– Espera un segundo. -Lucas se había detenido junto a un rincón, donde de un viejo tocón (el cual llevaba años seco, pero cuyas raíces seguían arraigadas al suelo, y a cuyo alrededor se había edificado el establo) surgía un hacha oxidada.
– Seguramente se usaba para matar ganado. O pollos, por lo menos. Para la cena del domingo.
– Dudo que esto lo dejara un granjero -dijo Lucas-. Echad un vistazo. -Cuando los otros dos se acercaron, señaló un trozo de papel doblado que había entre el filo del hacha y el tocón.
Jaylene sostuvo la linterna y él sacó una pequeña caja de herramientas y usó unas pinzas para extraer con todo cuidado la nota y desdoblarla sobre el tocón. Entonces los tres pudieron ver lo que ponía en letras mayúsculas aquel papeclass="underline"
Mejor suerte la próxima vez, Luke.
Samantha no deseaba otra cosa que meterse en la cama y dormir doce horas seguidas, y sin embargo se hallaba en la sala de reuniones del departamento del sheriff, esperando a que los equipos de búsqueda volvieran para el descanso previsto a medianoche.
Nadie le había ofrecido siquiera una taza de café, pero un ayudante del sheriff asomaba de vez en cuando la cabeza por la puerta. Era evidente que la vigilaba para que no revolviera los montones de carpetas y archivos del otro lado de la mesa, o robara algún lápiz.
Samantha reflexionó sobre aquello mientras permanecía sentada y miraba las paredes. Ser una marginada no tenía nada de divertido.
Naturalmente, los feriantes eran, por definición, marginados de una cierta especie, puesto que viajaban de pueblo en pueblo, sin echar nunca raíces, y rara vez trababan relaciones fuera de sus grupos estrechamente unidos. Pero, dado que sus amigos de la feria eran la única familia que había conocido, Samantha nunca se había sentido una excluida entre ellos, ni como una de ellos.
Ser vidente era, en cambio, harina de otro costal.
Considerada una farsante en el mejor de los casos y un monstruo en el peor, con los años se había acostumbrado a que, al vérselas con ciertos matones, le espetaran a la cara: «¡A ver si me dices lo que estoy pensando!». Y a los interrogatorios «rutinarios» de la policía cada vez que surgía un problema cerca de ella.
Se había acostumbrado a la gente necesitada, y a menudo desesperada, que visitaba su caseta, con sus ojos ávidos, su ansia de conocimientos y sus súplicas en busca de auxilio. Incluso se había habituado a que, de vez en cuando, algún hombre atractivo se interesara por ella, hasta que, irónicamente, descubría que su «número» era auténtico, al menos en parte, y de que ella era, en efecto, una vidente.
Se había acostumbrado. Pero nunca había conseguido que le gustara nada de todo aquello.
– Me han dicho que llevas aquí más de una hora. -Lucas entró en la habitación con dos tazas en las manos. Se sentó al otro lado de la mesa de reuniones y empujó una taza hacia ella-. Té mejor que café, ¿no? -dijo-. Con azúcar. Lo siento, no he podido encontrar limón.
Samantha pensó que parecía cansado y desmoralizado, y a pesar de la ira que sentía hacia él, no tuvo más remedio que agradecer su cortesía.
Luke era siempre cortés.
Maldito fuera.
– Gracias. -Bebió un sorbo de té caliente-. Supongo que no habéis tenido suerte.
Él sacudió la cabeza.
– No, de momento no hemos encontrado a Lindsay. Pero por lo visto ese cabrón adivinó dónde íbamos a buscar. Dejó una nota. Para mí.
– ¿Qué decía?
– «Mejor suerte la próxima vez.»
Samantha hizo una mueca.
– Nos ha llevado la delantera desde el principio -prosiguió Lucas-. Está claro que tenías razón: para él, esto es una especie de juego retorcido o de competición.
– Tú no podías saberlo.
– Debí imaginarlo mucho antes.
Samantha sacudió la cabeza.
– No creo que él quisiera que lo supieras antes. Creo que estaba ocupado estudiándote, intentando comprender cómo funciona tu mente, cómo buscas a los desaparecidos.
Lucas torció el gesto.
– ¿Insinúas que sabe que soy vidente?
Detrás de él, desde la puerta, el sheriff Metcalf dijo:
– ¿Que eres qué?
– Mierda. -Lucas no pudo evitar lanzar a Samantha una mirada. Ella sacudió la cabeza.
– No, no te he tendido una trampa. El sheriff ha aparecido en la puerta como un muñeco impulsado por un resorte mientras estabas hablando. Yo no sabía que estaba en el pasillo, de veras.
Metcalf entró en la sala y rodeó la mesa para mirar a Luke cara a cara.
– ¿Eres un vidente? ¿Un vidente?
– Algo parecido.
– Pero eres agente federal.
– Sí, lo soy. Y mi facultad psíquica es otra herramienta que me ayuda a hacer mi trabajo, lo mismo que el entrenamiento, el arma y mi habilidad con el cálculo y las pautas fijas de comportamiento.
– Aquí no hay ninguna pauta fija -murmuró Samantha con la esperanza de desviar la discusión de lo paranormal a lo científico.
– Ése es el problema, en parte -reconoció Lucas-. No tenemos nada a lo que agarrarnos, ni lógica… ni intuitivamente.
– Salvo que ahora sabes que ese tipo está compitiendo contigo en ingenio.
Lucas asintió con la cabeza.
– Ahora lo sé. Lo que significa que tengo que esforzarme por alcanzarlo. Si estás en lo cierto, él sabe mucho más de mí que yo de él.
Metcalf se sentó a la mesa. Estaba todavía perplejo y visiblemente molesto.
– Con razón estabas de su parte -masculló.
– Estaba de su parte porque sé que no es una farsante. Y no porque yo también sea vidente, sino porque la he visto en acción. -Lucas volvió la cabeza y miró al sheriff fijamente-. Podemos discutir sobre esto, Wyatt, o podemos concentrarnos en encontrar a Lindsay. ¿Qué prefieres?
– Maldita sea, sabes perfectamente que quiero encontrarla.
– Entonces sugiero que concentremos todos nuestros esfuerzos y nuestras facultades en su búsqueda y dejemos la discusión de la plausibilidad de los fenómenos paranormales para otro momento.
Metcalf asintió, aunque de mala gana.
Lucas volvió a mirar a Samantha.
– Imagino que estás aquí porque has sentido algo esta noche, mientras le leías el futuro a algún cliente -dijo.
– Más bien me han arrojado algo -contestó ella-. ¿Adivináis quién apareció inesperadamente en mi caseta? Caitlin Graham, la hermana de Lindsay.
– No sabía que tuviera una hermana.
– No es de aquí, vive en Asheville. -Samantha posó la mirada en el sheriff y añadió con frialdad-: Y, por cierto, se enteró del secuestro de su hermana por las noticias de las seis.
Metcalf parecía abatido.
– Ay, dios, debería haberla llamado.
Samantha se ablandó un poco.
– Encuentre a Lindsay -dijo- y estoy segura de que quedará todo olvidado. Caitlin va a alojarse en el mismo motel que yo. Quería venir aquí a esperar, pero le dije que ya sería bastante difícil que una sola se librara de los periodistas de ahí fuera.
– ¿Cómo lo ha conseguido? -preguntó Metcalf, más curioso que hostil.
– Tengo el poder mental de un jedi.
Él parpadeó.
Lucas dijo lacónicamente:
– Está bromeando. ¿Cómo te has librado de ellos, Sam?
– Le pedí a Leo que los distrajera. Se le dan bien esas cosas.
– Sí, ya me acuerdo -murmuró Lucas.
– Sí. Bueno, el caso es que consiguió apartarlos de la puerta principal y yo pude colarme a escondidas. Con suerte no me habrán visto. A pesar del alboroto de la prensa, no creo que el secuestrador me haya tomado en serio de momento, y prefiero que siga siendo así el mayor tiempo posible.