendiera su linterna, yo dispararía. También era consciente de que su primer disparo en la oscuridad debería ser certero, porque sería el único que haría. Así que los dos permanecimos inmóviles, como el gato y el ratón, intentando averiguar quién era el gato.
Debo reconocer que ese pequeño cabrón tenía nervios de acero. Yo estaba dispuesto a permanecer allí una semana, si era necesario, y él también. Escuchaba la lluvia y el viento, pero sin mirar al agujero del techo, para no estropear la capacidad que pudiera haber desarrollado de ver en la oscuridad.
De pie en aquel espacio húmedo, grande y tenebroso, el frío iba penetrando gradualmente por mis calcetines e impregnaba mis brazos, mi pecho y mi espalda desnuda. Tenía ganas de toser, pero reprimí el impulso.
Habían transcurrido unos cinco minutos, puede que menos, pero no más. Tobin debía de preguntarse si yo me había marchado sigilosamente. Yo estaba situado entre dondequiera que él se encontrara, y la entrada, a mi espalda. Dudaba que él pudiera salir si perdía el temple y decidía retirarse.
Por fin Tobin parpadeó, metafóricamente hablando; arrojó un trozo de hormigón o algo parecido contra el muro, que retumbó en el enorme almacén de municiones. Me sobresaltó, pero no lo suficiente para que disparara el arma. Estúpido truco, Freddie.
Permanecimos ambos en la oscuridad y yo intentaba ver a través de la negrura, oír su respiración, oler su miedo. Creí ver el brillo de sus ojos, o algo de acero, a la tenue luz que se filtraba por el agujero del techo. El brillo procedía de mi izquierda, pero no tenía forma de juzgar la distancia en la oscuridad.
Me percaté de que mi navaja también podía producir reflejos y me la llevé al costado izquierdo para ocultarla de la suave luz del techo.
Intenté ver de nuevo el brillo, pero había desaparecido. Decidí que si volvía a advertirlo, me iba a lanzar al ataque con la navaja: acometida, navajazo, quite, estocada… hasta hundir la hoja en carne y hueso. Esperé.
Cuanto más miraba al lugar donde creía haber visto el reflejo, mayor era el número de jugarretas que me hacía la vista. Veía esa especie de manchas fosforescentes que danzaban ante mis ojos, que luego tomaron forma y parecían calaveras boquiabiertas. ¡Coño! El poder de la sugestión…
Era difícil respirar silenciosamente y de no haber sido por el ruido del viento y de la lluvia en el exterior, Tobin me habría oído y yo a él. Sentí de nuevo el impulso de toser, pero una vez más logré reprimirlo.
Esperamos. Supuse que sabía que yo estaba solo. También supuse que sabía que yo tenía por lo menos una pistola. Estaba seguro de que él también tenía una, pero no la cuarenta y cinco con la que había asesinado a Tom y Judy. Si hubiera llevado consigo el rifle, habría intentado matarme en el exterior desde una distancia prudencial, al percatarse de que era John Corey quien le pisaba los talones. En todo caso, donde nos encontrábamos ahora, un rifle no era mejor que una pistola. Pero con lo que no contaba era con una escopeta.
El estruendo del disparo fue ensordecedor en aquel espacio cerrado y me llevé un susto de muerte. Pero en el momento en que me di cuenta de que no me había alcanzado y que mi cerebro registró la dirección del tiro, unos tres metros a mi derecha, y antes de que Tobin cambiara de posición, disparé mi única bala en dirección al fogonazo.
Solté mi revólver y me lancé al ataque frente a mí con la navaja, pero no entré en contacto con nada ni tropecé con ningún cuerpo en el suelo. A los pocos segundos, mi navaja rasgó el muro. Me detuve y permanecí inmóvil.
– Supongo que sólo le quedaba un disparo -dijo una voz a cierta distancia a mi espalda.
Evidentemente no respondí.
– Hábleme -dijo la voz.
Me volví lentamente hacia Fredric Tobin.
– Creo haber oído que su pistola caía al suelo.
Me percaté de que cada vez que hablaba había cambiado de posición. Muy listo.
– Le veo a la luz del techo -dijo.
En ese momento me di cuenta de que al lanzarme al ataque me había situado más cerca de la tenue iluminación.
– Si se atreve siquiera a parpadear, lo mataré -agregó después de cambiar nuevamente de posición.
No comprendía que no hubiera vuelto a disparar, pero supuse que tenía alguna clase de plan.
– ¡Que te jodan, Freddie! -respondí al tiempo que me separaba de la pared, aprovechando la situación.
De pronto se encendió una luz a mi espalda y me percaté de que se había situado detrás de mí y me iluminaba con su linterna.
– ¡No se mueva o disparo! ¡No se mueva!
Me quedé quieto, de espaldas a él, iluminado por su linterna y con un arma que me apuntaba al trasero. Mantuve la navaja pegada al cuerpo para que no la viera, pero entonces dijo:
– Las manos sobre la cabeza.
Introduje la navaja en mi cintura y levanté las manos sobre la cabeza, todavía de espaldas a él.