Выбрать главу

– Mi situación parece ser distinta. Por la razón que sea, da la impresión de que el secuestrador me quería aquí.

– Podríais haber tomado otra decisión -dijo Lucas-. Leo podría haberse embolsado el dinero o haberlo denunciado, y la feria podría haberse instalado en otra ciudad.

– Sí, bueno. También estaba ese sueño.

– ¿Por qué demonios no has mencionado el dinero hasta ahora?

– Tampoco lo habría mencionado ahora si mis hombres no lo hubieran descubierto -le recordó Wyatt.

Lucas miró fijamente a Samantha.

– ¿Y bien? -preguntó.

Ella se encogió de hombros.

– Tenía que dejar que el sheriff encontrara algo sospechoso, ¿no? -contestó.

– Bobadas -masculló Wyatt.

– Así le he tenido ocupado y me lo he quitado de encima por lo menos un par de horas -le informó ella cortésmente.

Lucas tuvo la corazonada de que era más lo primero que lo último, pero no puso en duda sus palabras.

Wyatt se sentó al otro lado de la mesa, frente a Jaylene, todavía con el ceño fruncido.

– Hemos comprobado dos tercios de vuestra lista de secuestros de los últimos dieciocho meses -le dijo a Lucas.

– ¿Y? -Lucas ya sabía la respuesta, pero preguntó de todos modos.

– Y… en cerca de la mitad de los casos, la compañía circense «Después del anochecer» estaba a menos de ochenta kilómetros del lugar del secuestro.

– En la mitad de los casos.

– Sí.

– ¿Qué hay de la otra mitad?

– Estaban más lejos, evidentemente. -Wyatt miró sus ojos fijos y azules y torció el gesto-. Mucho más lejos, en algunos casos. A unos trescientos kilómetros de media.

– Entonces, ¿va a dejar en paz de una vez a Leo y a los demás? -preguntó Samantha.

– ¿Incluyéndola a usted?

– No. Como creo haberle dicho ya, nunca espero cosas imposibles.

– Eso es lo más sensato que le he oído decir.

Lucas suspiró.

– Ya basta. Wyatt, deja de perder el tiempo con la feria. Y, Sam, si no me cuentas lo de ese sueño…

Pero ella sacudió la cabeza.

– Lo siento. Vi un cartel de Bienvenidos a Golden y comprendí que estaba destinada a estar aquí. Eso es lo único que vas a conseguir, Luke. Es lo único que importa.

– Tal vez -dijo Jaylene- sea todo lo que necesitamos. -Miró fijamente a Lucas-. Por ahora.

Él movió la cabeza de un lado a otro, pero dijo:

– Ese colgante. Wyatt, ¿no recuerdas haberlo visto cuando inspeccionaste el apartamento de Lindsay después del secuestro?

– No estaba allí.

– Puede que lo pasaras por alto.

Wyatt negó con la cabeza.

– No lo pasé por alto. No estaba allí, creedme. Yo sabía que a Lindsay le daban pánico las arañas. Me habría fijado si esa cosa hubiera estado en su mesilla de noche.

– ¿Caitlin ha vuelto al motel? -le preguntó Lucas a Samantha.

– Sí. Pensamos que sería mejor esperar tu visto bueno antes de que empezara a ordenar el apartamento de Lindsay. Porque si ese tipo estuvo allí…

– Quizás haya dejado alguna prueba. Si tenemos suerte. Wyatt, habrá que entrevistar a los vecinos del edificio y registrar el apartamento. Tú estuviste allí el jueves por la tarde, a primera hora, y no viste el colgante. Caitlin lo encontró el domingo por la mañana. Puede que durante ese tiempo los vecinos vieran a algún sospechoso.

– ¿Si tenemos suerte? -Wyatt sacudió la cabeza-. Supongo que vale la pena intentarlo.

Samantha miró el reloj de la pared y se levantó.

– Mientras tanto, yo tengo que ir a prepararme para abrir mi caseta. -Comenzó a rodear la mesa para dirigirse a la puerta.

– A estafar a la gente, como siempre, ¿eh, Zarina? -dijo Wyatt antes de que Lucas pudiera intervenir.

Probablemente cualquier otro día, en cualquier otra situación, Samantha habría dejado pasar aquel comentario sin una protesta. Pero estaba cansada, le dolía la mano, tenía la sensación desagradable y persistente de que su cabeza estaba rellena de algodón, y Wyatt Metcalf acababa de colmar su paciencia.

– ¿Se puede saber qué hostias le pasa? -preguntó, volviéndose hacia él. Pero, antes de que alguien pudiera hablar, agregó-: Pensándolo mejor, ¿por qué no lo averiguo yo misma?

Ésa fue su única advertencia antes de que alargara el brazo y agarrara al sheriff por el hombro. Con fuerza.

Capítulo 10

En la actualidad Jueves,

20 de septiembre

– Sam…

Lucas comprendió que Samantha estaba siendo arrastrada por una visión en cuanto tocó al sheriff. Pero lo que le sorprendió fue que Wyatt pareciera quedarse paralizado, con la mirada fija en la cara de Samantha mientras la suya estaba pálida y tenía, al mismo tiempo, una expresión en cierto modo desafiante.

– Ahora es capaz de abrirse del todo -masculló Lucas mientras los observaba-. Antes no era así.

– Todos maduramos en nuestras facultades -le recordó Jaylene-. Han pasado tres años. Puede que hayan cambiado muchas cosas.

– Puede ser. Pero que haga esto… Maldita sea, le advertí a Wyatt que la dejara en paz.

– Wyatt parece de esas personas que necesitan un escarmiento para aprender la lección -sugirió Jaylene lacónicamente-. Tal vez esto tuviera que pasar, tarde o temprano.

Lucas iba a darle la razón, pero entonces se dio cuenta de que Samantha sangraba por la nariz. Masculló una maldición y rodeó rápidamente la mesa al tiempo que buscaba su pañuelo.

– No, si tiene que ser a este precio -le dijo a Jaylene.

– Nunca había visto…

– Yo sí. -Agarró la muñeca de Samantha y apartó con firmeza su mano del hombro de Wyatt-. ¿Sam?

– ¿Mmm? -Ella parpadeó y levantó la mirada hacia él. Frunció el ceño y aceptó el pañuelo que Lucas le ofrecía como si fuera un objeto extraño-. ¿Qué es esto?

– Te está sangrando la nariz.

– Otra vez no. Mierda. -Se llevó el pañuelo a la nariz y miró a Wyatt-. Lo siento -dijo-. Esto ha sido una invasión de su intimidad, una invasión imperdonable.

– Lo ha dicho usted, no yo -masculló él. Pero la miraba intensamente, con el ceño fruncido, y nadie tuvo que inquirir qué estaba pensando y qué se preguntaba.

– Siento lo de su amigo -añadió ella con calma-. Pero los dos sabemos que la vidente que le dijo que iba a morir no le obligó a matarse.

Wyatt palideció y se quedó de nuevo inmóvil.

– No sé de qué está hablando.

Samantha sabía muy bien que a la gente, en su mayoría, le desagradaba ver desvelados sus secretos, e iba contra su carácter el exponer públicamente a Wyatt Metcalf. Pero las otras dos personas que había en la habitación también tenían facultades psíquicas y, por más que detestara hacerlo, Samantha tenía la sensación de que necesitaban saber por qué el sheriff sentía tal odio y desconfianza hacia los «adivinadores».

– Usted era muy joven -dijo con voz firme-. Puede que tuviera alrededor de doce años. No fue aquí, en Golden, sino en algún lugar de la costa, junto al mar. Fue con unos amigos a una feria y, por una apuesta, pagaron a una vidente para que les leyera la buenaventura.

– No era una vidente. Era…

Samantha no hizo caso y siguió hablando.

– Ella dejó que se quedaran todos en la caseta mientras les iba adivinando el futuro uno por uno. La mayor parte de lo que les dijo era vago y positivo, lo cual no es raro. Ningún vidente respetable le diría deliberadamente a un cliente, y menos aún a un chico joven, que va a ocurrirle una desgracia, especialmente si el cliente no puede hacer nada por eludir su destino. Pero su amigo, su mejor amigo, tenía problemas. Tenía problemas desde hacía mucho tiempo y usted lo sabía. Incluso había hablado de suicidarse.

– Él no… Yo no le creí…