– Y -dijo Samantha con aquel mismo tono cortés y fingido- seguir tu corazonada en vez de una de las suyas le descarga en cierto modo de responsabilidad, ¿comprendes?
Lucas contestó al instante:
– Sabes perfectamente que eso no es cierto. Si no creyera que podemos encontrar a Wyatt allá arriba, no habría venido. Pero, si no le encontramos, no será culpa de Caitlin, desde luego.
– No, claro que no. Entonces, ¿quién será el responsable, Luke? ¿Quién cargará con las culpas si Wyatt Metcalf muere porque no hemos podido encontrarlo a tiempo?
– Yo. Yo cargaré con las culpas. ¿Es eso lo que quieres oír?
– No, quiero oír que sientes lo que siente él, ahora mismo, en este preciso instante.
– ¿Crees que no lo estoy intentando?
– Pues sí, no lo creo.
– Te equivocas.
– No, no me equivoco, porque sigues cerrado sobre ti mismo. ¿Crees que no lo noto, Luke? Miéntete a ti mismo, si quieres, pero a mí no puedes engañarme en esto.
Caitlin, que seguía el vertiginoso flujo de la conversación, casi esperaba que llegaran a las manos. Nunca les había visto tan agresivos, pero apenas conocía a Lucas y no sabía hasta qué punto era aquello raro en él. Era la implacable determinación de Samantha lo que la asombraba; nunca hubiera esperado tanta vehemencia de la mujer callada, delicada y vigilante que creía conocer.
Aparentemente transformada por la rabia, Samantha se había inclinado hacia delante todo lo que le permitía el cinturón de seguridad y con una mano se agarraba a la tira del hombro mientras con la otra se aferraba al asiento. Tenía el rostro crispado, los ojos de densos párpados entornados y los labios, normalmente carnosos, adelgazados. Cada una de sus palabras parecía morder con dientes afilados cuando repitió:
– En esto, no.
– Tú no eres telépata, Sam -replicó Lucas.
– No hace falta que lo sea. ¿Crees que no sé lo que te pasa, Luke? ¿Que no lo he sabido siempre, que no te veo hasta la médula de los huesos, hasta el alma? Pues desengáñate.
– Sam…
Bruscamente, con una voz suave que, sin embargo, se oyó por encima del ruido forzado del motor del todoterreno, Samantha dijo:
– Hasta sé lo de Bryan, Luke.
Por pura casualidad, Caitlin estaba mirando a Lucas cuando Samantha dijo aquello, y al instante deseó apartar la mirada de lo que veían sus ojos: una expresión de estupor y, a continuación, un destello de sufrimiento, intenso, descarnado, que borraba el color de la cara del agente federal. Lucas parecía un hombre al que acabaran de dar una puñalada en el estómago.
– ¿Cómo has podido…?
– Siente -le espetó ella con voz de nuevo intensa-. Maldita sea, ábrete y siente.
Visiblemente incómodo, Glen Champion dijo:
– Eh, chicos, ¿creéis que éste es momento para eso? Quiero decir que…
– Tú limítate a conducir -le ordenó Samantha sin apartar los ojos de Lucas-. Siente, Luke. Libérate. Ábrete. Wyatt Metcalf morirá si no consigues contactar con él. ¿De veras crees que el secuestrador va a dejar a su víctima en un lugar en el que es probable que busquemos? No, esta vez, no, otra vez, no. Quería que encontraras a Lindsay, pretendía que muriera antes de que llegaras allí, pero no se arriesgará a que encuentres a Metcalf a tiempo, así que le ha escondido de ti a conciencia.
– No puedo…
– ¿Dónde está, Luke? No está en ningún sitio marcado en el mapa, en esa lista que habéis hecho. No está en ningún sitio donde esperas que esté. Y cuando el tiempo se agote y Metcalf muera, recibirás otro mensaje provocador diciéndote dónde puedes encontrar el cadáver. ¿Quieres eso? ¿Lo quieres?
– Para.
Glen pisó el freno, obedeciendo instintivamente aquella orden cargada de aspereza.
Samantha repitió suavemente:
– ¿Dónde está, Luke?
– Al norte -contestó él despacio.
– ¿En el viejo molino?
– No. Al norte.
– Este camino va derecho al noroeste -dijo Glen, confuso-. No hay otro, por lo menos hasta dentro de unos kilómetros.
– Al norte -repitió Lucas.
Caitlin pensó que parecía casi hipnotizado, como si no estuviera allí, con ellos, sino en otra parte. Al mismo tiempo su mirada estaba fija en Samantha y sus ojos dejaban traslucir la conciencia de su presencia en el coche.
– ¿A qué distancia? -le preguntó ella.
– A un kilómetro y medio, quizá.
– Glen, ¿cuánto podemos tardar en recorrer esa distancia con este terreno? -Samantha no apartó los ojos de Lucas.
– Dios mío, no lo sé… Un escalador experto, en buena forma y con el equipo adecuado podría tardar cerca de una hora. Pero no sé en vuestro caso, chicos. Al norte de aquí no hay más que monte.
– Tendremos que hacerlo lo mejor que podamos -contestó Samantha lacónicamente-. Vamos.
Caitlin se sintió no poco sorprendida al hallarse fuera del vehículo, trepando por una abrupta ladera con ayuda del ayudante del sheriff mientras Lucas y Samantha abrían la marcha. Nadie le había dicho que fuera o se quedara. Se limitó a acompañarles y a mirar fascinada, cuando podía, a la pareja que iba delante.
Samantha y Lucas ya no se miraban; estaban, sin embargo, conectados. Se cogían de la mano cuando era posible, pero se hallaban además vinculados de un modo menos tangible y acaso más fuerte mientras Samantha mantenía obstinadamente a Lucas concentrado. De vez en cuando, Caitlin oía su voz serena y pese a todo curiosamente implacable, haciendo la misma pregunta una y otra vez.
– ¿Qué siente, Luke?
Caitlin oyó aquella pregunta una vez y otra, pero sólo en una ocasión logró oír la respuesta de Luke. Con voz baja y atormentada, él contestó:
– Terror. Está asustado. Sabe que va a morir.
Caitlin se estremeció y, agarrándose a un arbolillo con una mano, se impulsó con decisión por la pedregosa y empinada ladera.
Capítulo 14
Empezaba a hacer frío. Wyatt no sabía si era porque el espacio que le rodeaba iba enfriándose o si ello se debía a un puro y gélido terror.
Ese terror existía, sin duda. Había superado hacía mucho tiempo el punto en que se había sentido capaz de sofocarlo o desoírlo.
Tenía las muñecas desolladas y el cuerpo dolorido de intentar liberarse de la guillotina, y seguía tan bien atado a ella como horas antes.
Como tantas horas antes.
Sólo quedaba media hora. Veintinueve minutos y treinta y tantos segundos por pasar.
Dios.
No era tiempo suficiente. Tiempo suficiente para reconciliarse con la muerte. Tiempo suficiente para hacer las paces consigo mismo, para pensar en sus culpas y sus arrepentimientos. Tiempo suficiente para reflexionar sobre lo que podría haber sido y no fue y en las posibilidades perdidas. Todo había acabado.
Todo había, sencillamente, acabado.
Y no había una sola cosa que él pudiera hacer al respecto.
Con esa convicción, con esa certeza, Wyatt aceptó lo que iba a sucederle. Por primera vez se relajó, su cuerpo se aflojó y su mente quedó curiosamente en calma, casi en paz. Oyó su propia voz hablando en voz alta y le hizo cierta gracia su tono relajado.
– Siempre me he preguntado cómo afrontaría la muerte. Ahora lo sé. No con un puñetazo o un gemido, sino con simple… resignación. -Suspiró-. Lo siento, Lindsay. Seguramente te habría defraudado, ¿verdad? Apuesto a que tú no te resignaste en ningún momento. Apuesto a que luchaste hasta tu último aliento, ¿no es verdad, nena? Sé que no querías morir. Sé que no querías dejarme.
«Ya vienen.»
Wyatt parpadeó y miró la cuchilla suspendida sobre él. Habría jurado oír su voz, aunque no estaba seguro de si había sido dentro de su cabeza o fuera.
– Supongo que un hombre a punto de morir oye lo que quiere oír.
«Idiota. Ya vienen. Sólo unos minutos más.»
Él frunció el ceño ligeramente y dijo: