Seguimos a nuestro anfitrión por la escalera, cruzamos la cabina y subimos por otra escalera a la cubierta encima de ésta, donde éramos los únicos pasajeros.
El señor Stevens nos condujo hasta un grupo de butacas. El barco se desplazaba a unas quince millas por hora, que creo que son unos doscientos nudos, tal vez un poco menos. Habla brisa en cubierta pero era el lugar más silencioso por estar alejado de los motores. La bruma se disipaba y de pronto empezó a brillar el sol.
Vi el puente de mando, todo acristalado, donde el capitán iba al timón y charlaba con su ayudante. En la popa ondeaba al viento una bandera estadounidense.
Estaba sentado cara a proa con Beth a mi derecha y Max a mi izquierda, y Stevens delante de mí, entre Nash y Foster.
– Los científicos que trabajan en biocontención siempre viajan aquí a no ser que el tiempo sea realmente malo -comentó Stevens-. Luego pasan de ocho a diez horas sin ver el sol -agregó-. Esta mañana les he rogado que nos dejaran solos.
A mi izquierda vi el faro de Orient Point, que no es una antigua torre construida sobre un peñasco, sino una moderna estructura metálica sobre las rocas. Se lo conoce como La Cafetera porque se supone que tiene ese aspecto, aunque a mí no me lo parece. Los marinos toman a las focas por sirenas, a las marsopas por grandes serpientes y a las nubes por barcos fantasma. Si uno pasa suficiente tiempo en el mar, creo que acaba por volverse un poco chiflado.
Volví la cabeza hacia Stevens y se cruzaron nuestras miradas. Aquel hombre tenía una de esas caras de cera que uno nunca olvida. Sus facciones permanecían siempre inmóviles, salvo la boca y los ojos, que te taladraban con la mirada.
– Permítanme que empiece por decirles que conocía a Tom y Judy Gordon -declaró Paul Stevens, dirigiéndose al grupo en general-. En Plum Island estaban bien considerados por todos: funcionarios, científicos, cuidadores de animales, técnicos de laboratorio, personal de mantenimiento, agentes de seguridad; todos. Trataban a todo el mundo con cortesía y respeto. Indudablemente, les echaremos de menos. -agregó con una especie de sonrisa torcida.
De pronto se me ocurrió que aquel individuo podía ser un asesino por cuenta del gobierno. Claro. ¿Y si había sido el gobierno quien había eliminado a Tom y Judy? Tal vez los Gordon sabían o habían visto algo o estaban a punto de denunciar alguna cosa… Mamma mia!, habría dicho mi compañero Dom Fanelli. Eso abría una nueva posibilidad. Miré a Stevens e intenté descifrar algo en sus ojos fríos como el hielo, pero era un buen actor, como había demostrado en la pasarela.
– Anoche, en el momento en que me enteré de su muerte -seguía diciendo Stevens-, llamé a mi oficial de guardia en la isla e intenté determinar si había desaparecido algo de los laboratorios. No es que sospechara que los Gordon pudieran hacer tal cosa, pero a juzgar por la forma en que se me informó del asesinato… bueno, aquí tenemos ciertos procedimientos operativos establecidos.
Volví la cabeza hacia Beth y se cruzaron nuestras miradas. Aquella mañana no había tenido oportunidad de decirle una sola palabra y le guiñé un ojo. Al parecer no podía controlar sus emociones y desvió la mirada.
– Esta madrugada me he trasladado a Plum Island en una de mis lanchas de seguridad y he llevado a cabo una investigación preliminar -proseguía Stevens-. Por lo que puedo deducir hasta el momento, nada ha sido sustraído de nuestras reservas de microorganismos, ni de las muestras de tejidos, sangre, ni ningún otro material orgánico ni biológico.
Aquel comentario era tan evidentemente cretino y autojustificativo que nadie se molestó siquiera en reírse, aunque Max me miró y movió la cabeza. Sin embargo, los señores Nash y Foster asentían como si se creyeran lo que Stevens intentaba hacernos tragar. Éste, alentado y con la seguridad que le aportaba encontrarse entre amigos que trabajaban también para el gobierno, prosiguió con su discursito oficial.
Ya pueden imaginarse la cantidad de mierda que debo escuchar en mi vida profesional de sospechosos, testigos, informadores e incluso de personas de mi propio equipo, como fiscales, superiores, subordinados incompetentes, lacayos, etcétera. Basura y mierda. Lo primero es una distorsión burda y agresiva de la verdad mientras que lo segundo es una clase de excrementos más suave y pasiva. Y así es el trabajo policiaclass="underline" basura y mierda. Nadie le dice a uno la verdad, especialmente si pretendes mandarlo a la silla eléctrica o lo que utilicen hoy en día.
Escuché durante un rato las explicaciones del señor Paul Stevens, según las cuales era imposible sacar de la isla un solo virus o una sola bacteria, ni siquiera un escozor en la entrepierna si es que había que dar crédito a Pinocho Stevens.
Me cogí la oreja derecha y le di un ligero giro, que es mi forma de desconectar de los idiotas. Con la voz de Stevens perdida en la lejanía, contemplé la hermosa mañana azul. Regresaba el transbordador de New London y nos pasó por la izquierda, que sé que se llama babor. La milla y media de agua que separa Orient Point de Plum Island es conocida como estrecho de Plum, otra palabra marina. Aquí se utilizan muchos términos náuticos y a veces me producen dolor de cabeza. ¿Qué tiene de malo el inglés corriente?
En todo caso, sé que el estrecho es un lugar donde se encuentran las aguas del canal de Long Island y las del Atlántico. Estuve aquí en una ocasión con los Gordon, en su lancha, cuando el viento, la marea y las corrientes golpeaban por todos lados la embarcación. Realmente no necesito repetir semejante experiencia en el agua.
Pero hoy no había problemas, el estrecho estaba tranquilo y el barco era grande. Había cierto balanceo, pero supongo que eso es inevitable en el agua, que es esencialmente líquida y de ningún modo tan fiable como el asfalto.
La vista desde aquí era bonita y, mientras el señor Stevens movía los carrillos, contemplé un pigargo blanco que volaba en círculos. Esas aves son extrañas, están completamente locas. Vi cómo describía círculos en busca del desayuno hasta que lo avistó y entonces se lanzó en picado como un piloto suicida, chillando como si le ardieran las pelotas, penetró en el agua, desapareció y emergió de nuevo como si le hubieran insertado un misil en el trasero. En las garras llevaba un pez plateado que hasta entonces había estado chapoteando tranquilamente, mascando pescadilla o algo por el estilo, cuando de pronto despegó a punto de ser deglutido por ese pájaro loco. Puede que el pez plateado tuviera esposa, hijos y todo lo demás, que hubiera salido en busca de un pequeño tentempié y ahora, en un abrir y cerrar de ojos, él se había convertido en desayuno. La supervivencia del más fuerte. Asombroso. Definitivo.
Estábamos a un cuarto de milla de Plum Island cuando un ruido extraño, aunque familiar, nos llamó la atención. Entonces vimos un gran helicóptero blanco, con las insignias rojas de los guardacostas, que pasó junto a nosotros por estribor. Volaba lentamente y a baja altitud, llevaba la puerta abierta y asomado había un individuo uniformado, sujeto por unas correas, con una radio incorporada al casco y un rifle en las manos.
– Es la patrulla de los ciervos -aclaró el señor Stevens-. Como simple medida de precaución buscamos ciervos que puedan ir o venir nadando de Plum Island.
Nadie dijo palabra.
El señor Stevens consideró que debía dar más explicaciones y prosiguió:
– Los ciervos son unos nadadores increíblemente resistentes y en algunos casos han llegado a Plum Island desde Orient Point e incluso desde Gardiners Island o Shelter Island, que está a siete millas. Procuramos evitar que los ciervos se instalen en Plum Island o incluso que visiten la isla.
– A no ser -señalé- que hayan firmado el impreso pertinente.
El señor Stevens sonrió de nuevo. Yo le gustaba. También le gustaban los Gordon y ya sabemos lo que les ocurrió.
– ¿Por qué procuran evitar que los ciervos lleguen a la isla? -preguntó Beth.