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El señor Tobin llevaba una loción para después del afeitado con aroma a pino, que probablemente no atraía a las abejas.

– ¿Debo entender que desea interrogarme? -preguntó.

– Sólo pretendo formularle las preguntas habituales.

Por cierto, no existen preguntas habituales en la investigación de un asesinato.

– Lo siento, no sé… Quiero decir que no tengo la menor idea de lo que pudo sucederles a los Gordon.

– Fueron asesinados.

– Lo sé… Quiero decir que…

– Sólo necesito antecedentes.

– Tal vez debería llamar a mi abogado.

Levanté las cejas.

– Está usted en su derecho -respondí-. Podemos hacer esto en la comisaría con su abogado presente. O podemos hacerlo aquí en pocos minutos.

Parecía reflexionar.

– No lo sé… No estoy acostumbrado a estas cosas…

Procuré ser lo más convincente posible.

– Escúcheme, señor Tobin, usted no es sospechoso. Sólo estoy entrevistando a amigos de los Gordon. Ya sabe… antecedentes.

– Comprendo. Bien… si usted cree que puedo ayudarle, contestaré gustoso a sus preguntas.

– Estupendo -respondí, decidido a alejarle del teléfono-. Por cierto, nunca he paseado por un viñedo. ¿Podríamos hacerlo ahora?

– Por supuesto. En realidad, eso era lo que me proponía cuando usted ha llegado.

– Ideal para todos.

Le seguí por la puerta acristalada y salimos a la luz del sol. Cerca de allí había dos volquetes aparcados, cargados de uvas.

– Hace dos días que hemos empezado la vendimia -dijo el señor Tobin.

– Lunes.

– Sí.

– Un gran día para usted.

– Muy gratificante.

– Supongo que pasó aquí todo el día.

– Llegué temprano.

– ¿Buena cosecha?

– Muy buena hasta ahora, gracias.

Cruzamos el césped hasta el viñedo más próximo, entre dos hileras de cepas donde no se habían recogido todavía las uvas. El olor era realmente agradable y, por suerte, las abejas no me habían localizado.

El señor Tobin señaló el pequeño paquete con su logotipo que yo llevaba en la mano.

– ¿Qué ha comprado?

– Una baldosa esmaltada para mi novia.

– ¿Cuál?

– El águila blanca.

– Se están poniendo nuevamente de moda.

– ¿Las baldosas esmaltadas?

– No, las águilas blancas. Escúcheme, detective…

– Extrañas aves. He leído que se aparean para toda la vida. Teniendo en cuenta que probablemente no son católicas, ¿por qué quieren aparearse para toda la vida?

– Detective…

– Pero también he leído otra versión. Las hembras se aparean para toda la vida, siempre y cuando el macho regrese al mismo nido. Ya sabe, los protectores del medio ambiente colocan unos grandes postes con plataformas encima y construyen allí sus nidos. Me refiero a las águilas, no a los protectores del medio ambiente.

– Detective…

– Eso significa que, en realidad, la hembra no es monógama. Su vínculo es con el nido. Regresa al mismo nido todos los años y se acuesta con el primer macho que aparece por allí. Algo parecido a las damas de Southampton en sus residencias veraniegas, ¿comprende?, nunca dispuestas a abandonar su casa en Hampton. Puede que, a veces, el individuo haya muerto o que se haya marchado sin intención de regresar, pero, en otras ocasiones, simplemente ha llegado tarde para coger el tren, ¿comprende? Y, entretanto, la mujer se está divirtiendo con el encargado de la piscina. Pero volvamos a las águilas blancas…

– Discúlpeme, detective… ¿de qué quería…?

– Llámeme John.

Me miró fugazmente; intentaba recordar mi cara, pero no lo lograba. En todo caso, después de mi pequeña introducción estilo Colombo, Tobin había decidido que yo era un bobo y se sentía ligeramente más relajado.

– Me consternó la noticia -dijo-. Qué tragedia. Eran tan jóvenes y llenos de vida.

No respondí.

– ¿Sabe algo respecto al funeral?

– No señor, no lo sé. Creo que sus cuerpos están todavía en manos del forense. Ahora están completamente descuartizados y luego vuelven a unir las partes, como en un rompecabezas, sólo que el forense conserva los órganos. En todo caso, ¿cómo podría alguien saber que han desaparecido los órganos?

El señor Tobin no hizo ningún comentario.

Caminamos un rato en silencio por el viñedo. A veces, cuando uno no hace preguntas, la persona a la que está entrevistando se pone nerviosa y empieza a charlar para llenar el silencio.

– Parecían unas personas muy agradables -dijo el señor Tobin al cabo de unos minutos.

Asentí.

– No podían tener un solo enemigo en el mundo entero -agregó después de unos segundos-. Pero en Plum Island suceden cosas extrañas. En realidad, lo ocurrido parece un robo. Eso fue lo que oí por la radio, el jefe Maxwell dijo que se trataba de un robo. Pero ciertos medios de comunicación pretenden relacionarlo con Plum Island. Debería llamar al jefe Maxwell. Somos amigos. Conocidos. Él conocía a los Gordon.

– ¿En serio? Aquí todo el mundo parece conocerse.

– Eso parece. Es la geografía del lugar. Estamos rodeados por tres partes de agua, casi como una pequeña isla. De ahí que lo sucedido sea tan preocupante. Podría haber sido cualquiera de nosotros.

– ¿Se refiere al asesino o a las víctimas?

– A ambos -respondió el señor Tobin-. El asesino podría ser uno de nosotros y las víctimas podríamos haber sido… ¿Cree que el asesino actuará de nuevo?

– Espero que no. Ya tengo bastante trabajo.

Seguimos caminando entre hileras de cepas interminables, pero el señor Tobin dejó de hablar.

– ¿Tenía usted amistad con los Gordon? -pregunté.

– Nos relacionábamos en sociedad. Les fascinaba el encanto y la magia de la elaboración del vino.

– ¿En serio?

– ¿Le interesa a usted el vino, detective?

– No, personalmente, soy bebedor de cerveza. A veces tomo vodka. Por cierto, ¿qué le parece esto? -pregunté antes de contarle lo del vodka de auténticas patatas Krumpinski, aromatizado y natural-. ¿Qué opina? Podría ser una industria paralela, ¿no cree? Aquí hay patatas por todas partes. Este extremo de Long Island podría nadar en alcohol. Algunas personas sólo ven mosto y puré de patata. Nosotros vemos vino y vodka, ¿qué le parece?

– Un concepto interesante -respondió cogiendo un racimo de uvas y llevándose un grano a la boca-. Muy bueno. Firme y dulce, pero no en exceso. Este año han recibido la cantidad justa de sol y lluvia. Será un buen año.

– Estupendo. ¿Cuándo vio a los Gordon por última vez?

– Hace aproximadamente una semana. Tome, pruébelos -dijo y colocó en mi mano unos granos de uva.

Me llevé uno a la boca, lo mastiqué y escupí la piel.

– No está mal.

– Las pieles han sido fumigadas. Debería estrujar el grano y meterse la pulpa en la boca. Tome -dijo mientras me entregaba medio racimo y seguimos andando como viejos amigos, sin dejar de llevarnos granos de uva a la boca, cada uno a la suya, puesto que no había todavía suficiente intimidad entre nosotros-. Recibimos la misma cantidad moderada de lluvia anual que en Burdeos -agregó el señor Tobin después de hablar del tiempo, las cepas y otras consideraciones.

– No me diga.

– Pero nuestros tintos no son tan recios. La textura es diferente.